Maldita mala suerte
Meylin Rivero
Chang
(Isabella Bosch)
Alicia
Mi nombre es
Alicia, tengo cuarenta años y estoy soltera, solterísima, y sin compromiso. Hoy
he decidido comenzar a escribir la historia de mi vida. Bueno, en verdad, de
una parte de mi vida, la más reciente, y también, la que más pone en evidencia
esa maldita mala suerte que me persigue.
Menos mal que la adversa fortuna no se ceba, con su ahínco
malintencionado, en todos los aspectos de mi vida, sino que ha clavado sus
garras, solamente, en las relaciones amorosas, dejándome intactos los planos
laborales, de familia y salud. ¡Oh sí, soy fatal en el amor! Tanto, que el
hecho de ser una profesional, tener un buen trabajo, una salud a prueba de
balas, un hijo maravilloso, mis padres vivos, y gozar de lo que todo el mundo
define como una buena vida, no
logra satisfacerme por completo, ni me
deja decir, así, a todo pulmón, que yo soy
feliz.
Sé que puedo lucir
como una grandísima malagradecida, como me dijo ayer mi amiga Lorena, que me
pidió, además, dejar de representar el dramático papel de mártir, cuando, en
realidad, soy solo una eterna
insatisfecha…según ella. ¡Con amigas así, no hacen falta enemigos!
Obviamente me sentí ofendida, y muy, muy incomprendida. Y eso fue lo que me
impulsó a escribir mi historia, en un intento de plasmar, en blanco y negro, el
inventario de las pruebas materiales que demuestran que sí soy una víctima de
la mala suerte. ¡Lorena… que siga opinando lo que quiera! A fin de cuentas, está
claro que ella jamás me podrá entender: Lorena, la clásica esposa modelo, la
mujer que nació diseñada para la felicidad conyugal, para quien cumplir la
promesa de “hasta que la muerte nos separe” no es un doloroso castigo, sino un
sendero sembrado de flores. A los quince años de casados, Lorena y Miguel viven
todavía en una burbuja romanticoide que provoca náuseas. Florecitas y poemitas,
maripositas en el estómago…parecen novios de secundaria. ¡Inconscientes es lo
que son, ajenos a la vida real, jugando a las
casitas como si fueran niños de kínder!
Pero bueno, voy a
seguir con lo mío. No pienso malgastar espacio en mis memorias hablando de
Lorena, no vale la pena, y, además, cualquiera podría deducir, erróneamente,
que yo la envidio. ¡Qué disparate! Yo la quiero. Pero tuve que descartarla como
consejera, porque ese modo fantástico de ver la vida que tiene ella, la hace no
apta para entenderme.
Lorena
Hola Silvia: Te
escribo este email porque estoy muy preocupada por Alicia. Hemos discutido
nuevamente. Después de escuchar su retahíla de quejas de siempre, sobre lo que
ella llama su “mala suerte en el amor”, me decidí a decirle unas cuantas
verdades. Y, bueno, ya te imaginarás…la explosión fue terrible. Te pido, por
favor, que no desmayes en el intento de ayudarla. Yo sé que en unos días se le
pasará el enojo, y nos reconciliaremos. Mientras, mantente tú cerca de ella, no
podemos dejarla sola. ¡Ah…nuestra Alicia, qué ciega y empecinada!
¿Recuerdas cuando recibía
terapia? Entonces pensé que, al fin, Alicia había tomado una decisión sensata,
y que las sesiones la ayudarían a mirarse a sí misma con ojos desprovistos de
ficción. ¡Qué fiasco!
Dra.
Francisco Beltrán, psicoanalista.
Apuntes sobre la
paciente Alicia Domínguez, 24 de Febrero, cuarta sesión desde el inicio de la
fase exploratoria.
