Descifrando
prospectos
Rubén Fernández
Tómese mejorana silvestre, orégano puro, verbena.
Hojas de mirto con tres hojas de nogal,
hinojo, todo recogido la noche de San Juan
en el mes de
junio, y antes de que salga el sol.
Todo, para hacer bailar a una muchacha desnuda.
Julio Cortázar, de “La vuelta al día en ochenta mundos”
Mi padre, debió ser médico o brujo de alguna tribu perdida
del Amazonas, veterinario y otras cien profesiones, a lo largo de de sus vidas
anteriores. Pasión demostrada, por su obsesión por leer en forma exhaustiva,
cuanto prospecto, folleto o publicación médica, llegaba a sus manos. Abría las
cajas de medicamentos, como si de ellas fuera a sacar el mapa de un tesoro
fabuloso. Así lo demostraba el brillo de sus ojos y la ansiedad con que lo
hacía. Calzaba sus gafas, alisaba el frágil papel, con la expectación
devorándole el rostro. Ayudado, ciertas veces, con una lupa, a que obligaban
las minúsculas letras, que por lo general acompañan a la mayoría de los
medicamentos. En trance, se enfrentaba a esa terminología específica, que
también es característica y la mayoría de los mortales siquiera prestamos
atención: composiciones, beneficios, utilidades, contraindicaciones. Como quien
descifra códices o jeroglíficos, analizaba aquellos escritos. Lo
extraordinario, es que recordaba los nombres de los compuestos y las mínimas
cantidades, como sí de un químico se tratase. ¿Qué buscaba con aquellas
lecturas? Quizá verdades que no le brindaban los galenos y entonces debía
confiar en la fría letra de los laboratorios. Así pasaba horas. Siempre fue
algo hipocóndrico; condición que heredé y me acompaña hasta hoy. Mi madre, se
burlaba de su extraño divertimento, instándole a que se dedicara a pasatiempos
más productivos. Estaba algo sordo y no se enteraba de los eternos reclamos de
su consorte, mientras circulaba en los diarios menesteres del hogar. Él,
continuaba plácidamente, imbuido en su quizá, rol de facultativo.
Había adquirido en su niñez y juventud, ciertos
conocimientos en forma natural o impartidos por su madre, respecto al
reconocimiento y usos de los remedios herbales, únicos a disposición de los
pobres por aquellos tiempos en los
campos de San Luis. Conocimientos ancestrales que había resguardado su madre.
Reconocía la salvia, el romero, uña de gato, cola de caballo para tratar los
problemas urinarios, eucaliptus para los respiratorios, ruda para abortar,
carqueja para dolencias del estómago, marcela, llantén, congorosa, árnica, y
para el mal de amores: magnolia o flor del corazón con toronjil, brotes de lima
y limón que se deben dejar reposar en aguardiente y a la intemperie durante una noche de luna
llena.
Olvidé contar, que también en una de sus vidas, había sido
alquimista como Melquíades, y en aquellos fuegos y vahos sulfurosos, se las
pasaba en su juventud, fundiendo cuanto metal encontraba para preparar plomadas
de diferentes formas y pesos, para utilizar en la pesca de lisas en el arroyo y
otras especies oceánicas, las que guardaba con sus artilugios para tales fines.
Su afán por transformar los metales, llegó a que birlara a mi madre, unas
incrustaciones de oro de una dentadura del tiempo en que se utilizaban esos
gustos gitanos y que habían permanecido
olvidados en el fondo de un cajón. Igual suerte corrieron un par de aros y los anillos
de boda; el producto final fue un ser amorfo que colocó con orgullo en una
repisa, para su exclusivo regocijo; lo demostró cierta vez en que quiso ser
violinista autodidacta, después de adquirir ese instrumento en un remate y
torturar a toda la familia con aquellos ríspidos maullidos de gatos en celo. El
Turco, su amigo siempre empedo, era el único y atento escucha de sus
improvisaciones y conciertos.
