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El misterioso cuadro de un edecán

 

Dasaluma1526

 

 

I

La pintura

 

El cuadro era del edecán de Bolívar y se encontraba colgado en una pared del hall, el lugar donde se colocaban algunas otras reliquias en nuestra casa paterna: la ortofónica, el radio Phillips y algunos cachivaches.

El personaje: el tatarabuelo, un ilustre antepasado de la familia. 

Y la pintura, por sus características únicas e invaluables, misteriosamente conseguida, la herencia que recibimos con mayor interés, en principio por ser un documento histórico, pero, al conocer el legado del pintado, también un lienzo con significado emocional. Un bien poco subastable, hasta ese momento.

Este retrato de un hombre blanco, de cabello tirando a rubio, uniformado, con varias medallas en su pecho, hizo parte de la decoración del hábitat familiar y se adoptaría como la demostración de nuestro parentesco con un ilustre combatiente, en la independencia. Definitivamente algo trascendental para una familia de apellido con “auténticos” pergaminos. 

Enmarcado con los cuidados de una obra de arte, el cuadro estuvo siempre expuesto para amigos y familiares, en este espacio importante y representativo de la casa; el ambiente central del segundo piso, donde confluían y se comunicaban todos los cuartos y en el que, por su amplitud, nos permitía reunirnos habitualmente a conversar, acompañar al pariente y mirar televisión.

La ubicación del cuadro del uniformado en esa pared, cerca de las habitaciones, sumado a la postura peculiar del tatarabuelo en el retrato, causaba inquietud y nerviosismo en algunos huéspedes fortuitos. 

Impresionados con el personaje, despertaban muertos de miedo, con pesadillas en la noche, aculillados por apariciones del ilustre, desfilando por el cuarto con su cuerpo traslúcido como un ánima en pena. 

Que deambulara en pena causaba incredulidad entre nosotros, porque no parecía que al tatarabuelo le hubiera dado pena absolutamente nada en la vida. 

Independientemente del susto que causaba, la pose del retratado era reveladora de su importancia. Su rostro impávido, mirando de frente al pintor, con su cuerpo levemente girado hacia un costado, lo mostraba como un hombre de espíritu infranqueable, autoritario, con su imagen de militar de alto rango, reclamando un nivel de respeto a la altura del grado de su escalafón en la milicia. Sin pisca de maquillaje. ¡Todo un barón!

Nadie dudaba de su autenticidad, la del cuadro, aunque se desconociera el autor.

 

II

La historia

 

Pues este señor, el ilustre pariente nuestro, que asustaba a algunos con su mirada desde el cuadro, tenía su propia historia.

Él era un Bogotano de pura sepa, que libró sus propias batallas. 

Dicen los informados que el tipo entró a la academia militar muy joven: desde los 11, 12 años de edad, ya estaba disparado destacando su nombre en el ambiente castrense, con el grado de cadete, lo que lo convertía en un perfecto exponente de un hecho récord, como vestir de uniforme antes de superar la pubertad. Era un adelantado. 

Por eso comenzó a marchar, siguiendo el ritmo de los tambores de guerra y la disciplina, muy probablemente antes de su primera eyaculación.

La amplia experiencia adquirida a través de los años, lo convirtieron por su inteligencia, en uno de los primeros cerebros fugados de la patria. Después de librar una batalla en La Plata, y cuando las cosas no pintaban bien, al caer prisionero, logró fugarse y librarse de la suerte que corrían los enemigos de los españoles en aquella época: el pelotón de fusilamiento.

Batallando estuvo en campañas por San Cristóbal y Natagaima, en el Tolima; en la Cuchilla de Tambo cerca de Popayán y, como mencionan los libros de historia, en La Plata, Huila, donde cayó preso. 

Pero, armado de valor hasta los dientes, (aunque no se le veían en el cuadro) también asumía otras responsabilidades, otras batallas. Así como tuvo enfrentamientos en los que participó con actitud heroica, también le hizo frente a situaciones más superfluas para él, como enfrentarse al pintor (desconocido hasta ahora) con el ánimo de dejarnos su selfi para la posteridad. Como un héroe, pasó al frente, a posar.

Y esa selfi de valor incalculable, hace parte de su legado. Nos convierte a sus familiares en unos afortunados y nos obliga a mantener la obra a buen recaudo. Muy pocas familias en la historia de la vieja nueva granada y la nueva, la fragmentada en países sin independencia, cuentan con un cuadro de algún pariente participante en la gesta libertadora. Así el personaje del selfi asuste con su mirada.

Entre paréntesis: no hay mucha información de su relación con el libertador, pero el título de edecán parece que si lo tenía.

III

Los visitantes

 

Siempre asumimos con absoluta certeza, la veracidad de su importante asignación al lado del libertador. Al “tata“ lo reconocíamos como el edecán de Bolívar. 

Se suponía que él era el portador del título. Nadie más. Y así nos encargábamos de difundir el cargo histórico de nuestro antepasado. 

Por eso, a algunos visitantes primerizos, los invitábamos a subir al hall y, ante su expresión curiosa al ver el cuadro, les respondíamos la misma pregunta: 

─¿Y ese señor militar quién es?─ preguntaban. 

El truco consistía en pasarlos frente al cuadro para inducirlos a realizarla y poder responder orgullosamente: 

─¡Nuestro tatarabuelo, el edecán de Bolívar!

El inconveniente se presentaba cuando planteaban la siguiente inquietud: 

─¿Y qué es un edecán?

Ahí comenzábamos a tartamudear mirando de frente al tatarabuelo, porque no entendíamos muy bien las importantes asignaciones del cargo y, porque, además, se prestaba para otras interpretaciones. 

