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La Virgen de los Mares

 

Juan J. Parera López

 

 

 

Nuestra Señora que libras a los que te invocan de muchos peligros, y a los navegantes los guardas en los viajes dilatados y peligrosos y los llevas a buen puerto. Venerando tu memoria, oh reina del cielo, imploramos tu protección …

Fragmento de oración a la Virgen de Regla

Después de descargar la mercancía: tabaco, azúcar, artículos de piel y toneles de ron, en el puerto de Matthew Town de la isla Gran Inagua de Las Bahamas, el esbelto velero La Aguja se desliza sobre las azules aguas del Canal de Bahamas rumbo a su puerto de origen en la Bahía de Nipe, al norte de la provincia de Oriente, Cuba.

Como carga de regreso trae aperos agrícolas, utensilios  del hogar, armas de fuego y tejidos finos, fundamentalmente sedería procedente de la India, para las esposas de hacendados cubanos ricos.

La Aguja es una goleta de dos mástiles y estrecha manga, con óptimas cualidades marineras que le permiten navegar veloz aun transportando carga apreciable. Es el barco ideal para el contrabando.

Los Vientos Alisios soplan con fuerza e impulsan al navío en dirección suroeste.  Con los quince nudos que llega a desarrollar puede alcanzar su destino en unas veinte horas de travesía. Con esa referencia temporal su patrón, Bartolomé, partió de puerto ya bien entrado el anochecer. Contaba con llegar a su destino al anochecer del día siguiente, lo que le facilitaría burlar la vigilancia costera de la marina española, que, con base en el puerto de Gibara, mantenía celoso patrullaje en la costa norte de Oriente.

Hacía varios años que los españoles habían intensificado la vigilancia. Esto por dos motivos. Uno tenía que ver con el estricto monopolio comercial que España imponía a su colonia, especialmente la prohibición de comercio con los cercanos territorios insulares británicos. El otro era el fundamental: luego del levantamiento armado de cubanos contra la metrópoli, navíos que partían de territorio estadounidense o inglés habían desembarcado armas para los insurrectos. En esta ocasión las armas que transportaban no era el cargamento principal, pero, al precio al que se pagaban, darían ganancias extra a los contrabandistas.

La flota de barcos guardacostas no solo había aumentado en número de naves, también habían sustituido a los viejos veleros por otros que, además de velas, tenían propulsión a vapor y estaban dotados con modernos cañones de fabricación alemana.

…..

Al amanecer, con la caña del timón en la mano, Bartolomé otea el horizonte de vez en vez. Es un gallego entrado en años que conoce mucho de mar. Desde niño había acompañado a su padre pescador en las costas de Galicia. Luego que emigró a Cuba se dedicó primero a la pesca, para posteriormente alternar esa ocupación con el contrabando. Si aún pescaba era porque le facilitaba una fachada para encubrir su otro negocio que le aportaba pingües beneficios.

Con las sublevaciones de hacendados cubanos la venta de armas resultaba un negocio excelente. Los amigos de Bartolomé se burlaban diciéndole que apoyaba a los que peleaban contra los suyos, a lo que respondía:

─Soy home de negocios. Todo es rollo de gente gorda de aló y de aquí. Vayan a la merda, yo no me meto en eso. Lo mío es hacer maior fortuna para regresar rico a la terra mía. Que debe ser pronto. Quero hacer familia con buena moza de allá.

El gallego hablaba un castellano contaminado con su lengua madre. Los hombres que lo acompañaban eran el fornido mulato Romualdo y Miguelito, ‘el indiao’, joven mestizo de ascendencia india.

Bartolomé acostumbraba a hacer la travesía saliendo de Gran Inagua al caer la noche, de modo que navegando con buen viento estuvieran en su destino ya de noche del día siguiente, así con el farol apagado podían burlar la vigilancia costera. El mar en la zona cercana a la costa no tenía arrecifes y era suficiente profundo, y ya más cerca seguían la luz del faro situado a la entrada de la bahía. El tramo más peligroso era cuando penetraban en la boca de la misma, donde la luz del faro podía hacer visible la embarcación, por lo que recogían velas e izaban una vela menor de color obscuro. 

Con la buena brisa que tenían, si el viento continuaba así, esperaban divisar tierra el próximo anochecer.

…..

Alternándose en el timón transcurrió la noche. La salida del sol despertó a los que acurrucados dormitaban en la cubierta. Era un lindo amanecer. La interminable extensión azul los rodeaba por doquier, las suaves olas hacían ondular al velero con ritmo, emergiendo la afilada proa de las mismas con gracia. El tener el sol a la espalda iluminaba el mar que se abría frente a ellos y facilitaba la visibilidad sin cegarlos.

Mientras Romualdo se ocupa del tensado de las cuerdas del velamen, el Miguelito tira curricanes por la proa, que a veces, tensados por algún pez, recogía y echaba la captura en la caja con agua que para esos menesteres tenía a su lado. En mar profundo podía sacar algún róbalo o sábalo, más cerca de tierra podían picar pargos y chernas.

