Antropofagia
Seudónimo:
Cuervo Jones
La
hierba parecía danzar mostrando colores verdes, cafés y amarillos ante el sol
frío de la mañana, haciendo que la luz se filtrara por entre las tablas de una
casa de madera construida al final de un pequeño caserío. Zoila empezó a sentir
la mañana en su piel haciendo que su cuerpo fuera reaccionando a la luz que
acariciaba su rostro hasta llegar a sus ojos, con un suspiro la mujer abrió sus
negros ojos aun adormilada por el profundo sueño en el que se encontraba
segundos antes, no quería levantarse aquel preciso día pero los gemidos de sus
canes hizo que la mujer casi de forma automática se levantara de su catre, se
vistiera cubriéndose con un grueso poncho con bolsillo internos y se encaminara
a su refrigerador para sacar la funda de
huesos carnudos que tenía reservada para sus animales.
─¡Ya voy! ─ exclamo con voz firme a
sus animales cuyo gemido se había acrecentado.
Como si
la pequeña jauría de perros hubiera entendido el grito de la mujer dejaron de
llorar observándola con expectación. La mujer de piel mestiza, arrugada por el
tiempo y tostada por el sol observo al grupo de perros de diferentes tamaños,
colores y razas, ninguno era igual, todos parecían haber encontrado un hogar
junto a esa mujer y entendían cada ademan, grito y mirada de ella quien siempre
mostraba al mundo un rostro apacible pero enigmático, los más instruidos en el
poblado sabían afirmar que su rostro era una mezcla especial de nostalgia y
tristeza que a veces expulsaba alegría.
Ella
sonrió al recordar las palabras que le dedicaron varias veces en su pasado y
dejando a un lado aquel recuerdo se enfocó en sus perros.
─Yo sé
que tienen hambre ─ suspiro la mujer colocando los huesos cubiertos
parcialmente con carne y sangre congelada en una enorme olla con agua ─ pero no
deben apresurarse, el hambre es una muestra que estamos vivos y mientras más
podamos aguantar el gruñido de nuestra panza nos volveremos más fuertes.
Uno de
los perros, un galgo de piel oscura, movió la cabeza de un lado a otro como si no entendiera completamente lo que
había dicho la mujer.
─Lo sé,
lo sé ─ dijo sonriendo mientras encendía la olla ─ es difícil entender a veces
lo que digo pero lo digo desde la experiencia ─ les explico a sus animales al
tiempo que daba un par de pasos para acariciar la cabeza del perro negro y
quienes se encontraban alrededor de este ─ solo tengan paciencia.
Mientras
que el agua con los huesos hirviera y sin nada mejor que hacer la mujer abrió
la ventana a observar el camino que recorrían los hombres y mujeres que
labraban la tierra.
─El
viento está más fuerte hoy que otros días ─ suspiro la mujer sacando un
cigarrillo del poncho.
─Buen
día Doña Tenelama ─ grito un joven campesino agitando su mano con entusiasmo.
─No saludes
a la vieja ─ dijo un compañero casi en susurros mientras lo empujaba a seguir
su camino ─ ¿No vez que es una bruja?
─No lo
es ─ respondió el joven.
─Si lo
es ─ le contesto el otro empezando una discusión que duraría todo el camino
hasta su lugar de trabajo.
La mujer
respondió el saludo con un suave movimiento de cabeza al tiempo que absorbía un
poco del cigarrillo que tenía entre sus dedos sonriendo al observar la
discusión que empezaba entre el muchacho que la saludo y su compañero.
Ella no
cruzo palabra con nadie a pesar de que suponía lo que podían decir algunos
quienes la veían en aquella ventana y estaba segura de que no era nada bueno, “¡Que
se jodan!” Pensó ella mientras observaba en silencio la procesión de
trabajadores que iban a sus tierras de sembrado.
El
tragar el contenido del cigarrillo hacia que sus arrugas se acentuara más y
cuando exhalaba aquel humo gris parecía que sus ojos negros recuperaban la
juventud que con los años y el trabajo duro había perdido.
