Ir al contenido principal

 



La Votación

 

Isbel G

 

 I

 

Llegué a la reunión a eso de las tres de la tarde, tres y siete minutos, para ser exacto. Tal vez por eso cuando mi jefe me miró creí percibir cierto reproche en su expresión. Se volteó desde la primera fila donde estaba sentado cuando escuchó el sonido que produjo la puerta. Entonces me lanzó aquella mirada, una especie de mohín que no pude descifrar si significaba una amonestación o me conminaba al silencio. Por eso me acerqué con sigilo a la primera luneta que vi desocupada, en la última fila del teatro y me senté con delicadeza, para no producir el menor sonido. Solo entonces mi jefe se volteó de frente al estrado, desde su primera fila.

En la primera fila están los tipos comprometidos, me dijo el sujeto que estaba sentado a mi lado. Tenía unos cincuenta años, o tal vez menos; llevaba puesta una boina de un gris casi negro, una bolchevique, creo que le llaman. Tenía además una camisa blanca con sus bordados a cada lado del cuello amplísimo y su cordoncito entrecruzado sobre el pecho velludo. También tenía un collar de huesos, o tal vez de plástico, con estos sujetos nunca se sabe, un collar de lo más extravagante que parecía estar a punto de estrangularlo.

¿Es tu jefe, verdad? Qué, dije intentando descifrar la naturaleza de las pequeñas piezas del collar. El de la primera fila, ¿es tu jefe? Ah, sí, y usted cómo se ha percatado de ello. Es que soy muy perspicaz, sabe, de eso vivo. ¿De la perspicacia?, no sabía que eso fuera un oficio. Bueno, no exactamente, pero es algo muy necesario para mi oficio. Y a qué se dedica usted, si se puede saber. Soy poeta. Ah, poeta, tampoco sabía que eso fuera un oficio. Pues no me sorprende, la mayoría de las personas piensan como usted, pero quiero que sepa que es un oficio muy venerable y antiguo, tal vez el más antiguo y venerable de todos. Bueno, yo tenía entendido que el más antiguo era la prostitución. Esas son puras patrañas mi amigo, aunque sería hermoso que así fuera, la prostitución el primer oficio, una hermosa metáfora de la corrupción humana. Sí, realmente es muy desagradable eso de la prostitución, le dije por congraciarme, no es que el sujeto me cayera demasiado bien, pero me era algo inevitable, siempre intentaba quedar bien con todos. Pero no, quién ha dicho semejante cosa, dijo mientras se acariciaba con la mano derecha el collar de huesos o plástico, si la prostitución es toda una maravilla, no molesta a nadie, no requiere de materias primas, es pura ganancia para todos, dinero y placer, qué más se puede pedir y, además, nos muestra la naturaleza humana al desnudo, y lo de desnudo no es solo textualmente, sino también una metáfora, ¿me entiende? Sí, sí, le dije solo por congraciarme, y qué tipo de poesía escribe. Realismo sucio. Y eso de qué trata. De la naturaleza humana. ¿Como lo de la prostitución? Algo así, pero más abarcador, hay que reírse de todo amigo mío, descreer de tanta falsedad y pragmatismo, desnudar la moral, que es como una prostituta muy hipócrita, hay que destruir las convenciones y el poder, hay que ser enteramente nihilista. ¿Nihilista? Ah, ¿no conoce usted esas cosas? No. Es el que niega toda creencia, todo acto, religioso, político o social, eso es. Pero, bueno, esto es un acto político, o social, o algo por el estilo. Es cierto, pero lo importante no es el estar físicamente, eso es solo un simulacro; mire a su alrededor, ¿acaso cree que a alguien le interese todo esto? Mire a aquella ancianita de la penúltima fila, la de la última luneta, está haciendo un lindísimo abrigo. Viene a todas las reuniones con su ovillo y sus agujetas y se sienta a tejer. O vea a aquellos dos de las gorras que están sentados juntos, son homosexuales, claro, nadie lo sabe o, al menos, ellos nunca lo han confesado y ni siquiera han tenido sexo alguna vez entre ellos, pero vienen a acá porque estas cosas sin sentido los excitan. Que cómo lo sé, ya le dije, pura perspicacia. Tampoco a aquellos que se sientan en la primera fila, como su jefe, que aplauden eufóricos ante cualquier barrabasada que se diga, les importan estas cosas, entiéndalo, es como un juego, cada cual tiene lo suyo. Sí, pero usted es nihilista, le dije un poco desconcertado. Es cierto, pero ya le dije, lo importante es no creerse las cosas. Ellos creen que me tienen, pero es pura ilusión, cuestión de inteligencia, entiende, ya lo dijo Darwin, la selección natural, la adaptación al medio. Yo soy más inteligente, por eso no pueden vencerme, porque uso sus medios para derrotar sus medios, ¿entiende? Es un poco complicado, dije aún más confundido. Es como la prostitución amigo mío, uno da el cuerpo, el otro paga por el placer efímero, pero nada más, no hay pasión en todo esto, no puede haberla, porque si no ya no es un juego. Ve, yo me siento acá, siempre en la última fila, para pasar desapercibido, y no pierdo mi tiempo, siempre me traigo algún libro conmigo, lo tomo y comienzo a leer, me voy de este maldito lugar, ¿entiende? Cuando los de la primera fila comienzan a aplaudir comprendo que ha llegado la hora de votar y levanto la mano, como todo el mundo. ¿Y no le interesa por qué se está votando? Nada, yo ni siquiera voto, mírelo de ese modo, solo levanto la mano de modo automático, es como una respuesta condicionada después de los aplausos. Así no me busco problemas sin siquiera comprometerme con algo. ¿Le parece acaso que eso es votar? No, creo que no, le dije maldiciendo mi endemoniada costumbre de congraciarme con todos.

