Espinas
Frank Correa
Ella acababa de sufrir con una
espina atravesada en la garganta y a él lo había mordido un perro al regresar
de la clínica de sacarse dos muelas, tragedias que allanaron el camino a lo que
venía.
La historia comenzó en la
mañana, cuando una fuerte punzada en una muela arreció y se convirtió en agonía.
─Este es el peor dolor del
mundo... ─dijo ─. ¡Peor que un dolor de oído!
─Dicen que no hay nada peor que
un dolor de parto ─dijo ella ─. No sé qué se haría el mundo si los hombres tienen
que parir.
─¡No jodas...! ¡Este dolor es
peor que parir!
─¡Ay, mijo... si ustedes
tuvieran que parir...! ¡Vístete, vamos a la clínica!
Le dolía tanto que no esperó la
guagua, igual no tenía dinero, caminaron aprisa por Quinta avenida, se apretaba
la cara como buscando alivio. Ella tampoco iba bien, la digestión… o algo así...
mareos desde que despertó en la mañana.
─¡Fíjate... pon cara que te
duele mucho...!
─¡Cojones... me duele mucho!
─Pon cara peor... para que te la
saquen.
En la clínica puso cara de estar
en las últimas. La recepcionista les dijo que no había médicos, pero la mujer
inventó el cuento que venía de parte del doctor Solís. .
─¡Ah...! ¡Pasen!─dijo la
recepcionista y los entró en una pequeña sala de estomatología, donde un doctor
preparaba el instrumental.
─¿Cómo está Solís? –le preguntó
a la pareja.
─Jodío… con la presión… ─dijo ella.
─¿Ahora es la presión? Solís no
sale de una. A ver... acuéstate ahí ─señaló el sillón. Encendió la luz. Observó.
─Uhmm... es un cementerio lo que
tienes ahí... ¿Quieres sacártelas todas?
─¡No doctor...! ¿Está loco?
─¡Sí! ─dijo la mujer ─.
¡Aprovecha y ya sales de eso!
─¡Noooo...!
─Bueno ─dijo el doctor
preparando las pinzas ─, yo hago lo que ustedes me digan.
─Uno sabe hasta dónde puede
llegar, doctor... ¡Una sola y ya!
─Está bien ─se colocó los
guantes. Sacó un frasco con anestesia y una jeringuilla. El hombre acompañó
cada pinchazo con un brinco.
La anestesia hizo efecto enseguida.
Con la boca abierta y los ojos cerrados no vio la complicidad de la mujer con el
doctor y sintió el tironear de la pinza y la fuerza humana removiendo la encía…
tirando de la muela y destrozando carne… y después un gran tirón, luego un
vacío.
─¡Miren esto! ¡Muela de león! ¡No
cierres la boca todavía! ─. Apresó más atrás, tironeó… y sacó otra muela.
─¡Miren estooooo… caballeros…! ¡Muela
de león…! Muy difíciles de ver… crecen soldadas al hueso maxilar… las guardaré
para mostrarla a mis alumnos ─las dejó en una la bandeja. Le dijo que escupiera.
Le colocó un algodón.
─¿Dos…?
─¡Hubieras aprovechado y te la
sacabas todas! Esto no se da todos los días.
─Si hay mucho dolor le das duralgina.
Que haga reposo. Nada de buchadas... comida blanda… sopa o puré.
─Gracias, doctor.
El hombre levantó un brazo en
señal de gratitud y salieron de la clínica. De regreso a la casa el dolor
apareció a medida que la anestesia se iba, se sujetaba la cara con la mano. Era
la primera vez que le sacaban muelas.
─La otra estaba peor… por eso le
dije al médico que también te la sacara….
─¡...! ─Movió la cabeza en
desaprobación.
Caminaban por la acera,
aprovechando las sombras de los árboles.
─¿Quién es Solís? ─el algodón y la boca adormecida le daban un torpe acento.
─¡Qué sé yo! Lo inventé.
─Funcionó. Parece que en verdad hay
un Solís.
