Encuentros impensados
Seudónimo. Motoneta
Llevábamos más de veinte y cinco
meses transitando por una situación de crisis económica, que marcaba su existencia
en las veinte y ocho libras que había perdido, debido a la falta de muchos nutrientes
y a la ausencia de grasa en nuestros exiguos alimentos; lo que se contraponía a
los ejercicios obligatorios que ejecutaba diariamente encima de una rústica
bicicleta construida en una empresa local. Era del modelo conocido popularmente
con el apelativo de "burras", por el tipo de cuadro que tenía, poco
atractiva e incómoda de pedalear. Cada día rodábamos no menos de treinta kilómetros
para ir y regresar al trabajo y otras peripecias que necesitábamos acometer
para adquirir algún alimento en las oscuras calles, y raras veces conducía mi
auto Fiat polaco.
A esa altura de la década del
´90, ya en esa burra había pedaleado a un campo de la carretera de Sagua con un
viejo reloj de mi madre que finalmente logré canjear por dos patos, que fueron
directo al caldero de presión, y que se ablandaron estupendamente. Fueron meses
de alumbrones en vez de apagones, pues muchas veces se desaparecía el fluido
eléctrico de nuestros hogares por más de dieciocho horas.
En esos meses se estaba
televisando una novela de gran aceptación nacional y la protagonista era nada
más y nada menos que la actriz Veneranda Liz, que exhibía un envidiable
currículum de actuaciones notables en disímiles novelas televisivas. Todos disfrutábamos
tres veces a la semana de sus interpretaciones, claro, si no había esa noche
algún apagón programado, afortunadamente la novela se repetía en horarios
diurnos.
En esas difíciles circunstancias
los bajos salarios no alcanzaban para comprar los alimentos necesarios y mucho menos
para adquirir el combustible y lubricantes al auto, lo que provocaba que fueran
poco funcionales. Entonces se me ocurrió utilizarlo para buscarme unos pesos un
fin de semana y emprendí la aventura de marchar a la capital una vez transportando a varios pasajeros. Todo
marchó a pedir de boca, hasta que decido en la zona del emblemático Capitolio
recoger pasajeros cobrándole diez pesos a cada uno para encaminarme a la zona
de la terminal de ómnibus interprovincial buscando la forma de conseguir nuevos
clientes que me aseguraran el retorno a Santa Clara. Me hacen señas con la mano
dos personas en la calle Reina para ir al Vedado, en dirección a la terminal,
pero al sobrepasar unos ciento cincuenta metros, uno de los
"pasajeros" saca un carnet de inspector del transporte y me dice que
tenía que acompañarlo hasta la estación de la policía más próxima para
levantarme acta por agenciar pasaje sin licencia. Me indican que esperara
sentado en un banco de concreto, colocado en un patio enorme donde esperaban otros
detenidos por disímiles causas.
Transcurrida hora y media me dicen
que fuera a la carpeta y me llenan unos documentos, y le retiran la chapa al
auto, por lo que solo podía manejar directamente hasta Santa Clara con un
permiso que me extendieron; a los cuatro días debía personarme a recoger los
documentos del vehículo y las chapas en
unas oficina del Vedado donde radican las oficinas provinciales de la
unidad de inspección estatal. De inmediato me dirigí a casa de mi madrina
Coralina, para asesorarme con su hija Diana, que es abogada en esa provincia.
Ella, después de consultar con sus colegas que atienden casos parecidos, me dio
consejos de gran utilidad para resolver mi situación.
El día anterior a la cita,
regresé a la capital y esa noche me quedé a dormir en casa de mi madrina, para
en las primeras horas dirigirme al Vedado. Pensé que poquísimas personas
estarían citadas, pero para mi sorpresa más de treinta personas esperaban desde
bien temprano a que abrieran el establecimiento, donde una comisión multifactorial
funcionaba ese día para atender de uno en uno a los acusados y dictaminar la
sanción correspondiente.
Un funcionario vestido con su
uniforme de color azul, me llamó por mi nombre y me indicó pasar a una
habitación, después de verificar que mi nombre en el carnet de identidad
coincidía con los datos de la lista que traía en su mano. Nunca pensé
encontrarme en esa mansión con una dama tan prestigiosa como la actriz de la
radio y televisión Veneranda Liz, ella se hizo acompañar esa mañana de su
hermano Roberto, una persona muy fina, que la apoyaba y complacía. Coincidíamos
en ese recinto por causas similares, pues ellos tenían disponible un auto que
un chofer que buscaron lo explotaba como taxi en la capital y fue detectado por
el cuerpo de inspectores, muy similar a mi caso, pero con la diferencia de que
yo manejaba mi propio auto y ellos pusieron a un trabajador asalariado.
Me identifiqué y le manifesté
que trabajaba en una prestigiosa fábrica mecánica en Santa Clara, y quizás lo más
importante que me sucedía en este percance fue haberla podido conocer
personalmente, intercambiamos algunas impresiones en las extrañas
circunstancias que nos hicieron coincidir. Una pregunta obligada que le manifesté
a la artista, fue cómo lograba aprender tan largos textos de memoria, y ella con
sencillez y diáfana conversación me confesó que desde pequeña le acompañó una
memoria poco usual; su hermano intervino diciendo que él con mucha dedicación
le leía muchas veces los textos que ella debía memorizar y ese ejercicio le dio
positivos resultados. También me expuso los planes que tenía para el futuro,
con nuevas presentaciones en novelas que se preparaban.