Es un tipo muy extraño este poeta sucio y nihilista, me dije mientras lo veía sacar del bolsillo trasero del pantalón un pequeño libro y ponerse a leer. Lo más importante es saber atravesar el fuego, se titulaba, de un tal Charles Bukowski. Ese día se iba a votar en contra de la circuncisión. El ideólogo del partido y el presidente hablaron largamente sobre el tema para que los presentes comprendieran a cabalidad lo inhumano de ese acto, impuesto a varias culturas por la ignorancia y el fanatismo religioso, etc. Cuando todos estuvieron plenamente informados sobre el tema y los de la primera fila, secundados por el resto de los asistentes, comenzaron a aplaudir, el ideólogo nos conminó a votar democráticamente. El poeta cerró el libro y levantó una mano y la viejita dejó a un lado el tejido e hizo lo mismo, también los dos muchachos de las gorras y un señor muy viejo que estaba medio dormido detrás de la pareja, y los de la primera fila y yo. La votación, por supuesto, fue unánime, y fue un duro golpe contra la explotación del hombre por el hombre, según gritó alguien en la sala con euforia.

 

II

 

Por qué vamos a votar hoy. Y yo qué demonios sé señor mío, me dijo el anciano molesto e incorporándose en el asiento. Disculpe, le dije, no me había percatado de que estaba dormido. No, si no es eso lo que me molesta, no exactamente eso, de todos modos de aquí a que estos tipos terminen de hablar puedo echar unas cuantas siestecitas, lo que me molesta es su pregunta, a quién demonios le importa eso. A mí, dije con timidez. Pues debe estar usted completamente loco. Bueno, y si a usted no le interesa por qué viene a acá. Porque así mato dos pájaros de un tiro, dijo y se acercó un poco a mi oído, como quien va a confesar un secreto, no me busco problemas con esta gente y, de paso, puedo dormir en paz. ¿Dormir en paz? Eso, somos trece personas en una casa, ¿se imagina?, trece personas jodiéndose mutuamente todo el día  la santa noche, y los vejigos, peor, dale que dale todo el tiempo y gritando y con hambre, porque en nuestra casa todo el mundo siempre tiene hambre, yo no sé, pero antes las cosas eran diferentes o la gente gritaba menos o yo me dormía con más facilidad. Por eso vengo aquí, y me paso todo el tiempo averiguando cuándo hay una bendita votación y preparo mi almohadita, ve, porque tengo una almohadita que me hizo la santa de mi mujer para estos trajines y vengo y rezo porque la cháchara sea lo suficientemente extensa como para recuperar algunos días de vigilia. ¿Y no le dicen nada por la almohada? Aquí cada cual está en lo suyo señor mío, mire, por ejemplo, a aquella parejita de maricones, ellos creen que nadie lo sabe, pero ya todos se han dado cuenta, es una verdadera vergüenza, a dónde hemos llegado, es una lástima que a nadie le interese ya nada de nada, ni siquiera a los de allá delante que, mientras estos dos no se excedan en sus cochinadas seguirán haciéndose los de la vista gorda, así no los pueden acusar de intolerantes y mantienen dos adeptos más para las votaciones. ¿Y usted, si tanto le molesta, por qué no hace nada al respecto? Es que, ya sabe, yo solo vengo a dormir y tengo que aprovechar al máximo mi tiempo; y usted, por qué viene. Por mi jefe. Ah, claro, y en qué emplea su tiempo. En nada realmente. Vaya, eso es algo muy malo, casi imperdonable, ¿no sabe acaso que Dios castiga a los perezosos? Yo no creo en Dios, dije mientras me percataba de que últimamente había perdido mi cualidad (o mi defecto) de ser complaciente con los demás. Es natural, estos tipos le han robado la fe a todos. Se equivoca usted, a mí nadie me ha robado nada, yo no creo por decisión propia. Eso dicen todos pero, crea o no, le repito, la pereza es un pecado capital. Me da igual, porque yo no soy un vago. ¿Ah, no? No, yo tengo mi trabajo. Sin embargo viene a aquí y no hace nada. Yo solo vengo a votar. Pues debería hacer otras cosas más útiles, aquí puede incluso hacer una familia. ¿Una familia? Pues claro, dónde demonios cree usted que yo conocí a mi mujercita, ¿o acaso piensa que yo siempre he venido a estos lugares a dormir?, recuerde, señor, que todos fuimos jóvenes alguna vez. ¿Y su esposa ya no viene? No, ya sabe, demasiados años y achaques para estos trajines, ojalá pudiera, pero no. Aunque tal vez, quién sabe, algún día la traiga para que la conozca, no hay mujer más santa que ella, venía a estos sitios para poder reunirse conmigo, ya sabe cómo eran los padres de antes, tan estrictos y recelosos. Entonces solo la dejaban venir a acá, decían que era el único lugar decente, y ya ve, aquí nos conocimos y nos citábamos en cada votación. Cuando vinieron a percatarse ya era demasiado tarde, de nada les sirvieron sus prevenciones exageradas. Pero no vaya a creer por ello que estoy en contra de esas cosas, ojalá nada de eso hubiera dejado de existir, ojalá la decencia y la moral no se hubieran largado para siempre de acá, así no tuviéramos que presenciar espectáculos tan desagradables como el de esos dos maricones e inmorales. Iba a decirle que acaso esos dos no estaban haciendo algo muy diferente a lo que él y su santa mujercita habían hecho hace muchos años atrás, esconderse de los prejuicios y la mojigatería, pero hubiera sido inútil, porque apenas había terminado de decir su última palabra cuando ya estaba profundamente dormido.

Miré entonces hacia la última fila y vi al poeta nihilista con un enorme libro entre las manos, un libro marrón con unas letras doradas que no pude descifrar desde mi asiento. Una fila más hacia delante, hacia mi derecha, estaba la anciana con sus agujetas y su cono de hilo; tejía un gorro de niño azul, es decir, el gorro azul, no el  niño. La parejita de las gorras se miraba en silencio y sonreía de vez en cuando. Otro sacaba una libreta y comenzaba a hacer anotaciones. El presidente, desde el puesto principal del estrado, hablaba algo sobre la inconveniencia de pintar las casas de negro, es de muy mal gusto, decía, debería prohibirse semejante necedad, imagínense ustedes, una vivienda pintada de negro, necesitaríamos consumir más electricidad para iluminarla, y no hablemos del calor infernal de este país, de todas las paredes absorbiendo ese calor, un cuerpo perfectamente oscuro, el total disparate; y en cuanto a lo alegórico, qué imagen queremos darle al mundo, no digo que exista algún tipo de intencionalidad, pero, ¿queremos acaso darle el más mínimo resquicio de duda al enemigo? ¿Imaginan acaso lo que pueden hacer con una casa toda de negro? Ah, lloverían las calumnias, que si estamos de luto, que si el color del futuro, que si la esperanza, vamos, no hay nada más desacertado que esto. Votemos por esta ley, levantemos nuestras manos, no son momentos de vacilaciones, vacilar, hoy más que nunca, es traicionar a la patria. Los de la primera fila se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir eufóricos, mientras los demás los imitábamos y yo pensaba que tendría que vender o muy probablemente botar los galones de pintura negra que tenía guardados para pintar mi casa. Después de todo tal vez era un beneficio, me dije sin dejar de aplaudir, pues realmente no me agrada para  nada el color negro, si lo había comprado era porque no había encontrado otro color y ahora esta ley me obligaba a deshacerme de ella. El anciano que estaba a mi lado dio un salto tremendo con toda aquella algarabía. ¿Que, ya hay que votar?, me preguntó medio dormido. Casi, casi, le dije.