Atravesaban Siboney, un barrio exclusivo
de la clase alta, inmensas residencias de embajadores, diplomáticos,
extranjeros, funcionarios, hijos de papá... El hombre caminaba pegado a la
verja de una mansión de película, con techo de dos aguas forrado de tejas
criollas y cristalería fotosensible, un inmenso jardín perfectamente cuidado
era la antesala de un parqueo con un Mitsubishi rojo y un Volvo azul… cuando de
pronto vio salir una cabeza enorme por la verja y ¡Ahh...! sintió en el brazo la
sacudida eléctrica de una mordida. Un perro había sacado la cabeza entre las
rejas y mordido el brazo. El dolor de la mordida comenzó a crecer a medida que
pasaban los segundos y se espantó al ver su carne abierta… extrañamente blanca…
y el torrente de sangre fluir.
─¡Perro hijoeputa...! ─dijo la
mujer. Comenzó a tirarle piedras.
El animal ladraba enfurecido. El
hombre tomó una y la tiró contra los autos, dio en el capó del Mitsubishi pero
rodó al piso sin hacer daño. El animal ladró más fuerte, de manera continua.
Buscaba un lugar para salir y morder. Había un timbre en el muro y estuvo
apretándolo hasta que el dedo le dolió. No había nadie en la mansión. El perro
continuaba ladrando. La mordida comenzó a formar un extraño coágulo.
─¡Vamos al policlínico! ¡Un
médico tiene que verte esa herida!
Al poco rato llegaban al
policlínico de Jaimanitas. Los atendió la auxiliar de limpieza, vecina del
barrio y madre de su amigo jueves,
una negra de ojos saltones y un mohín distintivo, que en horario de almuerzo
asumía labores sanitarias para que la enfermera se tomara un descanso.
─¿Qué pasó?
─Lo mordió un perro.
La madre de jueves higienizó con agua y jabón y dijo que era una herida de puntos,
pero que en esos casos no se podía coser… ni vendar… hay que dejar que ventile…
y observar al perro.
─No sé cómo. Sentarnos en la
acera a mirarlo, como único.
─¿Conocen al perro?
─¡Es de una casa en Siboney! ¡De
embajada! ¡Ese perro es un peligro! ¡Tú te imaginas que muerda a un niño!
─¡Qué horror!
─¡Lo voy a matar...! –dijo la
mujer ─. ¡Lo juro! ¡Uno va por la acera, tranquila… y de pronto... el hijoeputa
saca la cabeza y te arranca un pedazo! ¡Así por así! ¿Y los dueños? ¡Bien, gracias!
No... Qué va... no es posible...
La madre de jueves se lavó las manos y con su mohín característico dijo:
─Pueden irse. Agua, jabón y que
ventile. Y observen al perro.
En aquel momento entraron a un borracho
que se había caído de una escalera y la sanitaria dijo.
─¡Pónganlo ahí... en la
camilla...! ¡Voy a buscar al doctor!
Cuando llegaron a la casa el
hombre se desplomó en la cama.
─Ya puedes botar el algodón ─dijo
ella ─. ¿Te duele mucho?
─Sí. Mucho. Las muelas... el
brazo... ¿Qué carajo nos ha caído?
─¡Brujería! ¡Eso es brujería!
¡Ah… pero ese perro maldito seguro que me las paga!
Acarició la cabeza del hombre.
Se quedó pensativa. Volvió a repetir que iba a envenenar al perro… con un
bistec con vidrio molido.
─¿Un bistec? ¡No me digas...!
─¡Con cualquier cosa… pero ése
no muerde a nadie más! ─se apretó la barriga, hizo una arqueada de asco. ─Se me
ha despertado esa hambre otra vez…
─¿Para qué hablaste de
bistec...? Ve… come algo.
La escuchó trastear en la
cocina. Si pudiera dormir, pensó. Y despertar mañana sin rastro de dolor… con una
nueva vida… sintió a la mujer toser y carraspear. Luego su tos se volvió sostenida.
─¿Qué te pasa?
─¡Una espina! ¡Me tragué una
espina!
