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TATICA

Adrian Vega Sánchez

 

El viento acariciaba mi adormecido rostro, puedo jurar que esa noche sonaba como un gemido o algo parecido, no sé, pero no era normal.

Me recosté al enorme árbol y comencé a recordar la apuesta hecha horas antes en presencia de los muchachos. Ellos apostaban cinco pesos a que yo no me quedaba en la Ceiba hasta las doce de la noche, y yo, haciéndome el valiente delante de Tatica (La niña más linda de aquellos alrededores) ignoré todas aquellas historias de apariciones y acepté el reto.

 

Era una noche lúgubre y mi piel sufría las consecuencias de un frente frío.

Estoy seguro que los muchachos pensaron que mi valentía provenía de los cinco pesos apostados, pero yo sabía que todo lo había hecho por Tatica, pues yo la quería mucho, y noche tras noche soñaba con que fuese mi novia.

Miré mi reloj para saber si era tiempo de marcharme, mis párpados no resistían más, pero ¡qué va!, eran las once y cuarto, y yo estaba loco por volver a casa, no por tener miedo, si no porque hacía mucho frío y quería dormir.

Resolví esperar hasta las doce para no quedar como un cobarde ante Tatica.

Observé la oscura sabana para distraer mis ojos del sueño y noté un repentino cambio en el ambiente. La brisa había dejado de sonar y una misteriosa neblina envolvía los alrededores.

Unos gritos se escucharon y me asusté. Miré la hora, faltaban cinco minutos para la medianoche. Seguidamente escuché unos pasos aplastando la hierba seca. Se acercaban muy apresurados hacia mí, sentí mucho miedo y reparé en que yo no pintaba nada en ese lugar -Al diablo Tatita y los cinco pesos- pensé. Quise correr y descubrí que estaba rodeado de neblina y no podía ver las luces del caserío.

Observé la hora por segunda vez y los pasos se detuvieron, era media noche, quise morirme, pues ese horroroso instante duró unos cinco segundos y me sentí perdido como nunca me he vuelto a sentir.

Todo parecía congelado, la hierba, las hojas de la Ceiba, el mismísimo tiempo.

Y fue cuando sentí la respiración de alguien cuyas frías manos taparon mis ojos a la vez que preguntaba- ¿Adivina quién está aquí?

No obstante, apartando el terror que me inspiró aquella pregunta, noté un timbre familiar. Permanecí en silencio ya que mi voz se había esfumado misteriosamente, tal vez producto de mis nervios.

¿Adivina quién está aquí? - volvió a preguntar.

El terror me consumió hasta el punto de hacerme estallar y pronunciar no sé por qué motivo y con las fuerzas de mi alma – ¡Tatica, es Tatica!

- ¡Adivinaste! - respondió una flácida voz a la vez que retiraban las manos de mis ojos.

Me volteé y para mi sorpresa encontré a una hermosa niña de piel mestiza y cabellos castaños quien me observaba riéndose de mi asustado rostro.

Tatica, ¿Qué haces aquí? - pregunté conmocionado por tan hermosa aparición, y luego de una tenue pausa continué mi encuesta- ¿Acaso no te da miedo andar sola a estas horas de la noche? – pero ella solo sonreía mostrando sus inocentes ojos, y fue cuando me pidió que la abrazara pues tenía mucho frío. La abracé y era un témpano de hielo.

La pobre- me dije- seguramente había escapado de la casa ya que sus padres vivían peleándose sin tener en cuenta a la infeliz de su hija. Le pregunté si había pasado algo en el caserío buscándole una justificación a los gritos. Ella no me contestó. Su silencio me hizo comprender que eran sus padres los causantes.

 

En ese momento miré para el cielo y pude contemplar como la luna hacia su aparición tras una grisácea tela llena de ripios. Observé la hora y comprendí que era tiempo de regresar a casa. Nos sosteníamos de las manos cuando íbamos caminando a tientas guiados por un destello que supusimos era el bombillo de un poste, y este a su vez desapareció bajo el aumento de la neblina. Gracias a Dios no nos perdimos, pues no estaba dispuesto a esperar el amanecer fuera de casa.

 

Llegamos al caserío y Tatíca me soltó la mano, tenía que regresar a la Ceiba pues se le había quedado la cinta de pelo. No sé por qué se negó a que la acompañara, pero me dejó como un bobo viéndola desaparecer en la oscuridad.

En ese instante escuché los gritos nuevamente, y vi una multitud de campesinos en el centro del poblado. Sus rostros expresaban una catástrofe a la vez que contemplaban fríamente un incendio. La humilde choza incendiada no era una cualquiera, era nada más y nada menos que la casa de mi Tatíca. Corrí exaltado a donde estaba mi madre que también presenciaba la terrible desgracia. Según ella Tatíca se había encerrado junto a sus padres aprovechando que estos dormían, y desde dentro había incendiado la casa.

¡Es imposible! - le grité exaltado, lo que mi madre no sabía era que había dejado a Tatíca en la sabana y que estaba por venir. La esperé, para así demostrarle a mi madre que estaba en lo cierto. Las horas negras pasaron, y aparecieron los primeros rayos de sol. Comprendí que los gritos que había escuchado en la Ceiba eran los padres de Tatíca ante las quemaduras. Me los imaginé en una cama ardiendo con las pieles achicharradas suplicando por sus vidas, o por una muerte rápida. Y ante ellos, la hermosa niña de once años sonriendo y maldiciéndolos por haberla tratado como a una perra a lo largo de los años.

Recordé también las tantas veces que la había escuchado decir entre quejidos que iba a matar a sus padres, sentada en cualquier rincón del vecindario. Una lágrima rodó por mi mejilla, y cuando la intenté secar con mi camisa observé que eran las siete y cinco minutos de la mañana...

 

Desperté atolondrado, estaba recostado a la mata de Ceiba y al instante comprendí que solo había protagonizado uno de mis sueños, lo que quitó una gran espina de mi corazón.

¡Ah, que bobo soy! - susurré lleno de felicidad, y seguidamente escuché unos pasos aplastando la hierba seca, una respiración jadeante tras de mí, la escena se repetía, pero esta vez estaba conciente, no soñaba. Frías manos taparon mis ojos, y con la mente fragmentada por un horror indescriptible volví a escuchar aquella voz preguntar.

¿Adivina quien está aquí?

                                                          - Fin -

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