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La Gran Torre

Por Alfredo Porras Curiel

 

Más allá de toda tierra conocida,

más allá de lo que cualquier viajero recorrería en su vida,

más allá del tiempo y su infinidad,

inclusive más allá de cualquier realidad,

erguida imponente, la Gran Torre se conservaba majestuosa

y su única habitante era una criatura hermosa.

 

No se sabe cómo llegó ahí ni de dónde surgió,

pero la Gran Torre gustosa la acogió.

Era pura y celestial, su inocencia no se desvanecía;

siempre joven, jamás envejecía.

No había ser alguno como ella,

resplandeciente como una estrella;

no se le distinguían facciones ni expresiones,

pero en su cuerpo brillaban todos los colores.

 

La Gran Torre albergaba salones inmensos, cada uno con inigualable decoración;

los libros nunca escaseaban, acompañaban a la pequeña en toda ocasión;

la comida era vasta, de todos los aromas y sabores;

el silencio era ignoto, las armonías inundaban las habitaciones.

La Gran Torre también estaba repleta de objetos ostentosos:

oro, joyas y diamantes, un paraíso para los más codiciosos.

No obstante, a la pequeña Iris estas riquezas poco le importaban,

había otras maravillas que siempre la hechizaban.

 

Desgraciadamente, a Iris la acechaba una extraña condición,

llena de contrastes, imposible declararla como bendición o maldición.

Sus emociones la acosaban perpetuamente con violencia,

todas y cada una de ellas, esto era parte de su esencia.

Sorpresa, miedo y tristeza,

asco, ira y felicidad,

siempre reaccionaba con una profunda sensibilidad.

 

Algunos alimentos la tentaban a comer sin parar,

otros la obligaban a vomitar;

algunas melodías le provocaban bailar sin cesar,

otras le aterraban y la hacían llorar;

algunos días estaban llenos de dolor y frustración,

pero también había días llenos de amor y pasión.

 

Así era su vida, vivía con gran intensidad,

vivía demasiado, vivía de verdad.

No obstante, con el tiempo creció en ella una insaciable curiosidad.

Cada día le surgían más interrogantes y ocurrencias,

¿acaso estaría perdiéndose de otras magníficas experiencias?

Deseaba conocer el mundo, pero su naturaleza era incontrolable;

temía que afuera su experiencia fuera insoportable.

 

En un día oscuro y lluvioso,

con un viento frío y ruidoso,

Iris se refugiaba en su habitación, profundamente dormida,

hasta que recibió la mayor sorpresa de su vida:

alguien tocó la puerta.

Al instante, la pequeña despertó y se puso alerta.

Descendió temblorosamente y se acercó a la entrada,

abrió la puerta y se encontró con una mujer encapuchada.

“¡Dichosa seas criaturita! ¡Gracias por dejar entrar a esta vieja peregrina!”

Y sin recibir invitación, la anciana entró de manera repentina.

La pequeña no podía creerlo, sintió pavor y huyó a esconderse.

Intentó mantenerse firme, pero no pudo contenerse.

 

Iris permaneció oculta por muchas horas, sufriendo de ansiedad,

pero poco a poco fue mayor su curiosidad.

Al día siguiente, juntó valor y siguió los ruidos hasta su cocina;

ahí seguía la horrible anciana, engullendo una sardina.

“¿Dónde estabas, criaturita? No hay nada que temer.

¡No te quedes ahí parada! Siéntate y acompáñame a comer”.

La pequeña se acercó a la mesa, mostrándose nerviosa,

su inocencia no impedía que esta situación le pareciera sospechosa.

Sin embargo, eventualmente se sintió aliviada,

jamás en su vida había estado acompañada.

 

Los días fueron largos, pero la anciana fue perseverante

y finalmente Iris confió en su acompañante.

Al tercer día, ya no había inseguridad,

Iris incluso creyó que había encontrado una bonita amistad.