 

III

 

El tipo que estaba esperando la salida me pareció demasiado común, intrascendente. Yo estoy aquí porque estoy esperando la salida, me dijo, y no me conviene estar en mala con esta gente. Dijo esta gente con cierto tono despectivo, pero aún así me pareció demasiado común, sabe dios cuántos estaban en aquel sitio por razones semejantes. Por eso fui a sentarme al lado del señor de la camisa a cuadros. Este también es poeta. ¿Poeta?, le pregunté sorprendido. Efectivamente, dijo y me mostró su libreta de apuntes.  Ah, ya conocí a un poeta en este lugar. ¿Se refiere al tipejo que se sienta en la última fila? Exacto. Ese es un poeta decadente. No, no, es más bien un poeta realista, sucio y nihilista. Patrañas, le digo que es un decadente y un subversivo, no hay más que verlo para percatarse de ello. ¿Ha leído usted algo de él? No es necesario, basta ver lo que lee para imaginárselo, puras groserías e indecencias. Y usted, qué lee. Nada, yo solo escribo, vengo a acá y anoto alguna que otra frase suelta de los discursos y con ellas voy hilvanando el poema, se llama realismo socialista, ¿no lo ha oído mencionar usted? No realmente. Pues se ha perdido gran cosa, dijo mientras anotaba algo en la libreta. Qué ha anotado. Una frase, claro está. Quién la dijo. Imagínese usted, quién recuerda ahora eso. Pero si acaban de decirla. No, esta es una frase vieja, ya tengo suficiente arsenal de frases acumuladas como para preocuparme por las nuevas, además, son casi exactamente las mismas. Pero usted acaba de decirme que copia las frases recientes. Yo no he dicho eso en ningún momento, debe haber sido una mala interpretación de su parte, por otro lado, es usted muy ingenuo compañero, nunca crea demasiado en las palabras de un poeta, dijo y anotó en su cuaderno “nunca crea demasiado en las palabras de un poeta realista-sucio-nihilista”, me gusta esta frase, añadió con orgullo. ¿Tiene algún libro publicado?, le pregunté por decir algo, por espantar el tedio o qué se yo por qué. No, yo publico en revistas y periódicos, yo leo en actos públicos, yo soy un poeta del proletariado. Ah, dije y comprendí que el tedio no se iría de mi lado. Hoy voy a declamar un poema antes de la votación. Ah, sí. Un poema tremendo. No lo dudo. Un poema sobre la votación, para que todos voten con euforia. Vaya, me dije, al fin alguien que se interesa por estas cosas, ¿entonces sabe usted por qué se vota hoy? Vamos compañero, ¿acaso me está usted tomando el pelo?, ya le dije que yo soy un poeta, que estoy aquí para escribir mi obra, ¿acaso cree que me sobra el tiempo para algo más?, la poesía es algo extremadamente serio. No, si yo no lo dudo, pero como usted me dijo que haría un poema sobre la votación, pues pensé… Sí, es sobre la votación o, más bien la votación se personifica, el poema está dado desde la voz de la votación, pero el sujeto lírico está omitido, ¿me entiende? Sí, claro, le dije por pura complacencia.

El poeta realista socialista continuó escribiendo en su cuaderno, mientras el tedio me daba unas palmaditas confianzudas en el hombro y el presidente explicaba que hoy votaríamos en contra de la gula y de las huelgas de hambre. Pero bueno, me dije, y si a alguien le da la real gana de reventarse comiendo o de morir de hambre. Pero entonces el presidente explicó que para evitar la tentación (porque la gula es un pecado capital, quién lo duda) reduciremos la venta de alimentos a la población y al que pretenda hacer una huelga de hambre lo pasaremos por las armas, porque qué demonios puede significar eso de que alguien deje de comer voluntariamente cuando el resto de la población lo que está es deseosa de más alimentos, es un contrasentido y una traición. Además, el ser humano necesita racionalizar su dieta para elevar su esperanza de vida, ya se demostró previamente con las ratas, a las que le racionalizan su alimento duran más. Por tanto lo contrario, en uno y otro sentido, es contra natura, pecaminoso y suicidio de lesa humanidad. Esto último no lo entendí demasiado, pero al parecer era muy acertado porque ya estaban todos aplaudiendo, los de la primera fila con euforia, el resto más sosegado. El poeta de la camisa a cuadro se fue de mi lado y se dirigió hacia donde está la presidencia, se colocó a su lado y comenzó a declamar su extensísimo poema mirando alternativamente a la presidencia y al público. Una señora a mi lado comenzó a protestar. Esto es lo que me faltaba, decía, que bien se ve que estos no tienen nada que hacer en sus casas cuando lleguen, en vez de votar de una vez se ponen a dispararnos un poema interminable, mira qué hora es y estos como si no hubiera nada más importante en el mundo. Cuando el poeta real socialista concluyó todos volvimos a aplaudir, unos igualmente con euforia, como la señora que protestaba a mi lado, otros, como yo, con menos entusiasmo. Entonces nos conminaron a votar. Mientras permanecía con la mano en alto me percaté de que la parejita de las gorras se rozaban los dedos sutilmente, confundidos entre el mar de brazos que los rodeaba. También, al voltearme, percibí la sonrisa impasible que me lanzó el poeta de la última fila, como queriéndome decir, vez, yo estoy por encima de todo esto.

