La mancha en la pared
Seudónimo: Dorio
Mi madre está parada frente al fogón. Contempla los restos
de comida que descienden por la pared blanca; los pedazos de vidrio sobre la
meceta, entre la meceta y el fogón. Tiene los ojos enrojecidos y muerde un
extremo del delantal azul. Papá está en el cuarto. Lo escucho maldecir por lo
bajo abriendo y cerrando gavetas con violencia. Mi madre también lo escucha y
no dice nada; no dijo nada cuando él lanzó el plato contra la pared; ni cuando
la empujó con brusquedad y salió rumbo al cuarto como una fiera. Así dice ella
cuando papá se pone de esa forma. Y me pega a su cuerpo metiendo mi cabeza
debajo de su antebrazo, como hacen las gallinas con sus pollos. Eso también se
lo e escuchado a mi madre, que las madres cuidan a los hijos como las gallinas
a sus pollos. Mamá sabe que hace él por allá adentro, peleando bajito como un
loco y tirando las cosas. Yo tambié lo se porque lo he visto por las noches
esconderla con msiterio. Mi madre siempre dice: “Yo no se porque la esconde si
con ese olor que trae…” Pero ella no lo dice con rencor. Es con dolor que ella
habla. Se le nota en el rostro. Tiene miedo y lo dice muy bajito.
Mi padre no era así. Nunca peleaba. El y mamá eran como dos
chicles. Eso no lo dice ella, lo decía mi abuela que vivía con nosotros hasta
que se murió. Parece que no hace mucho porque me acuerdo muy bien de ella. Mi
madre cree que la culpa de que mi padre se emborrache todos los días la tienen
las malas compañías; esos amigotes y el juego. Que por eso pierde los trabajos.
Porque no cumple. Menos mal que es una gente buena y todavía lo consideran en
algo que si no… Bueno, ella sabrá lo que dice, yo no entiendo bien de esas
cosas. Ahora papá está tranquilo. No pelea y las gavetas han dejado de sonar.
Debe haber encontrado lo que buscaba y quiero saber si es cierto. Me deshago
del abrazo de mi madre que queda allí, sin quitar la vista de la pared,
sollozando, y me voy en punticas de pies hasta la puerta del cuarto. Está
sentado en la cama, tiene los ojos enrojecidos y en una mano la botella. Trato
de no hacer ruido pero tengo que estirar el cuello y entonces él me ve. Se toma
un trago largo y hace una mueca porque aquello parece que no sabe bien y
entonces me indica con un gesto, dando palmadidas sobre el colchón, que vaya a
su lado. Cuando me siento, me acerca
mucho a él. Es un gesto parecido al de mimadre, al de las gallinas, pero a mi
me asusta y no se porque. Me aprieta fuerte hasta que siento dolor. Es un gesto
rudo de cariño. Y lo siento sollozar. Se estremece y suspira muy fuerte. Estoy
muy cerca y reconozco su olor. A pesar del sudor y su aliento y llena toda la habitación. No puedo verle el
rostro porque me aprisiona contra su pecho, pero lo siento tamblar. Contraerse
como si tuviera mucho frío y los sollozos se han convertido en llanto. Un
llanto amargo, como quejidos.
Casi no le entiendo cuando me pregunta si mi madre se ha
hecho daño y niego con la cabeza, pegada a su camisa que no está limpia. Su
respiración comienza a calmarse, el llanto se hace tenue y va callendo hacia
atrás arrastrándome con él. La botella ha caído al suelo, sin romperse y papá
está en un estado extraño, es algo que debe parecerse al sueño porque respira
con dificultad y tiene los ojos semiabiertos. Entoces me deshago del abrazo con
cuidaddo, para no despertarlo y corro asustado a la cocina porque mi madre dice
que él está muy enfermo y yo creo que se está muriendo.
