¡Traigan a Raquel!
Seudónimo: El pagador de promesas
Esa tarde la elegante casona de doña
Pepilla estaba en penumbras. El médico recogía parsimonioso sus instrumentos
pues ya no había que la ciencia ni los remedios de una curandera pudieran
hacer. Ni los cocimientos de corteza de sauce mandado a traer a traer con
urgencia en una goleta, ni las sanguijuelas para evitar que la sangre coagulara
ni la “pomada de ojos” que consistía en mezclar ajo, cebolla, vino y bilis de
vaca para atacar la infección habían servido de nada para rescatar a la anciana
de una muerte inminente. El coro de plañideras de la iglesia contratadas para
acompañar los rezos que se harían para despedir a la enferma, calladas en la
saleta, esperaban el momento en que esta expirara. Desde la noche anterior
Pepilla no reaccionaba. Hacía dos días que rechazaba, apretando sus labios
secos y cenizos el caldo de pollo que tanto le gustaba. En el cuarto contiguo
su costurera oficial y dos ayudantas daban los toques finales el hábito de la
Virgen del Carmen que le serviría de mortaja. Sin razón explicable cuando todos
las creían a punto de expirar Pepilla recobró el conocimiento, abrió los ojos
tan grandes que parecían dispuestos a saltar sobre los que, aterrados
asistieron a este evento y pronunció estas palabras: ¡Raquel, Raquel, Tráiganme
a Raquelita! Todos los afectos cercanos a Pepilla, que no dejaba descendencia
conocían a aquella niña morena, de cara ovalada, pelo negro sedoso y ojos
chispeantes cuyas historias y ocurrencias eran las únicas capaces de espantar
los dolores que tenía la mujer, que por sus obras y por lo que se rumoreaba en
el pueblo poseía una gran fortuna. Desde que Pepilla cayó en cama Raquelita no
se había despegado del lado de su amiga y benefactora. Sólo lo hacía al caer la
tarde para ir a casa de sus padres a descansar hasta el día siguiente. Por
casualidad ese día, como ya no había nada que hacer, se excusó temprano con el
pretexto de ir acompañar a su hermana que estaba comprometida con un rico
comerciante de la ciudad. Pepilla ardía en fiebre, se revolvía en la cama y
abría los ojos como poseída repitiendo incesante el nombre de Raquel. “el
secreto, el secreto, repetía, sólo Raquelita puede saber el secreto” Ante la
insistencia de la moribunda, una de las criadas corrió a donde vivía Raquel, a
dos cuadras de allí, para traerla de regreso. Por más que algunos trataran de
adelantársele a Raquel para descubrir el secreto del que hablaba Pepilla, la
moribunda se resistía a revelarlo. Al llegar a casa de Raquelita, la mujer que
iba de mensajera encontró a la jovencita leyendo con un ojo una novela mientras
que con el otro disfrutaba cada vez que el prometido de su hermana le asestaba
un pellizco en una pierna o en uno de sus pechos que rebosaban a causa del
apretado corsé. La llegada de la mensajera interrumpió el morbo que tal
situación provocaba en Raquel, depositó el libro sobre un cojín y corrió a la
cocina en donde doña Margarita, su madre ayudaba a las criadas a secar con un
paño todo lo utilizado esa noche en la cena. Después de conseguir su permiso,
Raquelita para no resfriarse con el sereno se echó un chal sobre los hombros y
corrió tan rápido como pudo al encuentro de doña Pepilla. Al entrar en el
cuarto, iluminado por la luz de unas velas se sentó en la orilla de la cama.
Pepilla excitada abrió los ojos, le agarró una mano y pronunció su nombre.
Cuando iba a proseguir exhaló un suspiro que se tornó en un ruido bronco y
extraño. Raquel, bañada en lágrimas, se echó en sus brazos e intentó con
alcohol y sales reavivarla, pero todo fue inútil. Convencida de que sus
desvelos eran en vano, trató sin éxito de cerrarle los ojos. Pepilla se fue a
la tumba sin poder cerrarlos. Una pitonisa del pueblo decretó que esa era mala
señal y que la difunta volvería pronto a llevarse a la persona que más quería
que era sin duda Raquel. El día señalado para el entierro al llegar al
cementerio llovía a cántaros. Su albacea decidió esperar a la mañana siguiente
para enterrarla y dejaron el féretro en la oficina del cementerio. Unos de los
celadores, intentó arrancar de los dedos de la muerta el anillo que le había
regalado el único novio que tuvo en vida que murió antes de que pudieran
casarse. Un búho que vigilaba desde uno de los horcones que sostenía el techo
después contó que en el momento que el celador luchaba sudoroso por arrancarle
el anillo a Pepilla esta abrió los ojos y gritó tan fuerte como pudo “Raquel,
Raquel, tráiganme a Raquel” Del susto sufrió un infarto y murió en el acto. Al
día siguiente cuando todos regresaron para el entierro encontraron el cuerpo
rígido de Pepilla y sus ojos abiertos y fuera de sus órbitas. Tumbado a los
pies de la occisa estaba muerto el celador con uno sus puños engarrotados.
Hicieron falta dos hombres para abrírselo con tal de recuperar el anillo. Junto
con él encontraron un papel apretujado. Lo abrieron y vieron escritas con el
puño y letra de Pepilla este mensaje: “Raquel, Raquel, tráiganme a Raquel”.
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido más de una veintena de obras que publicaremos en el
blog “Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos
los cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
Excelente. Me encanta como narra y el empeño que pone en todo lo que hace
ResponderEliminarPara ese comentario apócrifo todo mi agradecimiento y afecto!
EliminarEspectacular, nadie como el para narrar y sentir, sus palabras. FELICIDADES
ResponderEliminarMi Chino que otra cosa puedo decir que te quiero mucho y que tus palabras tienen un significado muy especial para mi!
EliminarMe encantó este cuento que me ha revelado a un gran narrador, ha logrado dejarme con deseos de leer más y con una gran intriga por el misterioso secreto que Pepilla nunca llegó a revelar. Creo que de ese cuento podría salir una interesante novela.
ResponderEliminarMiriam: llevaba semanas alejado de este sitio y recién me tropiezo con tu cariñoso comentario. Vale doble!
EliminarExcelente, muy pulida la redacción, y se nota un trabajo documentado. Sin duda el mejor de los que he leído.
ResponderEliminarGracias por ese comentario que viene de un narrador excelente como usted!
EliminarMuy bueno, lo sigo siempre en su muro. Conozco su forma de narrador.
ResponderEliminarJuan Carlos Recio Martínez. Olvidé firmar este comentario
EliminarSabes que la admiración es mutua!
EliminarExcelente narración,
ResponderEliminarte transporta al ambiente descrito con sencillez y elegancia.
Olga Griñán
Olguita de mi vida. Hacía tiempo que no entraba a este sitio pero me has dado una gran alegría en el corazón con ese comentario.
EliminarCuento que va de la descripción al carácter, del carácter a las costumbres y de estas a la descripción en una narrativa envolvente, que envuelve al lector. Lo costumbrista discurre con un humor soterrado, a veces rayano en lo negro, pero siempre rico en matices y giros que son propios de un narrarrador que domina el oficio. Mis felicitaciones al autor. Tiene en sus textos el mejor estímulo para seguir escribiendo.
ResponderEliminarBueno. Tú que me conoces mejor que nadie y comenzamos juntos esta aventura de recrear la realidad de una manera diferente y a quien tanto respeto por tu tesón y el talento que tienes me dejas sin palabras con esta valoración. Te quiero mucho y tú lo sabes!
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