Los días siguientes los dedicaron a recorrer todos los salones;

mientras Iris fungía de guía, la anciana narraba sus expediciones:

“He viajado por todas partes, visitado hermosas regiones;

he atravesado montañas, bosques, ríos y cañones.

Allá afuera todo es precioso, hasta el más remoto de sus rincones;

allá afuera son interminables las experiencias y las emociones”.

La pequeña aumentaba su brillo con cada descripción,

resplandeció tanto que parecía inevitable su explosión.

 

Iris despertó en su cuarto. Se había desmayado.

Pero ya no estaba sola, la anciana se encontraba a su lado.

“¡Hola de nuevo, criaturita! Pensé que ya no ibas a despertar.

¿Qué fue lo que pasó? ¡Parecía que ibas a estallar!”

“Traté de controlarme -dijo Iris-, pero narraste cosas que jamás he experimentado.

La verdad es que nunca he salido de este edificio desolado”.

Iris le contó a su visitante sobre su extraña condición,

motivo por el cual había sufrido esa violenta reacción.

“Estás llena de sorpresas, criaturita. Debe ser horrible,

tan joven, luminosa y hermosa, mas no puedes ser libre”.

“No siempre es tan malo -dijo Iris-, pero a veces es insufrible.

Hay días en los que daría lo que fuera por ser libre”.

La anciana mostró una enorme sonrisa y comenzó a vociferar:

“¡No digas más, criaturita, que yo te podría ayudar!

Aunque, claro, tendrías que cooperar”.

 

Mágicamente apareció un pequeño cofre entre sus manos,

oscuro y oxidado, parecía desenterrado después de muchos años.

“Ambas queremos algo: tú quieres ser libre y poder viajar,

y yo estoy muy cansada de tanto andar, ya quiero descansar.

Así que yo podría acabar con tu malestar,

siempre y cuando permitas que me quede para siempre en este lugar”.

Iris no tenía nada que perder, al menos dejaría que lo intentara.

Aceptó su ayuda y accedió a que la visitante se quedara.

La anciana ordenó: “mete tus manos en el cofre mientras esté abierto.

Después, cierra los ojos y grita la palabra Reflecto”.

Iris obedeció y el hechizo surtió efecto.

El cofre absorbió los colores que siempre la habían cubierto;

todos se fueron, hasta dejarla irreconocible.

Se convirtió en una sombra, casi invisible.

“¿Qué fue lo que me hiciste?”

“Ya está hecho -dijo la anciana-. Ahora, cumple con lo que prometiste”.

Dicho esto, la bruja arrastró a Iris hasta la entrada

y la echó fuera de la torre, propinándole una patada.

 

Iris quedó muy debilitada, no se podía levantar,

y cuando finalmente lo consiguió, ya no podía brillar.

Su mente quedó totalmente despejada,

no sentía absolutamente nada,

se encontraba fuera de sí, en un completo trance.

Eventualmente, la Gran Torre quedó lejos de su alcance;

finalmente estaba afuera, en un escenario incapaz de imaginarse.

 

Vagó por todas partes, sin rumbo alguno;

paisajes sin conocer no quedó ninguno.

Fue testigo de escenarios sorprendentes:

selvas rebosantes de vida y desiertos inclementes;

noches tempestuosas y amaneceres iridiscentes.

Atravesó montañas brumosas, cruzó interminables puentes,

se adentró en caminos subterráneos y ríos con violentas corrientes.

Olfateó flores de todo tipo, probó alimentos que creía inexistentes,

escuchó la melodía de las aves y contempló los astros celestes.

Sintió la lluvia y la nieve, viajó bajo el Sol y la Luna;

descubrió incontables maravillas, pero también la sed y la hambruna.

El dolor la frecuentaba, pero emociones no sentía ninguna.

 

Por más que lo intentaba, Iris no sentía nada;

ni alegría ni tristeza, ni enojo ni sorpresa, Iris no sentía nada.

