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Neruda y la orquídea de Machu Picchu

Pachakuteq

 

 

El extraño sueño se había apoderado nuevamente de él entre súbitas visiones delirantes. Envuelto por un vértigo de fascinación y deslumbramiento, hizo denodados esfuerzos para zafarse de la pesadilla. Delia, que dormía a su lado y acababa de despertarse, lo movió varias veces. Y cuando Pablo volvió a la vigilia, le interrogó:

—¿Ahora qué soñaste, amor? 

Aún turbado, Neruda detalló: 

Me he visto atrapado dentro de un enorme ojo de vidrio, un mundo de cristal. Dentro de esa bóveda, vi una extensa masa de niebla que emergía desde un río curvado y subía por la tupida vegetación hasta dar a un extraño sitio de templos y palacios de piedra. En el patio central de dicho lugar, frondosa crecía una orquídea púrpura de tres pétalos tornasolados. Era una bóveda de cristal, una bola de vidrio de gitanos que pronostican un instante decisivo en el futuro. ¿Por qué las mismas imágenes? ¿Qué misterios me quieren revelar?

—¡Tranquilo, amor! Es solo un sueño —dijo Delia y se volvió a dormir, pese a que ya era muy de mañana.

Haciéndole caso, Pablo Neruda optó por no darle importancia al sueño. Más al contrario, de un solo impulso logró erguir su pesada humanidad en la espaciosa cama. Después de los consabidos estirones de quien acaba de salir del sueño, se vistió, con suma dulzura besó en la frente a Delia, cubrió su cabeza semicalva con la clásica boina de poeta y se acercó a la mesa que usaba para escribir. Ya sentado, acomodó las hojas, agarró el lapicero y empezó su rutina: oír las voces de los fantasmas de un barco, los cantos de sirena y los augurios de las musas. Pero la empalizada vertiginosa de imágenes del sueño, le volvió a invadir la mente. Movió su cabeza con el propósito de sacudir los recuerdos. No tenía tiempo para la quimera y otra vez volvió a coger el lapicero; pues debía avanzar los versos del poemario épico que se había propuesto escribir para su país. Pero pasó cinco minutos en la posición de escribir y no logró plasmar ni una frase. 

****    ****    ****

 

Era el año 1943 en México y en nada le iba bien al poeta. Malva, su única hija, a quien él denominaba la Vampiresa de tres kilos, había muerto. Este lamentable incidente fue aprovechado por su primera mujer para denunciarlo públicamente por abandono y desatención completa. Por otra parte, el fuego encendido por Hitler aún continuaba calcinando vidas en Europa y él, en su condición de cónsul de Chile, no podía hacer nada frente a ello y sentía impotencia. Asimismo, su proyecto político estaba truncado como estancada estaba en su alma y mente la inspiración. Y por si esto fuera poco, esa enorme bola de cristal que le provocaba continuas pesadillas. ¿No tendrá algo que ver con mi hija muerta? ¿No será alguna venganza de mi exmujer?, se consultaba intrigado.

El Rey Midas de la poesía, hacía meses que estaba sin poder captar una imagen poética posible, sin trazar un verso. Por esa razón, en busca de una explicación al mensaje oculto del sueño, viajó en secreto a Chichén Itzá. Regresó decepcionado, porque ese bello lugar en nada se parecía al de sus sueños. Alguien de sus íntimos, en cuanto el poeta le había confiado sus problemas, le sugirió que pusiese orden a su vida. Entonces, después de pensarlo mucho, tomó radicales decisiones: renunció a su cargo de cónsul, contrajo nupcias con Delia del Carril y, con ella de brazos, decidió retornar a Chile, seguro de que la inspiración, la respuesta y la liberación de sus pesadillas estarían en su patria amada. Su regreso a Chile fue propalado y llegó antes que él a Sudamérica. Enterados de ello, los integrantes de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas del Perú, le enviaron una invitación para un homenaje en Lima, la misma que llegó a las manos del poeta en Panamá. Neruda no dudó en aceptarla e hizo una escala en la capital peruana. La recepción fue apoteósica. El mismo presidente de la república Manuel Prado le condecoró y organizó un almuerzo en el palacio en honor al vate. 