El hombre se levantó con
dificultad. La encontró en la cocina con la boca abierta y con un dedo
hurgándose la garganta. Miró el plato sobre la mesa: arroz congrí y el carajuelo frito y recordó la historia
del pez, la tarde anterior cuando ella había sentido aquella hambre, como no tenía dinero para
comprar comida, le cambió a Chichi el pescador el CD de Bob Marley por un carajuelo de dos libras.
─¡Come pan! ¡Trágate un pedazo…
sin masticar!
Encontró un trozo de pan viejo y
masticó, tragó… esperó... pero se alzó en puntillas otra vez y volvió a toser. ─¡Sigue
ahí!
─¡Come otro pedazo! ¡Sin
masticar!
La mujer repitió la acción.
─¡Sigue ahí!
Intentó examinarle la garganta
pero solo vio glándulas, la campanilla y el agujero oscuro que iniciaba el tubo
digestivo.
─Bebe agua.
Intentó beberla y se ahogaba.
─¡No puedo tragar... la siento atravesada
aquí!
─Tal vez ya bajó con el pan y
solo te queda el reflejo...
─¡No! ─dijo la mujer ─. ¡Está
aquí... aquí...!
─Vamos al policlínico.
La mujer se hundió en sollozos. ─¿Recuerdas
a Poldito? ¡Se ahogó con una espina!
─No era una espina… Fue un hueso
de pollo ─. Recordó una muerte por una espina en Guantánamo de un tipo jodedor de
muchos amigos que en su velorio la familia repartió café, cigarros y por la
noche arroz congrí y pescado frito, pero uno de los amigos del difunto se
atragantó con una espina y aunque lo golpearon en la espalda y lo pararon de
cabeza murió allí mismo. Al otro día en el velorio había dos ataúdes. La gente
que llegaba hacia la misma pregunta:
─¿Pero este no era el que ayer
estaba contando chistes?
─Vamos al policlínico a verte
esa espina.
La noche era fresca, tranquila,
con luna. En el policlínico la madre de jueves
daba aerosol a un niño. Fueron
directamente a la consulta.
─Doctor... ella se tragó una
espina...
Mientras anotaba los datos de la
mujer, el médico le preguntó qué le pasó en la cara.
─Me sacaron dos muelas...
─Está inflamada… debe tomar
antibióticos. ¿Y en el brazo?
─Me mordió un perro...
─Se le ha puesto fea esa herida…
Venga mañana a Epidemiología. Eso lleva trámites… y seguimiento. ¿De dónde es
el perro?
─De Siboney. Una casa de embajada.
─¿De rusos?
─No sé... no sé si eran rusos.
─Dicen que los perros rusos
están mordiendo por ahí ─dijo el médico.
─Mañana... lo que voy a hacer...
es... ─la mujer hizo una seña de corte en su garganta.
─¿Qué significa eso?
─No le haga caso, doctor. Quiere
matar al perro. ¡La espina! ¡Doctor... vinimos por la espina!
─¿Qué espina?
─¡Ella... se tragó una espina!
─¿Cuándo?
─Al mediodía.
─A ver... abra la boca ─orientó
la garganta de la mujer hacia la luz ─. No veo nada. Tal vez la espina ya bajó
al tubo digestivo y sólo sientas el reflejo...
─¡No! ¡Está ahí!
─Voy a hablarles con franqueza.
Aquí en el policlínico no contamos con el instrumental requerido. Deben ir a un
hospital. Vayan al Clínico quirúrgico... ¡Y usted, tome antibióticos! ¡Haga
reposo! ¡Cuidado con la luna!
Fueron a la parada pero no
tenían ni un puto peso para la guagua.
Se sentaron en el banco.
─¡No bajes la cabeza! ─dijo la
mujer ─. ¿Deja ver el brazo? ¡No me gusta cómo va… sigue hinchando!
─¡Olvídate de mí ahora! ¡Hay que
sacarte la espina! ¡El CIMEQ! –el hombre gritó como si de pronto se hubiera encendido
la luz.
