Tributum
Anisley Miraz Lladosa
Y yo quise quedarme aquí.
Soñando.
Muriendo.
GUILLERMO VIDAL
a los que
encontraron su aurum verdadero;
a Guillermo
Vidal, por el empuje y el buen albedrío;
para Rancel
Pérez, el primero en leerme, en liberarme…
Antes dormía
plácidamente sabiéndose amada. Los brazos de Fenris la hacían abandonarse de sí
misma, sentirse firme y como sostenida por un maderamen de metales nobles. El
olor de las llamas dominando el aurum
era convicción de que Fenris estaba allí; un olor intenso, áspero, mezcla de
cianuro con oxidación, todo cuanto Nerea necesitaba para eternizar la impronta
de aquellos brazos.
En el crisol se
fraguaban aleaciones que prometían no solo una holgura económica, sino el deseo
de amor que ella hubiese querido retener.
Sin embargo,
los sueños perdieron su lustre y dormir dejó de ser placentero.
Era una mujer
como muchas. Acaso antes soñara con más glorias que penas y tenía un trabajo,
un techo, un pez que a veces olvidaba alimentar. Seguía adorando las filigranas de oro y
plata, las piedras preciosas, sin identificarse como cazadora de fortunas. No
se había enamorado de Fenris por su oficio; las joyas eran importantes para
ella porque lo eran para Fenris y todo lo que tenía que ver con su hombre
hermoso y temerario encontraba en Nerea igualdad corpus-specullum, valor único y exponencial, orden de la verdadera
significación.
La orfebrería
les había dado una casa grande donde hijos y mascotas podrían corretear a su
antojo, una envidiable área para jardín, una consecuente felicidad.
Pero pulir
diamantes atrajo a otras mujeres y se volvieron cada vez más frecuentes los
simulados viajes de negocio, y por culpa de acequias invisibles comenzaron a tambalearse
los cimientos del pretendido hogar. Antes de lo imaginado la pasión se despeñó,
acabó todo. Así que finalmente la joven pareja vendió el inmueble y cada quien,
armado por pedazos y de la mejor manera que pudo, retomó su camino.
Nerea tuvo
amantes. Algunos cruzaron el umbral, la línea imaginaria, la habitación vedada;
otros jamás llegaron a conocer el dormitorio donde una tristeza que no acababa
era el único edredón para cubrirse.
Uno de estos
fue Toño. Era un chico raro, abstraído, demasiado joven para ella y a veces
demasiado violento. Con la compañía de Nerea había intentado rellenar sus
propios abismos, pero ella nunca lo adentró en su tabernáculo y como hembra no
llegó a darle más que un coito eventual sobre el sofá mirando los noticiarios,
una conversación esporádica aderezada con algo de whiskey mientras le prometía
que las cosas podrían mejorar.
Nada mejoró y
Toño no pudo ser un amante paciente. Una noche la golpeó y luego la obligó a
tener sexo mirando los fragmentos de una fotografía de Fenris que acababa de
romper. Después le dijo que Fenris en la mitología era un lobo montruoso, padre
de los lobos Sköl y Hati, profetizado para matar a Odín.
Era un señal de
que algo no podría estar bien en lo adelante. Esa noche además le aseguró que
en un abrir y cerrar de ojos, así como un chasquido de dedos, todo podría
volverse muy oscuro... Nerea no creía, no vislumbraba la sinceridad y la rabia
tras aquellas palabras, y volvía a enmarañarse en relaciones sin paralelismo corpus-specullum, sin valor único y
exponencial, sin orden de la verdadera significación, y mucho menos, porvenir.
Toño regresaba a su mundo, pero era un alejamiento momentáneo, solo para dar de
comer a su ego.
Aquella noche
ningún amante vino y Nerea soñó después de mucho tiempo.
Las
impresionantes maniobras del sueño habían ocurrido de un modo natural.
Podía ver claramente: un grupo de
arqueólogos, entre los que le pareció reconocer alguna que otra cara, realizaba
cierta excavación.
No tardaron
mucho los expertos; en sueños todo suele ser rápido a no ser que se trate de
esas pesadillas en las que se intenta correr y no se logra el más mínimo
movimiento.