Por la noche, acudió en calidad de asistente de honor, a un homenaje que los correligionarios brindaban al diputado y ensayista cuzqueño Uriel García. En dicha reunión, agradecido por haber sido honrado con la presencia del poeta, el parlamentario le invitó a un viaje a Cuzco. Neruda aceptó gustoso y empezó su periplo pasando por Arequipa y Puno. Para acompañarlo en este periplo el Partido Comunista del Perú designó al escritor y luchador social huanuqueño Esteban Pavletich. Con él llegaron al Cusco. El mismo día que arribaron a la ciudad de Cuzco, el burgomaestre de la municipalidad provincial, el hacendado Saldívar, lo recibió en la estación de tren de Wanchaq con tanta pompa y por la noche le declaró Huésped Ilustre. En el acto protocolar, el afamado poeta cusqueño Luis Nieto Miranda le dedicó un vibrante discurso de bienvenida a su amigo Pablo. Kilku Warak’a, el mayor poeta quechua del siglo XX, pronunció una alocución espectacular en el más castizo quechua cuzqueño. Agradecido por tanta consideración, el homenajeado correspondió con otro emotivo discurso que concluyó con los vítores ¡Kawsachun Qosqo! ¡Haylli Qosqo!, que él había aprendido gracias a Luis Nieto.

Terminada la ceremonia, los concurrentes, con los libros de Neruda unos y con los cuadernos en mano otros, se fueron en tropel hacia el poeta para los respectivos autógrafos. Fue una considerable multitud y Neruda, poeta hábil y diplomático, pudo firmarles a todos. Consecutivamente, se dispuso a abandonar el palacio municipal con la emocionada Delia que lo tenía del brazo.  En ese momento, fue abordado por un periodista de enormes lentes oscuros. Este le pidió una entrevista, pero Neruda, aduciendo cansancio, se disculpó y le prometió dársela al siguiente día. Uriel García se despidió de la pareja misteriosamente. En la puerta fue alcanzado por el frustrado reportero y salieron juntos. Mientras tanto, el Cholo Nieto, que esperaba a un lado con la cara repleta de entusiasmo, se aproximó a su amigo chileno y le dijo:

—Pablo, camarada y amigo, yo conozco las tabernas en Chile, tienen su gracia y encanto, son verdaderos templos de vino; pero aquí en Cuzco, también tenemos lo nuestro. Si no es molestia, podemos terminar la ceremonia en el Wiphala.

—¿Dónde dices, querido Cholo?

—En el Whiphala, una tetería que está muy cerca, justo al frente del hotel donde están alojados. Allí sirven el más apetecible té-licor de los dioses andinos.

—Pues, vamos hombre. Que yo, de al tiro nomás, ya quiero saborear esa bebida que dices. Pero antes voy a dejar a mi amada Delia en su habitación, la pobre está cansada.

 

****    ****    ****

Minutos después, ingresaron al Wiphala. Mientras los demás se aseguraban un espacio cerca a Neruda en la holgada mesa, el Cholo Nieto apareció seguido por una mesera joven. Ella cargaba una jarra del famoso té piteado. En cuanto los vasos estuvieron servidos, Nieto tomó el suyo y, con esa voz propia de juglar, pronunció:

—Por la poesía, por más cantos y batallas; porque tu estadía en esta tierra de Sol dé aire autóctono a tu nueva poesía, ¡brindo a tu salud, poeta de América!

—¡Por la vida, por la amistad y por el amor, salud con todos!

—¡Salud! —exclamaron los demás y se echaron el té piteado. Neruda fue el último en bajar el vaso y exclamó:

—¡Pero qué néctar de las deidades es esto! ¡Quiero más! Luego me explicas, Cholo, cómo y de qué se hace.

—¡Claro que sí, camarada!

Bebieron entre bromas, rajes, recitales y pequeños debates sobre lo que estaba pasando en la guerra de Europa. Así galopó el tiempo en el lomo de la libación amical. Como ya era una de la madrugada, los amigos pusieron fin a la inolvidable noche de bohemia. En la puerta del local, se despidieron de los demás acompañantes. En cambio, abrazados y repitiendo el poema Tango del viudo, Neruda y Luis Nieto llegaron al famoso Hotel Cuzco.

—Te dejo en buena posada, Pablo, yo tengo que ir hasta Lucrepata, donde es mi casa. Mañana te busco temprano para ir a tomar unos soberbios caldos de cabeza de carnero, de esos que tomamos los cholos para salir de una curda patibularia como esta.

—¡Hasta mañana, Cholo!

—¡Hasta mañana, Pablo! 

Tras la despedida, Neruda se dirigió a la habitación donde le esperaba su amada. Se encontraba muy molesta y con todas las ganas de reprocharle; pero tuvo que engullir su coraje y abrió la puerta. Inteligente e intuitiva, viendo que Pablo estaba sumamente ebrio, pospuso las recriminaciones para el primer instante en que despertase ya sobrio. En cambio, ajumado como estaba, él se echó a dormir y roncó a morir tanto, que ni su última pesadilla pudo despertarlo.

