El tren de mediodía
Seudónimo: Leah
José Armando Carralero creyó que tenía un nombre importante,
o al menos eso pareció al gritar ¡Mi
nombre es Josef Armani!
Levantó el micrófono hasta la boca y dijo Canon Drive, Beberly Hills.
El público estalló. Josef tenía los ojos muy abiertos ante
el mar de seres que ocupaba el Royal
Opera House. Simón levantó la mano para que se callaran y añadió ¿Qué
tienes para nosotros hoy?
Rocketman, Elton Jhon.
Te escuchamos, dijo Simon, y Josef fue hasta el piano de
cola, se sentó en la banqueta y mientras hundía las teclas cantaba muy alto Ella empacó mis maletas anoche, antes del
vuelo. Hora cero, 9AM. Y voy a estar drogado como una cometa para entonces.
Las personas hicieron que el teatro recordara los días en
que George Frideric Handel presentara IL
Pastor Fido, ahora también nevaba como entonces, la gente permanecía
impresionada como entonces, las chicas, ahora más escandalosas, chillaban con
el estribillo Y creo que va a ser mucho,
mucho tiempo. Hasta que el touchdown
me lleve de nuevo a encontrarme. No soy el hombre que ellos creen que soy en
casa. Oh, no, no, no. Soy el hombre cohete.
No había más que demostrar. Miró alrededor y los vio. En
pie, aplaudían. Algunos lloraban, ayudados por la mierda de música ambiental
que la producción regalaba.
Eres una maldita estrella, gritó Simón, y le dio un
puñetazo al golden point. Los
papelillos dorados cayeron desde el techo. La alfombra roja rodó por el pasillo
central del teatro hasta quedar extendida. y el jurado gritó Corre por ella
Josef, corre. La gente gritó Corre por ella Josef, corre.
José Armando Carralero dejó atrás el piano y al pasar veloz
junto al jurado preguntó ¿Al final de la alfombra está el premio?
Claro amigo, avanza, le gritaron, rápido, con fuerzas a por
tu premio.
Los pies hubiesen levantado polvo en un terreno baldío,
como aquel donde jugaba pelota de niño, cuando se ponchaba de manera constante
por tener la mente en otro lugar, donde le recibían al bajar de su auto de lujo
entre flashes y cabelleras rubias. ¿Un autógrafo, señor? Todo está dispuesto
señor. ¿Firmará el contrato con Infinity
Record? Las flores fueron encargadas. ¿Randy? ¿Sí señor? No quiero ser
abogado Randy. Señor, me temo que eso lo decide su padre.
José Armando Carralero vio el final de la alfombra y sonrió
porque ahí le esperaba el premio. Era levantar a su padre de la tumba. Un
cadáver con el ceño fruncido. ¡Serás un maldito abogado!
José Armando Carralero ha llorado muchas veces junto al
sepulcro de su padre. Alguna vez levantó la cabeza creyendo escuchar algo.
Otras veces ha sido un grito desde las profundidades ¡Serás un maldito abogado
mientras vivas en mi casa, hijo de puta!
José, llegó a juntar las manos una tarde en el cementerio y
gritó al cielo ¡Los muertos no están tan muertos!
Llovía.
Eso, sí señor, los muertos pintan con brocha gorda el
firmamento afuera del Opera House.
Gris claro. Las hojas han hecho un colchón putrefacto a lo largo de ambas
aceras por donde José avanza y pierde poco a poco la sonrisa. Los aplausos cada
vez más lejanos, apenas son ahora un susurro que bien podría ser el viento,
caliente. Los muertos pintan el cielo de un azul esplendido que no logra
mejorar el humor del pianista; los más de treinta grados derriten en algunos
puntos el asfalto. Los muertos traen pronto el edificio, las oficinas, la secretaria
jugando en el celular; otros seres casi muertos en sus papeles y planes y
cortes eléctricos para ahorrar. José se sienta delante del ordenador y mira las
nóminas. La ventana está abierta, pero no corre brisa alguna. En el dintel hay
un ruiseñor, pero los muertos lo trocan en un gorrión ordinario.
¿Y Betty? Pregunta a la secretaria.
Hoy no viene, responde ella sin apartar la vista del
celular y agrega Su ex se enteró del otro y le dio con un ladrillo en la cara.
José lo piensa un instante, y luego continúa con la vista
en las nóminas. Abre el termo del café, que está frio como un cadáver, y el
primer trago lo lleva directo al baño. Dolores. Estómago. La taza llena de
mierda como todos los días, como los mismos días. Baja su pantalón con prisa y
el padre empieza a golpearle las nalgas con el cinto. La madre llora desde el
sofá, le pide que pare, piensa en mí, por favor, mi enfermedad.
José sale a la calle y ve que sus amigos fingen no haber
escuchado la paliza. Esa misma noche hay una fiesta en la casa de Gretchen
Ramírez. Él sería el peor vestido, según una chica. Se lo dijo de golpe, sin
ningún propósito más allá de humillarlo. José Armando nunca había reparado en
eso: su ropa. Ni en la casa, ni en el plato de comida, ni en los muebles
gastados, ni en el piso gastado. José cerraba los ojos en el cuarto y veía una
orquesta enorme, o suspiraba en el jardín y continuaba junto a él la misma
orquesta, esperando sus instrucciones.