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, edecán significa: “Ayudante de campo; Auxiliar, acompañante; Persona que ayuda a los participantes en una reunión”. En el caso de nuestro antepasado, la explicación de sus labores, tratábamos de hacerla todavía más contundente: "Era el que andaba detrás de Bolívar, les decíamos, haciéndole todo...o, a su lado...mejor dicho, era su asistente personal!".

Esta respuesta tan completa como ambigua, obligaba a miradas de incredulidad y, al tomar confianza con el tema, insinuaciones particulares. Obviamente en tono de broma, pero con cierta sorna muy al estilo de amistades en edades de joder.

Definitivamente, además de asustar, nuestro tatarabuelo también daba para otras situaciones originadas por su particular presencia. Por eso el cuadro era tan importante, así desconociéramos el autor.

 

IV

Las medallas

 

El edecán y sus condecoraciones hacían parte de historias compartidas en reuniones habituales en el entorno familiar. En nuestras conversaciones incluíamos especulaciones sobre la estirpe, que se convertían en deliciosas charlas alrededor del  tema militar y abordaban, con una formula anecdótica que todos disfrutábamos, los diferentes vínculos y conexiones con el prócer. 

Saber que una personalidad del movimiento revolucionario que nos llevó a la independencia,  hacía parte del ADN que compartimos de sangre, nos significaba una enorme y orgullosa sensación de protagonismo patrio. 

Y por eso se tejieron muchas anécdotas o referencias verbales, alrededor de su legado, con relatos curiosos de algunas acciones que se habrían tomado con artículos heredados por otros, de este histórico pariente.

Una de estas historias se refería al destino final de las medallas, supuestamente heredadas también por la familia. En vista de que el cuadro ya estaba en el lugar descrito, las condecoraciones del militar debían pasar a otras manos, a otro heredero.

Y esto aparentemente ocurrió así: las medallas las recibió uno de los tíos de la familia, porque necesariamente, en la compensación por elementos recibidos como parte de su herencia, los demás allegados tenían el mismo derecho de recibir su parte. Entonces por acuerdos establecidos con la mejor de las intenciones y para darle equilibrio a los bienes heredados, el tío se quedó con las medallas. 

Y el tío ¡vendió las medallas! 

Con el propósito, según él, de que estos apreciados colgandejos históricos, encontraran un destino de mayor relevancia, procedió a ponerles precio. Por eso, en su afán de promover el legado haciéndolo público, se las entrego, por algunos pesos, a una de las instituciones más importantes del país, donde se elaboran los billetes de todos. Allá fueron a parar.

Ante esta decisión tan personal del tío, pero seguramente afortunada, ( o ¿infortunada? ) el cuadro adquirió otra dimensión. La obra pictórica de un autor desconocido comenzó a valorizarse entre nosotros y a incrementar su prestigio, por quedar al resguardo de la familia, como una de las únicas obras históricas de carácter privado, en poder de sus auténticos herederos.

 

V

Las movidas

De aquí para allá, de allá para acá, según se daban las circunstancias, la obra fue moviéndose por toda la ciudad. En la medida que la familia se movía, se movía el cuadro, viajaba en los trasteos, de casa en casa, con todas las vicisitudes que esto implicaba. 

Sufría el hombre montando en cuanto camión se utilizaba, con tanta movida de un lado para el otro, porque se afectada su color, se atentaba contra el lienzo de valor incalculable, pasando de mano en mano para trasladarse, sin mayor cuidado.

Fue maltratado sin piedad, pero como en toda guerra enfrentada, se mantuvo firme con los pantalones bien puestos (Así los pantalones no aparecieran en el cuadro).

Y aunque tanta movida tenía sus implicaciones en el aspecto visual del antepasado, él mantuvo su rigor íntegro y la apariencia supero tanto maltrato. Ni la misma batalla en la cuchilla de Tambo, donde el ejercito libertador perdió hasta los calzoncillos, lo enfrentó a abusos como los de las mudanzas. Pero igual, después de todos esos traslados, lo conocimos con su vigor intacto. Y el cuadro siguió su marcha hasta llegar a donde se encuentra hoy en día, con el tatarabuelo manteniendo la misma apariencia de soldado intachable.

Lo que el cuadro pudo haber sufrido con tantas movidas nunca se ha llegado a evaluar. Sin embargo, por no tener ninguno de nosotros hasta ese momento interés por su conservación con un mayor cuidado, hoy la pintura luce como la conocimos sin restauraciones. El pobre antepasado está esperando que en algún momento alguien se apiade y le dé su retoque.  

 

VI

Los herederos

 

Contar con una obra conectada con el momento histórico más importante, como lo era la independencia de la patria, tenía un significado definitivamente relevante. Y esa relevancia cobraba, con el paso del tiempo, mayor importancia.

Por eso, las intrigas internas comenzarían y nos pintaríamos de guerra.

La pintura dedicada al edecán se convirtió en el símbolo de prestigio en la familia, al grado que, los más interesados en conseguirla y llevársela a vivir con ellos, por diferentes razones, le hablaban al oído a las encargadas de mantener su custodia. Es decir, no faltaban los más vivos que querían apropiarse de la obra. 

Por eso más que nunca, los ojos de todos estaban puestos en el cuadro. 

La pintura dejó de ser simplemente un artículo decorativo de valor emocional y se exponenció su atractivo para otros fines. 

Internacionalmente se comenzó a hablar sobre la obra y su valor histórico, por alguna filtración ocurrida cuando se comenzó a explorar su posible valor económico. No era sólo el valor emocional lo que interesaba, sino que también salieron del marco doméstico algunos otros intereses, como destacar lo que representaba una obra realizada en la época donde comenzó a volverse significativo el aporte del arte neogranadino. Esto incremento, como es lógico, el atractivo del cuadro. 

Además, se conocieron especulaciones sobre un supuesto testamento que definía el próximo portador de la pintura, entregándole en este documento desconocido, poderes amplios y suficientes al elegido como heredero, para convertirla en un activo negociable. 