A las seis de la mañana, tocaron la puerta de la habitación. Neruda despierto, apenas podía hablar y sentía unas punzadas de dolor en la cabeza. Delia fue a ver quién era. Al abrir la puerta, vio al anfitrión Uriel García, con ropa de viaje. 

—¡Señor diputado! —alcanzó a decir.

—Señora Delia, tenga usted muy buen día. En reciprocidad a tan grata visita de vuestras eminencias a esta ciudad, vengo a darles una sorpresa.

—¡Una sorpresa! ¿Cómo así?

—Sí, verá usted. Vamos a viajar a Machu Picchu, la hermosa ciudad perdida de los incas.

—¡Qué maravilla! Muchísimas gracias, señor diputado. Ojalá, Pablo, pueda reponerse y esté en las condiciones para viajar; volvió muy tarde y sumamente bebido.

—¡Lo siento, señora! Anoche, en cuanto terminó la ceremonia, tuve que retornar a mi casa; uno por cuidar mi imagen y otro por este detalle que les tenía preparado.

—¡Muy gentil de su parte, señor Uriel!, le consultaré a Pablo de todos modos.

—Con calma, señora mía. Todavía hay tiempo. El tren sale a las dos de la tarde. ¡Paciencia! 

Media hora antes de la partida a Machu Picchu, Pablo, Delia y Uriel arribaron a la estación de tren. Allí, un hombre corpulento, regular de tamaño y con terno ajado, les salió al encuentro, y con un vozarrón les dijo:

—Telésforo Apolonio Peralta Huallparimachi, eminentísimo bardo, para servirle a usted y a su bella musa en esta travesía a la ciudad sacra de los incas.

Era el reputado periodista del diario El Sol de Cuzco. Con libreta de apuntes y pesada cámara fotográfica en mano, se había sumado a los viajeros. Mofletudo, bigote de brocha, con lentes grandes y oscuros, entrometido y parlanchín incontenible, era aquel hombre de prensa. Adujo que muchas veces había ido a Machu Picchu y que bien les servirá de guía. Era cierto, y por tal razón, aun la noche anterior, el doctor Uriel García no había dudado en proponerle para que los acompañe. Ante la invitación, el periodista juró realizar un detallado reportaje de aquel memorable acontecimiento. Después de hacer la cola, subieron al tren.  Telésforo y Uriel García ocuparon los asientos que estaban frente a los del poeta y su amada.

La salida del tren de la ciudad de Cuzco fue dificultosa por las tantas curvas. Para hacer más agradable el viaje, el gárrulo comunicador, cual, si fuera una radio con parlante bochinchero, informaba sobre la captura del sexto ejército alemán por los soldados soviéticos en Stalingrado, el desembarco de las tropas estadounidenses y británicas en Sicilia. El enterado hombre no solo informaba, sino daba opiniones y hasta sugería estrategias bélicas siguiendo los postulados de Sun Tzu. Cuando terminaba con la información, contaba anécdotas. Con tanta facilidad pasaba de política a historia, de historia a literatura, y de vez en cuando recitaba poemas de Bécquer, de Campoamor, de Gutiérrez Nájera, de Darío y Chocano. El culto periodista, hasta sabía algunos poemas de Neruda. Con voz estentórea y con eco de atildada caja de resonancia, repetía: Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos/ Te pareces al mundo en tu actitud de entrega/ mi cuerpo de labriego salvaje te socava/ y hace saltar el hijo del fondo de la tierra…

Neruda aplaudió emocionado. Lejos de incomodarse, Delia y él disfrutaban del personaje y de sus ocurrencias e ingenios. Aprovechándose de dicha aceptación, Telésforo les hizo notar de algo curioso que había ocurrido el día anterior. Ocurre que el alcalde Saldívar era un conocido hacendado explotador de campesinos y enemigo de los comunistas y de pronto recibió con toda la parafernalia del caso a los comunistas Neruda y Pavletich. “¡Lo que son las cosas¡”, exclamaron al unísono. El viaje se ponía interesante y se auguraba divertidas anécdotas.