El hallazgo
arqueológico resultó ser un hombre y una mujer, desnudos los dos y
exageradamente limpios para estar bajo tierra. Ella y su añorado Fenris en
aquellos parajes desconocidos, sepultados como quienes emprendieron el viaje
irreversible sin haber muerto nunca y sin sentir ni un poco de opresión a causa
de las alimañas del sustrato y por tantas capas de corpúsculos, piedras y
légamo sobre ellos.
Lo más
impresionante de todo fue que los
científicos también sacaron
a la superficie y a la luz el famoso tesoro de Aliseda, un valiosísimo ajuar funerario del 625 a.C.
Ella y Fenris, reencarnación de una pareja fenicia
aristocrática enterrada cientos de años atrás (según la historia)… una pareja
descubierta justo en el tiempo que puede durar un sueño. Vivos y refulgentes como las hermosas piezas de oro tartésico.
Ella y Fenris, juntos…
Despertó de
madrugada y prendió la lamparilla junto a su cabecera.
Allí,
desafiados los límites de lo verosímil, vio algo que la estremeció: un
brazalete constituido por una gruesa lámina de oro con dos series de espirales
partiendo del centro hacia direcciones opuestas. Lo tocó; no sucedió nada. Se lo
llevó a la altura de los ojos para observarlo detenidamente y el brazalete
siguió ahí, real, corpóreo. Era hermoso, los remates finales de los extremos
tenían forma de palmetas decoradas con flores de loto.
Aturdida,
intentó bajarse de la cama. Su pie aplastó un objeto. Se trataba esta vez de
una diadema compuesta por doble hilera de rosetas y turquesas.
No le quedaba
duda alguna: aquellas maravillas eran parte del tesoro que había logrado ver en
su estado de reposo uniforme y con el subconsciente en vilo.
Miró un poco
más allá. Desperdigadas por el suelo estaban las restantes piezas, todas de oro
puro: cuencos con escrituras jeroglíficas, el cinturón de pequeñas placas que
representaban a un dios y a un león luchando a muerte, el collar de once colgantes fusiformes, dos estuches porta-amuletos rematados en una
cabeza de halcón y en una cabeza de serpiente que tenían algo parecido a
escamas representadas con gránulos, además de diversos pendientes, sellos
giratorios y tres anillos de rubíes y circonitas blancas.
Comenzó a
apilar las piezas sobre la cama. Las ordenó, desordenó y ordenó nuevamente.
Luego fue a la cocina para intentar hacer tiempo y se sirvió agua; necesitaba
asegurarse de que todo era real. La madrugada se dejaba ver a través del cristal
de la ventana, camuflada y misteriosa por los movimientos de la cortina azul.
Su casa era segura; sin embargo, no pudo evitar sentir miedo.
Al volver a la
habitación, el tesoro de Aliseda seguía allí, fulgurando sobre las sábanas.
Mientras
intentaba encontrar una razón lógica escuchó ruidos. Y decidió telefonear a
Fenris.
-
Lo juro por ese
hijo que perdimos… Soñé con el tesoro de Aliseda, ¡y estaba cuando desperté!
-
¿Sabes a qué
hora me has llamado?
-
Lo siento.
Necesito que vengas.
-
El tesoro de
Aliseda… Vamos, Nerea… ¿Has dejado de tomar tu medicamento?
-
No, Fenris, es
verdad. Solo puedo confiar en ti.
-
Cualquiera de
tus enamorados noctámbulos estará encantado de auxiliarte.
-
Ven y no digas
nada más. Siento ruidos…
-
Basta, Nerea.
-
Por nuestro
hijo… Tú y yo en el sueño… Éramos una pareja que no estaba muerta, una pareja
que se amaba, ¡una pareja con un tesoro! Y aquí está. ¿Sabes cuánto podemos
hacer con esas piezas? Apresúrate, Fenris. Hay ruidos…
Fenris colgó el
teléfono pero no supo exactamente en qué momento.
