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A lo cubano

 

Miguel Angel Ortega Rodríguez

 

La madre de Carlos, siempre se preocupó, de lograr con sus ahorros, poder llevarlo a pasear, y aquel año fueron a Expo Cuba, al Parque Lenin, entre varios lugares. Ellos al ser de un pueblo de campo, distantes de La Habana, participaban en excursiones, que se organizaban, por barrios o centros de trabajos. Siempre ella le repetía en el transcurso de los viajes, disfruta el paisaje, no hay árboles más frescos que estos, para la época del año, y ves todos esos, al borde del camino, se dan silvestres, como esas nubes, que se ven en los celajes, esa es Cuba, hijo, íntima, y profunda.  

Con el tiempo, Carlos fue acompañando a cada compañero de aula, a los amigos del barrio, a sus contemporáneos que partían al exterior, ellos no se morían, pero demoraban en regresar, no los separaban, millas ni kilómetros, sino actitudes e intereses.

Pero con Emilio, fue diferente, estaban muy unidos, en fiestas, amigos, salidas con novias, jugaban a la pelota, los fines de semanas. El padre de Emilio era salvavidas en él “Laguito” una playa cercana y en las tardes de mucho calor, se los llevaba y hasta los enseño a nadar.

Seguían visitándose más frecuentemente, porque se querían. Carlos siempre preguntaba, no hay ninguna opción, para que te quedes, a lo que Emilio respondía, dicen mis padres que mis sueños se van a realizar allá, que hay unos quesos ricos, y que las patinetas por aquellos parques de Ámsterdam, caminan solas, que el metro pasa y pasa, cada cinco minutos, a lo que Carlos respondía. No entiendo, mira que mis sueños son de batallar, a como dé lugar. Dime entonces de verdad, si no vas a extrañar los durofríos de Matilde, cuando salimos del terreno, o el agua de la finca, cada vez que terminamos de hacer ejercicio y los churros de Andrés, que nos llevamos a la Universidad.

 

Añadió, tu sabes compadre lo que pienso, en un país donde todos vivamos, con diferencias de credos, pero que nuestra suerte no se juegue, sin nuestros pies caminando juntos, ni nuestras manos en las siembras, habrá un lugar, que podamos compartir como Dios manda, o la Constitución.

Mira Carlos, aquí tengo a mis abuelos, y ya están viejos, no sé si los podré volver a ver, eso nunca se sabe, aquí está mi gente, mi historia, lo que he sido y soy. Y te digo más, en estos días pensando en mi vida, he experimentado la armonía familiar, que se nos pierde, entre lo abrumado que se vive hoy.

Ellos seguían con los contrastes propios de la humanidad, con el ritmo que se impone, hay veces fuerte y otras más cálido y tierno. Pero el destino traza su ruta, y un lunes de agosto, llamaba Emilio. Logró Carlos responder el teléfono, Oye papa me voy mañana, a eso de las diez de la mañana, debe salir el vuelo, no dejes de venir, te espero en casa, Carlos no pudo decir nada, solo le dio tiempo a colgar. Se demoró, dejó que el día avanzara, y a eso de la tarde, cuando las gallinas suben a los árboles, y las mariposas ya no vuelan, porque el día le pasa su turno a la noche. Irrumpió por aquel portón, de Emilio, con sus ojos saltones y vibrantes.

Emilio cubano al fin se había tomado unas copas de ron Santiago, y estaba alegre y jaranero, le brindo un trago, el aceptó y se sentaron en la terraza, a hablar, Emilio suave y comunicativo explicaba, no te preocupes hermano, ahora estamos más cerca, que en los años ochenta y noventa, ahora por WhatsApp, o Messenger, nos va a ir de maravilla.

A lo que Carlos argumentó, si, no me digas, será igual que el encuentro cuerpo a cuerpo, el reírnos juntos, el poder llamarte a cualquier hora y saber que estás ahí. Crees acaso tú, que por una video llamada yo te pueda explicar las cosas, tal y como son, se miraban, aceptando cada uno lo que decía el otro y comiéndose, entre palabras. Estaban cerca en la conversación y Emilio para salir del paso, le tocó el hombro diciéndole, papa nos vamos a ver pronto, verás que sí, y vamos a ir a ver, la pelota como a ti te gusta.

Carlos tenía su trago casi intacto, y le dijo, tu sabes lo que sucede Emilio, que a la generación nuestra, le robaron en el ADN, si, le robaron, ganas y deseos, pero con lo cubano no pudieron, eso está ahí, en los cojones que metes, para que las cosas salgan, por eso lo digo, cada vez que me encabrono, sin miedo, para que todos me escuchen, nunca me iré de aquí, soñaran, conmigo, porque hasta la muerte es posible, si uno pierde lo que ama.

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