El resguardo de la obra cobro mayor importancia cuando los analistas de un nivel superior al familiar comenzaron a mirarla con otros ojos. 

Ya no solo asustaba su presencia, la del tatarabuelo en la pintura, sino también la de todas las intrigas que comenzaron a tejerse, multiplicándose las versiones de posibles y diferentes destinos futuros para el famoso pintado.

Todo esto lo enfrentaba el tatarabuelo desde el enmarcado, mirando con su expresión imponente, de militar experto y acostumbrado a las grandes batallas, esperando en qué momento salir en su defensa.

El tema de la independencia pasó a la dependencia en los rumores alrededor de las consideraciones que se debían asumir, sin tener como cierto que todos los herederos deberían ser partícipes de la nueva decisión ante una circunstancia atípica generada por una pintura de autor desconocido.

El cuadro comenzó a descuadrar la unidad que hasta ese momento parecía nítida.

 

VII

Los avalúos

 

La obra con valor incalculable, invaluable por todo lo representado por un cuadro, comenzó a volverse un artículo al que había que establecerle su verdadero y posible retorno económico.

Las especulaciones seguían siendo familiares y se habían adelantado, con un gran misterio, las evaluaciones y avalúos para determinar el valor real de nuestro tatarabuelo pintado. 

Así mismo, como el mismísimo pariente, había algunos que se anticipaban a los hechos.

Entre las consideraciones que se hacían, en vista que se desconocía el autor, estaba la de comprobar la autenticidad de la obra, ya que pese a ser original, no se encontraba firmada por el autor y esto obligaba a investigar el nombre del artista o, en su defecto, poder determinar en qué época se realizó (algo relativamente sencillo) o, en otro sentido, averiguar la escuela a la que pertenecía (algo verdaderamente complicado).

Suena bien académico esto, pero es una forma de llegar a determinar lo que podría llegar a costar.

Si al final de este preliminar estudio, no se podía determinar el autor y era imposible establecer a qué movimiento artístico pertenecía, se tenía que recurrir a considerar el período histórico concreto para encontrar su valor como antigüedad. 

Así se comenzaron las investigaciones para conseguir un avalúo. Todo bajo cuerda, sin que se notara, pero haciéndolo con mucha intensidad, obviamente, todos por separado.

Posterior a la muerte de la auténtica heredera, la obra había mantenido su ubicación original en la casa paterna que, por ser el lugar que había albergado a mis padres, tenía una ventaja importante a la hora de mantener bajo custodia nuestra maravillosa y significativa obra de arte. Es decir, con el fallecimiento de mi madre, heredera directa y mi padre, el cuadro continuaría en el lugar donde ellos habían vivido. Y eso tácitamente se respetó. Pero al llegar el momento de consideraciones más particulares, otras posibilidades comenzaron a tomar fuerza con el objeto de conseguir esta apreciada herencia, en propiedad. 

Por eso se hicieron más frecuentes las visitas al tatarabuelo, con la finalidad de conseguir información, eso si, cada quien por su lado. Se tomaban fotos de referencia, con relativa discreción, para evitar cualquier muestra de interés especial en el retrato. Todo se hacía con un sigilo prudente y manteniendo un interés, desinteresado. Todas las preguntas que se hacían tenían una opaca intención de encontrar respuestas que ayudaran en la investigación. Todo era simplemente “por saber “.

 

VIII

Las alianzas

 

Establecer alianzas se volvió clave. 

Nadie daba su brazo a torcer y ninguno quería sentirse perdedor, ante una decisión trascendental. Todo dentro de la mayor cordialidad.

La familia ya no era únicamente el núcleo inicial, sino que ahora entraban a formar parte las extensiones: los nietos de la heredera y los hijos de los nietos. Por eso los acercamientos entre unos y otros, buscando cómo descifrar un camino beneficioso para tramitar este negocio, se daban a diestra y siniestra. Sin que pareciera, parecía una trama confusa, donde los más confundidos actuaban sin entender muy bien con quien tratar el tema. Los que más sabían aducían que no sabían nada y en un intríngulis de unos vs. los otros se tramaban acciones distorsionadas con el objetivo de distraer.

Una familia común y corriente, ahora experimentaba estrategias encaminadas a conseguir la mayor información y tomar ventaja en una transacción de alto valor. Algo en lo que nunca habíamos participado porque actuábamos con ingenuidad familiar.

Pero quedó una vez más demostrado que ante la existencia de un bien que pudiera ser utilizado con un beneficio mayor, tratamos de convertirlo en una propiedad exclusiva y excluyente.  Algo para destacar las influencias particulares y no las generales. Y así se actuaba en esta situación: ante la razón que motivaba el verdadero interés en el cuadro, se materializaba el concepto de unir fuerzas de una manera poco ortodoxa, con fines independientes. 

─“Yo quiero saber algo más sobre del cuadro”, preguntaba alguien a las custodias. “La abuela qué tanto sabía de su trascendencia? El abuelo, que fue tan detallista, tan artista, él, tan culto que era..., ¿cómo se sentiría si lo lleváramos a otro lugar que no sea esta casa? ¿No sería para el abuelo y la abuela un motivo más de orgullo que, por ejemplo, llevemos el cuadro a un museo, o a otro país?

─“Para mi papá el cuadro tenía mucha importancia, les respondían, y sacarlo de esta casa...no sé, ¡habría que mirarlo despacito...! “  

─Pero, esto hay que analizarlo rapidito, el tiempo pasa y bien o mal, si esta por fuera del país, tiene más valor, creo yo..., decían con interés de lograr una decisión favorable.

─Te creemos y te lo agradecemos, pero no lo podemos...mejor dicho: déjanos pensarlo, pero todavía no se lo comentes a nadie, no es bueno que piensen que estamos considerando lo que tú nos estas diciendo, ya sabes como es esto... 