 

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Después de una hora que duró la salida del tren de la ciudad, mientras este se deslizaba, Pablo y Delia observaron el paisaje andino, conforme avanzaba el tren, ingresaron al encantador Valle Sagrado de los Incas, poeta y musa contemplaban con frenesí ese paisaje mágico por donde transitaron los incas. Apreciaron, conforme caían los rayos del sol, las inmensas chacras de maíz. Sobre las ramas frondosas de los molles y otros árboles nativos, de vez en cuando se oía el trinar del chuchiku, esa típica ave de los tiempos de siembra. Asimismo, como una sierpe que se desliza con santa calma, a veces cerca, otras lejos, se veía el río Vilcanota. Contemplando ese paisaje y la belleza de las flores a la orilla del camino, llegaron a Ollantaytambo. El tren se detuvo un rato. Los que iban hasta ese pueblo, bajaron. Telésforo manifestó que allí había una fortaleza incaica. Luego el tren partió rumbo a su destino final: Machu Picchu pueblo.

En el trayecto, Neruda preguntó qué significaba Vilcanota y el periodista le respondió: Río sagrado, eso significa en quechua. Estamos a 43 kilómetros de Aguas Calientes o Machu Picchu pueblo, ponderado vate. Ese lugar es producto de la línea férrea por el cual estamos siendo llevados. Sucede que el año 1928, el ferrocarril llegó al famoso kilómetro 110. Desde aquí se iniciaría otro tramo hasta Quillabamba. Por eso en Aguas Calientes se estableció un campamento para los obreros con toda la maquinaria que se necesitaba. Y las personas denominaron a este lugar Maquinachayuq, que en quechua quiere decir, sitio donde está la máquina. 

—¡Interesante, mi amigo! —dijo Neruda.

El tren continuaba su recorrido y el periodista siguió informando:

—Entonces, mi ponderado rapsoda, como el trabajo era arduo y la finalización demandaba años, las mujeres de los ferroviarios arribaron para acompañarlos, se quedaron, tuvieron hijos aquí y empezaron a construir sus casas. Así nació esta villa al cual llamaron Aguas Calientes, porque cerca de la población hay un lugar con aguas termomedicinales. Este ferrocarril que, de continuar hasta Quillabamba, hubiera sido una bendición para los convencianos, fue idea del entonces diputado Benjamín de la Torre. Él presentó un proyecto de ley para construir la línea férrea desde Cusco a Quillabamba siguiendo el recorrido del río Vilcanota. El buen político, en su loca quimera, que por cierto no tiene costo alguno, deseaba que los rieles llegasen hasta el pongo de Mainique del río Alto Urubamba, desde donde ya se puede navegar en barcos. El propósito era conectar el Cuzco con la Amazonía y con el océano Atlántico. Pero los sueños sueños son, dice Segismundo, considerado cantor; pues estamos en 1943 y los rieles se estancaron en Aguas Calientes, pueblo emergente que, hace dos años no más, adquirió la categoría de distrito con el nombre de Machu Picchu, esto por estar cerca del santuario del mismo nombre.

Neruda, que se había quedado con la curiosidad, preguntó:

—Y, ¿qué pasó con el diputado?

—Terminó su periodo legislativo, cambiaron los presidentes, ninguno más se interesó en terminar el proyecto. Aun así, desde su retiro de las lides políticas, suscribió tantos memoriales pidiendo la conclusión, pero nunca fue atendido. En esa gestión, ya anciano, murió hace cinco años. Así esta vida, talentoso vate.

—¡Qué pena! —dijo el poeta.

Como los demás, los interlocutores también sucumbieron en el sueño hasta que fueron despertados por las señales del tren frenado en ese instante. Descendieron. Ya en el suelo, Neruda dejó su consabido dulce beso en la frente de Delia y ella lo abrazó de la cintura.

Después de instalarse en sus habitaciones, bajaron a cenar al restaurante. El primero en estar sentado a la mesa fue el periodista. Desde allí con su mano y su voz dirigió a los demás. En cuanto se acomodaron, empezó con su cháchara. Empero, sea por cansancio, por hambre o por hastío de haberlo escuchado durante el viaje, ya nadie le prestó atención. Notando la incomodidad de sus compañeros de viaje, él mismo prefirió callarse y comer. Mientras cenaban, todos permanecían ensimismados en sus elucubraciones. De pronto, el periodista llamó al mesero. En cuanto este estuvo a su lado le dijo:

—¡A que me saco un ojo!

Tan alto y fuerte lo dijo, que todos le escucharon y se voltearon hacia él. Neruda, que estaba como adormilado, salió de su ensueño de orquídeas y muros, y se despertó incrédulo. El periodista repitió:

—¡Me voy a sacar un ojo! Sí, y lo voy a poner acá —y se dio golpes en la palma de su mano.

Asombrados por el anuncio, se concentraron en mirar al comunicador. Mientras tanto, este se remangó los puños deshilachados de la camisa; se aflojó el pañolón negro y sucio que improvisaba como corbata, se sacó los lentes oscuros y grandes; miró a cada uno de los concurrentes. Estos lo observaron con más concentración, tratando de adivinar cómo este loco se sacaría el ojo.

