El intruso
José Ramón Barbón Hernández
Odiaban a los negros,
les trataban como animales.
Salían a cazar esclavos fugitivos,
les llamaban rancheadores.
Sales de la casa y caminas hacia
la verja. El perfume del jazmín de noche golpea tu rostro, aspiras
profundamente. El jean roza tu piel, la aspereza de la tela resulta agradable.
El pulóver se ajusta a tu cuerpo, te sientes complacido.
Llegas junto a la moto, admiras
las líneas aerodinámicas. Te recreas en la marca situada al costado del tanque
de gasolina. Honda, lees como tantas otras veces. Las distancias se hacen
cortas, cuando montas sobre el lomo del animal. Subes, accionas el encendedor.
El ronroneo del motor trasmite la contagiosa vibración, pones la primera, sales
a la carretera. A medida que enganchan las velocidades, se vuelve ligera como
el aire.
Llegas a la Casa de la Música,
parqueas y te diriges a la puerta; junto a ella, Marisol. La observas, recorres
su cuerpo. Te detienes en el rostro iluminado por la sonrisa. Un beso marca el
encuentro, entran al centro nocturno, la música los envuelve. El que está a
cargo indica una mesa. Se sientan y al rato, comienza el espectáculo. Antes de
que termine, decides marcharte.
─Vamos para mi casa ─propones.
─Mejor la mía, Ramón, no tengo
ganas de oír a tu mamá cuándo cree que duermo: Hasta cuando piensas estar con
la negra, olvídala, yo no peino pasas.
Se ponen los cascos y la moto
sale como un bólido, las cuadras vienen una tras otra, la distancia se acorta.
─¡La roja! ─grita Marisol.
Un carro aparece, maniobras, el
golpe es brusco. Recobras el conocimiento en el hospital.
─Tuvimos que operarlo, el casco
se rajó pero le salvó la vida ─oyes decir al médico que está junto a tu cama.
─¿Cómo está Marisol? ─preguntas
asustado.
─Inconsciente ─dice un
estudiante.
El médico le lanza una mirada de
desaprobación, antes de decir con la mejor de sus sonrisas:
─No tiene que preocuparse, vamos
a salvarla.
Vuelves a perder el
conocimiento.
Estás junto a una hoguera, los
hombres que te acompañan muestran respeto. El humo de la leña húmeda, no puede
con los mosquitos. El ruido de los insectos, se entrelaza con las voces. Pones
atención en lo que hablan, la esclava mestiza es la noticia del día. Don
Antonio, ha jurado que hoy la hará suya. Te levantas, coges una antorcha y te
alejas en dirección a los barracones. Un esclavo doméstico se cruza en tu
camino. Al verte, se detiene.
─Buena noche mayoral ─dice,
mientras de todo el cuerpo le brota el temor─. El amo, manda a decir que
espera.
Reparas en el látigo que llevas
en la mano, el peso del machete y la pistola en la cintura infunden confianza.
Sigues el camino hasta llegar frente al cobertizo. Un hombre surge de la
oscuridad y te intercepta. El sombrero oculta el rostro, pero el olor que
despide denota que hace días no se baña. Al reconocerte, saluda con las mismas
muestras de respeto que los anteriores; aunque en él, hay un marcado
servilismo.
─Abre la puerta ─ordenas.
Descuelga del cinturón el manojo
de llaves y selecciona una. El sonido de la cerradura indica que la puerta fue
abierta. Entras, en el suelo una mujer con la cabeza entre las piernas. A pesar
de la suciedad, se nota belleza. Su pelo, aunque despeinado cae sobre la
espalda en ondulados rizos, por entre las rasgaduras de la ropa brotan sinuosas
curvas, en las que el color de la piel revela el mestizaje.
─Está sucia, pero cuando las
esclavas de la casa grande le bañen, será un manjar digno de los dioses ─dice
el guardia.
Vas hacia ella y le obligas a
mostrar el rostro.
