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¡Adiós mamita¡

Ramón Díaz-Marzo

 

 

Como los fetos que se niegan a nacer hacía varios días que acostado en el piso de linóleo permanecía sin valor para levantarme y enfrentarme a la vida. Me aferraba al útero que me ofrecían las sombras de la barbacoa herméticamente cerrada. Apretaba los ojos y buscaba en el cerebro recursos que me permitieran continuar durmiendo. Nacer cada mañana tenía el doloroso sabor del que, a diferencia de los que viven en la alegría del sueño, ya sabe que vivir es morir. Y como no estaba seguro de que así siguiese siendo yo era incapaz de utilizar la retórica de que morir, a su vez, significase un nuevo nacimiento.

 

Estaban tocando a mi puerta. Escuché la voz acusatoria de mi madre conminándome a que abriera; y porque yo también tenía madre y, por épocas que ¿el azar? determinaba, tenía amigos con los cuales me las ingeniaba inconscientemente para convertirlos en mis padres. En este sentido yo era un cabrón de la psicología conmigo mismo. Y mi soledad de abandonado total era falsa. Siempre, ante los sutiles caminos que conducen hacia la autodestrucción, por carencia afectiva, había sobrevivido a toda costa.

 

- ¿Es usted, madre? -pregunté por el pequeño espacio del dintel que dejaba entreabierto para que corriese aire, y por donde, mirando desde el pasillo frente a mi puerta, sólo se veían mis ojos.

 

- ¡Si, desgraciado, soy yo, la autora de tus días! ¡Abre la maldita puerta antes de que te la tumbe con una maternal patada! ¡Tengo que hablar contigo!

 

- ¿Viene usted, madre querida, en son de paz o en son de guerra?

 

- ¡No, desgraciado! Vengo en son de paz -dijo mi madre disparándome una mirada de odio.

 

- Entonces espere un momento, madre amada, a que me vista y baje de la barbacoa y le abra la puerta.

 

Me vestí. Bajé. Abrí la puerta. Madre entró sin mirarme como si fuera la dueña de mi casa y como si nos viéramos todos los días y tomó asiento.

 

- Me enteré de todo. ¿Por qué te empeñas en engañarme ocultándome los hechos?

 

- ¿Cuáles hechos, madre?

 

- Estoy hablando del que vivía aquí contigo.

 

- ¿Conmigo? Exceptuando a mi exesposa y las mujeres que he tenido, nadie más ha vivido conmigo.

 

- No te hagas el bobo, que es lo único que tú nunca has sido. Me refiero al que escribía. ¡No me digas que ya no te acuerdas del escritor que te causó lástima cuando Delfín Prats te lo presentó con su traje raído y viejo, al estilo soviético, porque le quedaba estrecho y el faldón de los pantalones no le tapaban las medias, y con unos ojos de indefensión que te conmovieron, y lo habían botado de la UNEAC, de la casa de su tía en Miramar, y una bruja roja con un ejército de gatos lo convirtió en su esclavo obligándole a botar todos los días en el mar de Malecón 10 galones de mondongo de pescado mientras toda la policía política del país estaba movilizada y lo perseguían por escribir libros!

 

 

- Pero madre, permítame especificarle: Reinaldo Arenas vivía en una de mis dos habitaciones; ambas independientes. Y cuando pasó el primer año de nuestra vecindad él me mostró sus garras de lobo, y descubrí que detrás de su humilde apariencia se ocultaba un ser endemoniado. Y nos fuimos alejando mutuamente hasta que cada uno vivía en su propio mundo sin molestar al otro.

 

- ¡Sí, pero a ese escritor acaban de publicarle un libro autobiográfico donde apenas me menciona a mí, que soy tu madre!

 

- Pero, madre ¿de dónde ha sacado usted tanta información?

 

- No te preocupes cómo lo sé todo. Me contaron que te hizo una excelente fotografía. ¡Y yo que pensaba que conocía a mi hijo Ramoncito!