─Tranquilidad...esto es entre ustedes y yo. ¡Entre nos! Y ahí terminaba el primer round.

Las custodias, las dos hermanas que permanecían en la casa para siempre, se convirtieron de la noche a la mañana en el vínculo entre la fortuna imprevista y la familiaridad conveniente.

Lo que no sabían o no contemplaban los promotores de esta oferta, de esa parte de la familia, era que había otras bocas que también les hablaban a ellas de cerca. Por eso se supo de las intenciones de un lado, pero incremento las de otros, por el otro lado. Y había más lados interesados.

 

IX

Las discordias

 

De la familia unida, pasamos a una fragmentada en partes dispersas. No se entendía muy bien quién estaba con quién. Sabíamos sí, que por todo lado había intrigas, había acuerdos, había chismes, pero no sabíamos cómo iban las cosas.

Y las cosas estaban más adelantadas de lo que se pensaba.  

Cuando el dialogo coloquial se rompió y no se volvieron a recibir noticias en términos familiares, sino únicamente reproches, todo indicaba que por el arte de dividir, estábamos entrando en la etapa de definiciones sobre esta obra de arte.

Había que andar preguntando en qué andaban los otros, sin entender si al preguntar, estábamos dando pistas de en qué andábamos nosotros. Era todo ambiguo.

─Ni idea, yo con ellos hace tiempo que no hablo, decían. ─Lo último que supe fue lo mismo que tu ya sabes, lo del tal viaje, pero ni idea cuando...De pronto es que llegan sin avisar y una los recibe como siempre. Porque ¿cómo se les va a decir que no vengan?...

Ese era el tipo de respuestas sobre las preguntas. ¡Ni idea!

Y cuando se tuvo idea de cómo iban las cosas, ya el negociador estaba en la casa. 

Observó el cuadro en detalle.

Según nos enteramos, el invitado era un perito profesional especializado en bellas artes, encargado de entregar un certificado de autenticidad y una tasación oficial.

Este tipo de profesionales, toman varias medidas para su evaluación: el volumen, en el caso de pinturas al óleo y acrílicas; el soporte, en el caso de ser una acuarela, o la trama con un cuenta hilos o una lupa, en el caso de una reproducción impresa.

Todo esto lo habíamos investigado para tomar decisiones al respecto. Pero se nos adelantaron.

 

X

Las ofertas

 

Cuando ya las cartas estaban jugadas y cada quien tenía su As bajo la manga, comenzaron las primeras ofertas: aunque supuestamente nadie había considerado poner el cuadro en venta, sabiendo que todos andábamos en lo mismo, surgió, como por arte de magia, una propuesta que planteaba dejar salir el cuadro del país e inscribirlo en una subasta de una de las casas más prestigiosas, con el aval del experto invitado. Ya suponíamos que el cuadro superaba todos los cálculos más ambiciosos y que, de alguna manera, podía convertirse en una extraordinaria noticia para los herederos de una obra histórica realizada en épocas neogranadinas.

Y ante esta nueva situación, el cuadro se veía de otra manera. 

No era el análisis de especulaciones, sino que había que decidir sobre una propuesta concreta.  

El inconveniente que presentaba esta opción tenía que ver con soltar el cuadro para su viaje.

¿Qué pasaría si en su traslado hacia su destino sucedía algo imprevisto? 

El cuadro había dejado de ser una simple pintura casera y se había convertido en una obra que suponía otras consideraciones relacionadas con su valor. ¿Cuál sería la base para un seguro?

Para unos absolutos neófitos en temas relacionados con transacciones en el mundo del arte, todas estas situaciones producían enorme nerviosismo. Cualquier posición que se asumiera, tenía que ser afrontada con responsabilidad y una de las cosas que preocupaban era el verdadero destino de la obra. ¿Qué garantía tendríamos de que el tatarabuelo realmente llegaría a una galería prestigiosa que permitiera encumbrar sus atributos y no que esta subasta fuera una simple disculpa para sacarlo del país? 

 

XI

Las pretensiones 

 

La obra en sí, tenía sus propias pretensiones. Una pintura bien realizada, con un personaje importante y una ejecución destacada. Pero, fuera del contexto puntual de la pintura, había otros elementos a considerar. 

Porque también suponía una entretenida manera de convertir su historia y los detalles, en el punto de partida para un libreto de numerosas situaciones alucinantes que irían ocurriendo con el pasar de los días, a su alrededor. 

Y cada escena en este extenso hilo cosido en una tela de retazos, se presentaba con una inesperada trama que generaba la mayor expectativa alrededor de las pinceladas de controversia que aparecían ilustrando una secuencia de sucesos, gracias al retrato de este guerrero.  

Nadie hubiera podido suponer o imaginar la cantidad de eventos originados por una obra de arte, apreciada estrictamente, en un inicio, al interior de la familia. 

Por ejemplo: cuando finalmente entraron en escena expertos a evaluar el cuadro, en el momento en que ya las disputas comenzaron a  multiplicarse, cada trazo era analizado de manera detallada buscando una respuesta que diera pistas sobre su autenticidad. Algo que sirviera para darle un espacio de tiempo y lugar específico a la pintura. Y los comentarios de estos iniciados eran toda una elucubración artística muy especial:

─Este tipo de trazo, el trazo sobre el lienzo nos permite establecer el trabajo de un pintor surdo. Fíjense en la orientación de las pinceladas: todas se producen en este sentido..., indicaban los analistas mostrando cómo se habían esparcido los colores.

─El hecho de pintar con la izquierda ya nos da un indicio importante del autor. Considerando que no debería haber mucho pintor surdo en esa época, podemos averiguar entre las opciones posibles...esto definitivamente nos da una mano. Imagínense, ¡hemos logrado un avance importante!