Como la espera fue prolongada,
retomamos otros temas, manifestándome que la persona que decide esta profesión
debe gustarle lo que hace.
»Nadie puede pensar que un
maestro hace a un actor, el actor debe tener el talento y eso lo da la
naturaleza. El profesor lo que hace es desarrollar esa potencialidad, darle
herramientas para saber dónde encontrar, dónde buscar, qué camino escoger, para
llegar a la creación del personaje».
Otra pregunta fue pedirle si
recordaba alguna anécdota dentro de su larga trayectoria y me contó.
»En el año 1986 estaba rodando
una novela, y un día estaba programada una filmación de una escena donde,
radiante de alegría, mi rostro debía mostrar lo feliz que me sentía, pero esa
mañana había amanecido con unos cólicos digestivos que no me dejaban alejarme mucho
de un servicio sanitario, el dolor era muy molesto. Además, estaba prevista otra escena montando
a caballo y ya eso era demasiado para esta cubana. Todos estaban preparados,
menos yo. Se dilataba el proceso de filmación por mi indisposición y fueron
muchos los remedios caseros y médicos que se practicaron ese día conmigo para
no suspender el rodaje. De más está decirle que los maquillistas se esforzaron
extraordinariamente para que la cámara no revelara realmente mis interioridades
de ese día».
Otra anécdota narrada fue
también en un campo cercano a la ciudad de Matanzas.
»Me extravié junto a dos
muchachas asistentes y cuando vine a ver me encontré sola, frente a una vaca parida,
que parece que se dio cuenta del miedo que me producía su presencia. Yo trataba
de protegerme detrás de unas pequeñas matas de plátano, que resultó el único
obstáculo disponible en ese entorno para ponerme a salvo del impertinente
animal. Pasé un susto adicional cuando noté que mi blusa era más roja que un
tomate maduro, y quise deshacerme de la prenda, a ver si ese animal dejaba de
perseguirme. Afortunadamente ya estaban buscándome y espantaron la vaca».
Después de unas horas de espera,
ellos fueron llamados primero y nos despedimos cordialmente. Posteriormente me
llamaron para que me introdujera en una pequeña oficina y allí me leyeron un
acta de advertencia, donde anunciaban que la próxima vez que un inspector me
trabara en tan grave falta, el auto Fiat polaco, adquirido como estímulo por
mis incontables innovaciones en tan prestigiosa fábrica, pasaría a ser
decomisado, sin importarles que la causa del mal estaba en el bajísimo salario
que devengaba en esa industria; "fábrica de fábricas", que no me
permitía comprarle gasolina para arrancarlo.
De allí salí directamente en un
auto de los conocidos con el nombre de "almendrón", hasta la terminal
interprovincial, me anotaron en la lista de espera, llamé por teléfono a mi
madrina y, por supuesto, a mi familia de Santa Clara, que estaban preocupados
con este viaje a la capital de todos los cubanos. Finalmente logré involucrarme
en un ómnibus que salió al otro día en horas de la tarde-noche.
No fueron pocos los años que tuve
que esperar para adquirir los medios necesarios para hacerlo funcionar, lo que
fue posible después del 2006, en que regresaba de una misión médica que materialicé
estando, trabajando en el Instituto Nacional de Oncología de la capital, donde
comencé a laboral en el 2003, pues las condiciones de la "fábrica de
fábricas" se habían trasformado tan negativamente que hubo que dejar ese
barco a la deriva.
Una mañana del mes de febrero
del 2008 volví a encontrarme con la legendaria actriz en uno de los pasillos
del importante centro hospitalario, ella se estaba ocupando de la salud de su
hermano querido, que estaba afectado por esta penosa enfermedad. Por suerte, la
localización que presentaba no era tan preocupante, y pude auxiliarla en esos
menesteres. Estos encuentros fueron frecuentes durante los tratamientos de
radioterapia que asistió hasta finales del mes de marzo de ese año, en que terminaba
su ciclo de radiaciones satisfactoriamente,
lo que agradeció esta brillante actriz.
La portada aportada al cuento es brillante. El cuento refleja el proceso de ese período especial y las peripecias de los ciudadanos para sobrevivir, independiente de su profesión.
ResponderEliminarInteresante historia, me gustó mucho.
ResponderEliminarUna historia que cuenta la triste realidad por la que hemos pasado todos los cubanos que tuvimos la dicha de vivir el RERIODO ESPECIAL
ResponderEliminarMe gustó mucho esta especial
Me encanto el cuento,refleja las historias tristes del periodo especial en nuestro país y algunas de las cosas que tuvimos que hacer para sobrevivir,muy bonito, perfecto.
ResponderEliminarManuel sin lugar a duda es un testimonio. Donde narras tus vivencias. De muchas de ellas puedes escribir muy buenos cuentos.
ResponderEliminarMe encanto,espero te sigas motivando y no dejes de hacer eso que tanto te gusta,cuéntanos mas
ResponderEliminarSiempre ver el lado positivo de cada situación. Disfrutar de cada oportunidad de la vida. Muy interesante historia.
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