Gran parte de su vida, se dedicó a la carnicería, hasta que
el tiempo le alertó que ya no estaba en condiciones de derribar una res a pleno
campo y colgarla para despellejarla. De ese tiempo de matarife le quedó una
habilidad de cirujano para ir separando el cuero, grasas, intestinos y cada uno
de los órganos; que aplicó para arreglar todo tipo de artefactos: cortando,
anudando, pegando cables y todo aquello donde se necesita mano segura. Levantar
paredes, cavar pozos con la certeza, que en aquellas dunas, un verano del 50,
encontraría agua, como sucedió efectivamente para regocijo de quienes vivimos en
aquel rancho de pajas y juncos sobre un médano a merced de los vientos
atlánticos.
Le llevé varios tomos del Anuario del Banco de Seguros del
Estado, esperando que se entusiasmara con los cultivos y las construcciones
artesanales rurales, las historias y anécdotas del campo, con la esperanza que
así abandonara la lectura de los encriptados prospectos. Pero la pasión no
cejó. Llegó un día en que comenzó a coleccionarlos. Luego de alisarlos para
recuperar su dignidad de impreso importante, para ubicarlos en un sobre que
guardaba con el celo del guardián de los tesoros de alguno de los faraones de
Egipto.
Aquella tarde, cuando le trajeron de la clínica una bolsa
de medicamentos, se sintió exultante ¡Cuántos prospectos para descifrar!
¡Cuántas formulas para recordar! Sobre la mesa del comedor, hizo dos montones:
el de los medicamentos conocidos y otro, más atractivo: el de aquellos
desconocidos, tan ignotos que esperaban ansiosos ser colonizados y
posteriormente clasificados en alguna de las carpetas en que los ubicaría.
Después de frotarse las manos y preparar el mate, decidió
iniciar aquella lectura que anticipaba emociones desconocidas: desdobló los
papeles reducidos a los espacios de sus míseros receptáculos, quienes se
estiraron buscando sus exactas dimensiones, para decir verdades que nadie,
nunca, podría ignorar. Era el saber científico―pensó alucinado, mientras sorbía
el mate.
Un día, me llamó mi madre: “Despertó diferente.
¿Diferente?―pregunté. Sí, respondió. Lo encontré así. ¿Cómo?, inquirí. No lo sé,
ya no busca explicaciones en esos malditos papeles. ¿Los prospectos que guarda
como verdades absolutas para su salud? Sí, esos. Había una luz de la mañana que
me extrañó. ¿Por qué? Por la luminosidad y un extraño silencio No entiendo. Yo tampoco. Fue así: esa extraña
luz rompió los vidrios y ahí estábamos: él y yo, desayunando. Entonces giró la
cabeza, me miró a los ojos, como hacía siglos que no lo hacía y dijo: ―Hoy es
un día distinto, vieja. Todos los días lo son, le respondí. No, dijo. ¿Estás
desvariando otra vez? ¿Llamo al médico? Me asustas Luis…No. No es necesario.
Uno necesita un tiempo diferente para aceptar… ¿Qué? Que nada se da por un
mísero acaso, que todos somos lo que hicimos de nosotros, y estos somos ahora:
viejos y juntos para cuidarnos por el tiempo que nos reste. Ella balbuceó: ― Me
duele siempre la indiferencia. Lo sé; yo dejo de descifrar prospectos y tú
dejas de descifrar las historias de vida
de todos aquellos que nos rodean. ¿Es un pacto? Sí, y vamos a respetarlo.
Pero…somos dos viejos solos. Es la ley de la vida. Ya fuimos, vinimos,
estuvimos, marchamos, nos esforzamos… ¿Y? Esta etapa de nuestras vidas vamos a
vivirla sin necesidad de andar descifrando signos, historias o esperando
mendrugos. Y con ese pacto, se tomaron de la mano, con la certeza que llegarían
al mañana, o dónde fuese que se encontrara el horizonte.
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
un tiempo diferente para aceptar la acción de cambiar, modificar, hacer diferente, variar…¿somos los alquimistas quizás de nuestras emociones?
ResponderEliminarParece que cambiar no nos tendría que suponer ninguna dificultad; de hecho es algo inherente a la realidad. Este relato representa con una buena narración ese enfoque químico entre lo que queremos ser, lo que fuimos, y lo que nos convertimos. Me gustó muchísimo.