─Ahora bien, indicaban adicionalmente, ─...los tonos utilizados y la profundidad que se proyecta en la misma figura del militar mantienen un tratamiento absolutamente riguroso, muy académico, lo que también se convierte en una pista. 

Y así se iban largas horas de múltiples hipótesis con relación a la autenticidad del cuadro y la importancia de su autor.

Todo esto que ocurría, nos planteaba dos posibilidades: por un lado, que este pintor, de manera astuta y calculada, al dejar su obra sin firma, habría premeditado todo con el propósito de incluirnos en su juego de “encuéntrame si puedes”, o, por otro lado, podíamos estar cayendo en el engaño de unos supuestos autorizados, que nos querían convencer de posibilidades inexistentes para embaucarnos y dejarnos con las manos y la pared, vacías.

Mientras más lo pensábamos, más nos enredábamos en este conflicto doméstico, con las mentes entregadas a las especulaciones, tratando de descifrar las pretensiones de cada bando.

 

XII

Los interesados

 

Ya teníamos la propuesta de llevar la pintura al exterior, para inscribirla en la subasta. Esta oferta que nos sorprendió por ser una opción inesperada generaba interrogantes importantes, pero, a la vez, mantenía una gran dosis de interés por lo que representaba en relación a las inmensas posibilidades de incrementar su valor y su prestigio, en un ambiente estrictamente comprometido con el arte.

Bien o mal, si se establecía un valor inicial para ofertar, sería con base en un avalúo. Esto por añadidura, se convertía en una ganancia. 

Originalmente la pintura no costaba nada. Simplemente se encontraba en una pared manteniendo vigente nuestro orgulloso sentimiento de protagonismo en la lucha por la independencia. Nada más. 

Es decir: al no tener una razón para ponerle precio, no había razón para inquietarse por su valor. 

Pero la subasta solo fue el principio. Además, comenzaron a darse otras posibilidades. 

Visto lo anterior, a medida que se difundía la existencia de una pintura del siglo XIX, de connotado valor histórico por ser de un ilustre participante en la independencia de España, en poder de una familia interesada en salir de ella, los ojos de nuevos prospectos seducidos por el cuadro dilataban su pupila. Y observaban también con su billetera abierta a ofertas.

Y apareció este coleccionista del área, apasionado por el arte latinoamericano. Venía desde el sur del continente y por curiosidad, pidió ver el cuadro.

En su colección contaba con obras de Frida Kahlo, Oswaldo Guayasamín, Fernando Botero, entre otros y mantenía un espacio dedicado a retratistas de héroes en gestas libertadoras. 

Lo que le llamó la atención a este personaje fue la particularidad de la situación: 

─Cómo se había conservado este cuadro en el completo anonimato? ─...se preguntaba.

 

Convencido de querer adquirir la obra, solicitó que el curador de su confianza pudiera proceder con una evaluación del cuadro.

 

XIII

El coleccionista

 

Este interesado hablaba de las obras de arte como si fueran sus parientes más cercanos.

Al enterarnos de su visita, algo que había surgido de manera imprevista y nos fue anunciado, los que podíamos llegar a la cita, estuvimos presentes. 

Y a él, no solo le atraía la obra, sino que también pretendía impresionarnos y dejarnos claro su amplio conocimiento en historia del arte. Por eso ante nuestros oídos interesados, comenzó la más completa disertación sobre arte latinoamericano. 

Movido también por su evidente desconcierto al vernos a todos tan poco informados sobre la historia de la pintura en los países de nuestra área, comenzó a darnos clase con el lenguaje pausado de un maestro paciente. 

Abordó en principio el neoclasicismo y cómo esta escuela tenía representantes en el ambiente artístico de nuestro continente, en los siglos XVIII y XIX, aproximándose al momento en el que el autor de la obra familiar había pintado al edecán. 

Y nos ilustraba: ─“Teniendo en cuenta que, en esa época, finales del XVIII y comienzos del XIX, estaban pasando cosas en el mundo,  

( independencia de Estados Unidos, revolución francesa, revolución industrial, etc.) y los españoles perdían fuerza y poder, este movimiento que comenzó a reflejarse también en nuestras tierras, más hacia comienzos y mediados del XIX, inspiro corrientes importantes donde se presentaban principios filosóficos que pretendían rescatar lo clásico en sus formas, pero planteando también conceptos liberales en su contenido. Por eso respetaban la figura, lo figurativo, ambientándolo con lo más real posible y respetando el motivo siendo muy precisos en el color y los detalles, para demostrar que tenían esa capacidad de ilustración”. 

Y nos decía además: ─“Eran muy estrictos con la fidelidad y respeto del entorno, por eso no me cabe ninguna duda sobre la exactitud en la reproducción del personaje del edecán: tiene que ser una pintura absolutamente fiel a lo que el pintor estaba observando y quería transmitir, a lo que quería que trascendiera “.

Y nos habló de obras de autores que demostraban la belleza y reproducción fiel de sus ideas, a través de esta escuela en México, Guatemala, Cuba, en fin:  en todo Latinoamérica.

 

XIV

La colección

 

Lo que convertía en un cuadro exótico la pintura del edecán, era que, sin ser una obra dedicada a los personajes conocidos históricamente, presentaba a un héroe anónimo de la gesta libertadora, representado en un retrato realizado con el mayor detalle y dedicación, por un pintor destacado y cumplidor de las normas de escuela: la luz, la belleza, la estética, la fidelidad y el rigor clásico.

Por eso, al adquirir una obra como esta, la colección del interesado se hacía a un cuadro bien selecto, único, una obra de la época de la independencia poco común para una galería independiente. 

Entonces el análisis profesional del curador urgía, si se tenía en cuanta que había otros posibles destinos para el cuadro.

Para un hombre con la capacidad de tener en su exhibición de arte personal, obras de los más prestigiosos pintores latinoamericanos, (se calculaba que su colección de arte sobrepasaba las 800 obras) adquirir un cuadro como éste, representaba una inversión muy, pero muy accesible. 