─Verdad que es bonita jefe, pero
no la mire mucho, pertenece al amo.
─Voy a quitarle los grilletes.
─Tenga cuidado, la muy cabrona
es peor que una yegua cerrera.
Lo miras con desdén, te acercas
la muchacha, le quitas las cadenas y abandonan el recinto. Vas hacia la casona,
a mitad de camino cambias de dirección y te diriges hacia una arboleda. Ella
trata de ofrecer resistencia, pero la mano con que aferras su muñeca no cede.
Al pie de la arboleda, un caballo, tu caballo está ensillado. En las alforjas,
abundante comida y no faltan municiones, para el rifle que dentro de una
cartuchera cuelga al costado de la bestia.
Te paras frente a la mujer y sin
soltar su muñeca:
─Marisol, ¿cómo es posible que
no me reconozcas? ─ella te observa, es como si su mirada se perdiera en las
sombras.
─Me parece conocerlo su merced,
pero no recuerdo quien es. Con el golpe en la frente que me dieron al
capturarme, muchas cosas se fueron de mi cabeza.
─No te preocupes, esta vez te voy
a ayudar. Vamos a escapar ─la tranquilizas.
─¿Por qué me ayuda?
─Te quiero, ¿no es suficiente?
─dices con vehemencia, aunque ella no parece comprender. Botas el látigo y
montan, cabalgan mientras evitas a los hombres que cuidan la finca.
─¿Sigue inconsciente? ─pregunta
el estudiante a una enfermera ya mayor, sin saber que los puedes oír.
─Sí, ¿y la muchacha?
─Delira. Repite una y otra vez
el nombre de él.
─Que lástima, son tan jóvenes.
La conversación continúa, pero
retornas a la inconsciencia.
Cabalgas por la pradera, a tu
cintura se aferran los brazos de Marisol. Su cabeza descansa en tu hombro, el
aroma de la mujer te excita. Amanece y el cansancio hace de la suyas. Al pie de
un cerro, detienes la cabalgadura. Desmontas, la ayudas a bajar y prácticamente
se desploman sobre la hierba.
Un riachuelo cercano sirve para
lavarse, refrescan las gargantas que hace mucho están secas. Ella cocina una
jutia. Comen y se tiran bajo la sombra de un frondoso árbol. La brisa
circundante llama al sueño, aunque luchas por rechazarlo.
Un ladrido te despierta,
recuerdas la situación. Miras a tu alrededor, el ladrido se repite esta vez más
cerca. El caballo se inquieta. Oteas el horizonte, en la lejanía vislumbras un
perro jíbaro. Regresas, recoges las cosas y ensillas el caballo. La despiertas
y no puedes resistir la tentación de darle un beso. Eres correspondido, las
manos se mueven y ambos comienzan a despojarse de las ropas. Ya desnudos las
caricias se hacen más profundas, en la pradera retumban los gemidos. Terminan,
yacen uno al lado del otro. La besas una vez más, se levantan y comienzan a
vestirse.
─Nos vamos ─dices. Parece que ha
comprendido o su mente desentierra pasajes olvidados. Es suficiente para
sentirte feliz. Otra vez sobre el caballo, la bestia desaparece la distancia.
Al anochecer llegan a una pequeña finca, los perros te reciben como viejo
conocido. Escoltado por ellos, sigues el sendero hasta la casa. Una pareja
espera en el portal.
─Por fin te dignas a visitarnos
─dice tu padre.
Apenas desmontan tu madre te
abraza, las lágrimas valen por las palabras.
─ ¿Quién es ella? ─pregunta,
tras la emoción del encuentro.
─Mi mujer.
─Bienvenida a casa, les doy mi
bendición.
─Micaela ha hablado, no hay nada
que agregar –aprueba tu padre.
Piensas en una situación que no
recuerdas claramente; aunque no es el caso, en tus padres no existe el menor
asomo de racismo.
Entran, después de dejar el
caballo en mano de uno de los jornaleros.
