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Una desafortunada experiencia

 

(Earendil)

 

Había comenzado aquel nuevo trabajo y estaba muy contento, era el administrador de La Casa de la Ciudad, así se llamaba aquel bello lugar donde se exhibían muestras de arte, cuadros y hasta había una sala dedicada a mostrar cómo vivían los habitantes de dicha urbe en siglos pasados. Un amplio jardín central con un pozo meramente decorativo en su centro le daba un toque muy acogedor a las instalaciones, alrededor de este lugar, lleno de hermosas plantas y donde había bancos para que las personas pudieran descansar y conversar, estaban los pasillos grandes y sombreados de la casona, en cada uno existían varias puertas que conducían a las diversas salas donde el público se agolpaba para ver las maravillas que ellas guardaban.

La directora de la casa, Doña Rosaura, era una señora mayor, mulata, alta y hermosa, y aunque tenía cierta edad, aún se podía apreciar el mujerón que había sido. Se vestía de forma andrógina, con su largo pelo siempre recogido en una trenza gris y tenía un marido muy joven algo amanerado a quien mantenía, según comentaba la gente; también se decía que ambos “le metían a todo”, o sea, eran bisexuales. Chismes aparte, la Madame era una persona que imponía respeto e impresionaba de sólo verla.

Alex había conseguido el trabajo por casualidad. En este lugar tenía un gran sueldo y se daban actividades culturales que no estaban al alcance de todos, sólo las personas de mayor jerarquía eran invitadas y en las noches podían disfrutar y codearse con los artistas, famosos escritores, cantantes y pintores. De día sí permanecía abierta al público como una atracción.

A través de un conocido había sabido que la plaza de Administrador estaba libre y, sin conocer a nadie, se había presentado a hacer su solicitud, también le habían dicho que era Doña Rosaura quien daba el visto bueno. Con algo de temor se presentó a una cita con ésta y allí tuvieron una conversación muy amigable, durante la cual ella le preguntó detalles de su vida, así como su nivel cultural y demás. Ambos quedaron gratamente sorprendidos con los conocimientos del otro y ella lo aceptó al momento. La experiencia prometía ser fructífera y agradable y el adoró a la señora desde que la vio.

Así comenzó su nueva etapa: su oficina en el segundo piso de la edificación era hermosa, alfombrada y con cortinas en las que se destacaba el color vino. De primer momento le pareció algo tétrica, pero pronto se sintió muy confortable allí. Un inmenso buró con su silla torneada al estilo de épocas pasadas, hechos de materiales de calidad y finas maderas, le permitía hacer su trabajo. En un salón anexo estaban las especialistas, quienes eran la crème de la crème. Alex siempre había sido una persona sencilla y humilde, aunque no dejaba de tener su orgullo, por lo que generalmente se desenvolvía bien en todos los mundos, así que no debería tener problemas allí.

Iba a almorzar a un lugar cercano, adonde asistían personas de la Empresa de Cultura, entidad a la que pertenecía su trabajo; él los saludaba pues a algunos los conocía de vista y con otros había hablado directamente, ya que en aquel lugar tenía que entregar la información mensual de su centro. En el comedor conversaba con una amiga suya que laboraba allí y con quien había mantenido una relación en el pasado. Al preguntarle cómo le iba, él se explayó, mientras almorzaban, diciéndole las características del lugar y le repitió los chismes que había escuchado. Ella le advirtió que se cuidara y tratara de hablar y dar las menos opiniones posibles, tenía conocimiento que aquel lugar estaba lleno de “víboras”.

Sorpresivamente, Doña Rosaura emprendió una guerra a muerte con él, todo lo que hacía le molestaba y continuamente criticaba su trabajo, la concordia que había existido entre ellos se había roto y Alex no tenía ni la menor idea del porqué. Y, sin embargo, había días en los que conversaban muy amigablemente; la conclusión a la que llegó el joven era que esta señora tenía un caso de bipolaridad severa. Trató de sobrellevar aquella situación, pero era imposible, por lo que comenzó a contestarle en el mismo tono y sus peleas eran memorables. Ella no se cuidaba de llamarle la atención delante de todos, lo que molestaba al joven. Un compañero de la Dirección de Cultura le avisó de que ella estaba dando muy malas referencias e intentando deshacerse de él, pero no se lo permitían, ella lo había escogido y ahora, hasta que él no decidiera irse, nada podría hacer ella en su contra. Además, su trabajo era muy bueno y todos estaban muy contentos. Le preguntó a qué se debería esto y no supo contestarle. Entonces le advirtió que tratara por todos los medios de no llegar a un enfrentamiento directo con ella, pues todos le temían, incluido el propio director de Cultura, ya que sus relaciones llegaban hasta lo más alto y además su lengua era muy venenosa.