Neruda, que le miraba ajustándose su clásica gorra de poeta, incluso alcanzó a pensar que se trataba de una broma de mal gusto, una de las últimas que toleraría de este señor. Pero no.

El periodista parpadeó cerca de diez segundos, luego acercó la mano al ojo izquierdo. Inmediatamente formó con sus dedos una especie de tenazas; agarró el ojo, lo giró y arrancó al pobre órgano visual y lo puso sobre la palma de su mano.

Los demás viajeros, los comensales y el mismo mesero, atónitos exclamaron: ¡Oooh! En cambio, un extraño estremecimiento sacudió a Neruda en cuerpo y alma; pero él sin darle importancia, apretó con tanta fuerza el borde de la mesa y continuó viendo el espectáculo. 

El ojo arrancado todavía estaba allí, expuesto en la palma de la mano tal como lo había anticipado. Pasado unos segundos, como si fuese tan cotidiano, Telésforo se lo volvió a colocar en la cavidad ocular; se calzó los lentes y miró a todos como si nada hubiera ocurrido. Luego les aclaró que era un ojo de cristal, uno postizo que se había comprado con los ahorros de toda su vida. Les contó que cuando era niño, una astilla de la leña que rajaba su padre se había clavado en el ojo derecho dañándolo por completo. Relató también su triste experiencia de vivir con un solo ojo; casi llorando confesó que en la primaria, la secundaria y en la misma universidad había sido objeto de indecibles burlas y discriminaciones, hasta quedarse sin novia ni esposa.

—Pero eso no te impidió ser un gran lector —llegó a decirle Pablo—. Eres una persona culta y enterada, mi estimado amigo. Un Homero.

—Infinita gratitud, excelso trovador, sus palabras son el aliciente que necesito. Lástima que no todos valoran esas cualidades en mi modesta persona. Así es esta vida. Nadie es profeta en su tierra, ya lo dijo el Nazareno.

Después de pronunciar alguna que otra frase, los viajeros ingresaron a sus respectivas habitaciones del único hotel que en 1943 había en Machu Picchu pueblo. Neruda se durmió muy entusiasmado, intuía que estaba por sucederle algo grandioso.

 

****    ****    ****

A la mañana siguiente, después del desayuno, Uriel García hizo las gestiones para subir a Machu Picchu. Como era diputado, fue atendido con diligencia. Le dieron los mejores caballos y todavía gratis. Pablo prefirió un asno muy manso, pero como se cayó de la grupa para risa de todos, aceptó el caballo. Los viajeros montaron a sus jamelgos. Y así avanzaron un kilómetro hasta dar con el puente Ruinas y cruzaron el entablado de cables y madera. De allí, el ascenso fue muy dificultoso dado el angosto camino y las muchas curvas. 

Neruda, hombre de mundo, quien había trajinado la geografía inhóspita de varias naciones, recién sentía el intenso vértigo y la adrenalina. Miraba para arriba: pendiente tupida de vegetación, el cielo azul. Miraba para abajo: el abismo, el caudaloso río de aguas lechosas. Preso de pavor, estaba seguro de que si caía del brioso caballo, se iría directo a la muerte. Para calmar dicha zozobra, de vez en cuando, se distraía el colorido tunki o gallito de las rocas, que revoloteaba, entre las ramas de algún árbol. 

Con ese concierto de miedo y riesgo, llegaron por fin a la entrada de la ciudadela inca. Desde allí se observaba la famosa explanada de Machu Picchu. Aunque una gran parte aún estaba cubierta por árboles y arbustos silvestres, las construcciones de piedra se veían encantadoras. Ya calmado del miedo, Neruda se apartó de los demás hacia un borde de la explanada. Apoyado en su bastón, con una mano en la cintura y su boina de poeta, miró hacia el profundo cañón. Desde el río barrió con su mirada hacia arriba hasta donde se encontraban. De allí echó otra mirada aguda, matemática, construcción por construcción hacia la misma ciudadela, sin sospechar que él también estaba siendo observado al milímetro desde un cercano peñasco por una vizcacha y sus críos. 

Maravillado, volvió a contemplar la ciudad de piedra. En ese instante luminoso recordó su recurrente quimera: el río de aguas lechosas que se curva, templos y palacios líticos. Sí, esa era la ciudad de sus sueños y ensueños. La reconoció tal cual la había soñado, cada andén cada escalinata, cada hornacina, ¡ya las había visto tiempo atrás, en el mundo onírico de sus noches!  Ahora era consciente que Machu Picchu le había traído hasta allí, aunque aún no sabía para qué. Miraba, volvía a mirar cada vez con más éxtasis. Quiso ir brincando por esas construcciones de granito. 