Mi madre ha muerto. Los amigos han dejado de visitar la
casa. Debe ser que ya han pasado todos por aquí. Desde entonces mi papá no ha
salido. No trabaja. Cuando sale es sólo por unos minutos y regresa con una botella de ron. Ahora siempre me
quiere tener al lado suyo. Me dice que no me preocupe. Que todo va a ser igual
que antes pero no le creo. Hace la comida y lava mi uniforme pero todo le sale
mal. El no sabe. Está tembloroso y como en otro mundo. Desde ayer se me ocurrió
una idea que puede dar resultado. Esta noche voy a dormir debajo de su cama; yo se que allí
guarda las botellas antes de caer en coma como decía mi madre. Mi madre… Hago esfuerzos por no quedarme dormido.
Cuando comienza a roncar me levanto despacito y voy para su guaca y por la
mañana cuando despierta ya me ido sólo para la escuela. Mi maestra me dijo que
quiere hablar con mi padre. Que le diga que hoy lo visita, que no tengo la
atención requerida, que esos vómitos y
fatigas le dan mala espina. Eso dijo y yo creo que mi plan está fracasando. Y mi
padre ha vuelto a tirar las gavetas y a pelear bajito. Debiera estar contento
porque cada día me parezco más a él. Pero mi uniforme huele a sudor y a la
maestra no le gusta ni un poquito mi aliento.
Mi maestra está sentada en la sala. Trajo una muchacha
joven que atiende estos casos, dijo, y yo estoy en el patio porque no me
llamaron y porque me siento muy mal. Me arde el estómago y tengo dolores de
barriga Conversan bajito y la muchacha mira para mí con una cara muy bonita y preocupada. Mi
padre también me mira pero con el rabo del ojo, se frota las manos y está
encorvado igual que se sentaba la abuela que era por el peso de los años. Mi
padre no tiene tantos años. Conversan mucho y la muchacha bonita y preocupada
escribe en una libreta que mi maestra mira y asiente constantemente. Así hasta
que se van.
Esa noche papá durmió en mi cama. Se había bañado temprano.
Hizo una comida con un sabor muy parecido a la que hacía mi madre. Lucía más
mal que nunca aunque estaba limpio y olía a crema de afeitar. Por la mañana me
despertó muy temprano y me ayudó a vestir, como hacía cuando yo era más
chiquito. La casa estaba ordenada y todo olía a limpio. Mi uniforme estaba algo
estrujado pero parecía nuevo. Me sirvió el desayuno aunque no comió nada y me
dijo que estaba algo mal pero que esa misma mañana iría al médico y luego salió
de casa. Yo recogía la mochila de los libros cuando lo sentí de nuevo junto a
mí. El pecho se me apretó y comenzó a dolerme la barriga. Tenía una botella
nuevecita en la mano y me miraba muy serio, sudoroso y pálido. Me cogió de una
mano y me dijo “ven” y salimos al patio con un sol que comenzaba a calentar.
Caminamos hasta el centro y me soltó la mano, miró largamente la botella y
luego, en un gesto inesperado, la lanzó al aire con todas sus fuerzas. La seguí
con la vista y vi como se elevaba hasta perderse entre los nacientes rayos del
sol, como absorbida por ellos. Mi padre continuaba muy pálido, respirando con
dificultad. Pero me alzó hasta su pecho y muy juntos entramos a la casa. Allí,
parado frente al fogón, me besó con ternura y susurró “perdóname, hijo mío” y
lloró largamente sin separarme un segundo de su pecho.
Mi padre ha muerto. Estoy en el centro del patio y miro los
rayos del sol que comienzan a aparecer. Entre hilos de luz, veo elevarse hasta
el infinito un tenue destello que se grabó en mi recuerdo cuando era aún muy
pequeño. Entro a la cocina con los ojos empañados aún y fijo mi vista en la
pared, detrás del fogón, hasta que comienzo a distinguir la mancha, que no se
porqué razón, ni mi padre ni yo jamás borramos. Y comienzo al fin, a llorar.
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