La paciente
presenta actitudes y modelos de pensamiento que denotan una autoestima bastante
deteriorada, aunque la debilidad de la misma se encuentra disimulada bajo una
capa de falsa seguridad y satisfacción por el nivel de realización personal
alcanzado. El amor propio disminuido se manifiesta, en esta paciente, en el
área de las relaciones interpersonales, específicamente las de naturaleza
amorosa. La paciente siente un anhelo obsesivo, una necesidad muy potente de
sentirse amada, en el sentido romántico. Sin embargo, de manera inconsciente ha
trazado unos estándares considerablemente elevados, como medidores de aptitud, que aplica a todo pretendiente. La paciente
busca en los candidatos los desperfectos suficientes para justificar lo que
ella llama el “rechazo instintivo” que dice experimentar. Así, queda
imposibilitada de reconocer que sus exigencias son demasiado altas, e
identifica a la mala suerte como
culpable de que no encuentre lo que ella llama “el amor de su vida”.
En esta última sesión, además de corroborar mis observaciones anteriores,
detecté cierto grado de incomodidad en la paciente, una especie de renuencia a
la terapia, elemento este que debo destacar, pues rompe totalmente con la
postura mostrada por la paciente al iniciar el tratamiento, al que acudió
voluntariamente, llena de positividad y buenas expectativas. Las evidencias que
me llevan a hacer esta nueva anotación son las siguientes:
-
Cambio de tema: Alicia interrumpe constantemente el hilo
conductor de la conversación para dirigirlo a zonas totalmente ajenas.
-
Reincidencia de la temática escogida para hacer el desvío:
La paciente regresa, una y otra vez, al mismo tema: Resaltar su condición de
mujer decente, no dada a la promiscuidad sexual. Alterna ese tema, a veces, con
el asunto de la inconveniencia de mezclar los tratos profesionales con los
amorosos.
Para la próxima
sesión: Profundizar más en esta nueva actitud de la paciente, dirigir los
esfuerzos a descubrir la causa de lo que parece ser una intención inconsciente
de sabotear la terapia, apartándose insistentemente de la línea que trazo
durante las sesiones.
Dra.
Leonor María Peñalver, psicoanalista.
Apuntes sobre la
paciente Alicia Domínguez, 5 de Marzo, segunda sesión desde el inicio de la
fase exploratoria:
La paciente se
mostró sumamente distinta en esta segunda sesión, en comparación con la
primera. Llegó a mi consultorio después de haber abandonado el tratamiento
anterior, con otro especialista. “No le inspiraba confianza” fue su argumento. Expresó
que se sentiría mejor con una terapista mujer, puesto que, al fin y al cabo, se
tocarían seguramente muchos puntos íntimos en el proceso. La paciente se
muestra obsesiva con el concepto de la mala
suerte, lo que contrasta fuertemente con su condición de mujer moderna,
profesional y pragmática, aparentemente no susceptible a lo paranormal.
En esta segunda sesión, el comportamiento de la paciente resultó totalmente
incompatible con la actitud abierta, espontánea, y francamente optimista con
que asumió el primer encuentro:
-
No se ajustaba al hilo de la plática.
-
Ofrecía respuestas incoherentes con la pregunta inicial.
-
Derivaba constantemente la conversación hacia el tema de
la homosexualidad, reafirmando, a cada oportunidad, su opinión al respecto,
totalmente contraria a ese tipo de preferencia sexual.
En la próxima
sesión: Trabajar en la recuperación de la buena conexión que mostró la paciente
en la primera sesión, profundizando en el origen del cambio de actitud
observado.
Silvia
Hola Lorena. Claro
que estaré al tanto de nuestra querida Alicia, no te preocupes por eso. Y estoy
segura de que ustedes pronto harán las paces. Alicia es explosiva y, a veces,
malhumorada, pero ya sabes que te quiere mucho.
¡Oh, cómo olvidar
aquellas incursiones suyas en el mundo del psicoanálisis! Yo también tuve
muchas esperanzas de que eso la ayudaría, pero ¿quién iba a imaginar cómo
acabaría todo? Y pensar que la respuesta a su problema está en ella misma, y
que sería tan fácil solucionarlo, si tan solo accediera a escucharnos. Pero
Alicia sigue aferrada a esa loca teoría de la mala suerte.
