El expreso oriental
Lester F. Ballester
Acontecidos los años
el tren se detuvo. Paró en otro de esos miles de puebluchos con calles de
tierra y viejas casas de madera, las grandes ciudades hacia mucho habían dejado
de existir. El expreso oriental era
el viejo rezago de los monopolios, sin ventanas ni puertas visibles, totalmente
pintado de negro, indetenible en la nieve, imparable en el desierto. La gente
rumoreaba sobre enfermos de una plaga, locos abandonados o criminales peligrosos.
Pero al hombre que vieron descender no se le vio seña de enfermedad o demencia.
Jean Pierre se bajó completamente feliz. La gente de la estación lo vio atónita.
Estupefactos quedaron ante el hombre de traje impecable, sombrero de ala ancha
y maleta discreta que salió caminando altivo. Detrás, sin perder tiempo, la
gran mole de hierro echó andar.
El recién llegado se
detuvo en la taquilla y preguntó al empleado por el hotel del pueblo, el hombre
solo atinó a señalar a la izquierda. Jean Pierre sonriente agradeció y un
segundo antes de tomar rumbo hacia el hospedaje dijo:
–Que calor.
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