En el centro de esa maravilla pétrea, Pablo Neruda se vio pequeño, un minúsculo insecto; pero sintió también que en cada escalinata y en cada hornacina, él de alguna manera había trabajado con sus propias manos, en alguna etapa de su vida anterior, acaso cavando los surcos, alisando peñas. Finalmente, se sintió chileno, peruano, americano. ¡Constructor del universo, del Sol y las estrellas!

Henchido de maravilla, echó un fuerte suspiro. Delia, Uriel y Telésforo le inquirieron con la mirada, le exhortaron que les diga algo. Neruda quiso contarles su secreto, confesarles su emotivo sentimiento; pero por alguna razón decidió guardárselo para sí. Y solo atinó a exclamar:

—¡Qué sitio tan ideal! ¡Como para un cordero asado!

Todos esperaban versos laudatorios, odas y panegíricos, pero no. Neruda no dijo más. Por el contrario, empezó a descender como un potrillo brioso saltando escalón por escalón.  No había cansancio ni sed en él. Poseído por el misterio entraba y salía de las habitaciones, arrollaba arbustos, se abría paso entre los follajes de las flores silvestres; miraba las paredes de piedra milenaria y astral, acariciaba las perfectas líneas entre las piedras edificadas, miraba a las cumbres que rodeaban aquellas ruinas gloriosas.

Abrumado por la maravillosa conmoción en el alma, el poeta se sentó sobre una piedra dejando a la vista su bastón y sus botas de explorador. Delia y Uriel se ubicaron a su lado. Mientras tanto, sin anunciar y aun a escondidas, el periodista lo fotografiaba con su clásica y pesada Eastman View N° 20. El poeta se paró y empezó su nuevo recorrido y los demás lo siguieron. Encontrándose en la sala de las siete ventanas, aspirando el aire helado y reverdecido, se acercó al diputado cuzqueño, y le consultó:

—Estimado Uriel, ¿piedra sobre piedra, el hombre dónde estuvo?

—¡Eso, Pablo! Esa misma pregunta me hago yo. Las futuras investigaciones podrán darnos más luces de esta maravilla construida por el hombre andino.

Continuaron el recorrido. Maravillados vieron el torreón o Templo del Sol. Subieron hasta el Intiwatana o reloj solar, la parte más alta de Machu Picchu. Allí colgada hacia el precipicio, Neruda halló la mata de orquídea púrpura de tres pétalos tornasolados de sus recurrentes sueños. Embelesado por tanta belleza, no haciendo caso a las advertencias de sus compañeros, en varias oportunidades arriesgó su vida para coger la flor, pero no pudo asirla ni con ayuda de su bastón y se resignó enojado. Telésforo, compungido con la frustración de su compañero poeta, refirió:

— ¡Qué pena que no pudo alcanzarla, caro amigo! Según una milenaria leyenda esta orquídea es la reencarnación de una princesa inca, porque su padre, el rey, se opuso al amor de esta con un soldado. Desde ese tiempo, los andinos la llamamos waqanki, la que llora, en quechua.

 

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Después de cuatro horas y un poco más, volvieron hacia Machu Picchu pueblo. Se fueron directo a cenar, pues llegaban con bastante hambre. En el restaurante, el periodista, como la noche anterior, llamó al mozo. Este lo reconoció de inmediato y le dijo:

—Señor, ¿otra vez se va a sacar un ojo? Ese chiste ya me lo sé. Ese ojo de vidrio es postizo.

—¡No, no! Nada de sacarme el ojo; esta vez, amigo, me voy a morder el ojo sano.

Al escucharlo, todos los comensales le miraron con curiosidad. El mozo, después de pensarlo un rato e imaginando las gesticulaciones que debería hacerse para morder su ojo, le dijo:

—¡No bromee, eso es imposible!

—Para mí no, para mí todo es posible, caro amigo. Y de verdad que me voy a morder mi ojo sano y sin trampas. ¿Cuánto quieres perder si lo hago?

—Veinte soles, pero si usted pierde me da 50 soles. ¿Qué dice, acepta o no?

—Veinte soles más el costo de la cena si gano; y a ti te cancelo esos 50, si no logro morder mi ojo sano.