 

- ¡Esa fotografía es falsa! -me apresuré a decir sin mucho énfasis, pues me era indiferente lo que mi madre pensara de mí.

 

- ¡Parece mentira que pretendas ser escritor y aún no hayas descubierto que la literatura que calca a la realidad de un modo triunfalista como la soviética, fracasa! Tienes que escribir como mínimo un relato gay.

- ¿Pero de dónde, madre, sacaré vivencias homosexuales? Yo recuerdo que usted hubiera querido que yo fuera hembra para que mi padre se casara con usted, y permitió que el pelo me creciera hasta la edad de tres años, y no fue suficiente. ¡Madre, yo soy macho!

 

- ¡Inventa la historia! ¡Escríbela con la experiencia de tantos homosexuales que han sido amigos tuyos! Si escribes un relato gay te graduarás de escritor.

-Ya tengo escrito varios libros.

- ¿Son historias de homosexuales?

- No. Se trata de seres tenebrosos viviendo en un mundo espantoso.

- Entonces no has logrado nada. Los homosexuales están de moda. Hasta que no escribas una historia gay no serás escritor. Además, siento envidia por ti. Te han hecho pasar a la posteridad de un modo fácil. La inmortalidad es cara y casi siempre se paga con una vida sorprendente. Tienes que escribir sobre mí, de tu madre que te parió. Acuérdate que yo también quise ser famosa. Tienes que escribir que una vez en Santiago de Cuba, en una Estación de Radio, me gané un premio cuando canté una canción de Libertad Lamarque:

 

Caminito que el tiempo ha borrado

Que juntos un día nos viste pasar

He venido por última vez

He venido a contarte mi mal.

 

Caminito que entonces estaba

Bordado de trébol y juncos en flor

No le digas si volví a pasar

Que mi llanto tu suelo regó.

 

Desde que se fue nunca más volvió

Caminito amigo yo también me voy.

 

 

- Tienes que escribir que cuando tú tenías 9 años me casé con un hombre que era carcelero de la prisión "La Cabaña" donde estaban concentrados los presos políticos de la tiranía de Batista, mucho de los cuales fueron fusilados. Con ese hombre he pasado el resto de mi vida. Apenas habla, porque es un loco esquizofrénico. Y nunca me ha dicho que él participara en la ejecución de algunos condenados. Pero yo supongo que sí. Que todos los soldados rebeldes de aquella época bajo el mando de un asesino tenían en algún momento que fusilar. Pero lo importante es que escribas que teniendo tú solamente 10 años de edad rastrilló su pistola calibre 45 y te la puso en la sien derecha, y tuve que llevarte donde tu padre que era anticomunista y se estaba preparando para irse de este maldito país, y tampoco te quería a su lado. Que entonces estuviste 30 días llorando sin parar en la casa de tu abuela mientras yo daba a luz a tu primer hermanastro. Que la casa de tu abuela se encontraba en el barrio de "Jesús María" y era grande y triste y tu abuela sólo te dirigía la palabra para hechos básicos, y era de origen asturiano, y no te reconocía como nieto, porque tu padre y yo nunca nos casamos, y menos que menos por la iglesia, que era lo mínimo que una española de aquellos tiempos exigía de sus hijos.

 