─Hoy es
un buen día ─ dijo la mujer observando las nubes blancas que se alzaban a la
distancia y los últimos campesinos rezagados corriendo a los sembríos.
Los ojos
de la anciana se habían desviado del camino ahora vacío hacia las enormes
acumulaciones de nubes y sin darse cuenta estaba empezando a recordar y con
cada memoria que salía a flote su rostro enigmático se contraía en un rictus de
dolor y fastidio. Lanzo la colilla de cigarrillo fuera de su casa como si
quisiera evitar seguir recordando su pasado y desvió su mirada al interior de
su hogar pero lo primero que observo no fue de mucha ayuda; era un calendario
que marcaba la fecha de hoy en un enorme circulo haciéndole contraer nuevamente
su rostro para inmediatamente después sonreír ya que hoy se cumplían tres
décadas de venir a Las Playas para montar su casa y dedicarse a la cría de
animales.
─Un
miércoles como hoy fue ─ suspiro para ella misma mientras el agua con los
huesos carnudos empezaba a humear.
Tres de
los perros que se encontraban observando la olla empezaron a ladrar, como si
alertaran a su dueña de que su comida ya estaba lista.
─Ya voy
muchachos, también lo note ─ respondió la adulta mayor caminando con paso lento
para la cocina.
Los
canes devoraban la carne de aquellos huesos con desesperación, conscientes que
esa sería la única comida que probarían en todo el día mientras que la anciana
una vez terminada su tarea salió a revisar a las vacas que pastaban al otro
extremo de su terreno sin llamar a sus canes ni molestar a ninguno de los
vecinos que se hubieran quedado en las casas cercanas, su labor era suya y
nadie más debía intervenir en ellas, recibir ayuda implicaba volverse una carga
aunque sea parcial de los demás y eso era algo que no deseaba ser, tal vez por
eso luego de fracasar como esposa y madre regreso a Ambato para pasar sus días
en la provincia donde nació.
─Habré regresado
─ se dijo a si misma pensando casi por obligación a la fecha en su pasado ─
pero nunca a la ciudad de mis taitas, aquí piensen lo que piensen es mi
tierra, mi casa.
Se
detuvo a medio camino, como si la frase que había pronunciado le trajera, no un
recuerdo, sino una dolencia física más real, ingirió una pequeña capsula
purpura al empezar a sentir un leve dolor en el pecho, cerca de la teta
izquierda, ella sabía lo que era y no estaba enteramente segura que las
pastillitas que el seguro social le daba fueran a solucionar su problema pero
aun así las seguía ingiriendo.
Luego de
unos segundos de tensa espera en medio del pasto crecido, la mujer continúo su
camino sin hacerle caso al viento frío que golpeaba su arrugado rostro.
─¿Cómo
están mis vaquitas? ─ les dijo a las tres vacas que se encontraban pastando con
su rostro vacuno indiferentes a la llegada de la mujer ─ siempre tan
expresivas, ¿y dónde está el torito? ─ les pregunto buscando con la mirada al
enorme toro negro que como si fuera otro perro más se acercó para posar su
enorme rostro en el hombro de la señora Tenelama.
La mujer
sonrió acariciando el negro pelaje del enorme animal y lo mando lejos, a jugar
con los perros quienes ya hablan terminando su almuerzo y encontrando la puerta
abierta ya se encontraban saltando y ladrando esperando la compañía del gran
toro negro.
Al ver
aquella escena los finos labios de Zoila esgrimieron una suave sonrisa antes de
sentarse al pie de una vaca cuyas ubres estaban listas para ser exprimidas una
vez que los terneros de aquella madre primeriza habían terminado de desayunar.
─Calma
muchacha, sé que esto es nuevo para ti pero siempre hay una primera vez para
todo ─ le dijo al animal quien se encontraba ligeramente nervioso.