Bueno, querida, yo
seguiré disponible para esa amiga nuestra, tan cabecidura. Pronto estaremos
juntas las tres, en cuanto a ella se le pase el berrinche, ya verás.
Alicia
Después de
divorciarme del padre de mi hijo, no he vuelto a tener pareja. Al principio no
me apetecía, debía recuperarme. Verdad que el matrimonio no duró tanto, no es
lo mismo un divorcio a los dos años de matrimonio, que a los treinta o treinta
y cinco, como le ha pasado a tantas mujeres por ahí (grandísimas fracasadas,
por cierto) Pero, de cualquier modo, yo necesitaba un tiempo a solas para reordenarme,
aunque mi matrimonio se hubiera roto tempranamente. Después de todo fue mejor,
para qué prolongar más una unión con una persona que no tenía nada en común
conmigo, con mis aspiraciones, con mi modo de afrontar la vida. La única cosa
buena que resultó de ese período fue la llegada de mi hijo adorado.
Pero el tiempo
siguió pasando, y yo jamás he vuelto a tener una relación amorosa, como yo la
quiero. Continúo sola. Y no por falta de virtudes. ¡Soy una mujer con mucho que
ofrecer, que conste! Resulta que solo me tropiezo con puros salvajes,
machistas, trogloditas, aventureros o gigolós… ¡Cuestión de mala suerte!
Hubo una época en
que decidí probar con el psicoanálisis. ¡Mis amigas hablaban tan bien de ese
método! Ellas me alentaron para que diera el paso. Curiosamente, después no
fueron capaces de entender por qué fracasó el experimento. Pero ¿qué podía
hacer yo? Luego de dos terribles experiencias, no tuve otra opción que
abandonar. Primero, un terapeuta aprovechado, falto de toda ética, que me
miraba lascivamente y trataba de hurgar en mi intimidad, seguramente con la
esperanza de que, usando esa atmósfera de confidencias sexuales tan hábilmente
construida, pudiera seducirme. ¡Un acosador, ni más ni menos! Luego, la
doctorcita, encubriendo ladinamente su lesbianismo detrás de una máscara de
pulcra profesionalidad. ¡En eso sí que yo no entro! ¿Qué habrá creído, la muy
descarada? Nada, una panda de pervertidos malhechores es lo que se esconde
detrás del tan cacareado psicoanálisis…
¡Bah!
Entonces, decidida
a encontrar al amor de mi vida, a mi príncipe azul (sé que él debe andar por
ahí, en alguna parte, esperando nuestro encuentro), comencé a frecuentar sitios
de citas en internet. ¡Oh, internet, tan útil para todo, no podía dejar fuera
de su alcance la búsqueda del amor! Yo soy una mujer moderna y progresista, así
que no es nada raro que utilizara la tecnología, también, para resolver ese pequeño
problemita que todavía persiste en mi vida y que no me deja completar la
felicidad.
Arturo,
usuario del sitio El Flechazo de Cupido
¡Hola a todos,
amigos de Cupido! Escribo para hacer público mi agradecimiento por haber
encontrado este sitio de citas. No siempre el ritmo de vida que llevamos nos
permite ser socialmente activos, y poder, así, encontrar nuestra media naranja por métodos, digamos,
tradicionales. Esta plataforma me ha dado la oportunidad de contactar con
muchas damas. Sé que, entre ellas, un día, encontraré la pareja perfecta para
mí. Claro que no se acierta en el blanco a la primera, ja, ja, ja, (emoji,
emoji, emoji…) Ayer, por ejemplo, tuve una cita con una dama, que resultó un
fiasco. No digo nada malo de la dama en sí (Dios me libre), pero la cita fue un
fracaso total, y todavía ni he entendido por qué. Todo parecía ir de maravilla:
Cenamos, conversamos, nos dimos unos tragos... La bomba explotó cuando llegó la
hora de retirarnos y nos trajeron la cuenta. Yo, caballerosamente como me
enseñó mi padre, y también para conservar la mejor impresión posible en aquel,
nuestro primer encuentro, agarré la cuenta, dispuesto a pagar, como debe ser.