 

IV

 

De todas las personas que he conocido acá, la ancianita que tejía es una de las que más me ha agradado. Tenía un olor como a cierta fruta madura, a manzana tal vez, aunque nunca he probado una manzana. Pero deben tener el olor de la viejita tejedora. Me decía mijo, mijo esto, mijo lo otro sin dejar de tejer. El día que la conocí estaba haciendo unos guantecitos. Deben pagarlos bien, dije por decir algo, para no aburrirme mientras esperaba la votación, para que no sospecharan de mí, para que no se corriera el rumor de que yo era el único que iba a perder su tiempo en aquel sitio, para no buscarme problemas. ¿Qué cosa mijo? Los tejidos. Ay mijo, estas cosas no se venden. ¿Ah, no? No, son para mi nieto, para protegerlo del frío. Ah, claro, dije un poco triste no sé por qué, tal vez por la expresión de desamparo de la anciana. Yo antes podía hacer todo un mantel en una sola votación mijo. ¿Todo un mantel? Y no solo un mantel, hubo ocasiones en que terminé una sobrecama entera, camera, sabe, de las grandes. Ah. Pero una se va poniendo vieja, ya el pulso no es el mismo; mija protesta, dice que el problema son las votaciones, que ya no son como antes, que todos están apurados y no hay tiempo para nada, agitados, dice, o algo así, pero yo sé que no, que la culpa es mía que me voy poniendo vieja, que ya los ojos ni las manos me responden como antes; no se ponga viejo nunca mijo. Sí, sí. No, se lo digo en serio, ponerse viejo es una desgracia, no hay nada peor que eso; mire, cuánto cree que miden estos guantecitos. Bueno, no sé, son realmente muy pequeños. Eso, demasiado pequeños, yo que antes hacía más de cuatro metros cuadrados por votación y ve, son tan pequeños que tal vez ni le sirvan a mi nieto. ¿Cree usted? Mírelos, si son apenas nada mijo. Bueno, tal vez debió hacerlos un poco más grandes. Si los hago un poco más grande no los hubiese terminado, incluso, estos pequeños temo que no los termine antes de que nos ahorquen. ¿De que nos ahorquen? Sí, claro, ¿acaso cree que nos van a dar mucho tiempo después de la votación? ¿Después de la votación? Sí mijo, todo el mundo sabe lo estrictos que son esta gente con eso, después que se vota por algo lo cumplen casi al momento. ¿Hoy vamos a votar por eso? Sí mijo. ¿Porque nos ahorquen? Eso, ya veo que no lo sabía y no me sorprende, yo también he perdido esa costumbre desde hace muchísimo tiempo, lo sé porque mija se enteró por casualidad y me lo dijo, me lo dijo y me aconsejó que no me buscara problemas. No sé para qué me lo dijo si ella sabe que yo nunca me he buscado problemas con nadie, mucho menos con esta gente y si me quedé callada fue porque pensé que ahora mi nieto no tendría a nadie que le teja sus cosas para el frío. Por eso me decidí a hacer estos guantecitos, calculé el tiempo que me quedaba y me dije que si me apuraba un poco podría terminarlos antes del fin. Realmente no le creí demasiado, lo confieso con vergüenza, llegué a pensar incluso que era una embustera, a pesar de su ternura y de su olor a cierta fruta madura. No me convencí de nada de esto hasta que el presidente comenzó a hablar y dijo que aquellos que estuvieran de acuerdo que lo expresaran levantando la mano.

Siempre he oído decir que al final de la existencia, en los últimos instantes, uno ve desfilar toda su vida como en un flashazo, o que ve una luz blanca y muy intensa, o que el tiempo transcurre extremadamente lento, y no sé si fue esto último lo que me sucedió a mí. No lo sé, en primer lugar, porque aún no estaba muerto, solo estaba votando, votando por mi muerte. Pero en el corto intervalo, fracciones de segundo quizás, que transcurrieron entre la exhortación a que votáramos y mi mano levantada, vi al poeta de la última fila que me miraba despreocupado, como intentando hacerme más patente que nunca que nada de aquello podía afectarlo, y vi al anciano con su almohada en una mano mientras me señalaba con un gesto a su venerable mujer que se encontraba junto a él, y al poeta de la camisa de cuadros y a la parejita de las gorras y a la anciana que tejía, todos con la mano en alto y entonces pensé que tenían razón, no había más que mirar sus rostros para convencerse de ello, para comprender que todos tenían una convicción inquebrantable y que esa convicción deshacía cualquier argumento, nada que yo pudiera decirles sería superior a ello. Lo más importante es no buscarse problemas, también yo lo comprendí y levanté la mano.

La Votación

 

Isbel G

 

 

I

 

Llegué a la reunión a eso de las tres de la tarde, tres y siete minutos, para ser exacto. Tal vez por eso cuando mi jefe me miró creí percibir cierto reproche en su expresión. Se volteó desde la primera fila donde estaba sentado cuando escuchó el sonido que produjo la puerta. Entonces me lanzó aquella mirada, una especie de mohín que no pude descifrar si significaba una amonestación o me conminaba al silencio. Por eso me acerqué con sigilo a la primera luneta que vi desocupada, en la última fila del teatro y me senté con delicadeza, para no producir el menor sonido. Solo entonces mi jefe se volteó de frente al estrado, desde su primera fila.

En la primera fila están los tipos comprometidos, me dijo el sujeto que estaba sentado a mi lado. Tenía unos cincuenta años, o tal vez menos; llevaba puesta una boina de un gris casi negro, una bolchevique, creo que le llaman. Tenía además una camisa blanca con sus bordados a cada lado del cuello amplísimo y su cordoncito entrecruzado sobre el pecho velludo. También tenía un collar de huesos, o tal vez de plástico, con estos sujetos nunca se sabe, un collar de lo más extravagante que parecía estar a punto de estrangularlo.