Tu madre toma bajo su tutela a Marisol.
Observa el estado de sus ropas, la lleva al cuarto y saca de un baúl
algunas prendas.
─Esto debe quedarte bien, en esa
época yo era más espigada.
─Gracias su merced.
─Deja de llamarme así, somos
familia.
─Si usted supiera..., temo traer
desgracia a esta casa.
─ ¿Qué pasa hija?, cuéntame.
En la sala, pones a tu padre al
tanto de la situación. Queda pensativo durante unos minutos, en los que el
silencio se contagia con el zumbido de los mosquitos.
Ellas regresan, ustedes las
observan. La mirada de la vieja pareja se cruza, es suficiente.
─Lo sabes ─afirma tu padre.
─ ¿Qué vamos a hacer?
─Prepárales un cuarto, cuando
descansen decidiremos. Pondré a los muchachos de guardia ─dice al referirse a
los dos trabajadores de la finca, hombres de su absoluta confianza─. No creo
que esa gente llegue aquí, antes de mañana en la noche.
─Viejo, quiero hacer una de las
guardias ─dices.
─Descansa y recupera fuerzas, te
harán falta.
Entras al cuarto donde ya espera
Marisol, te acuestas y la abrazas.
Estás en el hospital, como otras
tantas veces te creen inconsciente. Tratas de oír lo que hablan, pero se
encuentran lejos. Analizas lo que sucede, « ¿será otra realidad?». A decir
verdad, quisieras que tu presente cambiara. Amas a Marisol y te duele que tu
madre no la acepte. «En las reuniones con sus compañeros del Partido, mucha
defensa de la igualdad, pero a los negros solo los quiere de amigos. Cuanta
hipocresía hay en este país, el imperio de la doble moral. ¿Algún día se acabará?
Si no fuera por el respeto que le tengo, se lo gritaría en la cara», piensas.
La situación se acerca, lo percibes.
Despiertas, te pones la ropa del
día anterior que hoy huele a limpio. Sales al portal. Tu padre sentado en un
taburete permanece de guardia, acaba de relevar a uno de sus trabajadores. Te
sientas junto a él, respetas el silencio. Contemplan el amanecer. Los gallos
alborotan a las gallinas, sus cantíos hace mucho que pasaron. El olor del café
recién colado inunda la casa. Los pasos de Marisol, eclipsan el mutismo. El
café desplaza el sueño. Ella regresa a la cocina, no sin antes decirles que
dentro de poco estará listo el desayuno. Tu padre, animado por la infusión
comienza a hablar.
─Tienes que salir de aquí, es el
primer lugar al que vendrán a buscarte.
─No sé a dónde ir, además, temo
dejarlos en peligro.
─El peligro que corramos no es
lo importante, tampoco creo que se atrevan a tanto.
─ ¿Qué me aconsejas?
─Hemos tratado de mantenerte al
margen de ciertos asuntos, eres mi único hijo. Dios bien sabe que fue nuestro
mayor deseo, pero ahora todo cambió, tienes que ganar la manigua. Entre los
insurrectos, encontrarás la libertad que necesitas. Cuando terminemos el
desayuno, le indicaré a Rodrigo que los guíe. Abastezco de comida y medicinas,
a mi compadre el General Antonio. Los acogerá en su territorio, formarás parte
de su tropa.
─Gracias padre, sabía que me
comprenderías.
─Cuida a la muchacha, quiero
abrazar a mis nietos.
Terminado el desayuno llama a
Rodrigo, el más joven de los peones. Recibe las instrucciones, pide permiso y
se levanta para hacer los preparativos.
Un rato después, en el portal se
efectúa la despedida. Salen de la finca y entran en un pequeño monte que ofrece
como contraste allá en la lejanía, la silueta del macizo montañoso de la Sierra
Maestra.
