DE FRENTE,
¡MARCHEN!
Seudónimo: Pat Ente
Cuando vamos para la escuela atravesamos un parque muy
grande, con una casita en medio que tiene el techo redondo y blanco y matas altísimas
como el algarrobo que le daba sombra a toda la parte de atrás de la casa de
donde salimos hace años. Hay muchachos y muchachas marchando alrededor. Muy
juntos, como si los hubieran metido en una caja para que no se desperdiguen,
tres filas que se ven muy parejas por dondequiera que se mire.
―¡Un, dos, tres, cuatro! ― dice el guía.
―¡Un!, ¡dos!, ¡tres!, ¡cuatro! ―, repiten los que marchan,
levantando la pierna hasta la cintura y dejando caer ruidoso el pie sobre el
pavimento. Todos se visten iguales, todos marchan iguales, idénticos unos a otros
con sus pantalones y camisas iguales; sus sayas y sus blusas iguales, las
hembras, que van en una caja aparte. La gente se detiene a mirar y aunque están
callados, uno se da cuenta de que van contando con ellos:
―¡Un, dos, tres, cuatro! ―, hasta que el guía dice:
―¡Al – to!
Y todo el que iba a seguir su camino, a hacer compras, a
los trabajos de cada cual, a llevarnos a la escuela a los muchachos, se para un
momento como si también tuviera que hacerlo.
―¡Firmes!
Y entonces soy yo el que siente los músculos de las piernas
que se ponen duros, tensos. Enseguida mamá carga otra vez a Rosa y me hala un
poquito, porque ella tiene que llegar temprano a su trabajo, y nos vamos
orgullosos. También marchamos nosotros con aquellos vestidos de uniforme.
―¿Ellos van para la guerra, mamá? ― Mima me hala, que vamos
a cruzar la calle. Enfrente está la escuela y ya está formando fila los de mi
aula, el tercero C, que hoy nos van a poner la pañoleta.
Ya mi padre no estaba en casa por aquellos días; me parece
que estaba en un campamento sembrando eucaliptos, que era algo que se hacía
mucho entonces. Sucedió que un domingo por la mañana estábamos viendo la
televisión y se sintió que alguien estaba tratando de abrir la puerta de la
calle y le estaba dando un poco de trabajo, porque en tantos meses viviendo en aquella
casa mi papá no había conseguido las llaves, ni cambiado la cerradura, ni nada
de eso. Seguíamos dando la vuelta por un costado y entrando por la puertecita
de atrás, que a esa sí le puso un candado.
Cuando la puerta cedió, arrastrando agujas secas de pinos y
churre de muchos años, Pipo se levantó
con el vaso de ron que llevaba en la mano y en ese mismo momento entró a la
sala un hombre alto de uniforme, seguido por otro que era el que se puso a
mirarlo todo, con cara seria, mientras el que abrió se quedaba parado y con
cara de qué cosa es esto. La cosa parece que éramos nosotros, mi papá poniendo
el vaso de ron al lado de la botella en el piso y enderezándose enseguida, yo
mirándolos desde las baldosas y mamá que aparecía por un costado con Rosa
cargada.
Al fin el hombre habló, con cara seria de quien no le gusta
algo, pero habló muy tranquilo, hasta saludó, y enseguida hizo la pregunta:
―¿Usted viven aquí?
―Nosotros sí, pero parece que usted también―, respondió Pipo,
que se había servido dos o tres veces de la botella y aparte de eso era siempre
chocante cuando hablaba con otros hombres, menos con sus amigos. Las palabras
no las recuerdo bien, que ha pasado mucho tiempo y yo era un chiquillo que la
cabeza se me iba para la pantalla del televisor y se me formaban ideas de que
yo era el pirata este o el explorador aquel y hasta Kazán el cazador, que no
era por la televisión sino por la radio. La cabeza se me iba en esas cosas,
pero de lo que pasaba de verdad alrededor no retenía mucho. Por suerte me curé
de eso.
De lo que pasó allí apenas recuerdo que oía a Pipo hablando
alto, a otro hombre responderle y que luego se fue en el yipi con el que abrió
con sus llaves la puerta de la casa y con el otro, que iba manejando. Después
vinieron unos días en los que Mima nos dejaba con una amiga que vivía a dos
cuadras y venía con la cara seria a la hora de hacernos la comida, y no que
llorara, porque esa mujer no es de lágrimas, pero ni a Rosa le cantaba para
dormir. Mi papá vino una vez a vernos, dijo que de pase, y coincidió que el
mismo día nos mudamos para la casa que ahora tenemos.
Esa casa sí está en la verdadera Habana, la que abuela
Visia nos contaba, porque hay calles por las que pasan muchos carros,
muchísimas casas, el mundo y más de gente y la playa. Antes de venir para acá
nada más pude ir a la playa dos veces. En la primera conocí a Tatiana, que era
igualita a la mujer que yo quería casarme cuando oía las aventuras por el
radio. Es curioso, de la televisión no me gustó ninguna, fue de la del radio de
la que vine a enamorarme. Es linda y tiene la misma voz de la novia de uno de
los tres Villalobos. No sé si nos vamos a casar, porque va a pasar un poco de
tiempo antes de volverla a ver.
Me dijo la maestra de tercero que cómo es que yo escribo
tan bien y tengo tan mala letra.
―Maestra ― le respondo ―, el problema es que estoy pensando
lo que voy a escribir y en la cabeza se me aparece ya como debería quedar en el
papel, con la mayúscula donde usted ha dicho, la coma donde va y el punto al
final, todo así, pero no tengo velocidad en la mano para ponerlo bonito como
debería ser, ¿Usted se da cuenta?
Por aquella época todavía no andaba con una hoja de libreta
y un mocho de lápiz con punta en el bolsillo. Pero me fijaba en muchas cosas.
Era preguntón.
―¿Ellos van para la guerra, mamá? ― Mima no me responde. No
puede responderme porque a esta hora se está levantando para hacer el café y
hacer que Rosa se vaya temprano para el punto de recogida que la lleva para el
pre en el campo. Nosotros sí vamos para la guerra. A Pipo le habría podido
preguntar cómo es la guerra, pero yendo de regreso al campamento hubo un
accidente en la carretera central y lo perdimos. El helicóptero está en un
limpio detrás de las carpas del campamento y ya el teniente avisó. Voy
saliendo, me toca el cuarto dela escuadra para todo, para el comedor, para
subir al helicóptero, para tirarme luego cuando comience la operación, para
coger el mando si matan al sargento Carlitos, a Melesio y a Torres Fundora.
Detrás de mí hay cinco más.
Yo soy realista. No me voy a morir porque es a mí a quien
le toca contar todo esto. Ya abordamos y el ruido del motor y las aspas no me
deja escuchar lo que el teniente Pausides dice, pero no hace falta, porque son
las instrucciones de la operación, que es su obligación repetirlas, aunque ya
las sabemos. Yo tengo mala letra, pero lo que sí tengo es buena memoria. Saltar
y ocupar la posición de combate. Cuando lleguemos al punto el helicóptero
bajará hasta unos dos metros, ya lo hemos hecho. Saltar, encoger el cuerpo y
apuntar al frente. No va a pasar que se me olvide.
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