¿Es tu jefe, verdad? Qué, dije intentando descifrar la naturaleza de las pequeñas piezas del collar. El de la primera fila, ¿es tu jefe? Ah, sí, y usted cómo se ha percatado de ello. Es que soy muy perspicaz, sabe, de eso vivo. ¿De la perspicacia?, no sabía que eso fuera un oficio. Bueno, no exactamente, pero es algo muy necesario para mi oficio. Y a qué se dedica usted, si se puede saber. Soy poeta. Ah, poeta, tampoco sabía que eso fuera un oficio. Pues no me sorprende, la mayoría de las personas piensan como usted, pero quiero que sepa que es un oficio muy venerable y antiguo, tal vez el más antiguo y venerable de todos. Bueno, yo tenía entendido que el más antiguo era la prostitución. Esas son puras patrañas mi amigo, aunque sería hermoso que así fuera, la prostitución el primer oficio, una hermosa metáfora de la corrupción humana. Sí, realmente es muy desagradable eso de la prostitución, le dije por congraciarme, no es que el sujeto me cayera demasiado bien, pero me era algo inevitable, siempre intentaba quedar bien con todos. Pero no, quién ha dicho semejante cosa, dijo mientras se acariciaba con la mano derecha el collar de huesos o plástico, si la prostitución es toda una maravilla, no molesta a nadie, no requiere de materias primas, es pura ganancia para todos, dinero y placer, qué más se puede pedir y, además, nos muestra la naturaleza humana al desnudo, y lo de desnudo no es solo textualmente, sino también una metáfora, ¿me entiende? Sí, sí, le dije solo por congraciarme, y qué tipo de poesía escribe. Realismo sucio. Y eso de qué trata. De la naturaleza humana. ¿Como lo de la prostitución? Algo así, pero más abarcador, hay que reírse de todo amigo mío, descreer de tanta falsedad y pragmatismo, desnudar la moral, que es como una prostituta muy hipócrita, hay que destruir las convenciones y el poder, hay que ser enteramente nihilista. ¿Nihilista? Ah, ¿no conoce usted esas cosas? No. Es el que niega toda creencia, todo acto, religioso, político o social, eso es. Pero, bueno, esto es un acto político, o social, o algo por el estilo. Es cierto, pero lo importante no es el estar físicamente, eso es solo un simulacro; mire a su alrededor, ¿acaso cree que a alguien le interese todo esto? Mire a aquella ancianita de la penúltima fila, la de la última luneta, está haciendo un lindísimo abrigo. Viene a todas las reuniones con su ovillo y sus agujetas y se sienta a tejer. O vea a aquellos dos de las gorras que están sentados juntos, son homosexuales, claro, nadie lo sabe o, al menos, ellos nunca lo han confesado y ni siquiera han tenido sexo alguna vez entre ellos, pero vienen a acá porque estas cosas sin sentido los excitan. Que cómo lo sé, ya le dije, pura perspicacia. Tampoco a aquellos que se sientan en la primera fila, como su jefe, que aplauden eufóricos ante cualquier barrabasada que se diga, les importan estas cosas, entiéndalo, es como un juego, cada cual tiene lo suyo. Sí, pero usted es nihilista, le dije un poco desconcertado. Es cierto, pero ya le dije, lo importante es no creerse las cosas. Ellos creen que me tienen, pero es pura ilusión, cuestión de inteligencia, entiende, ya lo dijo Darwin, la selección natural, la adaptación al medio. Yo soy más inteligente, por eso no pueden vencerme, porque uso sus medios para derrotar sus medios, ¿entiende? Es un poco complicado, dije aún más confundido. Es como la prostitución amigo mío, uno da el cuerpo, el otro paga por el placer efímero, pero nada más, no hay pasión en todo esto, no puede haberla, porque si no ya no es un juego. Ve, yo me siento acá, siempre en la última fila, para pasar desapercibido, y no pierdo mi tiempo, siempre me traigo algún libro conmigo, lo tomo y comienzo a leer, me voy de este maldito lugar, ¿entiende? Cuando los de la primera fila comienzan a aplaudir comprendo que ha llegado la hora de votar y levanto la mano, como todo el mundo. ¿Y no le interesa por qué se está votando? Nada, yo ni siquiera voto, mírelo de ese modo, solo levanto la mano de modo automático, es como una respuesta condicionada después de los aplausos. Así no me busco problemas sin siquiera comprometerme con algo. ¿Le parece acaso que eso es votar? No, creo que no, le dije maldiciendo mi endemoniada costumbre de congraciarme con todos.

Es un tipo muy extraño este poeta sucio y nihilista, me dije mientras lo veía sacar del bolsillo trasero del pantalón un pequeño libro y ponerse a leer. Lo más importante es saber atravesar el fuego, se titulaba, de un tal Charles Bukowski. Ese día se iba a votar en contra de la circuncisión. El ideólogo del partido y el presidente hablaron largamente sobre el tema para que los presentes comprendieran a cabalidad lo inhumano de ese acto, impuesto a varias culturas por la ignorancia y el fanatismo religioso, etc. Cuando todos estuvieron plenamente informados sobre el tema y los de la primera fila, secundados por el resto de los asistentes, comenzaron a aplaudir, el ideólogo nos conminó a votar democráticamente. El poeta cerró el libro y levantó una mano y la viejita dejó a un lado el tejido e hizo lo mismo, también los dos muchachos de las gorras y un señor muy viejo que estaba medio dormido detrás de la pareja, y los de la primera fila y yo. La votación, por supuesto, fue unánime, y fue un duro golpe contra la explotación del hombre por el hombre, según gritó alguien en la sala con euforia.

 

II

 