Las pinturas que se encontraban en su galería obedecían a un detallado y particular gusto, definido por el empeño en detectar intereses particulares de sus pintores predilectos. En el caso de la pintura del edecán, comentaba, que le parecía que lo que había movido al pintor a realizarla, tenía que ver con un atractivo más allá de lo formal. Sentía que no se trataba de un trabajo realizado por encargo sino por inspiración, algo del protagonista de la obra había cautivado al pintor. Esa era su teoría.

Sería que entre el pintor y su modelo, había algo más que un simple interés, meramente artístico, meramente histórico?

 

XV

Los puntos de vista

 

Ahora cada quien miraba el cuadro desde un punto de vista diferente. 

Cuando las intrigas internas habían comenzado y poco a poco cada quien se fue acomodando, seguía existiendo, permanentemente, una lucha de especulaciones y tires y aflojes propios de una batalla doméstica. Pero todo cambiaba con el paso de los días. 

El interés en la pintura había ido subiendo y, por consiguiente, a lo interno de la familia, el interés por incrementar su valor se había vuelto una fijación.

La cosa ya no era tan sencilla como ponerlo en venta, sino ¿cuál sería el mejor postor?  Y, además, ¿cuánto tiempo más debería madurar el negocio, para sacarle mayor provecho?

En las discordias iniciales se comenzaron a realizar evaluaciones, cada quien por separado, en vista de intereses soterrados de algunos. La idea que predominaba en ese momento era conseguir un cálculo del posible valor de cuadro, con la intención de proteger cada uno su propio derecho. Pero una vez comenzaron las ofertas y el edecán comenzó a disparar su valor, el objetivo se convirtió en mantener la expectativa con los valores ofrecidos, pero esperando siempre una mejor propuesta, viniera de donde viniera.

Las diferencias ahora dependían, por un lado, de las ofertas y por el otro, de las premuras.

Como el incremento del valor, entre una y otra de las ofertas se comenzaba a percibir cada vez más interesante, para algunos esperar mucho tiempo, representaba un riesgo. Cada oferta iba a superar a la anterior, se suponía, pero ¿hasta cuándo habría ofertas?

Los bolsillos particulares pasaron a ser otra de las razones para pausar o acelerar decisiones. 

Dentro de la familia, como en todas las organizaciones sociales, existían escalafones de necesidad. Algunos veían la herencia, como casi siempre se mira una herencia: como la posibilidad de conseguir una solución económica transitoria o permanente para vivir de una mejor manera. Pero también existían miembros que, por sus expectativas personales, podían esperar.

Cada quien veía las cosas desde su propia perspectiva económica y eso también se convertía en una situación conflictiva a lo interno.

 

XVI

La seguridad

 

Ya no sólo teníamos un cuadro en una pared. Ahora también contábamos con un valor que demandaba un cuidado muy especial. 

Maletines con equipos sofisticados que llegaban al lugar donde habitaba el edecán, sugerían algo llamativo para los encargados de la seguridad del edificio. En su habitual labor de difundir acontecimientos o situaciones relacionadas con los vecinos, comenzaron a hablar sobre los visitantes tan particulares que llegaban ahora al apartamento 302.

─Son personas como de afuera que llegan y entran y salen y no se sabe cómo a qué vienen, pero son como raros, entran y no saludan, se visten raro, ─le decía el guardia a la vecina del apartamento. ─El otro día llegó uno que no hablaba ni jota de español...

─Si, yo si he visto gente muy extraña llegar ahí, y les pregunto a ellas, pero como si fuera un gran misterio la cosa, como si no pasara nada... yo no sé en qué andarán, pero todo es muy, muy raro, ellas no eran así como tan misteriosas... ─comentaba la señora con el guardia.

─Y las visitan los hermanos, y como los sobrinos...antes no las visitaban tanto...─Insinuaba el seguridad.

─Pueda ser que no estén metidas en negocios raros, porque caras vemos, pero corazones no sabemos...─Concluía la vecina.

Lo cierto es que, aunque las visitas eran de diferente índole y las principales tenían como propósito evaluar la obra, también se había encargado un sistema de seguridad especial para proteger el cuadro. Los encargados de su instalación también frecuentaban el apartamento para verificar y ayudar a mantener un control eficiente que permitiera verificar cualquier movimiento o situación impertinente que ocurriera alrededor de la pintura.

El acceso a las cámaras lo mantenían las diferentes cabezas de cada uno de los principales herederos. Muchos ojos cuidando el cuadro para que no hubiera la más leve posibilidad de acercamiento malintencionado al edecán.

Además de la seguridad, se podían controlar otras situaciones que pudieran considerarse inadecuadas. Las cosas ahora tenían muchos interesados que observaban con cuidado.

 

XVII

Las preguntas

 

La visita del curador, experto y de confianza del coleccionista ofertante, se programó con mucha expectativa. Todos estábamos muy intrigados por recibir a este personaje en vista de todo lo que representaba en ese momento, su concepto autorizado.

El día programado para su llegada hizo su arribo, un poco retrasado por problemas en el cumplimiento de los horarios. 

Hizo una pequeña introducción para romper el hielo, contándonos los percances en su viaje y comentando que, aunque situaciones similares las había vivido con frecuencia en los recorridos que tenía que realizar por todo el mundo, nunca se había podido acostumbrar a los eternos tiempos en los aeropuertos, por demoras e incumplimiento de los vuelos.

Era una persona amable pero parca, no mostraba demasiado entusiasmo ni expresaba grandes sorpresas. Más bien se veía pausado y meticuloso, nada que mostrara mucha emoción ante lo que se le presentaba. 

En oposición a otros analistas que habíamos conocido, sus comentarios se centraban en inquietudes muy puntuales, pero nada que dejara ver una muestra de interés especial.

