Tres
deseos
Ambrozina
Darioli
Las fiestas. Hacía tiempo que habían
dejado de importarle. De muy niña, aguardaba la temporada con entusiasmo, como
todos los chicos. Hoy, no sentía lo mismo. Hija de una familia pequeña y
complicada, la mesa navideña contaba con pocos comensales que terminaban la
noche, generalmente, a las patadas. Cuando el almanaque marcaba el primer día
de diciembre, Sofía se alteraba. De nada servía pronunciar “rabbit, rabbit” en un susurro, como un mantra, a primera hora de la
mañana. De nada. Ahora era ella quien estaba a cargo de los preparativos. Equipar
el arbolito el día de la Inmaculada. Comprar los regalos pensando en cada destinatario.
Armar el menú del 31, para propios y ajenos. Porque siempre le tocaba la cena
de fin de año. Como era huérfana, decían que la Navidad no era su fiesta. Porque
suponían que había dejado de importarle.
El fastidio arrancaba el 8. Bien
temprano, Sofía anunciaba que ese día armaba el árbol. Sabían que eso era lo
que hacía cada año. Pero igual lo anunciaba. Quizás, alguien se ofrecería a
ayudarla. Después, ponía a todo volumen la lista de canciones navideñas en Spotify. Colgaba la corona en la puerta
de entrada. So british. Sacaba el
pinito artificial y los adornos guardados en cajas. Ya no compraba nuevos. Eso
era antes. Los últimos eran traídos de Praga. Unos huevitos divinos, pintados a
mano. Probaba las luces. Primero colocaba la estrella. Después todo lo demás. Recién
cuando terminaba y lo encendía, aparecía el resto de la familia. Aplaudían,
aprobaban con exclamaciones. La sensación de fastidio permanecía hasta última
hora.
Las fiestas señalaban las
ausencias. Destacaban sus Espíritus de Navidades Pasadas, colgados en el
arbolito. Remarcaban episodios. ¿El peor? La noche del 31 que pasó junto a su
madre en el sanatorio, cuando el estruendo de la pirotecnia tapaba el llanto
ante lo inevitable. A menudo, algún puesto de la mesa era reemplazado por el de
un pariente de un pariente. La silla en la que debía estar sentada su mamá la
ocupaba la madre de otro. Y así. Era la anfitriona perfecta de la fiesta. Nadie
le preguntaba si estaba de acuerdo. Suponían que sí. Les daba igual. Total,
Sofía había llegado sola a sus vidas, pobrecita. Apostaban a que ya no
recordaba lo que era tener una familia de origen sentada a la mesa. Las fiestas
resaltaban sus ausencias.
Sofía disfrutaba armar la mesa. Estaba
en los detalles de la vajilla, los manteles y la decoración. Pero el menú era una
verdadera tortura. Era vox populi que
a ella no le gustaba cocinar. Eso tampoco representaba un stop para el resto. Ella se conformaba decidiendo quien traía cada
cosa. Lo comunicaba de antemano, just in
case. Estaba quien asomaba sonriente con las manos vacías. Esos que te regalan
su presencia. El que traía lo que se lo ocurría. Esos que se creen gourmands. El que venía con “su” plato
preferido. Esos que fingen alergias alimenticias. El que caía, tarde, con los
fiambres, quesos y demás en sus envoltorios y las verduras sin lavar. Esos que
se creen los dueños de casa. Sofía detestaba a todos. Más al que empezaba a
pedir bols, tablas, cuchillos, bandejas y ensaladeras a los gritos. La cuestión
era que la cena se desarrollaba en un clima medio caótico. Lejos, muy lejos de
lo que se vende en Instagram. Igual, Sofía amaba armar la mesa.
Si alguien le preguntaba, Sofía
podía describir lo que consideraba las fiestas perfectas. Porque las había
imaginado una y mil veces. Fantaseaba con una mesa larga en el jardín, con
amigos de la pareja. Llena de niños. Podían ser nietos, obvio, ojalá, algún día.
Un menú organizado, frío y descontracturado. Risas, música alegre, se admiten
villancicos. Un árbol sencillo y trendy.
Más protagonismo del pesebre y de la Sagrada Familia. Imaginaba una visita a la
Iglesia de Lourdes antes de la cena. La vuelta a casa caminando, los chiquitos
de la mano. Una sucesión de brindis con distintos tragos. Al final de la noche,
champagne y mesa dulce. Always. Charlas
desordenadas. Baile hasta el amanecer, descalzos sobre el césped. Pero nadie le
preguntaba.
