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Perro Negro

Original

De

Edy Báez

 

 

                                      La Gran Cartuja, Isera, Saboya, 25 de Julio de 1961

                                     Año de nuestro Señor Jesucristo.

 

A mis hijos y nietos, que la paz de Dios esté con ustedes:

Esa noche fue la primera y única vez que le vi y ruego a Dios que ningún ser viviente sufra mi experiencia de entonces, anterior a ello, solo había escuchado los cuentos de boca de mis vecinos en aquellas ocasiones en que se reunían por las noches en casa del compadre Juanito Morales a tomar café y jugar dominó. Desde niño aquellos cuentos me robaban el sueño, pero la verdad es que me fascinaban por lo que estas veladas se convirtieron en mis favoritas.

Recuerdo que se contaba entre otras cosas que perteneció, este terrible Can, a un rico ganadero de la zona, el cual, fue ajusticiado por órdenes directas del coronel Juan Delgado, ya que había delatado ante el ejército español posiciones estratégicas de las huestes libertadoras al mando del mismísimo Gómez, se contaba además, que el animal, cuando vio que su amo se retorcía en la soga, la cual pendía de una Guácima, tratando de buscar inútilmente un apoyo para sus pies, se lanzó con furia sobre los martirizadores pero fue aniquilado con un certero tiro de fusil, desde entonces, su ánima vaga por la tierra sin descanso ,buscando justicia para su amo , otros cuentan que el amo le envía desde el mismísimo infierno para vengarse de los vivos por su vida tronchada y cuando alguien ve al terrible animal algo malo le ocurre a él o a los suyos.

Esa noche del 30 de diciembre de 1903 me dirigía en mi yegüita baya con rumbo a nuestro sitio de La trinidad, en las proximidades de un lugar conocido por los vecinos como Peña pobre en nuestro Bejucal; solo Dios sabe cuánto extraño nuestro pueblo, sus lomas y su verdor, sus buenos vecinos, muchos de aquellos que conocí deben de haber muerto; pues bien, esa noche venía de visitar a mi noviecita Rosa de las Mercedes, una exquisita joven de gran candor y muy virtuosa; no sé qué habrá sido de su vida, en mis momentos de soledad y tristeza cuando me encuentro recogido en mi celda de descanso, comparto su fresca y encantadora imagen con mis oraciones al señor,  discúlpenme amados míos si en ocasiones me aparto de mi relato arrastrado por la melancolía, es que siento gran necesidad de ello, pero trataré de continuar sin oblicuidades,

Marchaba yo alegremente por el camino vecinal con mi yegua, entonando, recuerdo, alguna que otra alegre décima, la luna esa noche estaba redonda como nunca y su brillante luz hacía que el camino se viera como si fuera el día. De pronto, nada minúscula fue mi sorpresa cuando mi yegua se detuvo bruscamente y no avanzaba ni fustigada por las correas de cuero ni por las espuelas, simplemente estaba como clavada en el piso, a mucha insistencia mía lo que logré es que retrocediera, de pronto, levanto mi mirada y le veo delante de mí a una distancia como de veinte metros  y echado sobre sus patas traseras en una enorme laja a la orilla del camino, era un gigantesco perro, negro como la noche, con unos ojos fulgurantes como fuego, todo el entorno cobró un pesado y nauseabundo olor a azufre, la terrible visión duró unos eternos cinco minutos, de pronto el infernal animal desapareció frente a mis ojos en un parpadear de estos.

Poco a poco mi cabalgadura comenzó a tranquilizarse como si sus agudos sentidos ya no percibieran el peligro, aproveché el momento y fustigando al pobre animal salimos a reventar caballo por todo el camino en dirección a la casa. Durante toda la madrugada padecí calenturas que su abuela, mi madre, a duras penas controló con compresas de agua del tiempo, casi cerca del amanecer pude conciliar el sueño, dormí hasta entrada la mañana cuando unos terribles alaridos de mujeres me despertaron, mis hermanos me apremiaban y cuando terminé de despabilarme me percaté que los gritos eran de mamá y de mis hermanas. Me puse el pantalón y salí corriendo detrás de mi hermanito menor Joseito, al que ustedes llaman Cheo; por favor transmítanle mis recuerdos, díganle que le llevo en mi corazón, que todos los días pido a Dios por él y su familia;  recuerdo que corrimos como locos y llegamos al platanar de donde provenían los gritos.

