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Cirilo pies azules

 

 

SEUDÓNIMO: EL SABIO BEN AMIR JOSEPHAT

 

La literatura puede ser un catalizador del erotismo.

J. E.

 

Cirilo pies azules tenía fama de ser un charlatán. Vendía versos en la plaza pública, contaba cuentos a domicilio, hacía resúmenes de novelas aburridas y mamotretos de cuatrocientas páginas, sin omitir a ningún personaje de dicho texto. Había veces que se ofrecía a escribir alguna pastorela para navidad.  Los sábados vendía melcocha en el pueblo de a lado, Tzununká. Los domingos ofrecía sus elotes sancochados frente al atrio de la iglesia del pueblo; otras veces, eran crepas o atole con tamales. Una vez hizo una rifa de un paquidermo; el ganador, al saber que se trataba de un elefante, no quiso reclamar el premio, le basto con la devolución de su dinero. Unas veces se ponía a laborar de repartidor de periódico; sin embargo, lo suyo, lo suyo, siempre fue, según decía: tejer tormentas de tragedias humanas, o sea, en palabras simples, escribir telenovelas.

Cirilo pies azules nació cerca de la laguna. Sabía nadar, decía, desde los tres años. Aseveraba que hablaba con lagartos y caimanes, que podía respirar bajo del agua, algo tenía que ver lo de pies azules.  Comentaba que una vez encontró entre los manglares y pantanos que están a las afuera del pueblo, la Juventus Fontana ─ así le llamaba─  que permitía el rejuvenecimiento, le encantaba inventar aventuras como ésta. Una madrugada vino a mi casa todo excitado, en el buen sentido de la palabra, golpeó mi ventana de madera, la que da al patio de mi casa, que conste que duermo en un segundo piso con más de dos metros de altura, había subido por el tejado del primer piso, inmediatamente que abrí dijo:

─He visto una sirena, José─

─¿En tus sueños?, Cirilo pies azules─ le respondí

─No, deja que te cuente:

“Hace como tres horas sentí un váguido de calor… [¿Un qué?] Bueno, es un decir, que me moría del sopor de la sabana. Me puse el sombrero… [¿A medianoche?], un gentleman nunca salé de casa sin él. Me puse la camiseta blanca y con mi pantalón ídem… [O sea, ¿del mismo color?], of corse, exacto; por eso me encanta hablar contigo, siempre me entiendes, sin tantas explicaciones. Bueno, te decía, salí de mi casa y me fui a la laguna. Hubieras visto la luna… [Laguna y luna riman bien] estaba grandota como globo aerostático que se pintara de un solo color, morado de preferencia… [¿Morado?]; sí, ese aroma me gusta. Pero espera, espera, hubieras visto a su gemela en el agua, dos veces hermosa. Cada rayo parecía un beso de Selene… [¿La que vende en el almacén de don Julio?], el sonido de la corriente adormecía, las ranas clocaban el concierto 7, de Bluestininski. En fin, que el lugar estaba ameno para echar una nadadita e irse a descansar tras sofocar el estío. Como comprenderás prescindí de mis atuendos e ingresé al agua en traje de Adán. Tú sabes que la laguna nunca ha sido profunda, metro y medio o un poco más, comparable a un chapoteadero.  No bien emergí de mi primera zabuida cuando noté a unas treinta brazadas un bulto...”

─Espera, deja recapitulo, pasa la medianoche, estás solo en la laguna… [Desnudo] bueno sí, desnudo, y ves a lo lejos un bulto, una forma, algún animalejo nocturno lagunero y no saliste corriendo de inmediato… [Nadando sería, ¿no?] Bueno, lo que sea, tú te caíste de chiquito, no hay duda alguna─ . Interrumpí de forma larga; como venía haciéndolo a su relato.

─Espera, espera, no puede ser que no hayas llegado a la conclusión que cualquiera que me estuviera oyendo, llegaría… –

─¿De qué hablas Cirilo pies azules? ─

─ Déjame terminar mi historia:

“… la forma aquella, pronto empezó a dibujar una silueta femenina. Sólo hasta que estuvo a tres brazadas de móua, me di cuenta de que su extremidad inferior era una cola dorada de bacalao. José, créeme, se trataba de una autentica sirena. Con los cabellos purpurinos, fogosos; los senos, siendo acariciados por la brisa, mantenían el pezón erizado.  Su ombligo parecía el centro del mundo entero.  Aquellos rizos rojos, que mencioné antes, le llegaban a la espalda baja. Su cadera ondulante, su cintura efímera y su busto adecuado a mis manos; sus ojos de agua, su boca de besos, su voz encantadora; por un momento casi perezco. Me amo o la amé; no sé, como dos horas. La realización del coito bajo el agua se puede volver diluviana.  Tanta humedad, tanta lubricidad, hace del sexo un maremágnum… [No seas tan explícito, por favor], en fin, a punto estaba de morir ahogado en sus brazos, cuando miré la luna estando bajo del agua; eso, yo creo que fue eso, lo que me salvo. Emergí del agua aprisa, nadé hasta la orilla, mientras cogía mi ropa, de reojo, vi que salía convertida en una mujer entera. Corrí por la senda que lleva al poblado. Hasta que entré al pueblo dejé de ver que me seguía. Luego, cuando pasé por la parroquia me signé tres veces, mientras decía el “Gloria al Padre”. Confieso que mientras venía para tu casa dije la oración de san Jorge. Y no paré de decirla, entre dientes, hasta que me abriste.”