Solo se dedicaba a sobrevivir y resistir;

su realidad había cambiado, ya solo podía existir.

Viajó por todas partes, pero no encontró propósito ni motivación;

por más que existió, no experimentó ninguna emoción.

 

Con el tiempo descubrió que no estaba sola, criaturas como ella había miles.

Estaban por todas partes, sombras sin colores, casi invisibles.

Se dedicaban a sobrevivir y no hacían nada más;

actuaban por instinto, existían y nada más.

 

Después de vagar por casi cincuenta años

y sufrir de incontables daños,

Iris se encontró con una torre, más grande que cualquier montaña helada;

era inmensa y majestuosa, intacta e inmaculada.

La pequeña llegó exhausta y hambrienta,

buscó refugio y tocó la puerta corpulenta.

Nadie respondió.

Siguió tocando, pero nadie la atendió.

Cuando estuvo a punto de rendirse, la puerta finalmente se abrió.

 

“¿Qué pasa aquí? -preguntó la moradora- ¡Dejen de estar fastidiando!”

La anciana no dijo más, no podía creer lo que estaba presenciando.

Le resultó imposible mantenerse quieta.

“Tengo hambre -dijo la visitante- y estoy muy sedienta”.

Sin esperar ninguna invitación,

Iris entró sin mostrar inhibición.

 

La anciana se dirigió hacia la cocina y vio a Iris comiendo.

Talló sus ojos y resopló con miedo,

se negaba a creer lo que estaba sucediendo.

Cuando ya no quedaba nada de comida,

la anciana dio una forzada bienvenida:

“Bienvenida, criaturita -dijo con voz nerviosa-,

espero que mi comida te haya parecido deliciosa”.

“Seguramente lo fue -dijo Iris inexpresiva-. Estoy agradecida.

Fue noble de su parte recibir a alguien que jamás había visto en su vida”.

Estas palabras alentaron a la anciana y recuperó su prominencia.

Los recuerdos de Iris se habían ido junto con su refulgencia

sin embargo, no estaba del todo confiada.

El hechizo funcionó y su memoria seguía dañada,

mas no contaba con las artimañas de la casualidad;

temía que otra “coincidencia” llegara para castigar su atrocidad.

Una enfermiza paranoia le advertía de una venganza por consumarse.

Tenía que matarla, no podía arriesgarse.

 

La anciana fingió hospitalidad, dejó que Iris se quedara

y la llevó a la cama para que descansara.

El Sol ya se había escondido y se avecinaba una noche helada.

La anciana preparó té caliente y se lo llevó a la criaturita recostada.

Escondida en su bata, aguardaba impaciente una daga dorada.

“¡No hay nada como el té caliente antes de dormir!” -exclamó la anciana.

“Gracias -contestó Iris-, pero estoy cansada. Mejor en la mañana”.

“¡Perfecto! Entonces, espero que pronto puedas dormirte.

Cualquier cosa que necesites, criaturita, aquí estoy para servirte”.

La anciana comenzó a arrullarla con una dulce canción,

hasta que finalmente fue profunda su respiración.

Se aseguró de que estuviera completamente dormida

y decidió actuar, ansiosa, pero decidida.

 

Como consecuencia de su creciente anhelo,

la anciana tuvo un descuido y dejó caer la daga al suelo.

Recogió su arma y se posicionó sobre Iris de forma cautelosa,

empuñando la daga con su mano temblorosa.

Requirió de un minuto para fijar su objetivo

y concretó su primer ataque, con un movimiento agresivo.

Pero la puñalada no fue certera.

Iris forcejeó y logró extender su mano hacia la tetera,

arrojó la bebida caliente hacia el rostro de la anciana

y salió corriendo, encerrándose en la habitación más cercana.

 

La bruja estuvo mucho tiempo en el corredor,

golpeando la puerta y gritando de dolor.

A pesar de esto, Iris no sentía terror;

su escape fue obra de una reacción instintiva al dolor.