En alta mar tiraban un cordel de pesca hecho de cuerda de las usadas en el velamen de grandes veleros, con gran anzuelo y un pargo de carnada. El gallego acostumbraba a llevarlo siempre en arrastre pensando en pesca mayor. Poca suerte solía tener en ese empeño. Si, alguna vez había cogido algún tiburón u otro peje mayor, pero nunca una aguja de las grandes como él deseaba.

¡Cómo admiraba ese pez! Su bella aleta dorsal, su forma perfecta para penetrar el agua con aquella nariz alargada y perforante. No fue casualidad que se hiciera de ese velero, su esbeltez y aguda proa le recordaban al pez; de ahí el nombre que eligió para el mismo.

Luego de corregir la altura del velamen Romualdo se acerca al patrón y con la gracia natural que lo caracteriza le cuenta de sus últimas aventuras amorosas con las mulatas de los pueblos de Mayarí y Antilla. El Miguelito, algo alejado en la parte delantera, sigue la conversación vuelto hacia ellos y ríe a carcajadas de las ocurrencias del mulato, mientras el patrón exclama:

─Mulato fazañeiro(1) .

Miguelito más preocupado por los chismes amorosos del amigo que de la pesca, no atiende a los cordeles. De pronto uno se tensa y empieza a correr. Bartolomé desde la popa, viendo que el Miguelito no reacciona, grita presto:

─¡Miguelito, farfallón(2)! Parece que algo ha pica’o.  Nin arre nin xo(3), empieza a recoger, ahí traes un buen peje.

El indiao gira el cuerpo y con el pie apoyado en la borda tira del cordel. Luego de algún forcejeo lo acerca al costado del barco y con un cesto, que el mismo ha fabricado con bejucos, lo levanta y muestra a sus amigos con alegría. Es un róbalo de mediano tamaño. Sin lastimarlo le quita el anzuelo y lo echa en la caja de agua.

Romualdo comenta:

─Ya tiene’ pa’ buena cena cuando llegue’.

A lo que el Miguelito responde:

─ No, ese e’ pa’ mi diosa Atabey, que buen viaje no’ ha da’o. Es pa’ su cemí que tengo en el bohío.

Batolomé interrumpe:

─ Pues que tu deusa(4) siga axudando hasta llegar, que ya sabes que en la bahía patrullan dos cañoneras con buena artillería y no quero vérmelas con ellas.

Volviendo su cabeza hacia el patrón Romualdo agrega:

─ Si patroncito Bartolo, y ma’ malo que ahora tienen barco’ que suma’o a la’ velas llevan máquina’ que dicen trabajan con agua recalentá’, aunque no haiga buen viento se mueven rápido. ¡Yemayá nos proteja, patroncito!

En esos dime y diretes avanzó el día. Pasado el mediodía comen algo, pescado seco y casabe que humedecen con agua de mar. Entre bocado y bocado buches de vino de uva caleta que el propio Bartolomé acostumbra a preparar.

El viento favorable que los había impulsado amainó. Bartolomé se preocupa. Si no regresa el buen viento pasarían la noche en el mar y entrarían a la bahía ya de día:

<Mala cosa. La virxe(5) nos proteja>

pensó.

La tarde transcurre con poco viento. Las velas semicaídas a veces se hinchan con leve brisa y La Aguja avanza lentamente. Se alternaban con el timón mientras los dos restantes dormitan o pasan el tiempo como mejor pueden. El indiao se entretiene tallando un tronco con su navaja mientras que el mulato sonriente se burla de él y le dice:

─ Si es otra diosa lo que tú talla’, pobre Atabey. Tendrá que repa’tir la ofrenda de comi’a con la nueva y quedará hambreá.

La tarde pasó y anocheció. Navegaron a escasa velocidad toda la noche.

…..

El sol empieza a mostrarse en el horizonte. El viento aprieta algo y el velero comienza a avanzar algo más rápido. Bartolomé se despereza del sueño, se levanta y acercándose a la popa le quita el timón al indiao diciendo:

─Dame el timón, tenemos que hilar bien para llegar a la costa sin problema.

Coge la caña del timón y comienza a otear el horizonte. Al rato ve una columna de humo a estribor, se preocupa. Toma el catalejo y analiza con detalle al navío que se acerca. Cuando ve la bandera roja y amarilla que ondea en el palo mayor y el alargado cañón en la proa no tiene dudas y grita:

─ ¡Mecachiendiez! Miren atrás. Una cañonera española se acerca.

El barco guardacostas aunque con las velas poco henchidas se aproxima con rapidez gracias a la propulsión a vapor. La esbelta Aguja, cuyo avance solo depende del ligero viento, a pesar de sus condiciones marineras no puede competir con la nave que se acerca a todo vapor y la distancia entre ellas se acorta. Ven aves marinas hacia el sur que indican la cercanía de la costa, que aún no está a la vista.

