Ir al contenido principal

 


Psicosis

(una sombra al teléfono)

 

Seudónimo: Firo

 

 

Recibió dos llamadas telefónicas en la mañana: Su nombre, por favor, oyó que preguntaban del otro lado. “Rubén Beltrán”, respondió por inercia la primera vez... Pero no hubo más. “Qué cosa más tonta”, pensó después. cuando la persona del otro lado colgó el auricular sin responder.

Esto fue la primera vez, y pensó que se trataba de alguna interrupción, o cosa por el estilo, pero en la segunda llamada, estuvo seguro de que una vez dicho su nombre colgaron el auricular. “Cosas de jodedores”, pensó, y se olvidó del asunto.

Una semana más tarde alguien volvió a llamar preguntando por su nombre, y al instante reconoció la voz. Preguntó que con quién tenía el gusto de hablar, y sintió cuando colgaron el auricular.

En aquel momento no tenía porqué preocuparse, pero instintivamente hizo repaso de todos sus movimientos oscuros en las últimas dos semanas, y comprobó que nada parecía hallarse fuera de lugar. Pero luego, pensándolo mejor, ya no estuvo tan seguro.

Hubo sus cosas, si señor. De momento le vino a la mente el caso difícil de aquella carne de res que le comprara al viajante camagüeyano, una transacción siempre peligrosa que no debía pasarse por alto, aunque, por el momento, le pareció poca cosa, pues se trató de apenas dos míseras libritas de carne que los de casa devoraron como felinos hambrientos. Estaban hambrientos, ciertamente. Todo el tiempo lo estaban. Pero, de algún modo, como todos, se acostumbraron a vivir con eso. Tonterías que se le ocurren a uno, pero a veces pensaba que si los parisinos del siglo dieciocho se hubieran aprendido la lección tan bien como la hemos aprendido nosotros, los guillotinadores de entonces no habrían tenido tanto trabajo, y todos habrían estado felices: los aristócratas en sus castillos y los plebeyos por sus bolsillos, unos atareados con sus perdices, y los otros con sus narices y, por supuesto, no habría habido necesidad alguna de revoluciones.

Pero, si de carnes se trata, ya se sabe que resulta mucho más saludable devorarla enseguida y evitar, siempre que sea posible, las miradas inoportunas y los chismorroteos temporales y atemporales de los chivatones del Comité. De modo que, en verdad, por ahí no debía venir la cosa.

Un duro año de trabajo. Si señor. Con mucho papeleo y reuniones y controles y auditorías de todo tipo... Y cabrones que le exigen a uno mientras se la pasan de rumba en rumba. Ahora no le vendrían nada mal unas buenas vacaciones. De modo que, se las toma. Quince días fuera. Quince días retirado de todo, y de todos. Tal vez una buena de playas. Pero sólo si cambia el tiempo. Si los ciclones se están quietos y nos dejan tranquilos. Pero… un viento helado se cuela por la ventana. Un viento lleno de sombra. Una brisa fría en lo más ardiente del verano… Cómo pudo ser, se pregunta.  Por qué a mí. Por qué conmigo, coño.

Sucedió un día antes de salir de vacaciones, justo cuando organizaba algunas cosas sobre su escritorio. Algo que parecía muy fresco, de ahorita mismo. No podía saber cómo, cuándo, por qué precisamente a él… etc. etc. etc. indefinidamente. Lo encontró por azar, bajo el pisapapeles de su buró. Así, como para que se tropezara con ello. Se trataba de un sobre sellado con un cuño medio borroso debajo, que no logró identificar. Y bien claro, a todo lo ancho de una página –una extraña cuartilla color papiro: Ya sabemos tu nombre, en letras grandes.

Lo leyó y releyó cuarenta veces. Sólo eso decía. Ya sabemos tu nombre… y una nube de vapores oscuros que le estalló en el corazón.