Tienes que escribir cómo un domingo temprano en la mañana tu padre te sugirió que te la pasaras en la calle y no regresarás hasta la noche porque tu abuela estaba enferma. Y fue un domingo de llovizna fría, de las que dan tuberculosis, y al momento de salir de la casa estaba lloviznando y tu padre te dio dos pesos para que tuvieras con que desayunar, almorzar y comer, y sólo eras un niño de 10 años andando solo por la capital de una ciudad complicada como siempre lo ha sido La Habana. Que a tan corta edad tomaste la decisión de no volver más a ninguna de las dos casas, ni la de tu padre ni de la mía que ya no te pertenecía por estar ocupada por un hombre que no era tu padre y yo se lo permití porque en esos momentos me interesaba ser más mujer que madre. Y llegaste hasta la parte trasera del antiguo diario "Revolución", más antiguo aun: "El Diario de la Marina". Y los viejos vendedores de periódicos, en su inmensa mayoría negros viejos, se conmovieron, y cada uno te regaló un puñado de periódicos para que lo vendieras, y te buscaras la vida por tu cuenta. Y que así lo estuviste haciendo durante varias semanas. Y de noche dormías en los portales de una tienda ubicada en la calle de San Rafael, que era una peletería que ya no existe frente al cine Dúplex y Rex, que también son cines de lujo en su tiempo y ahora son un almacén de basura. Tienes que escribir que me despreocupé de ti, que logré olvidarte como si tú nunca hubieras existido, y no me importaba lo que te ocurriera por ahí, por los caminos del mundo.

 

Que sufriste mucho durante aquella temporada y los años que te siguieron, porque tú me querías demasiado para darte cuenta de lo malo que podemos ser las personas mayores con nuestros propios hijos. Que tú me seguiste queriendo porque eras lo único que conocías para querer, a pesar de los platos de comida que te lanzaba a la cara cuando no querías comer, y el cinto de mujer de los años 50 que utilizaba como un látigo dejando marcas y magulladuras en tu cuerpo (que hoy, internacionalmente, tales tratos son calificados como abuso infantil), y tú me seguías queriendo porque aún no tenías experiencia de la vida para comprender que yo siempre he sido una mujer perturbada por una infancia abusiva allá en el Oriente cubano. Y tu padre, tu abuela, y todas las personas eran seres extraños que te hacían sufrir si yo no estaba presente, y porque nadie te pudo haber amado como yo hubiera podido hacerlo si hubiera sido una buena madre contigo.

 

Tienes que escribir que, en la actualidad, y esto es definitivo, no te quiero, no siento nada por ti, y te envidio y te odio. Pon todo eso. Escríbelo. Después de tanto mi vida ha sido un fracaso espiritual. Quizá Dios me castigó por haberme separado de ti. Ahora que soy una vieja esperando por la muerte miro hacia el pasado y veo que mi vida ha sido un disparate al lado del hombre barbudo que cambié por ti. Te pido perdón con tal que me menciones en tus libros, aunque yo no te quiera, y las únicas personas que me importen un poco sean tus tres hermanastros que han tenido que soportarme. Porque si no paso a la Historia como la gran cantante que hubiera querido ser, al menos alcanzaré la Gloria infernal de la madre que dejó de querer a un niño inocente.

 

Madre se incorporó con rabia y yo hice otro tanto, pero sin rabia. Lo único que me importaba era no pronunciar ninguna palabra que le permitiera desatar una escena. Ya no era un niño ni un joven. Ya tenía horas de vuelo y podía analizarla como simple ser humano. Y ella ya no disponía de recursos para continuar destruyéndome.

 

- ¡Eh! -exclamé.

 

- Esta primera bofetada es por haberle dado asilo político a un ser ingrato.

 

- ¡Huy! -grité.

 

- Esta segunda bofetada es por todos los errores que has cometido en tu vida y de los cuales no tenías la menor noticia.

 

- ¡Ay! -sollocé.

 

- Y esta tercera bofetada es para bendecirte de manera que recordándola nunca cometas más errores y el Señor te acompañe el resto de tus días. ¡Ábreme ahora mismo esa inmunda puerta que ya no puedo continuar respirando en este antro donde has sido tú más feliz que si hubieras permanecido a mi lado!

 

Abrí la puerta y madre pasó de largo sin mirarme. Y sin volverse mientras bajaba la escalera (pues el ascensor estaba roto por falta de piezas de respuesto y por falta de responsabilidad y organización en el Poder Popular) y me dijo:

 

- ¡Adiós, regenerado!

 

Y comprendí que se trataba de una despedida definitiva, para siempre, y musité bajito para que ella no lo oyera: ¡Adiós, mamita!

 


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