Por qué vamos a votar hoy. Y yo qué demonios sé señor mío, me dijo el anciano molesto e incorporándose en el asiento. Disculpe, le dije, no me había percatado de que estaba dormido. No, si no es eso lo que me molesta, no exactamente eso, de todos modos de aquí a que estos tipos terminen de hablar puedo echar unas cuantas siestecitas, lo que me molesta es su pregunta, a quién demonios le importa eso. A mí, dije con timidez. Pues debe estar usted completamente loco. Bueno, y si a usted no le interesa por qué viene a acá. Porque así mato dos pájaros de un tiro, dijo y se acercó un poco a mi oído, como quien va a confesar un secreto, no me busco problemas con esta gente y, de paso, puedo dormir en paz. ¿Dormir en paz? Eso, somos trece personas en una casa, ¿se imagina?, trece personas jodiéndose mutuamente todo el día  la santa noche, y los vejigos, peor, dale que dale todo el tiempo y gritando y con hambre, porque en nuestra casa todo el mundo siempre tiene hambre, yo no sé, pero antes las cosas eran diferentes o la gente gritaba menos o yo me dormía con más facilidad. Por eso vengo aquí, y me paso todo el tiempo averiguando cuándo hay una bendita votación y preparo mi almohadita, ve, porque tengo una almohadita que me hizo la santa de mi mujer para estos trajines y vengo y rezo porque la cháchara sea lo suficientemente extensa como para recuperar algunos días de vigilia. ¿Y no le dicen nada por la almohada? Aquí cada cual está en lo suyo señor mío, mire, por ejemplo, a aquella parejita de maricones, ellos creen que nadie lo sabe, pero ya todos se han dado cuenta, es una verdadera vergüenza, a dónde hemos llegado, es una lástima que a nadie le interese ya nada de nada, ni siquiera a los de allá delante que, mientras estos dos no se excedan en sus cochinadas seguirán haciéndose los de la vista gorda, así no los pueden acusar de intolerantes y mantienen dos adeptos más para las votaciones. ¿Y usted, si tanto le molesta, por qué no hace nada al respecto? Es que, ya sabe, yo solo vengo a dormir y tengo que aprovechar al máximo mi tiempo; y usted, por qué viene. Por mi jefe. Ah, claro, y en qué emplea su tiempo. En nada realmente. Vaya, eso es algo muy malo, casi imperdonable, ¿no sabe acaso que Dios castiga a los perezosos? Yo no creo en Dios, dije mientras me percataba de que últimamente había perdido mi cualidad (o mi defecto) de ser complaciente con los demás. Es natural, estos tipos le han robado la fe a todos. Se equivoca usted, a mí nadie me ha robado nada, yo no creo por decisión propia. Eso dicen todos pero, crea o no, le repito, la pereza es un pecado capital. Me da igual, porque yo no soy un vago. ¿Ah, no? No, yo tengo mi trabajo. Sin embargo viene a aquí y no hace nada. Yo solo vengo a votar. Pues debería hacer otras cosas más útiles, aquí puede incluso hacer una familia. ¿Una familia? Pues claro, dónde demonios cree usted que yo conocí a mi mujercita, ¿o acaso piensa que yo siempre he venido a estos lugares a dormir?, recuerde, señor, que todos fuimos jóvenes alguna vez. ¿Y su esposa ya no viene? No, ya sabe, demasiados años y achaques para estos trajines, ojalá pudiera, pero no. Aunque tal vez, quién sabe, algún día la traiga para que la conozca, no hay mujer más santa que ella, venía a estos sitios para poder reunirse conmigo, ya sabe cómo eran los padres de antes, tan estrictos y recelosos. Entonces solo la dejaban venir a acá, decían que era el único lugar decente, y ya ve, aquí nos conocimos y nos citábamos en cada votación. Cuando vinieron a percatarse ya era demasiado tarde, de nada les sirvieron sus prevenciones exageradas. Pero no vaya a creer por ello que estoy en contra de esas cosas, ojalá nada de eso hubiera dejado de existir, ojalá la decencia y la moral no se hubieran largado para siempre de acá, así no tuviéramos que presenciar espectáculos tan desagradables como el de esos dos maricones e inmorales. Iba a decirle que acaso esos dos no estaban haciendo algo muy diferente a lo que él y su santa mujercita habían hecho hace muchos años atrás, esconderse de los prejuicios y la mojigatería, pero hubiera sido inútil, porque apenas había terminado de decir su última palabra cuando ya estaba profundamente dormido.

Miré entonces hacia la última fila y vi al poeta nihilista con un enorme libro entre las manos, un libro marrón con unas letras doradas que no pude descifrar desde mi asiento. Una fila más hacia delante, hacia mi derecha, estaba la anciana con sus agujetas y su cono de hilo; tejía un gorro de niño azul, es decir, el gorro azul, no el  niño. La parejita de las gorras se miraba en silencio y sonreía de vez en cuando. Otro sacaba una libreta y comenzaba a hacer anotaciones. El presidente, desde el puesto principal del estrado, hablaba algo sobre la inconveniencia de pintar las casas de negro, es de muy mal gusto, decía, debería prohibirse semejante necedad, imagínense ustedes, una vivienda pintada de negro, necesitaríamos consumir más electricidad para iluminarla, y no hablemos del calor infernal de este país, de todas las paredes absorbiendo ese calor, un cuerpo perfectamente oscuro, el total disparate; y en cuanto a lo alegórico, qué imagen queremos darle al mundo, no digo que exista algún tipo de intencionalidad, pero, ¿queremos acaso darle el más mínimo resquicio de duda al enemigo? ¿Imaginan acaso lo que pueden hacer con una casa toda de negro? Ah, lloverían las calumnias, que si estamos de luto, que si el color del futuro, que si la esperanza, vamos, no hay nada más desacertado que esto. Votemos por esta ley, levantemos nuestras manos, no son momentos de vacilaciones, vacilar, hoy más que nunca, es traicionar a la patria. Los de la primera fila se pusieron de pie y comenzaron a aplaudir eufóricos, mientras los demás los imitábamos y yo pensaba que tendría que vender o muy probablemente botar los galones de pintura negra que tenía guardados para pintar mi casa. Después de todo tal vez era un beneficio, me dije sin dejar de aplaudir, pues realmente no me agrada para  nada el color negro, si lo había comprado era porque no había encontrado otro color y ahora esta ley me obligaba a deshacerme de ella. El anciano que estaba a mi lado dio un salto tremendo con toda aquella algarabía. ¿Que, ya hay que votar?, me preguntó medio dormido. Casi, casi, le dije.

