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Viglietti

 

 

Seudónimo: Italian

 

Apareció por la escuela cuando yo estaba en el último año de la primaria. No vivía en el pueblo. Traía su cuaderno en una bolsa de lona. No era una mochila, ni tenía compartimentos. La bolsa  no se cerraba de ninguna manera. Era muy fácil abrirla, meter mano y sacarle algo.

Llegó cuando ya estábamos en el aula, a una semana de iniciadas las clases. Se paró indeciso en la puerta.

—Ah, vos sos el nuevo —dijo la maestra—, pasá, no te quedés ahí parado. Pero no le indicó un lugar.

Ninguno de nosotros tampoco le señaló un asiento. Javier, que se sentaba junto a la ventana, dijo para los que estaban cerca:

—Lo trajeron en un carro.

El segundo día apareció con una bicicleta vieja y oxidada. La bici no tenía cambios, ni canasto, ni bocina, ni luces.

No sé si se se dio cuenta, pero intentó sentarse al lado de la chica más linda del grado. Ella puso la mano en el asiento.

—Está ocupado —mintió.

Sin dar señales de vergüenza, buscó otro lugar y terminó sentado en un banco delante del mío.

Con el paso del tiempo la cara de Viglietti se desdibujó en mi memoria. Pero su cabellera era inolvidable .Una masa de pelos divididos en un costado de la cabeza que parecían haber sido motosos y luego alisados vaya a saber cómo. Ese alisado no había logrado acomodar definitivamente el cabello que quedaba levantado como impulsado por un viento hacia las alturas  La extraña cabellera de un color oscuro terroso concentraba la atención y las burlas. Cuando le tomamos confianza, algún compañero le tiraba los cabellos, aun sabiendo que no podía ser una peluca.

Por varios días fue “el nuevo”. La maestra le decía “vos” cuando le preguntaba algo. Parecía que tenía esperanzas de sacárselo de encima. Su ropa no era nueva ni limpia, pero el guardapolvo tapaba bastante. El nuevo era Viglietti. Nunca supimos el nombre.

No entendía que teníamos carpetas separadas para las materias. Escribía todo en un mismo cuaderno. Cuando la maestra decía “Vamos a Ciencias Sociales”, él miraba como queriendo arrancar para algún lado.

La maestra tenía alergia a las tizas. Les ponía una especie de capuchón, pero igual escribía en el pizarrón estirando el brazo, con el cuerpo lo más alejado posible. Habíamos iniciado un juego que nos divertía. En algún momento de la clase, un chico se paraba y pasaba  rápido  entre el pizarrón y el brazo estirado de la maestra. Nos encantaba ver cómo ella ahogaba un insulto o intentaba manotearle el pelo al “gracioso”.

Otro entretenimiento era reírnos de Viglietti.

En los recreos, se sentaba en un cantero, cerca de su bici.

—Larga la bici, Viglietti, nadie te la va a tocar, y prendete al picadito.

Se acercó sin hacerse rogar. La primera vez le dejó un tobillo hinchado a Moyano de un patadón. Lo empezamos a mirar con respeto. El día que los muchachos le dijeron, con una seña, que le tocaba pasar entre la maestra y el pizarrón, pienso que Viglietti se sintió como uno más del grado.

Las chicas lo ignoraban, en el mejor de los casos. Decían que tenía olor a chanchos, que no se lavaba nunca las manos.

Almorzábamos en la escuela, porque a la tarde teníamos educación física, música y manualidades. Era el único colegio del pueblo. La Cooperadora escolar y el Club de Madres organizaban actividades para sostener el comedor.

Viglietti se activaba al mediodía. Comía con rapidez y verdadero hambre. No traía merienda, lo sabíamos porque el Rata Campos se la quiso sacar del bolso y no encontró nada. Tampoco compraba en el kiosco de la Cooperadora.

Mi mamá era enfermera. Trabajaba en el hospital y también atendía pacientes a domicilio. Yo tenía permiso para ir al río por las tardes. Casi siempre iba solo,  me gustaba llevar un cuaderno de hojas lisas para dibujar. El arroyo, un brazo angosto y turbio del Río Segundo, era muy distinto en épocas de sequía, cuando apenas corría un hilo de agua, que cuando llovía mucho. Yo caminaba entre las piedras y la arena, dibujaba insectos que buscaban esconderse del sol. La primera creciente arrastraba la basura acumulada, hojas, ramas secas, animales muertos. El paisaje reverdecía, aparecían las mojarritas, las carpas, las viejas del agua. El día que vi llegar a Viglietti en un carro yo estaba en el agua, sentado sobre una piedra, espiando a unas chicas que iban al secundario.

