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La otra orilla

Seudónimo: Cilia

 

Tres mujeres, una meta común: alcanzar el sueño americano. No eran amigas, solo conocidas del campamento de refugiados El Paso. Sin equipaje, sin pasado, la identificación en un nylon cosido al ajustador.

A Rosita, apenas una niña, su padre la había cambiado por dos sacos de maíz y unas botellas de tequila, al hombre de espuelas plateadas y sombrero de vaquero. Él ganó la puja entre varios que soñaban con desflorar la inocencia de sus años. Aún los negros ojos y el cuerpo infantil no comprendían el porqué del llanto silencioso y a escondidas de la madre.

Esa tarde el padre llegó borracho. Había cerrado un buen negocio así que la arrastró hacia afuera tirándola en brazos del desconocido, quién, la lanzó en el campito cercano, gozándola hasta el cansancio a pesar de sus gritos. Luego, desecha, la subió a la grupa del caballo alejándose del lugar.

Al llegar Al Paso, el vaquero, cansado de los llantos doloridos de la pequeña, se la vendió al coyote, dueño de la taberna ─Ganarás dinero con ella, úsala como mejor te convenga─ sonrío entre dientes mientras acariciaba el pelo y los incipientes senos de la Rosita.

Hizo de todo en aquel tugurio de mala muerte por un escaso plato de frijoles y un pequeño descanso después de servir a las sombras que venían a por ella. A veces se preguntaba dónde podría ir que no abusaran. Comprendía entonces a su madre, las golpizas, las lágrimas, él dolor. Debía huir, pero no sabía hacia dónde ni cómo. Sólo el rugir cercano del río, acallaba la tortura de sus noches.

Limpiaba la taberna cuando aquella mujer se le acercó, la había visto antes llenando un pomo con agua del sucio tanque del fondo. ─Soy Elena, vengo de muy lejos, podrías decirme por donde cruzan el río ─ le dijo esa mujer dejando la frase sin terminar mirándole a los ojos –Y cómo llego al río. ¿Me puedes ayudar? Rosita no lo dudo, esa era su única oportunidad. –Cuándo – inquirió la jovencita –Al amanecer. 

No eran amigas, solo conocidas del campamento de refugiados El Paso. Ella también sentiría en su cuerpo las caricias de las rugientes aguas.

Elena, después de largos días de caminar sin descanso, tenía deshecha la piel y los pies, sin embargo, avanzaba de a poco, tratando de continuar junto a aquellos seres que también anhelaban llegar a la frontera soñada. Días de hambruna y sedientos, andaban a campo abierto o por caminos poco transitados para unirse a las largas filas de migrantes de todas las edades, de los barrios bruja o las campellas, de la selva, las laderas de las montañas o las zonas inundadas, solo andaban. Así llegarían, aunque tuvieran que ir unos sobre los hombros de los otros. El avance de los niños dolía, pero su sonrisa, aunque triste alegraba el alma.

Elena dejó atrás, con la madre, en las faldas del Cerrito del Carmen a sus tres hijos. Luego trabajaría duro para ellos y los llevaría con ella al país donde decían que había mucho trabajo, mucha comida y dónde todos los sueños eran posibles.  Ahora pondría los remedios de sus ancestros mayas, sobre los pies y las manos y los envolvería con una parte de sus enaguas. Esa era la cura en las noches y hablar de los hijos, de la tierra, de la miseria, del hambre, de los muertos.  Elena no se daba por vencida, ella llegaría, lo había prometido. Tendría otro amanecer.

Lily se percató del andar solitario de aquella mujer  en el campamento y decidió seguir sus pasos. Algo en su interior le decía que Elena sería su guía, sin mediar palabra, en ese camino. aunque si había llegado sola, sola seguiría aferrada a la sinrazón de su suerte. Así llegó Lily a El Paso. De poco hablar y mirada inquisitiva, observaba. Dos días allí le bastaron para ver correr el dinero de unas manos a otras hasta la muerte final y ganarse el apodo de “la dura habanera”.

Lily, necesitaba reunirse con sus hijitas que ya vivían con su papá en el país de los "malos-buenos". Nada era más importante. Tenía que llegar. Esas niñas eran su luz y por ellas respiraba. Las había visto partir con la angustia de la incertidumbre en el corazón. Sabía que estarían bien y que tendrían más de los necesario. Pero ¿y ella? Nada la detendría. Trabajó sin descanso y emigró por tierras desconocidas hasta llegar al sitio ideal de cruce de quienes anhelaban una situación… ¿mejor? Ya sabía ella lo que significaba emigrar y ser un migrante entre tantos. Desolación, zozobra, sufrimiento. No habría obstáculo infranqueable que ella no pudiera sortear

No eran amigas, solo conocidas del campamento de refugiados El Paso.

Esa noche El Bravo, con su aparente mansedumbre, rugía como animal herido. Las tres mujeres llegaron a él, sólo sus miradas se cruzaron, la decisión estaba tomada y no lo dudaron, se hundieron en sus aguas llenas de muerte.

Después de mucho bregar, Rosita, la niña que huía de la vida y sus bestiales avatares, entregó por completo su cuerpo callado al río mientras en la mira telescópica del soldado fronterizo el rostro femenino era un blanco perfecto entonces, Elena percibió el punto rojo sobre su frente y en sus ojos, la muerte dibujó la carita de sus hijos hambrientos al ser alcanzada por el disparo.

Ni 36 horas en el mar a bordo de un bote a la deriva ni un Bravo ingobernable le impedirían llegar a Lily, la habanera, quién, al tocar la tierra prometida se desplomó inconsciente. Al despertar, el oficial de frontera, indagaba sobre su nacionalidad ─ ¿cubana? ¿Ley de ajuste? ─ ¡Sí! –Dijo mostrando su identidad─ La montaron en un camión militar cubierto hacia el campamento de refugiados cubanos en Texas. Un rayito de sol se filtró entre las lonas que lo cubrían, Lily sonrió, aún tendría mucho que andar lejos de sus chicas, pero ya estaba en camino.

Tres mujeres, una meta común: alcanzar el sueño americano. No eran amigas, solo conocidas del campamento de refugiados El Paso.

Tres mujeres. Sólo una alcanzó la otra orilla.


 

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