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El caballero de Dios

Carlos Trujillo Ángeles

 

Jean era un joven campesino que quería ser caballero, pero como era plebeyo no tenía los medios para hacerlo, así que fue al anciano herrero del pueblo a pedirle consejo:

—Señor herrero, me gustaría ser caballero, pero no puedo porque soy pobre, apenas soy un campesino.

—No te preocupes, joven amigo, yo te enseñaré a ser caballero.

—¿Y cómo es eso posible si usted no es caballero? —le preguntó.

—No seré caballero, pero yo le hago las armas a ellos. Ven conmigo y sé mi aprendiz.

Entonces se hizo discípulo del herrero y éste le enseñó a forjar armas. Pasaron varios meses y un día Jean le dijo:

—Vengo trabajando para usted buen tiempo y aún no me ha enseñado a ser caballero, señor herrero.

Entonces el anciano le dijo:

—¿Acaso no has aprendido nada todo este tiempo?

—No. Sólo aprendí a martillar armas y a forjar el acero.

—¿Y eso no te dice nada, Jean? — le preguntó el anciano con interés.

—No, nada.

—Pues déjame decirte que así como a las personas comunes como a los caballeros la vida los golpea y los martilla como si fueran las armas que forjamos, para que así se forje su carácter.

—Vaya. No lo había visto así, señor herrero. Me parece muy interesante, pero ¿qué tiene que ver eso con que me haga caballero?

—Pues primero debes forjar tu carácter para ser caballero- le dijo el sabio anciano.

—Me parece muy bien- dijo Jean satisfecho.

Entonces continuaron forjando armas por buen tiempo.

Pasaron los años y Jean de lo que era un adolescente se hizo un joven muy fuerte tanto como herrero como persona. Entonces Jean un día le volvió a preguntar al herrero:

—Ya ha pasado buen tiempo, ya quiero ser caballero, señor herrero.

—Está bien- dijo el anciano-. Ahora dime: ¿cuál es la mejor arma de todas?

—Pues la espada de dos filos- dijo Jean al instante.

—Te equivocas, mi joven amigo.

—¿Entonces cuál es? —preguntó Jean incómodo.

—La mente- dijo el anciano sereno.

—¿La mente? —preguntó Jean confundido—.¿Entonces por qué forjamos armas?

—Pues así como se forjan las armas para la guerra, también se debe forjar la mente para la guerra de la vida.

—¿La vida es una guerra?

—Pues sí, La vida es una guerra donde no combatimos con armas, pero sí con la mente y con ella resolvemos todos los problemas que se presenten en ésta.

—No lo sabía. Muy interesante, señor herrero. Quiero que me enseñe más.

—Todo a su tiempo, mi joven discípulo. Ahora continuemos trabajando.

Y continuaron trabajando buen tiempo. Pasado varios meses Jean le volvió a preguntar:

—¿Y ahora ya me puede enseñar a ser caballero?

—Está bien, joven amigo. Sólo quiero que me respondas esto. ¿Por qué se lucha en la vida?

—¿Luchar en la vida? ¿Acaso no se lucha en la guerra?-, preguntó Jean sorprendido.

—Dije en la vida, porque en la guerra se lucha por poder, dinero y codicia- dijo el anciano.

—¿Es así en todas las guerras?

—Así es, mi joven amigo.

—Qué pena. Yo siempre creí que se luchaba por grandes ideales. ¿Acaso nuestras guerras no son en nombre de Dios?

—Nada más falso, mi joven amigo. Dios está en contra de todas las guerras. Dios es amor y no quiere que los hombres se maten, sino que se amen entre sí.

—¿Y cómo sabes eso? — preguntó Jean intrigado.

—Pues porque yo soy Dios- dijo el anciano-, entonces se cayeron sus sucias prendas, se irguió y se hizo todo luz.

—¿Tú eres Dios? —preguntó Jean sorprendido.

—Ayer, hoy y siempre. Y te doy la respuesta a la última pregunta que te hice. En esta vida se lucha por amor, tanto por amor a los tuyos, como por amor al prójimo. Yo lo hice todo por amor y amo mi creación. Y como dijo mi hijo Jesús: “Estos mandamientos os dejo: que amen a Dios sobre todas las cosas y que amen a su prójimo a como a sí mismos”.

Entonces el anciano hecho luz se desvaneció y Jean, tras reponerse de su asombro, dejó su pueblo y fue a predicar las buenas nuevas de Dios a todo el mundo. Se hizo un caballero de Dios.

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