Debía investigar el asunto… o no. Qué podría ser mejor. Debía indagar, cuestionar a la gente, a sus compañeros de trabajo. Alguien debió entrar a su oficina, en la noche, seguramente. Alguien, a hurtadillas, mientras el custodio duerme. Ese cabrón de custodio, que en su turno de trabajo no hace otra cosa que dormir. Debe vigilar, que para eso le pagan, pero duerme, el muy cabrón. Alguien. Quién. Cuándo. Uno muy habilidoso, porque no deja huellas. Ahora observa detenidamente el interior de los cerrojos: marcas, señas, algún indicio de fuerza… pero nada. Observa los ventanales de la oficina, dos ventanales grandes. Una habitación ruinosa. Un edificio de más de doscientos años… quinientos años tal vez. Por la facha podría echársele mil. Lo construyeron los españoles para no se sabe qué asunto de Indias. Todo en orden. La voz al teléfono, un tipo, o una tipa muy lista… Sí. Qué podrá ser, hombre o mujer… Todo muy confuso. Una voz inidentificable. Cosas del diablo. Debía ser más cauteloso ahora con sus cosas. También cabía algo de jodedera: cabrones que le toman el pelo a uno. Chistosos que no tienen en qué entretenerse… Pero ese papel color papiro, de dónde carajo lo sacaron… y esa letra, como escrita por el mismísimo demonio. Todo muy confuso. La cosa parece venir de más allá, de lo más alto. No puede ser una broma. Esto, señores, no tiene cara de broma. Es claro que no. Todo muy serio, sí señor. Nada… que cuando uno está para que lo jodan.

Ya en casa se derrumba en su sillón –Su mujer no está. Los chicos, en la escuela. Un buen momento para meditar –. Se prepara un poco de café. Vuelve a su sillón. Enciende un cigarrillo. Le da vueltas a la cosa. Piensa ahora que tal vez no todo se halle en su lugar, como creyó al principio. El repaso de las últimas dos semanas pasó la prueba sin demasiados sobresaltos… Pero no así el de las últimas tres, cuatro, cinco semanas atrás... Hubo cosas. El panorama, en verdad, no se muestra tan limpio como supuso al principio. Hubo cosas, sí señor. Recuerda aquella discusión que mantuvo con el Delegado de Zona sobre la cuestión de la pestilencia, los salideros etc. las aguas albañales brotando de todas partes, deslizándose alegremente por dentro de las casas del barrio. Se le fue un poco la mano, piensa ahora. Aquello de que La Habana es una pocilga, una ruina completa, y que en cualquier momento se viene toda abajo, le quedó un poco fuerte. El tipo no dijo nada entonces. Pero… ya se sabe cómo hacen las cosas. Vienen por detrás y te clavan el puñal en la espalda. De eso hace cuatro o cinco semanas... Sí. Sucedió el mes pasado, cuando a la vecina del número ocho le cayó el techo del baño en la cabeza. Varios días antes de lo sucedido a la del catorce. Se le metieron en la casa, le robaron todo, y nadie vio nada. La policía ni siquiera se tomó el trabajo de mandar a un agente investigador. Comentó entonces que si se hubiera tratado de alguna propiedad estatal de importancia, el jefe habría dado veinticuatro horas para atrapar al ladrón… y lo hubieran atrapado, sin duda alguna. Esto que recuerda ahora lo comentó a viva voz en la entrada del solar. Allí estaban los chivatones del barrio, con las orejas en punta, captando.

Podía estar siendo espiado. Sí señor. Ahora se siente seguro de ello. Podían, incluso, haberle colocado micrófonos en la casa, o en la oficina – su mísera oficina de municipio –. Millones habrá en todas partes. La casa debe estar llena de ellos. Ya se sabe que esperan a que tú no estés, o se te cuelan de noche, mientras duermes. Hay que despabilarse. Debe encontrarlos. Pueden estar en cualquier parte. Es conocido que te los colocan en las ventanas, detrás de la puerta, tras un espejo, detrás de un cuadro, dentro de la Santa Bárbara de escayola, bajo el mantel de la mesa. Te los ocultan en las lámparas del techo, bajo el colchón de la cama, dentro de los zapatos –lo ha visto en una película –, en el inodoro, bajo el caldero de las papas… No, ahí no, que se achicharran. Pero…está la ciencia. Ahora pueden fabricarlos antifuego… Si. Debe haberlos contra-candelas, anti-explosiones… Sería del carajo. Si te pones a comer mierda te colocan un micrófono en el culo… Ahí están los chinos. De seguro que ya los inventaron. Son nuestros socios de ahora. Y aunque unos tacaños del diablo, hay que llevarlos en cuenta. De todo inventan. De seguro ya los hacen antiexplosiones… nucleares. Y lo barato que venden. Ahora lo comprende todo...No por gusto se habla tanto de ellos. Vaya usted a saber. Debemos estar minados. Hay que cuidarse. No se te puede tomar desprevenido. A estos cabrones no se les ocurre nada bueno. Ahí está el caso de Adolfito, el hijo del Presidente del Comité. Se le colaron al padre y le dijeron que si el muchacho seguía con ese asuntito de la bolita y las apuntaciones, se lo recogerían y se lo mandarían a un correccional. El padre se cagó… Le dijo al chico que terminara con eso, porque cargarían con todos. El muchacho también se cagó. Se les jodió el negocio. A comer remolachas hervidas.