Bajaron del carro una chica, un muchacho y Viglietti. Gritaban, se reían. Entre los tres ayudaban a una señora muy gorda, que se acomodó pesadamente en una reposera a la sombra de un paraíso.

La chica entró al río y desde allí les tiraba agua a los varones. Cuando mojó a la madre, que parecía dormitar en la reposera, escuché el insulto:

—¡Siempre la misma boluda!

Viglietti caminó por el agua con una caña de pescar hacia donde estaba yo y me vio. Le señalé las mojarras bajo el agua. Pasamos un rato juntos sin hablar. Cuando me estaba yendo, me señaló al muchacho y a la chica que vinieron con él.

—Mi hermano mayor —dijo y giró el dedo en su sien—: mi hermana, una putona.

De la señora gorda no dijo nada.

Cuando le hablaba a Viglietti desde mi banco, no me contestaba. Descubrí que no escuchaba bien. Me contó que cuando era chico había tenido una infección en el oído que lo dejó medio sordo.

Mi mamá tenía una motoneta que usaba para sus visitas domiciliarias. Un día me invitó a que la acompañara. Un muchacho la había buscado para que fuera a atender a su mamá.

Salimos del pueblo siguiendo al muchacho, que andaba en una bicicleta. Llegamos a su casa y vi que, más que una casa, era una pieza grande con una galería. Un patio cercado por un alambrado. Allí había un aljibe, un excusado, perros, gatos, gallinas y yuyos, muchos yuyos. En un chiquero polvoriento y sucio hociqueaban varios cerdos y una chancha enorme, tan gorda que arrastraba su panza al caminar.

Estábamos en la casa  de Viglietti.

Cuando entramos, Viglietti esquivó un zapatillazo que venía desde la cama donde la señora gorda estaba desparramada.

—Andá a darle agua a las gallinas —le gritó desde la cama.

Mi mamá se quedó atendiendo a la señora, Viglietti y yo fuimos al patio. El hermano mayor rondaba alrededor de mi mamá. Parecía que era toda una novedad que alguien se ocupara de la madre.

La hermana se depilaba las cejas en la galería

—Ella dice  que tenés que matar tres pollos —le dijo Viglietti.

—Hacelo vos, pajero —le contestó la hermana sin mirarnos.

Viglietti andaba con la gomera colgada al cuello.

—Recién están volviendo los pájaros porque fumigaron. Estuvimos dos días encerrados por el veneno. A mí me gusta voltearles los nidos. Me gusta sentir las plumas suaves de los pichoncitos. Después les arranco la cabeza. Pero matar y limpiar pollos para vender en el pueblo es mucho trabajo. Hay que correrlos y agarrarlos con un gancho. Después los ponemos en este banco —dijo y me mostró un banco con asiento de paja que tenía un agujero en el medio donde iba la cabeza del pollo, me imaginé, ya medio asqueado.

—Le cortamos el cogote con el hachita. Hay que sacarles las entrañas, desplumarlos. Y la hija de puta quiere que lo haga yo mientras ella se rasca.

Viglietti me contó, mientras vigilaba los nidos, que la hermana había quedado preñada. Su mamá buscó una mujer que llegó a la noche. Dijo que pusieron la radio a todo volumen y los echaron a él y a su hermano fuera de la casa. Él intentó espiar  por la ventana. Como a la hora, salió la mujer con una toalla ensangrentada que envolvía algo y le dijo:

—Tirá esto en el excusado.

—Yo me fui al chiquero, le tiré un cascotazo a la chancha para despertarla y le lancé el paquete— me contó.

Yo transpiraba y me temblaban las piernas. No tenía que pensar, no tenía que parecer impresionado .Tenía un nudo en la garganta que no me dejaba tragar.

Cuando mi mamá salió de la casa, caminé lo más rápido que pude y subí a la moto. Una racha de viento sucio nos empujaba hacia el  pueblo. Pero tuvimos que parar en el camino. Vomité hasta las tripas. 


NUEVAS ENTRADAS DE OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS

 

El II Concurso Internacional de Cuento Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.

Las obras publicadas en el blog no han sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son responsables de las erratas que puedan aparecer.

El Concurso Internacional de Cuento Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog “Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo. 



 

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