El ladrido de los perros les
hace volver atrás, detienen la cabalgadura en el linde. Una tropa entra por el
portón y se dirige a la casa, frente a esta tus padres. Por los gestos, te das cuenta
de la tensión existente. Estás seguro que preguntan por ti, la actitud de tus
viejos no deja lugar a dudas. En el grupo de recién llegados, sobresale uno por
sus ademanes groseros. Su silueta parece familiar. Si no estuviera a esa
distancia, por la peste lo reconocerías. La situación se complica, tu gente
está en apuros. La superioridad numérica se impone y para colmo, están al
descubierto.
Ordenas a tus acompañantes que
prosigan, los alcanzarás en breve. Marisol, nerviosa pone objeción. Rodrigo te
mira, en su cara la preocupación. Sabe que vas a poner en riesgo tu vida, pero
aprueba lo que haces. Marisol, disgustada acata el mandato. Espoleas el
caballo. El noble bruto comprende el peligro, aunque esto no le impide ser tu
fiel compañero.
Llegas al portón sin que los
rancheadores se percaten de tu presencia. Detienes el caballo y empuñas el
fusil, apuntas al que destaca por su irrespeto. Disparas y la bala lo derriba.
Tus padres aprovechan la confusión, se refugian dentro de la vivienda.
Continúas disparando, caen dos más. Tratan de buscar protección, pero antes de
percatarse de la inutilidad de esto, otro es alcanzado por los disparos
provenientes de la casa. Acorralados cambian de táctica, cabalgan hacia ti.
Acometen con la ventaja de diez a uno.
Obligas a tu caballo a dar media
vuelta y lo lanzas al galope, confiado en la velocidad que es capaz de
desarrollar. La distancia va en aumento, en un recodo te introduces en el
monte. Desde la espesura los ves pasar.
Sientes dolor en el hombro, un
líquido corre sobre tu pecho. La camisa comienza a empaparse. Sacas un trapo de
la alforja y tratas de detener la sangre. Arreas el caballo y buscas el camino.
Encuentras el sendero disimulado en la maleza y sigues el rastro. La pérdida de
sangre te debilita, aferras la crin del animal que avanza como si conociera el
destino. Caes.
Tu madre se inclina hacia ti, en
sus ojos hay lágrimas.
─¿Como usted lo ve, doctor?
─dice angustiada─, mi hijo no puede morir.
─Señora, cálmese, esa actitud no
va a ayudar. Hacemos todo lo posible.
─Pero..., me dicen que ha
empeorado. Es mi único hijo, su padre cumple misión en Sudáfrica, esto me ha
cogido sola.
─No podemos perder la esperanza,
es joven y fuerte.
«Será posible que no se hayan
dado cuenta que puedo oírlos». El pensamiento golpea una vez más tu
cerebro.
¿Quiénes son esos negros que
acaban de entrar?, parece un matrimonio. Dice para sí, tu madre.
─ ¿Cómo sigue? ─pregunta el
hombre preocupado.
─No muy bien, espero que se
reponga. ¿Ustedes son...?
─Los padres de la novia.
Tu madre queda en silencio, no
sabe qué decir, desde siempre le ha desagradado la negra; al saber que te
acompañaba, la cosa se ha puesto peor.
─¿Cómo está ella? ─pregunta por
educación.
─La protegió con el cuerpo por
lo que tiene menos golpes, pero su estado resulta una complicación ─dice el
padre.
─¡Su estado! ─la frase sale
mientras siente una fuerte opresión en el pecho─. «Será posible que se haya
salido con la suya. Esta nueva desgracia no me puede caer arriba, ya tengo
bastante con lo de mi hijo».
─Hubo que operarla de urgencia,
había hemorragia interna ─dice la madre de Marisol.
─Menos mal que no estaba
embarazada ─se le escapa a tu madre. Los padres de Marisol intercambian
miradas─. Lo digo por el peligro ─dice para aliviar la tensión─. «Por lo menos
no voy a peinar pasas», piensa.
─Su muchacho es muy valiente
─afirma el padre. Reconoces la actitud de tu hijo, los suegros le aprecian, lo
ves en sus ojos; pero no te conformas.