El cuadro que  allí me encontré ni los implacables años lo han podido borrar de mi mente, mi madre y mis hermanas gritaban y lloraban desconsoladamente mientras en vano trataban de picar la soga de la cual pendía por el cuello mi hermanita Carmita y que se encontraba amarrada a un guayabo en el centro del platanar. En ese preciso momento llegó mi padre corriendo y de un tajo de su machete cortó la soga, trataron de reanimarla pero ya era muy tarde; de este modo puso fin a sus días la infeliz, solo contaba catorce añitos, le recuerdo, era tan linda y alegre,  pero se enamoró la pobre de un muchacho de Quivicán, cuando este fue a pedir su mano, nuestro padre le dijo que no podía autorizar el noviazgo porque Carmita y él eran hermanos, aquella noticia fue un golpe terrible para todos pero sobre todo para Carmita que desde hacía mucho tiempo estaba enamorada del mozo.

Con el tiempo me fui de casa y me puse a trabajar como jornalero en la Habana,  allí comencé a conspirar contra el general Menocal, hasta que me apresaron, el padre de una gran amiga que me apreciaba mucho y el cual era un empresario español muy respetado, logró, por medio de sus relaciones que me indultaran, a la semana salía para Europa en el vapor Zaragoza, imagínense ustedes este guajiro en Madrid, la cosa en la península se me puso mala y decidí pasar a Francia. En Andorra la Vieja conocí de Cristo por mediación del monje cartujo Fray Martín Geoffrey y Arthaud, escribano y archivista del monasterio de La gran Cartuja en los Alpes franceses a cuyo claustro me incorporé para buscar de la paz del señor.

Solo Dios sabe cómo extraño mi patria, con qué tristeza y amor la lloro en las noches, he conocido, amados míos, lugares bellos, paisajes embriagadores por su majestuosidad. El paisaje alpino es tan atractivo y deslumbrante, sobre todo esta sección de los Alpes franceses a la que denominan Isera, en la hermosa cuenca del Ródano, la cuales un fragmento del antiguo ducado italiano de Saboya, pero como los campos de nuestra Cuba, ninguno. Qué deseos tengo de ver una palma real, una Ceiba, tomar café con mis paisanos o jugar dominó… oh, ese mar azul, su blanca arena, su sol alegre y abrazador, ¿saben?, me acuerdo de una playita algo distante de la Habana a la que mis amigos y yo nos retirábamos los domingos, íbamos en coches a caballo, nos gustaba por su discreción, solo algunas casitas de pescadores entre sus frondosos pinares, allí, nos bañábamos desnudos todos, hombres y mujeres, sin ninguna malicia, era una manera de romper con esas rancias costumbres burguesas tan axficsiantes, si mi memoria no me traiciona creo que al lugar le llamaban Guanabo.

Me he enterado casi de manera milagrosa por comentarios que he logrado sacarle a algún visitante que llega de casualidad a nuestro remoto monasterio, que en nuestra isla soplan vientos de cambios, que después de la larga guerra civil que supe hubo durante largo tiempo,  hoy hay un gobierno que se ocupa del pueblo… solo pido a Dios, sea para bien de todos. Desde hace mucho tiempo dejé de confiar en los hombres aunque siempre la humanidad tendrá mis oraciones. Os pido hijos míos que no pongan su confianza en los hombres. Yo por mi parte, ya estoy viejo, le pido al altísimo me permita besar mi tierra por última vez y conocerles a ustedes antes de partir de este plano material, por lo pronto, les dejo en la paz y el amor de nuestro buen Dios y recuérdense de abstenerse de andar de noche por nuestros campos en las horas tenebrosas en que el mal acecha. Que el altísimo les bendiga.  Bendiciones y besos a todos.

Les ama su abuelito

Manuel Rodríguez.

                                            

                                                      Fin   

 

 

 

 

 

  

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