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El encuentro

Juan Antonio González Díaz

 

Te repites: «Fernando, es una locura, te vas a gastar lo que ganas en una quincena». Descargaste cantidad de fotografías de esa mujer, te habías masturbado viendo sus videos. En una página pornográfica llamó tu atención por su cara de ángel, piel trigueña y un cuerpo para morirse. Al final de su acto invitó a que la siguieran en sus redes sociales. Pausaste el video, abriste otro navegador y tecleaste aquel sitio virtual como si estuvieras tomando dictado. En la tercera opción de la búsqueda apareció:

http://www.olgamarinsex.xxx
Olga Marín. Actriz porno mexicana

 

No terminaste de leer la descripción cuando diste click al enlace. Se desplegaron en la pantalla los apartados: fotografía, galerías multimedia; pero una pestaña llamó tu atención: citas. Viste que aparte de ser actriz era escort. Sus precios eran variados, por tu —poca— disponibilidad económica te alcanzaba nada más para el servicio básico de $3000 pesos la hora, relaciones ilimitadas y trato de novios.

—«Por esa cantidad será mía»—murmurabas. Imaginaste a tal escultura entre tus brazos. Observabas algo de su filmografía, y con tu pene marinándose en su jugo, dijiste: «lo haré». Seguiste al pie de la letra las indicaciones para el encuentro. Depositaste $500 pesos en la cuenta bancaria que aparecía en el sitio web. Dudaste, eran demasiadas las historias de fraude al pedir anticipo en aquellos rubros, te diste a la tarea de investigar los datos de la chica; efectivamente, eran verídicos. Enviaste una imagen del comprobante de pago al correo especificado en la misma página, así apartaste cita. Olga vendría en dos semanas a la Ciudad de México para participar en una expo de temática sexual en El Palacio de los Deportes.

No era una mujer cualquiera. Daba servicio sólo en hoteles 5 estrellas. Investigaste la lista de éstos que te mandó y por noche —en cada uno— había que pagar al menos $1000 pesos; era otro gasto que tenías contemplado. Te compraste una camisa decente, pantalones de mezclilla negra, zapatos de vestir en forma de triángulo, de los que usan los godínez, te sentías como payaso con semejantes puntas que resaltaban grotescamente al caminar. Lo solucionaste lavando tus tenis de marca que un familiar te envió de Estados Unidos.

En poco más de $5000 pesos te costaría el capricho. Llegó el día, estabas más que nervioso, nadabas en sudor; para quitarte el agobio te bañaste con agua fría en la recámara del hotel. Llevabas unas impresiones del cuerpo de Olga que pegaste en la puerta, así comprobarías que la mujer que llegara fuera la misma de los videos. Ella estaría ahí en 30 minutos (te marcó —reconociste un poco su voz— para confirmar que estabas instalado y pedirte el número de la habitación). Respiraste hondo y recordaste: «se trata de darle gusto al gusto». Poco a poco tu corazón desaceleró. Tocaron a la puerta. Era igualita en persona que en sus películas. La saludaste —no sabías si de beso era lo apropiado—y la invitaste a pasar extendiendo tu mano hacia el cuarto.

Te sonrió al preguntar tu nombre. Ya habías pensado en ese detalle, estabas temeroso en dar  tu verdadera identidad, al final le mencionaste el real. Te relajaste al pensar que no eras ningún tipo de figura pública para que te hicieran un escándalo. Un golpe de suerte dado que te solicitó una identificación oficial para confirmar que eras mayor de edad; te pareció absurdo, Olga pensaba lo mismo pero era simple rutina; de mentirle, tal vez se hubiera retirado. Te acercaste para tomarla de la cintura y darle un beso en los labios. Antes de seguir te pidió los $2500 pesos restantes. Mientras la desnudabas y tocabas su fino cuerpo te diste cuenta de algo que ya suponías: sus senos eran operados, pero mejor descubrirlo de propia mano que en fotografías. En lo que te manipulaba el miembro para ponerte el condón te preguntó a qué te dedicabas. La engañaste: «soy diseñador gráfico, trabajo en una editorial de corte sacro (le explicaste que se trataba de religión) y estoy a cargo de editar las portadas de los libros».