Despiertas acostado sobre una
manta, Marisol te ha despojado de la camisa y con la ayuda de Rodrigo aplica un
vendaje.
─Perdiste mucha sangre, por
suerte ella insistió en regresar ─la expresión de tu rostro se endurece─. No te
enfurruñes, gracias a su decisión te encontramos tirado en el camino. Tu caballo
no se apartaba de ti, parecía como si montara guardia. La miras y sonríes.
─Descansa mi vida, la bala te
atravesó el hombro, debes recuperar fuerzas.
─¿Cómo fueron las cosas por la
finca? ─indaga, Rodrigo.
─Mi padre es un hueso duro de
roer.
─Permaneceremos aquí hasta la
madrugada, no creo que esos encuentren tan rápido el rastro ─asientes a lo
dicho por Rodrigo y te quedas dormido. Pasa el tiempo.
La mano de Marisol sobre tu
hombro sano, es suficiente para despertarte. A lo lejos se escucha el ladrido
de los perros. Rodrigo, atisba en la oscuridad. Las luces de varias antorchas,
resaltan en la distancia.
─Encontraron nuestro rastro, hay
que apresurarse ─apremia alarmado.
Montan en los caballos. Luchas
contra el dolor, tratas de mantenerte sobre la silla. Amanece y continúa el
galope. No hay duda, recibieron refuerzos. Varios jinetes se han separado del
grupo, sus caballos están frescos. Poco a poco la distancia disminuye; sin
embargo, ustedes ya están al pie de la cordillera. Cerca, hay una ladera
cubierta por un extenso bosque. Si logran llegar, dispondrán de una posición
privilegiada desde la cual contener a los perseguidores. El alazán cojea y cae.
Marisol, rueda por el piso pero se incorpora. Te detienes y desmontas. Los
disparos les impiden alcanzar la floresta.
─ ¡Sigan, yo los cubro!, ¡sálvala,
Rodrigo!
─Me quedo ─afirma ella con
determinación.
─¡Llévatela! ─insistes.
La monta sobre tu caballo y se
alejan hacia el bosque. Te acomodas detrás de la bestia que exhala sus últimos
suspiros, comienzas a disparar. Logras
detenerlos y la atención se centra en ti, pero la herida se ha vuelto a abrir y
merma tus fuerzas. Te sientes desfallecer, intensifican el ataque. Disparas sin
apurarte, aunque por instantes la vista falla. Te preparas para el final.
¡Sorpresa! A los gritos de viva Cuba libre, varios hombres llegan a tu lado
mientras otros cargan sobre los rancheadores.
─¡Ramón!, ¡Ramón! ¡No te mueras,
carajo! ─grita Rodrigo a tu lado,
mientras te zarandea.
Recobras el conocimiento en el
hospital. Tu madre llora, los padres de Marisol
permanecen a su lado. Ella entra en una silla de rueda, empujada por la
enfermera. Se acerca y toma tu mano,
mientras con la otra te acaricia el rostro.
─Salvada ─ logras pronunciar con
voz apenas audible.
─¿Qué? ─dice Marisol, sin
comprender el sentido de las palabras. Te falta el aire, se forma un gran
revuelo─. ¡Doctor! ─grita ella angustiada.
El médico trabaja en silencio.
Transcurre un tiempo que parece
eterno. Sales de la inconciencia, detrás queda el conflicto, la lucha por tu
vida, los disparos y la algarabía del combate. Asciendes hacia el infinito, los
árboles cubren el camino y los rayos del sol se filtran a través del follaje. Dos
hombres llevan la parihuela, Rodrigo, encabeza la marcha. A tu lado, sin
soltarte la mano, Marisol. En tus recuerdos, aquel caballo que tiene por patas
ruedas y la ciudad de muchas luces. La Sierra Maestra les acoge como madre
protectora. El aroma del jazmín de noche, te persigue.
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
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