─¡Sí, qué gracioso... el CIMEQ!
¿Tú crees que nos van a atender allí? Ese hospital es para el comité central y
el buró político...
─¡No! ¡Tienen que atendernos! Es
una emergencia… está lejos… pero caminando podemos ir.
Cortaron camino por el callejón
de Jaimanitas, con sus casas agolpadas junto al río y su triste hacinamiento y salieron
al campo bordeando el perímetro de la casa de Fidel hasta que entraron en las
instalaciones del hospital CIMEQ. Un guardia los detuvo en la garita.
─¡Se tragó una espina! ─le dijo
el hombre con apremio y el guardia subió la barrera.
A esa hora de la noche el cuerpo
de guardia del CIMEQ estaba vacío. Los atendió un médico estudiante aburrido con
su trabajo nocturno. Jugaba al solitario en la computadora, se apartó de la
máquina cuando vio a la pareja.
─A ver… ¿qué le pasa?
─Doctor, ella se tragó una
espina.
─¿Cuándo ocurrió?
─Al mediodía.
Le observó la garganta. ─No se
ve nada ─dijo.
─¡Pero está ahí! ─dijo ella con
dificultad.
─Tal vez lo que sientas es el
reflejo...
─¡Nada de eso! ¡Está ahí!
─Yo le dije que comiera pan
duro. Es un remedio de viejos...
─En estos casos no se recomienda
comer nada que la pueda hundir. Aquí, ahora, no hay especialistas. Voy a
remitirla para el hospital Calixto García. Es el único de La Habana que tiene otorrino
de guardia.
─Doctor… eso está en Centro
Habana... y no tenemos ni un peso para la guagua...
─No se preocupen. La ambulancia del
hospital los llevará. La vuelta la ponen ustedes.
─Bien. Lo importante es sacarle la
espina.
─Esperen allá afuera. La
ambulancia salió con un caso. En cuanto llegue les aviso. ¿Qué le pasó en el
brazo?
─Una mordida de perro.
─A ver... ─el médico apretó con
fuerza. Acercó la nariz. Frunció el ceño. ─¿Es diabético?
─No… que yo sepa.
–Deben observar al perro. Al
menor síntoma de fiebre o mareos corra al hospital... ¿Y en la cara?
─Me sacaron dos muelas.
─También hay infección. Va a
afectarle el ojo y el oído. Debe tomar antibióticos y hacer reposo. Cuidado con
la luna ─habló mecánicamente. Continuó jugando al solitario.
Salieron a un recibidor con
bancos de cemento y jardineras con plantas marchitas. Se acostó en el banco con
el brazo mordido puesto a salvo y el lado hinchado de la cara hacia arriba. La
mujer daba paseítos desesperados, tragaba con dificultad elevada en puntillas.
A las once y veinte tuvo náuseas
y vomitó en las jardineras. Luego repitió los vómitos a las doce y a la una. A
las dos preguntó:
─¿Dónde está la ambulancia?
─No sé... voy a pregúntale al
doctor…
Tocó en la puerta de la consulta
y entró. El médico continuaba en la computadora. Las hileras de cartas se veían
en ángulo difuso.
─Doctor... ¿Y la ambulancia...?
─No ha llegado todavía. Esperen
allá afuera. Les aviso.
Volvió al recibidor.
─Dice que cuando llegue nos
avisa.
─¿Cuándo llegue de dónde? ¿De
Venezuela...? ¿De Bolivia? ¡Vámonos de aquí…!
─¿Y la espina?
─Mañana, si aún estoy viva,
buscamos un hospital. Porque aquí me voy a morir.
Regresaron otra vez por el
callejón. Cada vez que ladraba un perro su brazo se estremecía. Miró la luna en
cuarto creciente como la mordida y escondió el brazo de su luz. Llegaron a la
casa. Se derrumbó en la cama. La mujer regresó a los paseítos.
─Descansa… ─le dijo.
─No puedo. Mientras tengas esa
espina ahí, es como si la tuviera yo mismo.