Todos se aprestaron a ver cómo el periodista se mordería el ojo sano. Neruda se interrogó para sí: ¿Qué hará ahora este merolico?  Uriel García hasta sentía pudor ajeno, pero igual quería ver cómo el más famoso columnista del diario El Sol de Cuzco se mordería el ojo. Telésforo, sin hacerse esperar más, se aflojó la pañoleta negra; se sacó los lentes grandes y oscuros –los presentes le miraban atónitos–; se frotó el ojo sano; sacó su dentadura postiza, lo agarró; lo acercó a su ojo sano y se mordió. Todos se rieron. Hasta el seriote diputado García estalló en sonoras carcajadas. Al término, todos se fueron a dormir festejando la ocurrencia del periodista. Mientras otro fuerte estremecimiento le hizo ver a Neruda que la bola de cristal podría ser el ojo de Telésforo. “Pero, ¿qué de bueno podría aportar este cusqueño a mi vida?”, se interrogó Neruda decidido a olvidar para siempre la imagen.  

Regresaron a Cuzco, pero Pablo ya no era Pablo. Pensó y pensó mucho a su vuelta. Desde la Ciudad Imperial hasta Chile, durante el todo el viaje, meditó sobre los antiguos hombres de este continente. 

Llegó a Santiago de Chile y, avanzando hacia la Isla Negra, contempló el azul ondulante del Pacífico.  Ya en su morada, lo primero que hizo fue ir a ver sus juguetes; es decir, sus colecciones. Para ello, se dio un paseo por su originalísima residencia, ingresó a la sala de las mariposas, vio las piedras de azul turquesa, las caracolas, la cimitarra. Ingresó a la habitación de las botellas. Estas en formas diversas, desde figuras humanas hasta instrumentos musicales, cubrían toda una pared. Estaban también intactos los barquitos dentro de unas botellas. Se acercó al bar y se sirvió vino a vaso lleno de una botija. Como ya era tarde, después de una frugal cena, se durmió en los brazos de su amada.

La mañana de algunos meses después, se incorporó sobre la cama, dio su primer beso del día a Delia y miró la mar. Allí estaba y en cuanto sintió los ojos del poeta, alborotó sus olas vocingleras y con ellas le saludó. Eran aquellas marejadas revoltosas que Neruda tanto adoraba. Animado por este saludo ronco y mojado, como él solía decir, fue hasta la Covacha, su célebre escritorio con vista al océano Pacífico, se sentó a la mesa, acomodó sus hojas, agarró el lapicero y se puso a escribir: “Vuelvo a ti Chile, patria amada del copihue y el salitre/ Vuelvo para matar la serpiente/ No te mereces…”

—¡No, no! Esto no es poesía. Si esto sale me criticarán, me echarán basura, dirán que ya se acabó mi talento.  Debo cambiar de mirada, de tonalidad. ¿Pero cómo?

Sentado miró la mar. No le decía nada ni le sugería algo. De repente, la cocinera de la casa tocó la puerta:

—Don Pablo, ha llegado un extraño señor a visitarlo.

—¿Quién es?

—Dice ser un amigo suyo que viene desde lejos.

Neruda quedó pensando un breve instante.

—Pues dígale que estoy cansado o que no estoy para nadie. No puedo recibirlo por el momento.

—El señor insiste. Dice llamarse Telésforo, el Ojo de Vidrio de Cuzco. Afirma que le ha traído un detallado reportaje y fotografías inéditas de su viaje a Machu Picchu; además, un singular obsequio.

—Entonces… dígale que pase. Ah, pero que no le haga el truco del ojo.

Después de la amenísima y extensa charla con Telésforo, Neruda volvió a su escritorio. Prendió su clavicordio y este empezó a girar y a emitir sonidos extrañamente plañideros. Se sentó, se echó para atrás y cerró los ojos para oír. Después de un buen rato, los abrió y, dentro de un florero de vidrio, contempló la orquídea púrpura de tres pétalos tornasolados que, con sumo cuidado, le había llevado desde Machu Picchu el periodista cuzqueño. Ahí estaba hermosa y lozana como nunca, era la flor que no pudo asir en el Inti Watana y ahora la podía coger por fin. Se acercó, acarició pétalo por pétalo, aspiró su olor dulcísimo. 

Después de unos segundos, cual lluvia torrencial, se le volcó a la mente una multitud de constelaciones, turquesas, estrellas verdes; íconos pétreos, andenes, graderías y aves de Machu Picchu. Hasta el Vilcanota de aguas lechosas, recorría ahora el profundo cañón de su alma de poeta. Entonces, poseído por una extraña sensación, empezó a escribir:

Juan Cortapiedras, hijo de Wiracocha,
Juan Comefrío, hijo de estrella verde,
Juan Piesdescalzos, nieto de la turquesa,
sube a nacer conmigo, hermano…

Dadme la lucha, el hierro, los volcanes.