Las
duras y arrugadas manos de Doña Zoila las cuales parecían que maltratarían las
ubres del animal fueron gentiles haciendo que el miedo que sentía la vaca se
transformara en tranquilidad mientras volvía a pastar. Luego de llenar el cubo
con leche la anciana mujer se dispuso a regresar a casa pero a mitad del camino
volvió a sentir el mismo dolor solo que no era igual que antes, ya no era en la
teta izquierda, ahora era en todo su cuerpo haciendo que sus músculos se
congelaran en su interior y su rostro arrugado pero apacible se congelara en un
rictus de miedo y confusión mientras todo a su alrededor se deformaba y la luz
de la mañana se volviera oscuridad mientras su cuerpo caían pesadamente sobre
la hierba derramando la leche sobre la hierba crecida.
Cuando
los ojos de la mujer volvieron a abrirse amanecía nuevamente y lo primero que
paso por su cabeza fue: ¿Cuánto tiempo ha pasado? La segunda pregunta
que emergió de su cerebro aun confundido fue ¿Por qué no puedo moverme?
─Gaaaa...
─ fue lo único que pudo pronunciar la mujer antes de que su lengua y su
garganta se silenciara a cualquier sonido que no fuera su propia respiración.
Tenía
miedo, eso era obvio y no había nadie que pudiera ayudarla, sus propios canes
habían formado un semi circulo, tal vez pensando que era un nuevo juego y que
en cualquier momento ella se levantaría a darle de comer.
Pasaron
horas en los que ni ellas ni sus perros se movieron y con cada minuto que
pasaba su mente, lo único libre en su cuerpo atrofiado por la inesperada
parálisis, volaba al pasado donde podía ver la felicidad y el dolor que ella
había traído a quienes la rodearon y como llego el momento en que hartándose de
todo y prefiriendo la compañía de animales a la de su propia familia desapareció
sin decir a donde iba y si regresaría; mientras su mente divagaba observando el
cielo que volvía a cambiar de color una vez más su galgo negro se acercó a
olerla y empujarla suavemente con la esperanza de indicarle que él y sus
compañeros se habían cansado de esperar y el hambre podía más que su paciencia.
Un par
de golpes con la nariz del sabueso no surtieron efecto a lo que el animal
recurrió a suaves ladridos pero ninguna expresión pudo hacer mover a la anciana
y finalmente el can empezó a lamer su rostro con la esperanza de que se
apiadaría de sus vacíos estómagos pero en lugar de eso el perro sintió por
primera vez algo diferente, generalmente cuando lamia la piel de la anciana era
como lavar a su madre, piel cálida y llena de vida pero ahora, cuando la lengua
del animal palpo el rostro de la mujer obtuvo una respuesta en su cerebro y
estomago casi inmediata como si lo que lamia eran los mismos deliciosos huesos
carnudos que él comía. La mujer se percató de las nuevas intenciones del perro
las cuales eran las mismas que el resto de su pequeña jauría quienes se
acercaban hambrientos a su cuerpo petrificado, quería gritar, insultar, llorar
pero nada en su cuerpo reaccionaba.
Cuando
sintió el primer mordisco en su mejilla el dolor fue intenso, tanto que su
corazón estuvo a punto de estallar del dolor pero su cuerpo aún no se movía,
poco a poco empezó a sentir los colmillos de diferentes perros arrancar pedazos
de carne, músculos y tendones hasta que una de las vacas, curiosa por aquella
escena se acercó y con algo de temor tan solo se atrevió a ingerir uno de los
ojos de su dueña antes de ser espantados por uno de los campesinos que se había
fijado en aquella extraña escena de un grupo de perros y una vaca devorando un
cuerpo en medio de la hierba crecida que ahora tenía un nuevo color en aquel
lugar.
El II Concurso
Internacional de Cuento Primigenios publica de manera exclusiva las obras
concursantes en el blog de la Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta
edición un jurado determinará el cuento ganador, pero la interacción de los
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por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
Excelente cuento , bastante psicológico y de suspenso , bueno . Saludos
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