Se notan los cambios. Hay cosas nuevas que pasan. La vecinita de enfrente, por ejemplo, esa reputa comunista que jamás saluda a nadie… pues lo hace ahora. La muy hija de puta se sonríe y se interesa por nuestra salud. Que si todo va bien, nos pregunta. Que cómo les va a los niños en la escuela. Incluso, nos desea unas felices navidades. Mire usted: comunista, y felicitando por navidades… Le ronca los cojones.

Todo muy sospechoso. Esa tipa, por supuesto, pertenece al Aparato. También están los vecinos de al lado, los que se mudaron hace apenas un mes. No se les ve entrar ni salir. Nadie sabe a qué carajo se dedican. Se trata de dos gordos rechonchos, y no parecen maricones. Tampoco parecen familia. A saber qué demonios hacen viviendo juntos… Va cayendo poco a poco. La cosa ahora no se ve tan mansa como creyó al principio. Despierta a la realidad. Se siente rodeado. Debe tomar medidas, urgentes medidas. ¿Qué tiempo hace que no cumple con sus guardias de cederista?… Lo ha olvidado. Bahh… al carajo con eso. Pero todo se ve claro, demasiado claro. La cosa queda como el agua. La gente piensa que se puede vivir como Carmelina. Pues nada de eso: Hay que pagar. Porque te llega tu hora. Te pasan la cuenta. Si señor. Se la están pasando ahora. No hay escapatoria. Nadie se escapa. Todo lo tienen controlado. La cosa viene de arriba. Se acabaron los rusos… pero quedó su maraña. Las enseñanzas están frescas. Buenos discípulos. Stalin, rumbeando en su tumba. Ni los mismos rusos que lo padecieron se acuerdan de él ahora. Pero quedamos nosotros. Islas en el golfo. Nos desayunamos un Stalin cada mañana. Las veinticuatro horas del día. Pa’l carajo. Hay que tomar medidas. O entras por el aro, o la cosa se pone fea… Escoge.

No se puede confiar en nadie.  Debes estar alerta, pues se te cuelan por el agujero del picaporte, por los caños de los tragantes –lo ha visto en una película –, por las persianas, por las rendijas de la barbacoa, como los pájaros de Hitchcock. Hay que decir adiós a los amigos. A esas alturas, cualquiera puede ser… hasta tu misma suegra. No, su suegra no. Es demasiado apática. Desafecto, fue que la calificaron en el expediente que le abrieron en el Departamento. Demasiadas multas que paga todos los meses. Hasta amenazas de prisión ha recibido por la jodedera de los buñuelos de yuca y la venta ilegal de durofríos. No, la suegra no. Además, ya tiene más de setenta años. Pero, si su hijo… el que le botó de la fiesta el día de la borrachera. El tipo tiene aspiraciones, si señor: Pretende ser partidista. Un comemierda, pero se cree cosas. Tampoco puede pasar por alto a la negra botellera que le cogieron puteando a la hija. Qué vecinita, señores. Todos saben que la precisaron para que colaborara con el Aparato, o se la mandaban a sembrar flores. Pobre chica. Le jodieron al italiano. Con el trabajo que les costó. Ahora tendrán que comerse su solar. Desayuno, almuerzo y comida… solar a toda hora. Se les jodieron los Gucci y se les jodió Milano. La gente, señores, cuando la aprietan, se ponen verdes. No creen ni en su madre. Recuerden a Rovira, el bodeguero. Cuarenta años robándole a la gente… y ahora, chivatón de la policía. Le ronca el tallo... Y tenemos a Zoila, la vieja churriosa del primer piso… puta makarenko desde los doce años, y ahora, también del Aparato. Ni trabaja ni hace nada. Nadie sabe de qué vive... El caso es que se le ve bajar todos los días con su libretita bajo el brazo. Una agenda bajo el brazo, todos los días, para tomar nota de las incidencias del barrio. Y el marido, marihuanero… Miren qué Doña, señores. Con una cosa tapa lo otro… Entonces, ya sabes: no puedes confiar en nadie. Están por todas partes. Te salen de susto, hasta en la sopa.