Se dedicó a analizar el cuadro en detalle, como un cirujano especialista, con microscópico interés en indagar lo que la figura podía mostrarle. Trataba de llegar hasta el último recodo de la pintura tratando de conseguir todo lo que representara una señal para llegar a conclusiones.

Y con interés expreso, comenzó a realizar algunas preguntas:

─Saben ustedes desde cuándo está la pintura en poder de la familia? ¿Existe algún dato del año o quién fue el primero en tenerla, en recibirla? ─preguntó.

─¿A través de quién se recibió la obra?

─Hay alguna pista ─continuó ─de cómo se decidió su destino? Entiendo también que, las medallas pasaron a sus herederos, ¿se pudo establecer si eran originales? ¿Hubo algún criterio para determinar su autenticidad? 

─Hubo alguna otra pertenencia del tatarabuelo que hubiera sido entregada? Un sable, un reloj, alguna correspondencia, ¿algo que nos ayude a registrar eventos por aquella época?

Los presentes quedamos confundidos. Las preguntas nos sorprendieron y desconocíamos las respuestas. Desconocíamos por qué el interés en esos temas. 

Esperábamos interrogantes alrededor del cuadro, pero no preguntas relacionadas con otros hechos vinculados a la historia del personaje y de sus pertenencias. Entonces comenzamos a mirarnos unos y otros tratando de encontrar alguien que pudiera responder. Ninguno sabía nada, pero queríamos, por lo menos, decir algo.

─Entendemos que el cuadro llegó a nuestra casa hace muchísimos años, imagínese, toda la vida estuvo con nosotros. Es decir, muchísimo tiempo hace que lo tenemos o lo tiene la familia, pero fechas exactas o aproximadas no tenemos, pero puedo afirmar que durante toda mi vida estuvo ahí, en alguna pared de mi casa, desde siempre, por ahí podríamos comenzar porque mientras viví en la casa de mis padres, la pintura estaba con nosotros, de toda nuestra vida...─respondió el primero de nosotros, atreviéndose a decir algo.

─Si, son preguntas interesantes ─respondía otro de los presentes─ porque cartas tuvo que haber, alguna cartica debe haber por ahí...Lo que si estoy seguro es que lo que se recibió era lo que era, ni relojes, ni sables, ni nada de esas cosas debe haber, ─dijo.

─Si, esas cosas pasan, las entiendo, ─nos decía ─Yo si quisiera tener como más información del edecán, ─continuaba ─porque una persona de su nivel de importancia debería tener más elementos o asuntos históricos que lo puedan definir, ayudar a identificar...

Así mismo, la decisión de entregarles la obra a ustedes o la manera como paso entre unos y otros, hasta llegar a la pared que mencionan, pues también sería bueno conocerla.

De todas maneras, como estaré un par de días más en la ciudad, voy a consultar con un historiador local que me recomendaron y con el que ya tuve un primer contacto, para ver si consigo más información al respecto. – concluyó el curador.

─Si usted gusta lo acompaña alguno de nosotros para que sea más fácil su desplazamiento. Esta ciudad es tan complicada... ─le ofrecimos.

─No se preocupen. Me gustaría hacer también un par de diligencias personales para las que prefiero no importunar a nadie.   

Y así el hombre empaco sus herramientas y se despidió con un...  ─Nos comunicaremos pronto. Muchas gracias por sus atenciones.

 

XVIII

El silencio

 

Al haber recibido la visita del curador y conocer el interés demostrado por el coleccionista, sentíamos que todo estaba muy adelantado. Además, había otras posibilidades, como la subasta y opciones menos sugestivas, pero igualmente importantes que permanecían sobre la mesa. Todo se resolvería pronto, pensábamos. Y nos interesaba mucho tener el concepto del experto curador para reafirmar nuestras propias consideraciones.

Sin embargo, no dejaba de mantenernos con algo de inquietud, las preguntas extrañas que había realizado el curador. Esos temas que había querido esclarecer, como la época en que llegó la pintura a la casa y las otras, la de las cartas y las medallas, ¿en qué medida eran importantes? ¿Servían de algo para determinar el valor de la pintura?

Para nosotros lo realmente determinante era el avalúo del cuadro por todo lo que representaba para todos la pintura en sí misma, independiente de cómo se había conseguido.

Y con algo de arrogancia decidimos que si la opinión del señor curador lo que pretendía era fortalecer su posición para negociar, por desconocimientos nuestros, pues que se pusiera serio y lo fuera diciendo: ¡al edecán no lo íbamos a regalar!

Una vez definida nuestra posición, decidimos que por ninguna razón trataríamos de comunicarnos con ninguno de los dos, porque delataríamos nuestra ansiedad. Ellos tenían que llamarnos y decirnos cuánto nos pagarían por el cuadro. De esta manera, todos quedamos en espera de la propuesta.

Cuando se están haciendo cuentas alegres con lo que se va a recibir, cada día que pasa se vuelve incómodo, molesto, produce stress y así no se demuestre, genera nerviosismo, inquietud.

 

Y los días comenzaron a pasar con un silencio enmarcado por la incertidumbre. No se volvió a tocar el tema de la subasta ni de los avalúos porque le dábamos prioridad al negocio con el coleccionista. Y así se nos fueron varios días, más de un mes, hasta que llegó la carta con la propuesta.

 

XIX

La comunicación

 

Argentina, 1 de abril de 2018

 

Señores: 

Herederos del Sargento Mayor, Edecán José Cruz Arenas,

Ilustre y valiente participante en la lucha independista de la Nueva Granada.

Ciudad.

