Feliz año nuevo
Seudónimo: Giannenzodaniel
Cualquier similitud con hechos
reales
no es pura coincidencia… es pura
verdad.
Hoy es
31 de diciembre; algunos le dicen Noche
Vieja para diferenciarla de la Noche
Buena que fue hace una semana. Pero las dos son fechas señaladas para
pasarlas en familia, compartiendo la buena música, echarse unos tragos y
disfrutar de la sabrosa cena que prepara mi mujer. Es una costumbre desde que
nos casamos, mucho más cuando la familia creció con los hijos y los nietos.
De
todo eso lo que más nos gusta —sagrado diría yo— es la cena; poner el mejor mantel, sacar la
vajilla de las ocasiones especiales y descorchar la sidra asturiana junto al
congrís, la carne de puerco asada, la yuca con mojo y la ensalada. El congrís
tiene que ser con frijoles negros y olvidarse de eso que dicen los maestros
cocineros de que se llama moros y cristianos; en cuanto a la carne lo que es
esencial es la naranja agria y el comino, lo demás es cuento y para la yuca, manteca,
mucho ajo y cilantro; la ensalada es algo especial, para mí es lo máximo y
tiene que ser mixta: aguacates, pepinos, lechugas, coles y tomates. Y con la
ensalada me pasó lo que me pasó el día de Noche
Buena, porque ya como dije hoy es 31 de diciembre.
Esa
mañana, hace una semana exacta, mi mujer se quedó en los trajines de la cocina
y yo vine bien temprano a este mercado para comprar lo que nos faltaba.
Madrugué aunque no era domingo, porque siendo jueves, estaría lleno y así fue;
es que todos buscaban lo que querían para la cena y el mercado se trasformaba
en un hormiguero. Entonces fui de un sitio a otro comprando lo que necesitaba
para la ensalada —porque esa es mi tarea preferida desde hace muchos
años: hacer y adornar la ensalada— y escogí lo más fresco y bonito que encontré; por
ser fecha tan señalada, había para elegir y me entretuve. Casi ya me iba,
cuando recordé los tomates y me dije: —¡Una
ensalada mixta sin tomates, no es una ensalada! Y fui a una tarima que tenía los tomates más
lindos del mundo, rojos y brillantes a más no poder; en un cartelito debajo del
montón muy bien ordenado, podía leerse con letra clara: TOMATES A 20 PESOS —Pues
me da una libra, por favor —le
pedí al vendedor, un muchacho muy dispuesto, porque el precio, para como
estaban las cosas hoy en día, me pareció bastante justo. —¡Cómo no, Puro! —me dijo complaciente y marcó en la balanza. —Son cincuenta pesos para usted —continuó diciendo y me dio ¡un solo tomate, muy grande,
pero uno solo! Más que sorprendido le aclaré: —Bueno
amigo, quizás este tomate pese una libra, aunque no me parece, pero lo que sin
duda es una equivocación es el precio, pues ahí dice que es a veinte pesos la
libra; además, cincuenta pesos es un día de trabajo para mí, que tengo un
salario del Estado.
—Pues
así es Puro —me
dijo como si nada—, el precio
que se pone ahí es para engañar a los inspectores, pero el que tenga “calle” ni
se fija en eso, porque sabe que es otro; a nosotros los guajiros nos venden
caro y tenemos que garantizar la “búsqueda”; y le digo algo para que no se
ponga bravo: la libra aquí es a cuarenta pesos y este tomate tiene una y
cuarto.
Yo no
podía creer aquello. Antes, un tiempo atrás, una libra de tomates valía dos
pesos, cuando más cinco y el fin de año pasado, llegó solo a ocho. Ahora, con
mi actual salario del mes podría comprar nada más que treinta y ocho libras de
aquel vegetal, o sea, eso sin pagar la luz, el agua, el teléfono, las
medicinas, las viandas, las frutas, otras verduras, el pan, la leche, el arroz,
el aceite, la mortadella, los huevos, el picadillo… ¡Y si eran tomates como el
que brillaba sobre la bandeja de la balanza, solo treinta!