 

III

 

El tipo que estaba esperando la salida me pareció demasiado común, intrascendente. Yo estoy aquí porque estoy esperando la salida, me dijo, y no me conviene estar en mala con esta gente. Dijo esta gente con cierto tono despectivo, pero aún así me pareció demasiado común, sabe dios cuántos estaban en aquel sitio por razones semejantes. Por eso fui a sentarme al lado del señor de la camisa a cuadros. Este también es poeta. ¿Poeta?, le pregunté sorprendido. Efectivamente, dijo y me mostró su libreta de apuntes.  Ah, ya conocí a un poeta en este lugar. ¿Se refiere al tipejo que se sienta en la última fila? Exacto. Ese es un poeta decadente. No, no, es más bien un poeta realista, sucio y nihilista. Patrañas, le digo que es un decadente y un subversivo, no hay más que verlo para percatarse de ello. ¿Ha leído usted algo de él? No es necesario, basta ver lo que lee para imaginárselo, puras groserías e indecencias. Y usted, qué lee. Nada, yo solo escribo, vengo a acá y anoto alguna que otra frase suelta de los discursos y con ellas voy hilvanando el poema, se llama realismo socialista, ¿no lo ha oído mencionar usted? No realmente. Pues se ha perdido gran cosa, dijo mientras anotaba algo en la libreta. Qué ha anotado. Una frase, claro está. Quién la dijo. Imagínese usted, quién recuerda ahora eso. Pero si acaban de decirla. No, esta es una frase vieja, ya tengo suficiente arsenal de frases acumuladas como para preocuparme por las nuevas, además, son casi exactamente las mismas. Pero usted acaba de decirme que copia las frases recientes. Yo no he dicho eso en ningún momento, debe haber sido una mala interpretación de su parte, por otro lado, es usted muy ingenuo compañero, nunca crea demasiado en las palabras de un poeta, dijo y anotó en su cuaderno “nunca crea demasiado en las palabras de un poeta realista-sucio-nihilista”, me gusta esta frase, añadió con orgullo. ¿Tiene algún libro publicado?, le pregunté por decir algo, por espantar el tedio o qué se yo por qué. No, yo publico en revistas y periódicos, yo leo en actos públicos, yo soy un poeta del proletariado. Ah, dije y comprendí que el tedio no se iría de mi lado. Hoy voy a declamar un poema antes de la votación. Ah, sí. Un poema tremendo. No lo dudo. Un poema sobre la votación, para que todos voten con euforia. Vaya, me dije, al fin alguien que se interesa por estas cosas, ¿entonces sabe usted por qué se vota hoy? Vamos compañero, ¿acaso me está usted tomando el pelo?, ya le dije que yo soy un poeta, que estoy aquí para escribir mi obra, ¿acaso cree que me sobra el tiempo para algo más?, la poesía es algo extremadamente serio. No, si yo no lo dudo, pero como usted me dijo que haría un poema sobre la votación, pues pensé… Sí, es sobre la votación o, más bien la votación se personifica, el poema está dado desde la voz de la votación, pero el sujeto lírico está omitido, ¿me entiende? Sí, claro, le dije por pura complacencia.

El poeta realista socialista continuó escribiendo en su cuaderno, mientras el tedio me daba unas palmaditas confianzudas en el hombro y el presidente explicaba que hoy votaríamos en contra de la gula y de las huelgas de hambre. Pero bueno, me dije, y si a alguien le da la real gana de reventarse comiendo o de morir de hambre. Pero entonces el presidente explicó que para evitar la tentación (porque la gula es un pecado capital, quién lo duda) reduciremos la venta de alimentos a la población y al que pretenda hacer una huelga de hambre lo pasaremos por las armas, porque qué demonios puede significar eso de que alguien deje de comer voluntariamente cuando el resto de la población lo que está es deseosa de más alimentos, es un contrasentido y una traición. Además, el ser humano necesita racionalizar su dieta para elevar su esperanza de vida, ya se demostró previamente con las ratas, a las que le racionalizan su alimento duran más. Por tanto lo contrario, en uno y otro sentido, es contra natura, pecaminoso y suicidio de lesa humanidad. Esto último no lo entendí demasiado, pero al parecer era muy acertado porque ya estaban todos aplaudiendo, los de la primera fila con euforia, el resto más sosegado. El poeta de la camisa a cuadro se fue de mi lado y se dirigió hacia donde está la presidencia, se colocó a su lado y comenzó a declamar su extensísimo poema mirando alternativamente a la presidencia y al público. Una señora a mi lado comenzó a protestar. Esto es lo que me faltaba, decía, que bien se ve que estos no tienen nada que hacer en sus casas cuando lleguen, en vez de votar de una vez se ponen a dispararnos un poema interminable, mira qué hora es y estos como si no hubiera nada más importante en el mundo. Cuando el poeta real socialista concluyó todos volvimos a aplaudir, unos igualmente con euforia, como la señora que protestaba a mi lado, otros, como yo, con menos entusiasmo. Entonces nos conminaron a votar. Mientras permanecía con la mano en alto me percaté de que la parejita de las gorras se rozaban los dedos sutilmente, confundidos entre el mar de brazos que los rodeaba. También, al voltearme, percibí la sonrisa impasible que me lanzó el poeta de la última fila, como queriéndome decir, vez, yo estoy por encima de todo esto.

 

IV

 