Se planificó un encuentro con especialistas de otras provincias, por lo que había mucho trabajo. A insistencias de Alex, la señora había contratado a dos jóvenes muchachas cuyo trabajo consistía en estar en las salas como guardianas y al mismo tiempo contestar las preguntas que hacían los visitantes. Estas dos jóvenes se habían convertido en sus amigas y defensoras. Eran varias chicas, una por sala, se llevaba muy bien con ellas pues su trabajo las incluía directamente. Entre sus obligaciones también tenía que velar porque todo el personal, incluyendo las especialistas, llegaran temprano, hicieran su trabajo correctamente y se marcharan a su hora. Pero pronto se percató de que la ley no era pareja: estas últimas se aparecían a cualquier hora y se marchaban cuando les parecía, mucho de su trabajo se los habían impuesto a las veladoras o guardianas, cuyo salario era muy bajo, y mientras ellos se pasaban el día vagabundeando, recibían un alto pago.

Se reunió con Doña Rosaura para explicarle la situación que había detectado y que no era justa, pero la señora le dijo que las especialistas eran intocables, por lo que volvieron a discutir. Ella le quitó la responsabilidad de reportarle sus horas de trabajo, diciéndole que se encargaría personalmente de eso. Al ver la nómina de pago, pudo comprobar que, mientras a las infelices guardianas de sala les descontaban mucho, aquellas ganaban su salario completo y nada podía hacer al respecto, por supuesto que esto hizo que la brecha entre ellos se abriera aún más. También ellas, al parecer advertidos por su jefa, lo comenzaron a ignorar.

El día de la actividad con los especialistas foráneos fue todo muy bonito, ellos expusieron su trabajo y algunos incluso ganaron certificados, pues eran muy buenos. Después de la exhibición se hizo una fiesta como era habitual en ese tipo de eventos, todos se colocaron en una larga mesa llena de alimentos y bebidas, y por un rato fueron todos iguales, conversaron, rieron y también bailaron en un ambiente fraternal.

Entre los especialistas venidos del exterior había un joven muy agradable y simpático, por quien Alex se sintió atraído. El administrador era una persona de mente abierta y tenía amigos de todo tipo y género, pero nunca había probado una relación con otra persona de su mismo sexo. No por un asunto de asco ni nada de eso, como decían algunas personas, sino porque no se había dado el caso de que apareciera alguien a quien realmente deseara, pero con este chico le pasaba algo diferente, aunque no quería, se sentía fuertemente interesado por él. No era una belleza de hombre, ni era alto ni fuerte, al contrario, más bien tenía aspecto afeminado, pequeño y delgado, de estrechos hombros, vestido muy a la moda y muy simpático, lo que hacía que tuviera un corro de personas a su alrededor que se reían con sus chistes.

Alex, sin darse cuenta, se había pasado de tragos, y tal vez eso lo hizo tomar la decisión irrevocable de probar por primera vez con este chico lo que se sentía al estar con alguien de su mismo género. Por lo que cuando pudo, le hizo una seña y se dirigió a su oficina, adonde lo siguió el muchacho. El administrador cerró la puerta y lo besó; el joven reaccionó primeramente sorprendido, pues no se esperaba esta acción del administrador tan serio, pero como también le había llamado la atención, pues respondió.

En realidad, no sucedió mucho entre ellos, pues Alex no se sintió cómodo. Avergonzado y pesaroso, le pidió disculpas y le dijo que era su primera vez, que no estaba preparado y que lo mejor era dejarlo así. El chico con pena aceptó, sólo le reafirmó que estaría dispuesto para si había una próxima vez.

Al salir de su oficina juntos, para sorpresa de Alex, estaban la directora y las especialistas quienes también habían subido a buscar unos regalos para los participantes. No le quedó otro remedio que saludar, mientras lo miraban sorprendidas y comentaban entre ellas al verlo con el muchacho allí y que todos sabían era abiertamente gay. Se dirigió a la salida y se marchó a su casa.

Al siguiente día Alex no sabía cómo presentarse en el trabajo, se imaginaba todos los chismes y especulaciones que habría respecto a él. Pero tenía que hacerlo, primero que todo por disciplina y en segundo lugar porque no le quedaba de otra, pues sería el día final de la exposición y su presencia era imprescindible ya que él era quien se ocupaba de toda la parte de avituallamiento.

Al llegar saludó como era su costumbre, y aunque todos le respondieron, sintió algunas miradas acusatorias y otras de perplejidad, no hizo caso y así continuó hasta su encuentro con Doña Rosaura. Ésta lo primero que le dijo fue:

¡Vaya sorpresita que nos diste ayer!

Haciéndose el que no había escuchado le dio los buenos días, ya que ella no había tenido la menor educación en saludarlo.