Es el momento en que comienzan las pesadillas. Un hombre desesperado, vuelto sobre sí mismo, sobre todo lo suyo. Y lo primero: una revisión exhaustiva de toda la casa… Pero nada. Ni una marca siquiera, una seña, un rastro de algo, una evidencia que le ayude. ¡Ah, te atrapé, cabrón…! pero nada. No es necesario complicar las cosas, pero después de muchas dudas se ve obligado a contárselo a su mujer. Los chicos, por supuesto, no pueden enterarse. Sería del carajo. Su mujer lee el papel y sonríe. Cosas de jodedores, le dice. Pero cambiará de parecer enseguida cuando compruebe, con la ayuda de su marido, que pueden estar siendo espiados. Lo de la vecina comunista de enfrente, ciertamente, resulta muy sospechoso. Una vieja puta ­–sacan ahora cuentas –, que jamás les dirigió la palabra a no ser para exigir el pago de la membresía del Comité. Despiertan entonces al hecho cierto de los gordos del apartamento de al lado. Unos tipos que apenas se les ven. Tampoco se ha sabido que saluden a nadie jamás. Simplemente, entran y salen de su apartamento. Eso en Noruega suena bien, pero en este país de chismosos confesos e inconfesos resulta muy raro, demasiado raro… Podrían ser espías. Sí señor. Dos tipos peligrosísimos. Además… esas caras que ponen. El trabajo que pasan cuando se tropiezan contigo en los pasillos. No saben adónde van a meter la cabezota para no saludarte. Dos gordos rechonchos… chivatones, sin duda alguna. Deben cuidarse.

Tres duras noches de trabajo cavilando, elaborando, dando formas racionales al Código. Lo que vendrá a partir de ahora. Diez mandamientos principales. Hombre y mujer, en la oscuridad de la noche. Un bombillito pequeño, colgando del techo. Soledad interior. Los niños duermen. La mejor hora. Marido y mujer inclinados ante una cuartilla de papel en blanco, pensando, elaborando el porvenir.

 

MEDIDAS DE PRECAUCIÓN: 

 

ESTO ES LA LEY DE LA CASA A PARTIR DE AHORA.

TODOS DEBEN CUMPLIRLA SIN CHISTAR:

 

Mandamiento Nro. 1

A PUERTAS CERRADAS TODO EL TIEMPO:

Buenas.

Buenas… y se acabó.

 

Mandamiento Nro. 2

CERO COMENTARIOS ANTE LOS VECINOS:

–Amelia… y qué te parece cómo está saliendo el pan.

 –Muy bueno, muy bueno…aunque no haya quien se lo meta.

 

Mandamiento Nro. 3

NADA DE MUCHACHERAS JODIENDO EN LOS PASILLOS:

–Luisito, Sonia y Laura… Dentro de casa… arriba.

 

Mandamiento Nro. 4

CERO SAL, CERO AZÚCAR. NADA DE PRESTADOS CON LOS VECINOS:

–He buscado en toda la cocina, pero no tengo… Qué lástima que no pueda servirte…y que se vayan pa’l carajo.

 

Mandamiento Nro. 5

VISITAS SOSPECHOSAS, SE ATIENDEN EN LA PUERTA… NI UN PASO DENTRO DE CASA:

–Veníamos a saber cómo sigue Rubén del catarro.

–De lo mejor… Ya ni tose. Y duerme como un tronco toda la noche. Ha engordado doce libras en los últimos días… aunque todos me encuentren más flaco que el gato.

 

Mandamiento Nro. 6

ALGUIEN EN CASA SIEMPRE. SOLA, NI UN MINUTO:

Sin comentario…

 

Mandamiento Nro. 7 (Importante)

LOS TRES CERROJOS Y LOS SIETE PESTILLOS CADA NOCHE. LA SILLA DE HIERRO DETRÁS DE LA PUERTA.

–Amelia, y por qué pasan ustedes tanto trabajo.

–Los ladrones, vecina… Ya sabes cómo anda La Habana.

 

Mandamiento Nro. 8

INSPECTORES, COBRADORES, MATA MOSQUITOS ETC. NO PERDERLES NI PIE NI PISADA:

–Señora, por favor, que no nos vamos a robar la gata.

–El gato, porque es macho… y en mi casa hago lo que me sale de la chocha.

 

Mandamiento Nro 9

LAS CONVERSACIONES EN CASA, LEJOS DE LAS PUERTAS Y VENTANAS… LAS PAREDES TIENEN OÍDOS.

–Con vecinos como ustedes sí se puede convivir.  No hacen la más mínima bulla. Qué maravilla. Ni una mosca se les oye.

–Durmiendo. La pasamos durmiendo. Todos en casa padecemos de somnolencia profunda.

 

Mandamiento Nro. 10

FIESTAS Y RECHOLATAS, CON MODERACIÓN. NADA DE COMENTARIOS CON LOS PREGUNTONES.

– ¡Hey!, vecinos, cómo pasaron la nochebuena.

–De maravilla. Todos en casa, comiendo bueno…aunque al puesto de viandas no hayan mandado ni una papa.