 

Estimados Srs. Herederos: por este medio y, de acuerdo con lo acordado en días pasados en relación con nuestro interés en adquirir el cuadro del Sargento Mayor, Edecán José Cruz Arenas, participante en la gesta libertadora y que por la importancia de la pintura se describe como un documento relevante de valor histórico y artístico, manifestamos las siguientes consideraciones con relación a nuestro avalúo y hallazgos.

Antes de pasar a los detalles del trabajo, queremos expresar nuestro respeto y alta estima por una familia que ha demostrado su interés en apoyar nuestro particular análisis y facilitar la evaluación de una obra de arte tan interesante e importante para su núcleo fraterno.    

Por consiguiente, la empatía que ustedes muy amablemente han expresado con su amplitud para dejarnos escudriñar en la obra y sacar conclusiones, nos ha permitido realizar un diagnóstico verdaderamente complejo y profundo. 

Nuestro trabajo se ha ejecutado abarcando un espectro amplio debido a la inmensa inquietud que genera todo lo que rodea esta pintura: desde su autor hasta el ambiente representativo de la época, ese entorno tan importante para el desarrollo de la obra.

Con estas consideraciones, nos dimos a la tarea de hacer una investigación muy detallada sobre los aspectos involucrados, tanto a nivel pictórico, como documental.

En relación con el cuadro, podemos afirmar que cuenta con todos los elementos técnicos que se encontraban disponibles en ese momento, utilizando los recursos de una manera adecuada. Proyecta con rigor artístico su contenido, reflejando el aspecto tradicional y clásico de la época (recordemos la influencia del neoclasicismo en la pintura del siglo XVIII y XIX).

Se percibe un dominio importante del pincel, permitiendo que elementos como las fuentes de luz queden correctamente reflejados. El color está bien expresado y los degradados son correctos. En definitiva, se puede decir que mantiene una buena ejecución.

Adicionalmente a estas consideraciones relacionadas con el retrato, nos vimos obligados y en la tarea de hacer una investigación más exhaustiva de la época y de la información relacionada con el entorno que afectaba al Edecán y al Libertador.

Lo primero que tenemos que advertir es que se pudo establecer que El Libertador contó con un número importante de edecanes en su extenso peregrinar. El Sargento mayor, José Cruz Arenas, no fue el único.

Así pues, ocuparon este cargo nombres celebres como: General Andrés Ibarra, General Pedro León Torres, General Carlos Soublette, General Daniel Florencio O´Leary, Lic. José Rafael Revenga; todos de un gran prestigio. Incluso datos curiosos como que el general Daniel Florencio O´Leary, era irlandés.

Estos nombres llamaron poderosamente nuestra atención por cuanto suponíamos que sólo había existido un edecán al lado del libertador. Obviamente esta presunción se basó en supuestos que definitivamente superaban el momento y el personaje, porque era muy presuntuoso asumir que hubiera sido el único, teniendo en cuenta que una campaña libertadora demanda muchos participantes. Como en efecto ocurrió.

Pero esto, realmente es algo que, aunque resuelve parte de la encrucijada, para el objeto de nuestra propuesta, no es relevante.

Indagando también en otros archivos suministrados por algunos historiadores locales que se interesaron en nuestra investigación, encontramos adicionalmente alguna alusión a su fisonomía, a la del sargento mayor. Lo describían como un hombre delgado, moreno, de cabello negro, que evidentemente contrastaba con la imagen del militar en el cuadro. Y eso generó una gran incógnita: ¿cómo, si existía esa descripción del edecán, por compañeros que combatieron a su lado, la pintura representaba a un hombre blanco, rubio, más bien grueso y de ojos claros?

Todo esto complicaba aún más el diagnóstico que pretendíamos realizar. Cambiaba radicalmente nuestra apreciación.

Por eso nos vimos en la necesidad de encontrar algo, así fuera algo mínimo, que nos pudiera llevar al ejecutor de la pintura para poder descifrar esta incógnita.   Encontramos unos pequeños bosquejos de pinturas realizadas por un pintor alemán llamado Federico Herbruger, radicado en Bogotá para esa época.

Y aquí es donde viene lo más interesante. Uno de los osquejos tenía título: se llamaba Selbstportrat ( autorretrarto ) y era exactamente un bosquejo del cuadro en cuestión.

 

XX

La oferta

 

Ante este hallazgo, hemos tomado la siguiente decisión: 

La obra en sí es interesante, tiene toques únicos y trazos inesperados que la vuelven muy atractiva, sin lugar a duda. Pero no es la pintura del edecán, es un autorretrato.

Esta obra es sencillamente la imagen de un pintor bromista que quería trascender para enaltecer su pintura. No es de un héroe ni mucho menos; este hombre nunca disparó ni un bodoque. Es más, ni siquiera se montó en un caballo. ¡Nunca en su vida! 

El uniforme fue inventado y las medallas entregadas, también fueron un fraude. Sin embargo, por tener la habilidad para pintar adecuadamente y con calidad, logró elaborar este cuadro de un héroe respetable, con su cara respetable, convenciéndonos a todos que era la imagen del ilustre Sargento Mayor, José Cruz Arenas, edecán de Bolívar.

Nuestra propuesta sigue siendo adquirirla, ya no como una pintura histórica sino bajo el marco de una obra curiosa.

De continuar el interés en traspasarnos la obra, podremos decidir las condiciones a través de una conversación y elaboraremos los documentos correspondientes.

 

Atentamente,

 

Como era de esperarse, el desembolso ofrecido tan solo correspondía a una pizca de lo inicialmente esperado y por consiguiente la decisión familiar fue rechazar la oferta.

Lo que no esperábamos y ocurrió rápidamente, fue que la noticia se regó como pólvora entre los coleccionistas de arte.  Nuestra esperanza de salir de pobres gracias a la herencia familiar más importante quedó colgada en una pared.


Comentarios

  1. "Que traigan a Raquel"
    es una anécdota excepcional. Admiro la gracia y el estilo del autor Guillermo Labrit.

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