¿Cómo? Le preguntó a la secretaria y ella repitió Las
instrucciones, para hoy, ¿llamo a los del almacén para que vengan a cobrar? El
miró a la ventana y ya no estaba el gorrión, en la acera al otro lado de la
calle una mujer intentaba quitar el lodo de sus zapatos, maldecía, un tipo
parecía ayudarla, pero en realidad le miraba los senos. Sí, llame a los del
almacén y también a los de sonido y dígales que pasen a cobrar. Voy a salir un
momento.
Salir no disminuyó el calor, sin embargo, por un instante
pareció revivir el momento en que estalló el Opera House. Mejor un café, quizá, pensó al irrumpir en el antro
donde los más pobres bebían su brebaje a lo largo del día. Literario, quizá,
pensó al ver los estantes donde una vez hubo libros, ahora vacíos, llenos de un
polvo oscuro que nacía en el tubo de escape de los autos y buses y camiones que
pasaban afuera. Un exprés, pidió. La dependiente con cara de no dormir, se fue
despacio hacia donde un tipo preparaba
esa cosa que no olía a café, sino a los confines de una fermento de chícharos que no llegó a buen vino.
Bebió. Después de colocar la taza en la mesa intentó
revisar su Facebook, sin embargo, la conexión era mala. Los siete amigos jamás
estaban conectados. Llevó nuevamente la taza a su boca y lo vio. Más allá del
cristal que limitaba el frente del negocio, más allá de la calle frecuentada
por autos con más de cinco décadas de antigüedad, había un piano en medio de un
basurero. Pagó la cuenta. Fue hacia donde las moscas revisaban las bolsas plásticas.
Junto al piano, deslizó una mano por las teclas, le
faltaban algunas, y el color que una vez fue marrón en el viejo Stenway and Sons ahora semejaba los
tonos parduzcos de la mierda fresca a primera hora de la mañana. Yes, uuuuuh.
Cerró los ojos: Infelices que viajan en
el tren de mediodía. No eran
muchos los que pasaban, pero igual miraron al hombre tocar el viejo piano a un
lado de la avenida: Infelices que esperan
el destino con la vista en el piso
del tren. Oh, yes. El público estaba garantizado con los niños de una
escuela, que daban un paseo. La profesora les señaló al hombre, y les dijo Eso
es algo que nunca deben hacer. Ya pueden
bajar del vagón, pequeños idiotas, a
su mundo brillante donde abundan los banqueros y abogados siempre dispuestos a
ayudarlos. Oh, yes. Los niños empezaron a reír, a imitarlo unos con
movimientos desorbitados mientras una pequeña, que lamía su chupete de limón se
acomodó las gafas fondo de botella y dijo Que swing tiene ese hombre loco.
Calla, añadió la profesora y concluyó Los que no se porten bien van a terminar
así, como él.
José Armando vio a un vagabundo sentado en la acera que lo
miraba. La sopa corría por su barba amarilla. José cantó los últimos versos: Ok muchachones, sigan el camino de losas
gastadas, vean el humo del tren en la
distancia, antes de perderse en la oscuridad
del túnel. El vagabundo aplaudió con fuerza y se derramó la sopa. Montó un
número lleno de ira y fue con un bate de béisbol hacia José y comenzó a
destrozar el piano. Las astillas en el aire eran como los fuegos artificiales
la última vez que Industriales ganó la serie. Él continuaba viendo esos
destellos multicolores en el cielo nocturno, mientras su padre destrozaba el
piano, antes de salir con el bate y jurarle que si lo veía de nuevo tocando le
rompería el cráneo. José, esperaba que un día rompiera el piano, esperaba
nuevas amenazas. Sabía que no vendrían días mejores y anheló esa noche,
mientras el cielo destellaba, la muerte de su padre.
Había llovizna de pronto en la azotea y ningún lugar donde
cubrirse de ella, no importaba, después de todo, era invierno, la gente reía,
celebraba en las calles el triunfo de su equipo de béisbol.
Entre las nubes naranjas y llenas de agua más recientes
estaba él, con barba, muy alto, recibiendo los aplausos en el Royal Opera House. Las mujeres de
cabellos hermosos le aplaudían, los hombres en sus trajes hermosos le
aplaudían. El jurado aseguró que era la mejor presentación desde los difíciles
inviernos a mediados de 1700, cuando las óperas de Handel iluminaron el Covent Garden. El público coreó su
nombre: Josef, Josef. Él se sintió aturdido y el coro se hizo más lejano:
Josef, Josef. Era un estado en que el dolor de pronto no existía, solo una sensación
de alejarse poco a poco de la vida. Latidos pausados, oscuridad inminente.
Un cubo de agua lo despertó y vio a la mujer Ponte las
pilas, que este te mata si te coge.
Vio al vagabundo intentar soltarse de los brazos de un par
de tipos. Ponte las pilas, dale.
José se incorporó despacio, con una mano en la cabeza y las
gotas de sangre salpicando la acera. Observó cómo pudo el piano aún cerca de él.
Luego caminó a un costado de la avenida, alguien le sugería ir a un hospital,
pero ante la mirada de muchos fue rumbo al cementerio y al entrar, rompió un
aguacero que le vino bien al parecer porque miró al cielo y sonrió, antes de
continuar camino a la tumba de su padre.
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
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