Involución
Seudónimo: Tito
Acostumbraba a viajar con frecuencia a otras ciudades por
cuestiones de negocios y ese día no era la excepción. La carretera estaba casi
desierta, e involuntariamente repasaba algunos proyectos futuros en mi mente.
De repente, una idea como un destello cambiaría por completo mi estado de
ánimo. No sé cuántas cosas pasaron por mi cabeza, en unos segundos mi
imaginación como un río se desbordó, comencé a transpirar, me faltaba el aire y
tuve que estacionar.
Me descubrí aferrado al volante con una fuerza brutal. Sólo
son celos, me dije. Era una persona ecuánime, inteligente y no sabía qué pasaba
con mi autocontrol. Jamás había dudado de ella, pero un solo pensamiento se
había apoderado de mí, ya no podía continuar, y decidí volver anticipadamente.
El regreso se me hizo interminable, mi presión arterial
subía y mi campo visual se iba reduciendo, como el de un francotirador que sólo
se enfoca en localizar un objetivo con su mira. No sé cómo pude lograr conducir
de regreso. Llegué y corrí hasta la puerta de la casa, no encontré las llaves,
toqué, toqué y fue en vano. Jadeaba como una fiera, podía sentir los latidos
del corazón dentro de mi cabeza, creo que mi cerebro funcionaba sólo con los
reflejos más primitivos.
Quizás, en un último instante de lucidez, recordé el móvil,
torpemente la llamé, mientras escuchaba el tono miré mis manos, las noté
deformadas. Sentí que colgó sin apenas responderme, un escalofrío recorrió mi
médula y pude percibir como se erizaba mi nuca. En ese momento oí una voz, giré
como un relámpago. Era ella, estaba algo alejada en el patio, pero mis sentidos
se habían aguzado considerablemente y podía verla con total nitidez, sentada en
su lugar favorito para leer, con un libro en su regazo y el teléfono en su
mano, me miraba con su sonrisa habitual. Me quedé inmóvil, rígido, tenía la
mente en blanco. Después de unos segundos reaccioné, sentí vergüenza y rabia.
Salí cabizbajo, lentamente a su encuentro. Entretanto me
acercaba, no me conformaba y mis pensamientos volvían a enredarse en aquella
tela de araña viscosa que me retraía de todo razonamiento y me llevaba a
olfatear queriendo descubrir alguna huella de olor ajena que pudiera delatarla.
Vacilé para tomar sus manos, entre las mías temblorosas.
Preocupada me preguntó qué pasaba, no pude responder, mi garganta estaba ceca y
solamente hubiese podido dejar escapar un alarido desde lo más remoto de mis
entrañas. Subí la vista sintiendo un gran peso sobre mi existencia, evitando
mirar su frágil cuello, me encontré con sus ojos y me fui perdiendo en su
plácida mirada. Mientras me hablaba pasó sus dedos con ternura sobre mi pelo,
entonces, todo mi cuerpo tembló con la fuerza ancestral de un lobo salvaje que
no soporta ser acariciado, por qué dentro de mí, cada célula se resistía a
liberarse de aquella sobredosis de adrenalina oscura que me asfixiaba.
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