Al amanecer pudo dormir y cuando
despertó la protuberancia de la cara era tan grande que ya un ojo no le abría. El
brazo de un tono escarlata hasta el codo, estaba teñido de negro amarillo en
las riberas de la mordida. Le dolía de un modo terrible. La mujer estaba lista
para ir a sacarse la espina, aunque fuera al fin del mundo.
Llegaron a la parada de la
guagua. Un inspector de transporte se ablandó con la historia de la espina y los
montó en un microbús que iba para el ¡hospital Militar! ¡Vaya suerte! Al poco
rato entraban al Cuerpo de Guardia, un custodio le indicó la consulta de
otorrino, al final del pasillo.
El olor a hospital, sangre y medicinas
se mezclaba en el pasillo con el perfume de las enfermeras. Vio letreros señalando
neurología… psiquiatría… cuidados intensivos… pasaban camillas con pacientes
baldados por la vida… gente con radiografías que acuñaban derrotas personales y
angustias… iba un hombre con un brazo trunco, ciego de un ojo y un oído
inservible, golpeado por la vida y sin dinero siquiera para ir en ómnibus a
sacar una espina... vagando sin rumbo... sin perspectivas... Llegaron a la
consulta. Los atendió un especialista, mientras anotaba los datos de la mujer comentó
que tal vez le quedaba el reflejo… porque nadie sobrevive a una espina
atravesada en la garganta desde ayer al mediodía.
─¡Todos dicen lo mismo… pero...
está aquí! ¡La siento aquí!
─¿Qué tipo de pescado era?
–preguntó el doctor sacando unos guantes.
Le apenó confesar que era un carajuelo, cambiado a Chichi por un CD
de música.
─Emperador.
─¡Ah! ─. Se colocó en la frente
un aro con un bombillo y se acercó a la mujer con una pinza. Le pidió que
abriera la boca.
─Abra más... más...
.Jaló la lengua y la mujer
protestó.
─¡Haga un esfuerzo! ─. Intentó
introducir la pinza y ella hizo una arqueada, casi vomita.
El otorrino fue a una vitrina.
Extrajo un pomo y le roció anestesia en la garganta. La mujer tragó varias
veces y se alivió. Abrió la boca y la pinza desapareció dentro y cuando salió
apresaba en su punta una espina, larga y dura, que relució a la luz del
bombillo.
La mujer habló con facilidad.
─¡Vieron, que estaba ahí!
─¡No me explico cómo ha podido usted
sobrevivir a esto! –el otorrino observó un momento la espina en la luz y luego la
tiró en el cesto de basura.
Dieron las gracias al médico y
salieron del hospital. Regresaron a Jaimanitas cogiendo botellas en los
semáforos. Una hora después entraban a la casa.
─Tengo hambre otra vez… y no hay
absolutamente nada de comer…
─¿Qué…? ─. Ya no escuchaba de un
oído. Su cara era un melón y un extraño fogaje la carcomía. Repasó la
calamitosa sucesión de eventos que pusieron a prueba sus límites. Su
insolvencia infinita… los caminos sin salidas… dos muelas… la mordida… la
espina… No supo cuando se durmió… ni por cuánto tiempo… con mucha dificultad consiguió
abrir un ojo y vio a la mujer, que le dijo:
─Voy al policlínico. Los mareos
y los vómitos no se me quitan.
Quedó solo. Intentó levantarse
pero no pudo. El dolor de la cara y del brazo se unió al dolor de la falta total
de futuro. Reunió todas las fuerzas que pudo, se agarró a la barra de la cama y
cuando fue a erguirse, otra muela comenzó a dolerle en otro sitio.
─¡Cómo…! ¿Esto no va a acabar
nunca? ¿Qué viene ahora? ¿Otra muela? ¿Otra mordida? ¿Otra espina?
Entonces llegó la mujer, feliz,
inmensamente feliz, y como si no importaran la comida, el dinero, las muelas,
las mordidas y las espinas dijo sonriendo:
─¡Estoy embarazada!
Y entró al cuarto entonando una
canción de cuna.
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
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