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La muda del pollo

Eteivi K. Breña

 

Inspirado en el cuento anónimo infantil "El gallo de boda".

 

Había una vez un pollito que se llamaba Amarillo y era de color rojo. Tenía una mamá gallina de nombre Lila que lucía por sus plumas de un brillante color naranja y un papá gallo con la cola azul intenso, al que conocían todos en la granja como Don Verdoso.

El pollito rojo tenía un hermano menor: Marrón, este se veía desde la cola hasta el pico de un gris oscuro. El menor de la familia era realmente horrible, su color daba la sensación de estar cubierto de polvo y telarañas. La fealdad que lo caracterizaba provocaba que sintiera envidia de su hermano y con el tiempo, se convirtió en el clásico animalito villano que vemos en las películas, especialista en conspiraciones y fechorías.

Al llegar la época de muda para Amarillo, en lugar de acentuar su color, comenzaron a salirle unas pequeñas plumillas tornasoles. Eran muy parecidas a las de los Pavos Reales, pero no tenían nada que ver con los colores de su familia. Como era de esperar, al ver la novedad, el hermano no perdió oportunidad para inventar historias y envenenar la mente de su hermano mayor:

- Buaajaja, pareces cabaretero con esos colorines. A ver si te pasa como a Patico Feo y resulta que ni siquiera eres pollo. Jajajajaa

El avergonzado animalito, no perdió tiempo y decidió aprovechar la celebración de la boda de su tío Perico, porque toda la granja estaría entretenida, para escaparse y descubrir algo al respecto. Lo que no imaginó fue que papá gallo, escuchó a esconcidas parte de la conversación y supo que debía tomar cartas en el asunto.

Al día siguiente, cuando la boda hubo comenzado, el pollito se marchó para investigar. Sospechaba que su madre Lila, en el pasado, había cometido ultraje con algún pavo real. Si él nació fruto de un amor infiel, esto explicaría su plumaje. Quizás Don Gallo Verdoso, lo había recogido en un basurero, socorriéndolo de algún zorro hambriento. Imaginó a su padre ensuciando sus patas y magníficas plumas azules, para poder salvar un inocente huevito, del que nacería él.

Amarillo fue directo a preguntarle a la hierba, que es muy arrastrada y chismosa:

—Hierba, mira mis plumas y dime si las reconoces. ¿Las has visto en algún ave de esta comarca?

A lo que la hierba, que estaba mustia, malhumorada y falta de agua respondió:

¿Quién ha visto un pollo tan preguntón? No voy a ayudarte.

El pobre pollito se entristeció mucho, pero como era fuerte de corazón y tenía el espíritu de un león, no se dió por vencido y siguió a buscar al chivo:

—Chivo, cómete a la hierva, que no quiere decirme si reconoce mis plumas en otra ave.

Beee, no tengo hambre, ya comí.

Entonces hazle popó encima.

—Beee. Que insistente eres, no tengo ganas.

El pollito no se daría por vencido fácilmente, así que se dirigió a donde estaba el perro muy esperanzado:

—Perro, por favor, ve y pégale una mordida al chivo, que no quiere hacer popó sobre la hierba, que no quiere contarme si ha visto mis plumas en otra ave. Embúllate, que la carne de chivo esta cara en el pueblo y el amo no te da esos lujos.

El perro, que de tonto no tiene un pelo, lo mira y le responde:

—Jau jau. Si muerdo al chivo el dueño me mata. Pero si te como a ti, nadie se entera. Mejor vete rápido que si lo pienso dos veces...

Amarillo siguió su ruta pensando a quién recurrir, en ese momento encontró una rama roñosa y reseca de un viejo árbol muy sabio. En un pequeño salto, subió encima de ella y sin pensarlo le dijo el mismo discurso:

—Rama, pégale al perro, que no quiere morder al chivo, que se niega a hacer popó sobre la hierba, que no quiere decirme si conoce algún ave con estas plumas que me están saliendo.

La rama lentamente, con calma y parsimonia le respondió:

—Polluelo rojo, yo era la más alta de este árbol fuerte y hermoso que ves al lado. Un día un águila se posó en mí e hizo nido justo en el extremo. Pude ver nacer, alimentarse y crecer a los pichones. Estuve orgullosa de sostenerla a ella y sus crías durante meses. No me importó la suciedad que me dejaron pegada y fui feliz cuando aprendieron a volar. Nunca imaginé que se marcharían y me olvidarían. Ellos emigraron, pero el daño que provocaron fue irreversible. La soledad y la tristeza causaron que me secara hasta caer al suelo. Pensé que era importante algo insignificante.

El trozo de roble, hizo una breve pausa y continuó:

—Con los años aprenderás que las cosas más sencillas pueden convertirse en huracanes si les dedicamos más mérito del merecido. ¿Qué resolverás descubriendo el origen de tus nuevas plumas? ¿Querrás de manera distinta a tus padres? ¿Serás mejor gallo en el futuro? o... ¿Tendrás sabor diferente en un guiso? No busques respuestas a temas innecesarios, si tanto te molestan, arráncalas cada mañana y olvídalas. Creo que estás dispuesto a llegar al Sol para encontrar la respuesta, pero al final no podrás evitar la muda. Y dicho esto, no voy a pegarle al perro, ni a nadie.

El inocente parvulito agradeció el consejo y después de un rato en el río meditando, dió media vuelta y regresó a la granja.

A penas llegó se le acercó papá:

—Mi querido, veo que han comenzado a brotar tus plumas de gallo adulto. A mí me ocurrió igual, pasé al menos por tres colores, antes de brillar con este azul intenso. El camino a la adultez lleva tiempo y los cambios ocurren lentamente. Estoy seguro que un día lucirás radiante, igual a mí.

Pollito Amarillo se sintió feliz y satisfecho al creer, que todos los temores e intrigas habían sido producto de los celos y la imaginación de su hermano. Los cambios en sus plumas eran propios de la edad y de algo llamado pubertad. Se fue a disfrutar de la fiesta y jamás volvió a pensar en este asunto.

Por su parte, el gallo Malayo, que estaba al tanto de todo porque era el mejor amigo de Don Verdoso, se acercó a este y en voz baja susurró:

—Que suerte que lograste sacarlo de la duda sin levantar sospechas. Hiciste bien en contratar esa vieja rama en el camino, si llegara a descubrir la verdad, no me imagino ¿qué habría pasado?


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