─Impresionante, jamás pensé que te supieras la jaculatoria de san Jorge contra la ponzoña─ Bromeé.

─Bueno, creo que debo regresar a mi casa. Tenía que contarle a alguien─ . Me decía mientras cruzaba, de nuevo, la ventana.

Se perdió en la oscuridad de la noche. No, no había ninguna luna llena esa noche. Pero, no sé por qué, le creí. Algo en mí quería creerle. Aunque todos sabemos que la única mujer con la que se acostaba Cirilo pies azules fue Maguncia la gitana. Al igual que todos los locos que en noches de hastío buscan la humedad de su entrepierna. Hay noches en que me he preguntado ¿qué hacen los hombres solos, sin mujer, sin hijos, toda la noche? Uno que sólo sabe de trasnoches por enfermedad de los hijos, de quehaceres rutinarios en la cama y cuartos separados con la esposa. Que sabe de insomnios por los pagos retrasados de la tarjeta, de deudas o rentas. No alcanzo a comprender lo que hace un soltero, solo en su cuarto, toda la noche. No obstante, el que nos interesa no soy yo sino Cirilo pies azules.

Cirilo pies azules encontraba sirenas pelirrojas a medianoche. Leía las cartas a los analfabetos. Vendía en una esquina la pócima de la invisibilidad; según él, para que en la noche no te picaran los mosquitos. Vendía agua de frutas en su puesto del mercado, atole nuevo, empanadas de carne de venado; según el propio Cirilo pies azules eran afrodisiacas pues las hacía con los testículos de dicho animal. Para la fiesta del pueblo en honor a san Clemente, ponía su puesto de adivinador del futuro.  Esto lo hacía desde con granos de maíz hasta con rocas de la luna, recogidas por el propio Kenet Brumovich, el famoso astronauta cutilandés. Cirilo pies azules decía que se las había ganado en un juego de canicas medievales hacía varios años. Su bien conocida adivinación con hojas de té, un aprendizaje milenario. Una vez me leyó las runas, prediciendo un affaire con una rubia. María, mi mujer, de inmediato se tiñó de amarillo su cabellera negra, según ella, por si acaso. Esos eran sus augurios, los de Cirilo pies azules. Nadie le creía, pero todos le hacíamos caso.

Cirilo pies azules solía decirme que contaba, en noches estrelladas, esos ojos del cielo. Recuerdo una cantidad de once dígitos; pero, creo, era simbólico. Le gustaba el tres, el siete y el once como números destinatarios. Publicó un poemario: Alma de Tortuga, que versifica sobre la madre tortuga que soporta a cuatro elefantes arriba de los cuales hay un gran lagarto que sostiene a la tierra del vacío. Cirilo pies azules decía que una tarde se iba a dormir sentado en una silla junto a un árbol en el jardín de su casa y que jamás iba a poder despertar. Hay veces en que sueño con él contándome una historia.

Cirilo pies azules no fue a la primaria, con mucho trabajo aprendió a leer y escribir; y creo que sabía algunas operaciones aritméticas. Sin embargo, leía de todo. De allá sus palabras raras, “sombra arquetípica”, “luz incendiaria”, “mortalidad abstracta” “pezuña encebollada” ─ utilizada para denostar algún contrincante que le cayera mal─ . Creo que vivió más de cien años. Cuando lo conocí ya era adulto y jamás lo vi envejecer. Creo que murió por su gusto, por quererse morir ya, porque no le quedaba nada más que hacer en esta vida. Lo vivió todo, hizo lo que siempre le gusto hacer. Creo que su alma murió de vieja, porque su cuerpo siempre fue joven. No creo que haya muerto de amor; Maguncia, aquí presente, nos lo podría constatar. Y hoy que estamos aquí para enterrarlo, sabemos que no era, como algunos creían y otros decían, un ángel encubierto entre los cutilandesés para espiar por parte de Dios. Algunos dirán que era un charlatán. Yo sé que fue un ser mágico, pero real. Y nadie, nadie, nadie, nunca, jamás, volverá a contar historias como él lo hacía.

 


El II Concurso Internacional de Cuento Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.

Las obras publicadas en el blog no han sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son responsables de las erratas que puedan aparecer.

El Concurso Internacional de Cuento Primigenios ha recibido más de una veintena de obras que publicaremos en el blog “Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo. 


 

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