¡La dama se enfureció! Fue tan grande la sorpresa que ni comprendí bien las
palabras que ella farfullaba, algo sobre pagar a la mitad, que a ella no la
disminuía ningún hombre por muy huevón y machote que se creyese…y cosas así.
En fin, como ya
dije, no necesariamente hay que acertar a la primera, o a la segunda, o…Nada,
conservemos la fe. Saludos a toda la comunidad del Flechazo de Cupido. (Emoji,
emoji, emoji…)
Alicia
Desde hace unas
semanas me encuentro inmersa en la exploración de un nuevo mundo que me tiene
realmente fascinada. Teniendo en cuenta que renuncié por completo a las citas
por internet, debo seguir buscando vías alternativas para hallar, al fin, al
hombre perfecto. ¡Oh sí, los sitios de citas me fallaron! El problema de ese
método es que una se aventura a salir con tipos que, en verdad, no conoce. Un
perfil y un par de horas de chat no garantizan nada, lo he comprobado. ¡Me tocó
enfrentarme a unos especímenes…! Hombres
con una apariencia física agradable (algunos más que eso, verdaderos primos de
Thor), buen léxico, maneras educadas, prósperos…y, al final, resultaban
totalmente inaceptables.
Por ejemplo, mi
primera cita fue con un magnífico ejemplar, todo atlético, que rezumaba buena
salud por todas partes. ¡Ya me veía dándome banquete por el resto de mi vida! ¡Qué
tamaña sería mi desilusión cuando el tipo resultó ser un machista empedernido!
Pues sí. Aquel glorioso cuerpazo iba acompañado por una mente de alimaña, capaz
de pensar que una mujer no puede pagar la cuenta por sí misma, como si no
fuéramos capaces de sufragar nuestros propios gastos. Tipos como esos son los
que, después que ya te tienen comiendo de su mano, comienzan a tiranizar,
prohibirle a una que trabaje, ser independiente, y solo quieren que la mujer se
dedique a lavar sus calzoncillos. ¡Pues no!
Otras de mis citas
fallidas incluyeron: Un hombre que frecuenta la iglesia, y declara abiertamente
creer en Dios. No tiene nada de malo, pero, los religiosos suelen ser malísimos
en la cama. Paso. Un chico alegre, graciosísimo, que me regaló la noche más
divertida de mi vida, pero para ser mi pareja no creo que sirviera, esos son
mujeriegos y donjuanes. ¡Salí hasta con un hombre rico! Increíble pero cierto,
uno de esos suertudos que heredó una fortuna bien gorda, puso su dinero en
planes de inversión, y se dedica a disfrutar de la vida mientras las ganancias
entran por sí solas a su cuenta bancaria. Un holgazán, por supuesto. Un
burguesillo que no sabe nada del valor de las cosas medido por el esfuerzo y no
por el precio.
Pues, volviendo al
inicio de mis líneas de hoy: Estoy explorando un universo al que yo no me había
acercado jamás. Lo que pasa es que, como soy una persona tan práctica y tengo
los pies bien anclados a la tierra, no soy supersticiosa, y jamás me interesé
por el ámbito esotérico, y esas cosas…Hasta que un día me dije: ¿por qué no?
¡Y resulta que es
maravilloso, un mundo lleno de posibilidades asombrosas! Yo nunca me había
conocido tanto a mí misma, como ahora, después de aprender todo lo relativo a
los planetas regentes y cómo las leyes de la astrología influyen en nosotros,
los seres humanos. El plano invisible es increíblemente vasto y misterioso. Cartomancia,
adivinación, espiritismo… ¡Hay tanto por descubrir! Pues, si las ciencias
ocultas me han ayudado a saber de mí cosas que ni imaginaba ¿cómo no van a ser
útiles también para ayudarme a encontrar a ese ser que me completa, el único
perfecto para mí, el predestinado? Claro, es que he estado buscando por las
vías equivocadas. Pero ahora sí que estoy bien encaminada.