De todas las personas que he conocido acá, la ancianita que tejía es una de las que más me ha agradado. Tenía un olor como a cierta fruta madura, a manzana tal vez, aunque nunca he probado una manzana. Pero deben tener el olor de la viejita tejedora. Me decía mijo, mijo esto, mijo lo otro sin dejar de tejer. El día que la conocí estaba haciendo unos guantecitos. Deben pagarlos bien, dije por decir algo, para no aburrirme mientras esperaba la votación, para que no sospecharan de mí, para que no se corriera el rumor de que yo era el único que iba a perder su tiempo en aquel sitio, para no buscarme problemas. ¿Qué cosa mijo? Los tejidos. Ay mijo, estas cosas no se venden. ¿Ah, no? No, son para mi nieto, para protegerlo del frío. Ah, claro, dije un poco triste no sé por qué, tal vez por la expresión de desamparo de la anciana. Yo antes podía hacer todo un mantel en una sola votación mijo. ¿Todo un mantel? Y no solo un mantel, hubo ocasiones en que terminé una sobrecama entera, camera, sabe, de las grandes. Ah. Pero una se va poniendo vieja, ya el pulso no es el mismo; mija protesta, dice que el problema son las votaciones, que ya no son como antes, que todos están apurados y no hay tiempo para nada, agitados, dice, o algo así, pero yo sé que no, que la culpa es mía que me voy poniendo vieja, que ya los ojos ni las manos me responden como antes; no se ponga viejo nunca mijo. Sí, sí. No, se lo digo en serio, ponerse viejo es una desgracia, no hay nada peor que eso; mire, cuánto cree que miden estos guantecitos. Bueno, no sé, son realmente muy pequeños. Eso, demasiado pequeños, yo que antes hacía más de cuatro metros cuadrados por votación y ve, son tan pequeños que tal vez ni le sirvan a mi nieto. ¿Cree usted? Mírelos, si son apenas nada mijo. Bueno, tal vez debió hacerlos un poco más grandes. Si los hago un poco más grande no los hubiese terminado, incluso, estos pequeños temo que no los termine antes de que nos ahorquen. ¿De que nos ahorquen? Sí, claro, ¿acaso cree que nos van a dar mucho tiempo después de la votación? ¿Después de la votación? Sí mijo, todo el mundo sabe lo estrictos que son esta gente con eso, después que se vota por algo lo cumplen casi al momento. ¿Hoy vamos a votar por eso? Sí mijo. ¿Porque nos ahorquen? Eso, ya veo que no lo sabía y no me sorprende, yo también he perdido esa costumbre desde hace muchísimo tiempo, lo sé porque mija se enteró por casualidad y me lo dijo, me lo dijo y me aconsejó que no me buscara problemas. No sé para qué me lo dijo si ella sabe que yo nunca me he buscado problemas con nadie, mucho menos con esta gente y si me quedé callada fue porque pensé que ahora mi nieto no tendría a nadie que le teja sus cosas para el frío. Por eso me decidí a hacer estos guantecitos, calculé el tiempo que me quedaba y me dije que si me apuraba un poco podría terminarlos antes del fin. Realmente no le creí demasiado, lo confieso con vergüenza, llegué a pensar incluso que era una embustera, a pesar de su ternura y de su olor a cierta fruta madura. No me convencí de nada de esto hasta que el presidente comenzó a hablar y dijo que aquellos que estuvieran de acuerdo que lo expresaran levantando la mano.

Siempre he oído decir que al final de la existencia, en los últimos instantes, uno ve desfilar toda su vida como en un flashazo, o que ve una luz blanca y muy intensa, o que el tiempo transcurre extremadamente lento, y no sé si fue esto último lo que me sucedió a mí. No lo sé, en primer lugar, porque aún no estaba muerto, solo estaba votando, votando por mi muerte. Pero en el corto intervalo, fracciones de segundo quizás, que transcurrieron entre la exhortación a que votáramos y mi mano levantada, vi al poeta de la última fila que me miraba despreocupado, como intentando hacerme más patente que nunca que nada de aquello podía afectarlo, y vi al anciano con su almohada en una mano mientras me señalaba con un gesto a su venerable mujer que se encontraba junto a él, y al poeta de la camisa de cuadros y a la parejita de las gorras y a la anciana que tejía, todos con la mano en alto y entonces pensé que tenían razón, no había más que mirar sus rostros para convencerse de ello, para comprender que todos tenían una convicción inquebrantable y que esa convicción deshacía cualquier argumento, nada que yo pudiera decirles sería superior a ello. Lo más importante es no buscarse problemas, también yo lo comprendí y levanté la mano.

Comentarios

Entradas populares de este blog

  Nuevos títulos de la editorial primigenios   Qué fácil sería si sólo se tratase de ser recíproco. Qué sencillo hubiese sido si no tuviese tanto que decir. Cuando el pasado 9 de marzo Héctor Reyes Reyes me envió el poemario "Veinte gritos contra la Revolución y una canción anarkizada ", para que le escribiera el prólogo, sentí que de algún modo nuestra amistad corría por los más sinceros senderos, y ¡eso que hacía nueve largos años que no nos veíamos! No recuerdo bien cómo conocí a Héctor, pero estoy casi seguro que fue al final de algún que otro malogrado concierto de rock o alguna madrugada a la sombra de un noctámbulo trovador, todo esto en nuestra natal ciudad Santa Clara. Lo que sí sé es que para finales de 1993 era ya un asiduo contertulio a mi terraza del barrio Sakenaf. Para ese entonces en nuestras charlas no hablábamos de poesía, y mucho menos de poetas, sino más bien sobre anécdotas y relatos históricos en derredor a mi maltrecho librero.Tendría Héctor unos 14 a
 Tengo menos de un dólar en mi cuenta de banco y sigo publicando libros de otros.   A menudo me pregunto si vale la pena el tiempo que dedico a publicar libros de otros. Son muchas horas a la semana. Los días se repiten uno tras otro. A veces, en las madrugadas me despierto a leer correos, mensajes y comentarios en las redes sociales sobre esos libros, a los que he dedicado muchas horas. Algunos de esos comentarios me hacen dudar de si estoy haciendo lo correcto. No por las emociones negativas que generan algunos de esos comentarios, escritos por supuestos conocedores de la literatura y el mundo de los libros. Desde hace mucho tiempo, estoy convencido de que existen dos tipos de personas en el mundo: los compasivos y los egoístas. Los compasivos (y me incluyo en ese grupo) vivimos en el lado de la luz, los egoístas no, por mucho que brillen en sus carreras, en sus vidas, o profesiones, son seres oscuros. Ayudar a otros, no pensar en uno, dedicar tiempo para que otros puedan lograr sus
 COMO SI ESTUVIERAN HECHOS DE ARCILLA AZUL COMPILACIÓN DE CUENTOS DEL SEGUNDO CONCURSO INTERNACIONAL PRIMIGENIOS Un maestro dijo una vez que se escribe para ser leído, pero si la obra no se publica, resulta difícil llegar a otros. En aquel entonces, no existían Instagram, Gmail, blogs digitales, ni siquiera teníamos internet, computadoras o teléfonos inteligentes. Por lo tanto, esa frase no es aplicable para explicar el Concurso Internacional de Cuentos Primigenios. Por lo general, los autores que participan en certámenes literarios tienen tres objetivos principales: publicar, obtener reconocimiento y visibilidad, o ganar un premio en metálico. El Concurso de Primigenios, organizado por la Editorial Lunetra y el blog de Literatura cubana contemporánea Isliada.org en su SEGUNDA edición, cumplió con estos tres objetivos, pero con una gran diferencia: los cuentos enviados a la editorial fueron publicados en el blog "Memorias del hombre nuevo". Aunque esto no es algo novedoso,