A Algarabán no llegan las cigüeñas
Edgar Estaco
Algarabán del Cristo había
amanecido flotando en un marasmo pegajoso que humedecía las paredes y los
cacharros de la cocina. Jerónimo Arquero maldijo mientras arrojaba el trapo sin
haber arrancado el más mínimo brillo a los zapatos, Este cabrón lugar parece
una mantequillera, cogió el sombrero de pajilla, se alisó la guayabera y salió.
Margarito el ciego escuchó sus
pasos a la entrada del pueblo y preguntó con malicia ¿vas a ver a los
artistas?, Jerónimo hizo un gesto de desgano cuando detalló la grisura del
cielo y sin tomarse el trabajo de mirar replicó como si rezara. Te iba a
regalar un real, pero por hacerte el gracioso, te jodiste; se persignó y agregó
mientras se alejaba. Que dios me perdone.
Un día antes el coro de los
perros callejeros había abierto las puertas de Algarabán y todos miraron con
asombro la partida de demonios pintarrajeados anunciando que al otro día se
conjuraría el sopor con la función más increíble de este mundo y del otro;
mañana podrán ver, pero no tocar, a las criaturas de los sueños, y el día en
que mueran recordarán todavía las cosas de mañana, y se preguntarán cómo pasó,
seremos sus amigos, y sus confesores, y sus sueños más secretos; Jerónimo
agregaba en la barra del América: Y sus ladrones, tramposos de mierda, y
saboreaba el café. Sin embargo, los corazones se escuchaban por sobre el
bullicio de los anunciadores, Margarito sacudía su lata inútilmente bajo la
letanía de Don Jerónimo, No sabía que había tantos mentecatos en este pueblo,
no en balde estamos como estamos.
Jerónimo comprendió a plenitud
la burla del ciego al amanecer, toda la gente estaba en las carpas del parque,
el resto del pueblo parecía invadido por la peste, había que ir, o morir en la
argamasa húmeda de las callejuelas desiertas.
Cuando llegó, lo saludaron con
sorna y asombro, no se afectó y saludó con movimientos breves de la mano o
tocándose el sombrero. A poco dejó de ser noticia y la gente volvió a las
peripecias de los hombres del más allá, Jerónimo aprovechó el descuido y se
deslizó entre las carpas, ¡vengan a romper la monotonía a la casa de los
espejos, pero no rompan los espejos!, gritaba un hombrecito flaco, Jerónimo
rumió Tramposo, y fue hasta la cabeza sin cuerpo que se veía por la rendija de
una cortina, era espantosa y sangrante, sacaba la lengua a los curiosos, pase
para que vea que no hay truco, dijo el portero, Arquero lo miró con odio, sacó
unos centavos y siguió, cuando la adivinadora le clavó los ojos Jerónimo
Arquero se sintió desnudo, No, le dijo, se volvió de prisa y la olvidó , de
modo que cuando ella le murmuró, ésta va de gratis, el viejo Arquero debía
estar muy lejos apagando el ruido de la feria y no allí soportando el fuego de
los ojos de la muchacha, tiene usted mucho miedo señor, pero puede estar
tranquilo, morirá antes que yo, mas no de ese dolor en la barriga, ése es de
comer maní crudo, entonces sonrió, de cualquier forma este será un día
inolvidable para usted, Jerónimo se despidió cortés y huyó hacia la última
carpa donde estaba la ruleta y un ratón blanco que se colaba a capricho en los
huequitos marcando un color y un número, estaba molesto y aliviado, se palpó el
abdomen hasta sentir el latigazo, no creía una palabra de la pitonisa, pero de
cualquier forma era reconfortante la juventud de la muchacha, tendrá que
cuidarse por los dos, pensó.
─Diga─ preguntó el hombre de la ruleta.
─Nada, que voy a probar mi
suerte.
Puso menudo sobre la tabla y
esperó la inspiración hasta que una voz llegada de la tierra le dijo, el tres
rojo.
El hombre miró a Jerónimo y éste
asintió. Soltó entonces el ratoncito que dio vueltas hasta que al fin se
decidió y entró en un agujero.
─Usted gana─ dijo el hombre y
colocó el dinero en la tabla.
Solo entonces se volvió Jerónimo
hacia el muchachito que había sugerido la apuesta. ¿A cuál le juego ahora?, al
cuatro azul, señor, Ya oíste, le dijo al hombre y el ratoncito dio vueltas y
vueltas hasta el cuatro azul. El viejo arquero se arrodilló junto al niño.
─Tienes mucha suerte─ le dijo.
─No es suerte, yo lo leo en mis
cristales.
─¡Ah!─se burló Jerónimo─ en tus
cristales, y ¿cómo te llamas?
─Mauricio, señor.
─No eres de aquí, ¿verdad?
─No, señor.
─Ajá, y de donde eres.
El muchacho se encogió de
hombros.
─Así que tus cristales─ repitió
Jerónimo como si quisiera memorizarlo─ vamos a hacer una cosa.
Entonces Jerónimo se hundió los
dedos en la barriga justo en el lugar donde sentía la mordida de la muerte,
mira a ver que dicen tus cristales de esto.
El muchacho se sentó en la
hierba, abrió su morral y sacó unos trozos de vidrio.
─Y bien─ lo conminó el viejo.
─No ─replicó─ son del cristal de
mañana, lo rompí.
─Y ¿por qué?
─No quiero saber.
─Comprendo─ lo apoyó y agregó de
súbito─¿y esto? ─tocándose la barriga.
El muchacho buscó nuevamente en
el morral, Es este, dijo, hizo un gesto de conformidad y lo miró con atención.
─Dime que ves─ conminó Jerónimo.
─Es por comer maní crudo.
El viejo soltó una carcajada,
Eres un chico muy listo, lo despeinó con cariño, a ver Mauricio, dime otro
número.
Cuando el ratón obedeció por tercera vez Jerónimo Arquero dejó de sonreír, tomó al niño de la mano y se lo llevó a su casa.
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