Si de sueños se trata, Sofía
pensaba en alguna Navidad Blanca. Preparar de antemano la ropa abrigada. Volar
a mediados del mes rumbo a New York. Tirar las valijas en el departamento
reservado por Airbnb a pasos del Rockefeller Center. Caminar hacia la esquina
de la 6th Ave. y W50th St. Detenerse un buen rato ante el Radio City Music Hall
para observar cada detalle del panorama de la avenida. De allí seguir hasta los
pies de The Top of the Rock, donde se levanta el pino navideño más espectacular
de la city. Y continuar los días así,
fiel a un estilo Home Alone. Patinar
en ese rink, o el del Central Park, o
el de Bryant Park. Patinar en ese, y en el otro, y en el otro. Se trataba de
sueños.
A Sofía le atraían las escapadas
para fines de diciembre. Si lograba quórum
familiar, se iban. Fueron pocas veces, pero inolvidables. Hubo una Navidad
caribeña, en un resort all inclusive.
Lo mejor del sistema todo previsto era que la alejaba del stress. Sol, playa y animación en continuado. No había nada que
organizar. Sólo dejarse llevar por el clima y el cronograma de actividades. Sin
embargo, lo que ella más amaba de ese lugar eran las noches estrelladas. Antes
de acostarse, caminaba lejos de los edificios del complejo hacia la playa. Se
recostaba sobre alguna de las reposeras de la orilla y observaba el cielo. La
oscuridad era total. Escuchaba el sonido acompasado de las olas. Sofía y el
cosmos. Le atraían esas escapadas.
La época festiva había tenido un
resurgimiento cuando llegaron los hijos. Se renovaron las tradiciones infantiles.
El misterio de Papá Noel flotaba durante días. Se evadían preguntas incómodas
sobre su paradero. Total, el Polo Norte está bien lejos. Sofía organizaba junto
a los chicos la lista de regalos. Siempre tratando que no desbordara el
presupuesto. Se redactaban y enviaban las cartas al Ártico. La noche en
cuestión se armaba, prolijo, el operativo distracción. Las ganas de creer
facilitaba muchísimo las cosas. La semana siguiente llegaban los reyes de
oriente montados en sus camellos. Había que preparar el pasto recién cortado
para alimentar a los animales. La época festiva había renacido.
Cuando el calendario marcó
diciembre, Sofía suspiró. El ciclo se renovaba, imperturbable. Modificarlo,
estaba fuera de su alcance. Pronunciaba “Rabbit,
rabbit” en voz baja, como un rezo. Nada. Una de esas noches no pudo
conciliar el sueño. Reflexionaba sobre su dilema eterno. Decidió declararse en
rebeldía. Este año no sacaría las guirnaldas y los ornamentos. Ni se haría
cargo de los festejos. Gestaba una revolución silenciosa. ¡Que se acabara el mundo!
Con una deliciosa sensación de libertad, se levantó. Apagó todas las luces y salió
al jardín. Se acomodó sobre el césped, húmedo de rocío. Rodó sobre su espalda y
se recostó, mirando al cielo estrellado, sin luna. Cuando el calendario marcaba
diciembre, las noches eran cálidas.
Sofía aspiró el aroma exquisito de
las rosas. El más intenso, el de la noche. Estaba sola. La casa, en absoluto
silencio. Cansada, cerró los ojos. Como en una ensoñación, se cruzó con ella, niña,
en otro jardín. Inquieta, observaba todo desde afuera, como en una película. La
nena no estaba sola. La pequeña Sofía y su madre estaban echadas en el césped. Juntas,
a oscuras, sonrientes. Tan cerca que podía sentir el calor del cuerpo de su
mamá. Esa tibieza inolvidable. Todo parecía tan real. Felices, jugaban a observar
el cielo. Ahora que sabía sumar le fascinaba contar las estrellas. Después,
quería encontrar a Papá Noel a toda costa. Su mamá le preguntaba “A ver! ¿Cuál de
las dos descubre primero el trineo?” Sofía gritaba, los ojos bien abiertos, la
manito extendida. “¡Mamá, mirá! ¡Una estrella se cae!” “¡Sí, es una estrella
fugaz! ¡Dale Sofi, rápido! ¡Pedí tres deseos!”
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
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