 

ESTO ES LA LEY (POR EL MOMENTO)… Más tarde vendrán otras.

 

Fue su mujer la que advirtió aquella extraña furgoneta cubierta, parqueada frente al solar. Era toda de cristales oscuros, de un aspecto verdaderamente siniestro. Se le podía observar claramente a través de las persianas entreabiertas. Se estacionaba al anochecer, y aunque no se veía descender de ella a nadie jamás, se pasaba toda la noche estacionada en el mismo lugar, hasta pocos minutos antes del amanecer, en que se marchaba de nuevo, Dios sabe hacia dónde. Entonces parecía ocupar su lugar un pequeño vehículo, también cerrado del todo, que permanecía parqueado en la calle todo el resto del día, hasta que, al parecer, era relevado al final de la tarde por la misma furgoneta siniestra… Como para renunciar al sueño por el resto de la vida

…Y fue una de las niñas la que recogió el sobre sellado que metieron por debajo de la puerta. ¡Papá, Mamá! gritó contenta la chica, saltando de alegría, con el sobre color papiro en la mano. ¡El bombo, Mamá, nos sacamos el bombo! Pero, la inocente, por supuesto, no podía saber. Dentro del sobre decía: Sabemos tu nombre, ya sólo nos faltan tus apellidos. Y fue entonces, verdaderamente, que comenzaron las pesadillas.


Comentarios

Entradas populares de este blog

  Nuevos títulos de la editorial primigenios   Qué fácil sería si sólo se tratase de ser recíproco. Qué sencillo hubiese sido si no tuviese tanto que decir. Cuando el pasado 9 de marzo Héctor Reyes Reyes me envió el poemario "Veinte gritos contra la Revolución y una canción anarkizada ", para que le escribiera el prólogo, sentí que de algún modo nuestra amistad corría por los más sinceros senderos, y ¡eso que hacía nueve largos años que no nos veíamos! No recuerdo bien cómo conocí a Héctor, pero estoy casi seguro que fue al final de algún que otro malogrado concierto de rock o alguna madrugada a la sombra de un noctámbulo trovador, todo esto en nuestra natal ciudad Santa Clara. Lo que sí sé es que para finales de 1993 era ya un asiduo contertulio a mi terraza del barrio Sakenaf. Para ese entonces en nuestras charlas no hablábamos de poesía, y mucho menos de poetas, sino más bien sobre anécdotas y relatos históricos en derredor a mi maltrecho librero.Tendría Héctor unos 14 a
 Tengo menos de un dólar en mi cuenta de banco y sigo publicando libros de otros.   A menudo me pregunto si vale la pena el tiempo que dedico a publicar libros de otros. Son muchas horas a la semana. Los días se repiten uno tras otro. A veces, en las madrugadas me despierto a leer correos, mensajes y comentarios en las redes sociales sobre esos libros, a los que he dedicado muchas horas. Algunos de esos comentarios me hacen dudar de si estoy haciendo lo correcto. No por las emociones negativas que generan algunos de esos comentarios, escritos por supuestos conocedores de la literatura y el mundo de los libros. Desde hace mucho tiempo, estoy convencido de que existen dos tipos de personas en el mundo: los compasivos y los egoístas. Los compasivos (y me incluyo en ese grupo) vivimos en el lado de la luz, los egoístas no, por mucho que brillen en sus carreras, en sus vidas, o profesiones, son seres oscuros. Ayudar a otros, no pensar en uno, dedicar tiempo para que otros puedan lograr sus
 COMO SI ESTUVIERAN HECHOS DE ARCILLA AZUL COMPILACIÓN DE CUENTOS DEL SEGUNDO CONCURSO INTERNACIONAL PRIMIGENIOS Un maestro dijo una vez que se escribe para ser leído, pero si la obra no se publica, resulta difícil llegar a otros. En aquel entonces, no existían Instagram, Gmail, blogs digitales, ni siquiera teníamos internet, computadoras o teléfonos inteligentes. Por lo tanto, esa frase no es aplicable para explicar el Concurso Internacional de Cuentos Primigenios. Por lo general, los autores que participan en certámenes literarios tienen tres objetivos principales: publicar, obtener reconocimiento y visibilidad, o ganar un premio en metálico. El Concurso de Primigenios, organizado por la Editorial Lunetra y el blog de Literatura cubana contemporánea Isliada.org en su SEGUNDA edición, cumplió con estos tres objetivos, pero con una gran diferencia: los cuentos enviados a la editorial fueron publicados en el blog "Memorias del hombre nuevo". Aunque esto no es algo novedoso,