Como en tu verdadero trabajo lees mucho y estás en contacto con distribuidores editoriales te salió natural la explicación, si agregamos  que todo el día te la pasas en un lugar donde no te pega el sol—de ahí tu piel clara— pareces todo menos un obrero, así que Olga te creyó inmediatamente.

Te la empezó a chupar. No podías creerlo, era como una diosa entregándose a un mortal. La animaste a seguir pero en un 69. Al momento de poner su vagina a la altura de tu rostro te percataste de los menesteres de su trabajo. Toda su área estaba bien rasurada, comenzaste a besarla en su Monte de Venus, al hundir con un poco de fuerza tus labios sentías el nacimiento de sus vellos. Succionaste sus adentros, con tu lengua escribiste todo el abecedario en su sexo ya húmedo. La pusiste boca abajo para contemplar aquella obra de arte hecha mujer, tus manos acariciaban sus glúteos, en esa posición la penetraste.

Ella manifestaba placer pero sabías que actuaba. Saliste, y ahora boca arriba perdiste el resto de la hora abrazándola, palpando sus muslos bien definidos hasta que entraste por segunda ocasión y en menos de cinco minutos terminaste. Te susurró algo que no entendiste, como respuesta la acercaste viendo detenidamente sus ojos verdes y jugaste a acariciar su nariz con la tuya. Comenzó a vestirse, mandó un mensaje a su representante. «Un chulo de medio pelo», dedujiste. Te animó a que el encuentro se repitiera, asentiste. La invitaste a bañarse —para manosear su cuerpo el mayor tiempo posible— pero llevaba prisa, tal vez se dirigía a otro servicio, aunque se te hizo raro que de ser así no hubiera aceptado. No querías imaginar que hubiera hecho lo mismo antes de llegar contigo, pero se veía tan bien que no te importó haber compartido las babas de otro cabrón.

Bromeaste sobre sus escenas en internet. Olga se prestó a tu cotorreo, volviste ha tocarla y te regaló su ropa interior. Caminó hacia la puerta, la detuviste, tu pene recobró vida, la besaste en las tetas y dirigiste su mano a tu falo. Se puso en cuclillas para darte las últimas lamidas de la hora. Advertiste en voz alta que estabas por venirte. Le abriste la boca, ella se quitó y te comentó que esa fantasía tenía un costo extra, la ignoraste, esperabas que como en las películas se tragara tu esencia, no aceptó. Expulsaste tus ímpetus sobre una planta cercana al tocador, Olga se rió, una risa cómplice más que una burlona. Terminó de vestirse y se marchó.

 Buscaste los momentos de la última hora atisbados en tu memoria. No pensabas en que los próximos días comerías sólo frijoles, si bien te iba.

 

—Buenos días, Fer. ¿Cómo está la chamba?—te dijo un cliente.

—Un poco floja. ¿Lo de siempre?—respondiste sin mucha convicción.

—Por favor

—Aquí tiene: El Universal. El País. Y...Espéreme, ahorita le busco La Jornada.

—¿Y esa sonrisa, Fer?—te interrogó el cliente al ver que se te iluminó el rostro.

—Nada jefe, es que leí esto en la portada de una revista: «Olga Marín deja boquiabiertos a los asistentes a la Expo en el Palacio de los Deportes». Está buenísima la chava, ¿no?—exclamaste con voz renovada al leer que Olga regresaría a la cuidad en un par de meses para otra expo.

— Buen ojo, Fer. Pero uno tiene que conformarse. No se puede estar soñando con mujeres así. No nos queda de otra. Cuánto te debo canijo.

—$50 pesitos, patrón—guardaste $10 pesos de esa venta:—Dos meses pasan volando—pensaste emocionado.

 

Comentarios

  1. Muy buen cuento. Es interesante y fluido. Aparte el tema es divertido. Saludos.

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