A pesar de su
incredulidad, movido por no sabía exactamente qué impulsos, desafió a la
madrugada. La distancia fue una línea corta, corta como nunca, entre aquellos
dos puntos del espacio euclídeo: la-casa-de-Fenris / la-casa-de-Nerea; fue
longitud de segmento recto que el eco de un supuesto grito a través del
auricular, apagándose o queriendo escapar de aquellas paredes, hizo más breve.
Pero no había
certeza de nada, ni siquiera de haberse dejado oír un grito así.
Cuando Fenris
llegó al vecindario vio salir de la casa a un sujeto que usaba gorra. Ni
siquiera se tropezaron; el tipo parecía tener mucha prisa.
No hubo
sospecha en esas trizas de tiempo; simplemente Toño presumió que se trataba de
una de las recientes conquistas de Nerea. Una de tantas.
Y dudó en
acercarse.
La puerta
estaba tímidamente abierta. Una débil luminiscencia salía afuera, hacia las
tinieblas.
Finalmente se
decidió y atravesó los espacios vacíos, los invisibles despeñaderos, la
habitación vedada, y violó el santuario de Nerea. Un grito se escapó de su
garganta. Ahora sí se oía un grito; pudo escucharlo de verdad. Era una aleación
de dolor y pánico.
Nerea yacía en
la cama, inmóvil, tibia aún, con evidentes rúbricas de asfixia.
Naturalmente,
Fenris ignoraba cuáles habían sido las últimas imágenes que ella logró retener
dentro de su cabeza, esas que de seguro atravesaron su retina veloces como
cuando se le metía por la nariz aquel ansiado olor de la faena de su hombre en
la casa de antes: olor a fuego y a metales, a soplete y a soldaduras blandas.
Nunca sabría
con exactitud qué alineación diera su ex mujer a las dichosas joyas fenicias. O
si lo del tesoro había sido sencillamente otro desvarío.
Solo podía ver
un caos de polvo rojizo al que ella se abrazaba como vano subterfugio.
Solo podía ver
la pila de tierra que manchaba las sábanas bajo el cuerpo muerto.
Excelente texto!!!
ResponderEliminarGracias hermano!!!!
EliminarUn honor...
Excelente, como todos sus textos
EliminarInteresante... Hacen falta cuentos así...
ResponderEliminarEsté cuento me súper gusto, realmente veo a está jovén con grandes perspectivas.La felicito!
ResponderEliminarMe gustó mucho la historia... Es triste pero tiene muchas lecturas. Un cuento excelente. Felicidades!!!
ResponderEliminarGenialllll!!!!!!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarExcelente cuento!!!! No dejas de sorprendernos a todos con tu creación.... Gracias por la dedicatoria.... Un beso grande...
ResponderEliminarEs cierto,es una joven con tremendos dotes de creatividad
EliminarMe encantó!!!
Excelente trabajo Ani!!
ResponderEliminarMuy buen final!!!!!!
ResponderEliminarPolémico y con posibilidad de imaginarse un monton de cosas!!!
Muy bueno Any ,me gustó mucho, cuantos sueños y cuantos tesoros perdidos!!! Nostalgia...
ResponderEliminarMe encantantó Anísley Miraz. Realmente hay mucho talento en ti.
ResponderEliminarSólo en el delirio atisbamos un retazo de la realidad.
ResponderEliminarEn tres palabras: mar-avi-lloso!
Gracias... Muy feliz por tu comentario!!!
EliminarMe impresionó mucho tu cuento Anisley,anunciando un gran mensaje todo es vanidad,las joyas,piedras preciosas de fuertes enlaces,se desvanecen al final de la vida,y todo vuelve a ser tierra,del polvo salimos y al polvo vamos.Espectacular,me encantó
ResponderEliminarTe felicito Anisley has construido un cuento con elementos usando lo material y dabfo un mensaje,que la ostenracion de piedras preciosas,y metales preciosos,no compiten jamas con el gozo espiritual,todo es vanidad,al final nunca nos llevaremos nada.Esplendoroso tu cuento merece estimulacion, por los que saben comprender.
ResponderEliminarFelicidades a mi ahijada por tanto talento y creatividad. Estoy muy orgullosa de ti. Que sigas teniendo mucho éxito!!!
ResponderEliminarSimplemente magistral, gozas de una creatividad extraordinaria.
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