Saben que no pueden escapar. Con los peores pensamientos en mente los tres ruegan solicitando ayuda divina. Cada cual se dirige a su deidad; Bartolomé a La Virgen, Romualdo a Yemayá y el Miguelito a su Atabey.

De pronto se siente un tirón y el velero aumenta velocidad. Cuando miran hacia adelante ven que la gruesa cuerda de pesca mayor se ha tensado y remolca al barco con relativa facilidad. Una aguja enorme que tira de ellos salta fuera del agua. En su boca tiene la cuerda atada al anzuelo que ha tragado. Bartolomé piensa:

<En mal momento he pescado la aguja que siempre quise>.

Pero pronto se percata de que se dirigen a tierra y dice gritando:

─¡Gracias virxencita por la mano que nos das!

Romualdo escucha a Bartolomé y se mantiene callado. Sabe que el milagro no es de la virgen del patrón sino de Yemayá, la Diosa de los Mares.

En la proa de la cañonera ven a los marineros accionando el moderno cañón. Bartolomé toma el catalejo y lo observa con detenimiento. Es una moderna pieza de artillería que el fabricante alemán Krupp ha desarrollado recientemente. Es de retrocarga y tiene ánima estriada, lo que lo dota de certera puntería y rápida recarga.

Un resplandor destella en la boca del arma y al instante oyen la detonación, el proyectil silba en el aire y el agua cercana a la embarcación se eleva y los salpica. Una sucesión de disparos y salpicaduras se suceden. Al cuarto disparo aciertan en lo alto de la arboladura y la parte superior del mástil principal cae al agua. Romualdp toma veloz su machete y corta cuerdas y restos de la vela caída para liberar el barco de su arrastre. Al perder el empuje de la vela principal el velero remolcado por la aguja avanza más lento y la nave perseguidora acorta distancia.

Se suceden más disparos. El tercero arranca parte de la popa de la embarcación y daña el timón. Los hombres saben que no tienen salvación. Si los apresan con el cargamento de armas serán condenados a morir al garrote.

Cuando todo parece perdido se siente retumbar de truenos, el cielo se obscurece y ven que una enorme ola viene hacia ellos. La ligera embarcación es elevada hasta la cresta de la misma para luego descender con elegancia y continuar por mar tranquilo.

Miran atrás y ven que la cañonera no ha tenido igual suerte, con peores condiciones marineras y sobrecargada con el peso de las piezas de artillería en cubierta, escorada, hace agua y comienza a hundirse.

El cielo se despeja y cuando miran arriba ven una luz. Bartolomé se persigna y exclama:

─¡Gracias virxencita mía!

Romualdo murmulla una plegaria agradeciendo a Yemayá, mientras que el Miguelito se arrodilla y agradece a Atabey.

Bartolomé va a  proa y corta la cuerda donde aún tiraba la aguja, se arrodilla diciendo:

─Virxencita enviaste el peje a ayudarnos, es tuyo, te lo entrego.

y retorna a popa, cerca del timón dañado.

Por su parte el indiao lanza la imagen que había esculpido durante el viaje y murmura:

─Mi ofrenda a Atabey.

El madero flota junto al barco y cuando se acerca a la popa Bartolomé se inclina sobre la borda, lo recupera y dice:

─ La llevamos con nosotros, esta será la imagen de la virgen que nos salvó. Será nuestra ofrenda a la virgen de hombres de mar en apuros y de los sufrientes.

Reparan el timón y con el trapo oscuro de navegación nocturna improvisan una vela adicional en lo que queda del palo mayor. Así logran llegar a la costa.

…..

La historia posterior:

Solo conocemos lo que se cuenta desde la interpretación de Bartolomé. Existe una imagen rústica de virgen en el santuario de la Virgen de Regla, en una pequeña localidad costera en la bahía de la ciudad de La Habana, que se dice fue rescatada de las aguas cuando tres hombres de mar fueron salvados por ella en los mares al norte de Cuba. 

Algunos cuentan que en círculos de iniciados en los rituales religiosos afrocubanos de la región de Oriente aún se habla de la gran ola salvadora de Yemayá.

Menos conocido es que en la zona montañosa de la Sierra Cristal, en el norte de la provincia de Oriente, en una comunidad descendiente de taínos está el cemí original que el Miguelito talló y ofreció a la diosa Atabey.

Diccionario:

(1) fazañeiro: alardoso

(2) farfallón: descuidado

(3) nin arre nin xo: espabila

(4) deuxa: diosa

(5) virxe: virgen




 

Comentarios

  1. Descripcion muy emocionante, me encanta la narrativa, podría hacerse una película

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  2. Fascinante narración. Muy buen uso del lenguaje. ¡Felicidades!

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