Cogida en falta, le dio también los buenos días, mientras lo miraba de forma maligna y lo mandaba a cumplir con sus tareas de una forma que no dejaba a dudas de cuánto deseaba que desapareciera; esto hizo explotar a Alex que ya de por sí venia bastante estresado. Le respondió que ella no tenía que hablarle en ese tono y mucho menos mandarlo a hacer lo que él sabía muy bien hacer.

─Yo soy quien manda aquí y si no te conviene como me expreso puedes marcharte cuanto antes- le respondió ella de forma autoritaria, como para dejarle clara cuál era la posición de cada uno.

─Eso es lo que desearía, ¿verdad?, que me marche porque no me soporta, ¡no sé cómo alguien tan maleducada puede dirigir un centro como éste! Además, por si aún no lo sabe, no soy ni su sirviente ni inferior a Ud., mi puesto aquí es casi igual al suyo, ocupo el segundo lugar en jerarquía en este centro y en su ausencia soy yo quien manda aquí, ténganlo en cuenta cuando se dirija a mí de nuevo.

A la señora casi hay que echarle agua para que se repusiera de la sorpresa, aunque habían tenido varias discusiones, nunca habían llegado tan lejos como esta vez. Ella iba vestida aquel día con una camisa a cuadros de manga larga y una chaqueta, pues el día estaba medio frío, un pantalón vaquero y unas botas altas, incluso hasta llevaba una fusta, con la que en su furia intentó azotarle la cara a Alex, quien, prevenido, le paró la mano y se la quitó.

Por la boca de Doña Rosaura comenzó a salir un chorro de groserías y malas palabras, toda la finura de que hacía gala y su control se fueron a la basura, demostró quién había en realidad detrás de aquella imagen de mujer refinada y elegante: una barriotera de la peor especie. Todos estaban paralizados del espanto y sin poder dar crédito a lo que veían. Alex trató de permanecer lo más ecuánime posible.

Varias personas por fin intervinieron y les dijeron que arreglaran sus diferencias en privado, pues estaban dando un espectáculo de muy mal gusto delante de todos. La directora, dando media vuelta sin responder y con suma altanería, se dirigió a su oficina y allí la siguió Alex. Al entrar, él cerró la puerta, era hora de las explicaciones y de aclarar de una buena vez y por todas que era lo que estaba sucediendo.

Allí, aguantando su malestar, le planteó que se sentía avergonzado de lo sucedido y que deseaba llegar a un acuerdo con ella, la situación era insostenible para ambos y no estaba acostumbrado a pelear así en público, por lo que deseaba saber a qué se debía su cambio de actitud de algún tiempo a esta parte si tan contenta había estado ella antes con él, y si tenía quejas de su trabajo.

Ella, más calmada pero venenosamente, le contestó:

─Cada acto trae consecuencias y tu deberías saber lo que hiciste.

─¿Yo? Qué he hecho yo, si lo que he hecho ha sido intentar cumplir con mi trabajo lo mejor que sé. Si lo dice por lo de las especialistas, es cierto que no estoy de acuerdo como Ud. les da preferencias sobre los demás. Pero no he dicho nada más después de que Ud. me dejó claro que era su asunto.

─No, no es por eso, es por todo lo que Ud. ha hablado a mis espaldas.

Ahora sí que Alex la miró más que sorprendido:

─¿Que yo he hablado mal de Ud. a sus espaldas? No, eso no es cierto, aquí hay una gran equivocación, ¿por qué Ud. dice eso?

─En ese comedor adónde vas a almorzar te explayaste hablando mal de mí…- le respondió de forma hiriente.

─No, eso no es así, dígame quién le contó semejante chisme, porque eso sólo pudo haber sido alguien que quiso malquistarme con Ud.

─Dijiste que era una hija de puta, una vieja borracha, horrenda, maleducada, que era machangona y otras cosas que no repetiré como el hablar sobre mi sexualidad y mi marido…y mira quién lo viene a decir, ¡después del espectáculo de ayer! - dijo de forma burlona.

A la mente de Alex vino el día en que, conversando con su amiga, quien le había preguntado sobre su nuevo trabajo, le había contado los chismes que se decían sobre la señorona… ¡qué clase de error había cometido! Estaba seguro de que su amiga no había repetido nada de lo que le había dicho, además no eran cosas trascendentales y él le había dicho que era lo que había escuchado, no eran sus apreciaciones. Entonces, ¿quién habría sido el chismoso y enredador?

Le explicó a la señora, quien con cara muy ofendida se abanicaba y ni lo miraba, que en efecto, sí había hecho algunos comentarios, pero no lo que le habían dicho a ella. Y que la retaba a que trajera a la informante maledicente para que lo repitiera delante de él, que nunca podría haberse manifestado de esa manera pues no la conocía lo suficiente y que además él no hablaba de la sexualidad de nadie. Y que a pesar de que ella lo quisiera creer o no, era muy respetuoso y que ella era de la edad de su madre a quien no faltaría el respeto ni permitiría que nadie lo hiciera.