Indignado,
me marché sin comprar aquella pieza y por primera vez en mi vida, la ensalada
mixta de la Noche Buena estuvo
incompleta.
Luego
de la cena nos reunimos y comenzó el dominó; mi mujer es fanática a ese juego.
En mi casa no funciona eso de que lo inventó un mudo; allí se comenta de todo
mientras se pone la doble blanca o el nueve ocho. Y cuando me dio por hablar,
hice el cuento del tomate que valía cincuenta pesos. ¡Para qué fue aquello!
Entonces, cada cual opinó lo que quiso. Mi prima, que tiene una tiendecita,
dijo que para ella poder comprar ese vegetal tendría que subir los cintos de
cuero que le traían de Panamá, a mil pesos; el tío José —que se
busca la vida en un punto de venta—, agregó que en su caso lo obligarían a aumentar el
pan con minuta a treinta pesos y el jugo de guayaba a diez; mi hijo, aseguró
que ahora vendería las barras de dulce guayaba a sesenta pesos; y Cuco, el viejito de la esquina, que ya
sus jabitas de la shopping no las
daría nunca más a un peso, sino a dos y cuidado no llegara a tres. Hasta yo me
convencí de que el dinero no me lo podía comer y vine hoy 31 de diciembre a
comprar una o dos libras de tomates para mi ensalada.
Y
ahora estoy frente a la tarima de los tomates más lindos del mundo, rojos y
brillantes a más no poder, y me atiende mi conocido vendedor de una semana
atrás.
–Puro, ¿que desea hoy? —me
pregunta.
–Bueno, me decidí por los tomates; deme dos
libras —le digo resignado sin mirar el falso cartel.
Entonces,
el muchacho muy dispuesto, pone dos bellos ejemplares en la balanza y me los
da, mientras me precisa:
—Aquí
tiene dos libras exactas Puro, son ciento veinte pesos.
Yo,
asombrado, sin creer lo que escucho le replico:
—¡Pero
oiga, son ochenta pesos nada más, la libra es a cuarenta!
—¡No,
eso fue cuando la Noche Buena! —me
dice el muy descarado—, de
allá a acá ha pasado una semana. Ahora los precios han subido, Puro; es que
todos estamos en la “búsqueda” y no podemos perder.
—¡Pero
oiga, usted es un abusador! —le
grito casi con la presión arterial por las nubes.
Y con
la calma más grande del mundo, me dice:
—No se
altere, Puro ¿Abusador yo? De eso nada, abusadores son los tipos a los que uno
tiene que comprarle cosas por ahí. Mire, hace dos días fui a conseguir un cinto
de cuero de esos que traen de Panamá y la vendedora me clavó mil pesos por uno
que hasta hacía poco valía cien; otra vez, fui a desayunar a un puestecito y el
tipo, muy cabrón, me subió el pan con minuta a treinta y el jugo de guayaba a
diez; después, la jeva mía se antojó de una barra de dulce guayaba y cuando fui
a pagar los diez pesos de siempre, me pidieron sesenta; el colmo fue que esta
mañana necesitaba unas jabitas de la shopping y “Cuco”, un viejito zorro que
las anda vendiendo por ahí, me las sonó a dos pesos —y eso que me puse duro porque me las quería clavar
a tres— y me
jodió, porque me hacían falta y tuve que comprarlas. Así es la cosa Puro, aquí
nadie quiere ser nalga, todos jeringuilla y si me quieren clavar, yo clavo.
Aproveche la vida que es muy corta, llévese los tomates y no falle más, mire
que hoy es 31 y se va a quedar también sin su ensalada; disfrute, que quizás
mañana, día primero, ya la libra esté a ochenta. Y Puro, para que se vaya contento
y vea que no soy abusador, le deseo un feliz “Año Nuevo”.
Muy bueno, refleja la actualidad en Cuba.
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