Apegadme los cuerpos como imanes.

Acudid a mis venas y a mi boca.

 

Y el anónimo constructor de la pétrea ciudad inca, acudió a sus venas en forma de versos de piedra viva que se apoderaron del alma e ingenio del poeta. Luego más y más versos, como   mariposas en la orquídea se esparcieron sobre las hojas poblándolas todas de imágenes, de tropos y apóstrofes. “Madre de piedra, espuma de los cóndores. Alto arrecife de la aurora humana… Geometría final, libro de piedra…”. En una inspiración incontenible, en un asalto poético nunca experimentado antes, las metáforas saltaron de Machu Picchu a los ríos de América, a los minerales, a los hombres ícono de la antigua América; pasaron a Cuba, a México, a Guatemala; luego a Cortés, a Balboa, Valdivia, Ercilla; también a los Libertadores, a Emiliano Zapata… Volvieron a Chile, la patria amada del poeta.

Algunos años después, frente al océano Pacífico, el poeta Pablo Neruda terminó de volcar su amor americano al Canto General, la más extensa y caudalosa epopeya del siglo XX sobre América.



El II Concurso Internacional de Cuento Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.

Las obras publicadas en el blog no han sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son responsables de las erratas que puedan aparecer.

El Concurso Internacional de Cuento Primigenios ha recibido más de una veintena de obras que publicaremos en el blog “Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo. 




 

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  Nuevos títulos de la editorial primigenios   Qué fácil sería si sólo se tratase de ser recíproco. Qué sencillo hubiese sido si no tuviese tanto que decir. Cuando el pasado 9 de marzo Héctor Reyes Reyes me envió el poemario "Veinte gritos contra la Revolución y una canción anarkizada ", para que le escribiera el prólogo, sentí que de algún modo nuestra amistad corría por los más sinceros senderos, y ¡eso que hacía nueve largos años que no nos veíamos! No recuerdo bien cómo conocí a Héctor, pero estoy casi seguro que fue al final de algún que otro malogrado concierto de rock o alguna madrugada a la sombra de un noctámbulo trovador, todo esto en nuestra natal ciudad Santa Clara. Lo que sí sé es que para finales de 1993 era ya un asiduo contertulio a mi terraza del barrio Sakenaf. Para ese entonces en nuestras charlas no hablábamos de poesía, y mucho menos de poetas, sino más bien sobre anécdotas y relatos históricos en derredor a mi maltrecho librero.Tendría Héctor unos 14 a
 COMO SI ESTUVIERAN HECHOS DE ARCILLA AZUL COMPILACIÓN DE CUENTOS DEL SEGUNDO CONCURSO INTERNACIONAL PRIMIGENIOS Un maestro dijo una vez que se escribe para ser leído, pero si la obra no se publica, resulta difícil llegar a otros. En aquel entonces, no existían Instagram, Gmail, blogs digitales, ni siquiera teníamos internet, computadoras o teléfonos inteligentes. Por lo tanto, esa frase no es aplicable para explicar el Concurso Internacional de Cuentos Primigenios. Por lo general, los autores que participan en certámenes literarios tienen tres objetivos principales: publicar, obtener reconocimiento y visibilidad, o ganar un premio en metálico. El Concurso de Primigenios, organizado por la Editorial Lunetra y el blog de Literatura cubana contemporánea Isliada.org en su SEGUNDA edición, cumplió con estos tres objetivos, pero con una gran diferencia: los cuentos enviados a la editorial fueron publicados en el blog "Memorias del hombre nuevo". Aunque esto no es algo novedoso,
 Tengo menos de un dólar en mi cuenta de banco y sigo publicando libros de otros.   A menudo me pregunto si vale la pena el tiempo que dedico a publicar libros de otros. Son muchas horas a la semana. Los días se repiten uno tras otro. A veces, en las madrugadas me despierto a leer correos, mensajes y comentarios en las redes sociales sobre esos libros, a los que he dedicado muchas horas. Algunos de esos comentarios me hacen dudar de si estoy haciendo lo correcto. No por las emociones negativas que generan algunos de esos comentarios, escritos por supuestos conocedores de la literatura y el mundo de los libros. Desde hace mucho tiempo, estoy convencido de que existen dos tipos de personas en el mundo: los compasivos y los egoístas. Los compasivos (y me incluyo en ese grupo) vivimos en el lado de la luz, los egoístas no, por mucho que brillen en sus carreras, en sus vidas, o profesiones, son seres oscuros. Ayudar a otros, no pensar en uno, dedicar tiempo para que otros puedan lograr sus