─Yo confío plenamente en la persona que me informó de todo eso, no tengo porqué exponerla ante ti- porfió ella.

─¿Entonces, prefiere darle crédito a chismes y bretes que a mi palabra?  Pues bien, señora, no tengo nada más que decirle, si quiere creer que dije todas esas chorradas, pues piénselo, muy bien… pero le aclararé algo, mi vida privada no está expuesta al público y mucho menos a Ud., ya ha insinuado varias veces sobre lo sucedido ayer y no se lo voy a permitir.

─¿Entonces Ud. puede desprestigiarme a mis espaldas y yo no puedo hablar sobre sus cochinadas?

─Señora, Ud. decide si quiere mantener esta guerra absurda basada en chismes o que estemos en paz… yo no dejaré el trabajo si es lo que Ud. pretende, pueden Ud. y las demás decir lo que les venga en gana, no tengo nada de qué avergonzarme- le respondió Alex con gran dignidad y abriendo la puerta se retiró.

─No hemos sido nosotras quienes hemos hablado ni comentado nada, fue tu “amante” quien se lo dijo a todos- fue lo último que escuchó mientras se alejaba rojo de la vergüenza y la furia.

Las especialistas que habían venido de visita se retiraron a su lugar de origen. Alex prefirió no volver a hablar con el chico de su aventura, había sido otro error, no estaba preparado para aquello y además no había sentido ninguna satisfacción. Sólo había logrado darle a murmurar a las lenguas ajenas y aunque esto le importaba poco, no tenía necesidad alguna de estas cosas. Tampoco iba a dar explicación de sus actos a nadie.

Aun así, tuvo que aguantar un día que una de las especialistas dijera en público en un lugar donde él se encontraba y mirándolo enfáticamente, que detestaba a los bisexuales, esos seres que no sabían lo que querían, que un día estaban con una mujer y otro con un hombre, que eran asquerosos. No tuvo otro remedio que encogerse de hombros y sonreír con amargura, no le daría el gusto de explicarse ni justificarse, lo hecho, hecho estaba.

Aún tenía la duda de quién había sido la chismosa que había provocado toda su situación con la directora, por lo que discretamente le preguntó a la persona que le había informado previamente. Era una de las veladoras, una señora mayor que le faltaba poco para retirarse y a la que mantenían en su puesto de trabajo por deferencia de Doña Rosaura: esta dama era toda una maestra de las confesiones, con su carita de “yo no fui” escuchaba atentamente y sabía vidas y milagros de todos.

Y en efecto, ésta sabía todo lo sucedido. Le dijo que quien había sido la “corre ve y dile” era una guardiana de otro centro, pero que también pertenecía a Cultura. Aquel día en que él había confiado en su amiga, ella por casualidad había estado sentada muy cerca y había escuchado todo y ni tarda ni perezosa, había informado a la directora, y para rematar le dijo que según “las malas lenguas”, ella era su amante, pues se encerraban muchas horas seguidas en la oficina y en ese tiempo no se les podía molestar, algo que no sucedía con las demás visitas.

Alex comprendió que sin querer había caído en desgracia por su indiscreción. Sólo para terminar de informarse completamente preguntó quién era la señora y al escucharla decir que era Celia, a quien conocía bastante, que lo saludaba muy efusivamente y con la que mantenía buenas relaciones, se quedó sin habla. Realmente aquello era una olla de grillos de la peor especie, y a él no le interesaba permanecer en un lugar así, donde tendría que estarse cuidando las espaldas a cada momento y donde no había nadie en quien confiar. Recordó a la amiga que le había dicho que en ese lugar lo que se estilaba era la hipocresía y a duras penas lo había confirmado.

Luego de meditar cuidadosamente, le informó a su “jefa” que permanecería allí sólo hasta que pudiera conseguir otro trabajo, ella satisfecha aceptó que estuviera el tiempo necesario. Para su tranquilidad, los pocos días que siguieron hasta su renuncia fueron tranquilos y ella no volvió a molestarlo.

Luego, lejos de Cultura y de toda aquella gente, recordaba lo sucedido y se felicitaba de haber tomado la mejor decisión. Algún tiempo después pasó por su antiguo trabajo, Doña Rosaura lo recibió como otra persona, le preguntó por su familia y fue muy amable, así como las demás personas, incluidas las especialistas, pero ya él estaba preparado para todo esto. Solamente habló lo preciso y ni dio detalles concretos de dónde se encontraba trabajando. Nunca más volvió a poner los pies allí.


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