Su maniobra había sido eficiente,

pero esto no era suficiente.

Estaba debilitada, su cuerpo entorpecía y vacilaba con apuro.

Tropezó, pero una mesa la detuvo. En ella se encontraba un cofre oscuro.

Iris puso sus manos sobre aquel objeto

e inmediatamente sus recuerdos regresaron por completo:

recordó su vida en la Gran Torre, por mucho tiempo aislada,

recordó el momento en el que conoció a la vieja desquiciada

y finalmente recordó cuando su vida fue vilmente despojada.

No dudó en abrir el cofre, puso sus manos dentro,

cerró los ojos y gritó: “¡Reflecto!”

 

El cuarto se llenó de un brillo esplendoroso,

aparecieron tonalidades relucientes, creando un ambiente hermoso.

Iris tuvo un brillo que nunca había presenciado,

brilló hasta dejar el edificio completamente iluminado.

Todas sus emociones regresaron con un golpe rápido y violento.

Experimentó cada momento de su existencia, ninguno quedó exento.

Surgieron risas y chillidos,

también lágrimas y alaridos.

Iris estaba extasiada, completamente perdida,

ahora era omnisciente de cada momento de su vida.

 

De repente, la pequeña fue violentamente embestida.

Pudo ver a su enemiga sonriente, con la cara casi derretida.

La anciana rugió de rabia y clavó la daga sin sentirse arrepentida.

Con cada ataque, el brillo de Iris se fue apagando

y la intensidad de sus emociones también se fue atenuando,

pero nada podía apartarla de lo que estaba experimentando.

Vivió su vida entera aun cuando se aferraba agonizante;

padeció de incertidumbre y una pena constante,

pero también alcanzó un estado de catarsis y plenitud total.

Nada la detuvo hasta que se concretó el corte fatal.

Iris dio su último suspiro con una completa satisfacción,

la luz se extinguió y la oscuridad reinó en la habitación.

La anciana se quedó en el suelo, sumamente cansada.

Por fin sintió que su obra había sido completada.

 

Inesperadamente, del cuerpo de Iris salió un rayo disparado,

atravesó el techo y se escondió en el cielo nublado.

Se desató un diluvio y el entorno se inundó de luces de todos los colores,

se extendió por el mundo entero y afectó a cada uno de sus pobladores.

Las sombras desaparecieron, dejaron de existir;

ahora las criaturas resplandecían, podían vivir y sentir.

Las emociones florecieron por todas partes

y ya nada fue como antes.

 

El mundo comenzó a girar de una forma muy diferente.

Todo era un desconcierto, el caos era emergente,

pero al mismo tiempo, todo era más resplandeciente.

La realidad se tornó sumamente inestable;

donde antes no ocurría nada, ahora todo era incomparable.

La bruja se dio cuenta de esto y decidió mantenerse encerrada.

Vivió el resto de sus días enferma y aterrada,

buscando postergar su destino, huyendo de una condena profetizada.

 

Con el paso del tiempo, la Gran Torre captó la atención de todos

y la magnificencia de aquella construcción fulguró sus ojos.

El cúmulo de emociones no dejó a nadie indiferente

y en muchos de ellos nació un recelo inclemente.

A pesar de muchas oposiciones, la Gran Torre fue incendiada

y, aunque la anciana intentó escapar, murió aprisionada.

La Gran Torre cayó, pero muchas otras fortalezas emergieron;

cada una más grande que la otra, nunca se detuvieron.

 

En algunas partes las criaturas cantaban y bailaban,

en otras partes profanaban y asesinaban.

Así fue como nació el odio y la violencia,

pero también nació el amor y la vehemencia.

Así era el nuevo mundo, lleno de contrastes,

lleno de caídas y ascensos permanentes,

pero los colores ya nunca estuvieron ausentes.

La Gran Torre sucumbió ante la pasión y la obscenidad,

pero después de tantos años, Iris finalmente consiguió su libertad.

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