Mañana emprenderé
un viaje muy importante. He decidido visitar a Madam Astrid, una vidente
realmente asombrosa de la que he oído maravillas. ¡Es famosa! Ella podrá
visualizar al amor de mi vida, verlo venir, saber si está cerca, cuánto más
debo esperarlo, dónde buscar…en fin, ella podrá orientarme. Madam Astrid vive
en Aguaverde, un poblado bastante alejado, un viaje de seis horas por
carretera…ufff…agotador. Pero vale la pena el esfuerzo. Estoy preparada.
Lorena
Hola Silvia: ¿Has
visto a Alicia? Ella y yo hemos hecho las paces, y hemos vuelto a ser amigas,
tal y como tu dijiste. Pero hace varios días que no sé nada de ella. No
responde mis emails, y su móvil siempre manda al buzón de voz. Estoy preocupada
otra vez…sobre todo desde que anda en estos nuevos caminos…ya sabes.
Silvia
¡Hola amiga! Me
alegro mucho que las cosas entre ustedes hayan vuelto a la normalidad. ¡Una
amistad verdadera no se quiebra por cualquier tontería! Sí, nuestra Alicia está
explorando un nuevo método para encontrar a su hombre ¿qué hacer? Al parecer,
el mundo espiritual le está absorbiendo mucho tiempo, porque ya ni reunirse con
nosotras puede. Me dijo hace dos días que daría un corto viaje, algo de ida y
vuelta, a consultar a una adivina, o médium, o vidente, o algo así. ¡Ya nos
contará! Sabes cómo es, apenas regrese estará ardiendo en deseos de
comunicarnos sus avances. No te
preocupes, ella está bien.
John
¡Ey, Marcos! No
logro comunicar con tu móvil. Supongo que la señal está bastante débil en el
tramo de carretera donde estás. Te dejo este mensaje, ya lo verás en cuanto captes
algo de señal. Voy en camino con el remolque. Salí en cuanto llegó el aviso de
la base central. Aguanta firme, compañero. En unas horas estaré ahí. ¿Tienes
agua? Mantente hidratado, no te expongas al sol, ah, y quédate a salvo de los
coyotes, ja, ja, ja.
Alicia
Me he detenido en
una estación de carretera. Necesitaba estirar los pies. Aproveché también para
comprar unas bebidas ¡Hay un calor infernal! El pavimento hierve, y la luz del
sol crea ondas flotantes resplandecientes, como espejismos en el desierto. Aprovecho este pequeño descanso para encender
mi laptop y escribir un poco. Debo registrar cada detalle de esta jornada
gloriosa, pues el universo me susurra que hoy es un día definitivo ¡Hoy se
rompe la maldición de mi mala suerte! Ardo en deseos de llegar a Aguaverde y
estar frente a frente con Madam Astrid.
Estoy en un sitio
muy solitario, apenas arena, sol y plantas espinosas por todos lados. Hay una
cafetería, baños y una estación de combustible, lo clásico. Si yo no estuviera
tan eufórica, repleta de optimismo, diría que el lugar es, en verdad, bastante
tétrico. Pero es tal la calidad de mi estado de ánimo, que hasta pude admirar a
un sujeto de lo más atractivo que entró hace unos instantes a la cafetería.
Está sentado a un par de mesas de la mía, bebiendo una cerveza helada. Fornido,
con una piel bronceada que deja ver cómo le baila la musculatura por debajo de
la epidermis. Cabello largo sujeto en una coleta, aunque algunos mechones
quemados de sol asoman por debajo del ala del sombrero vaquero. No es ningún
chicuelo, debe andar por los cuarenta y tantos. Pero ¡qué pieza! Lo he visto
llegar a través del vidrio de la ventana, conduciendo una de esas grúas de
rescate, un vehículo de remolque. El sujeto parece una mezcla del dios Vulcano,
el de las fraguas, y de camionero tosco, con el ingrediente extra de unas
manazas brutales, dotadas, sin embargo, de unos dedos con habilidad de
mecánico. Nada mal.
El Vulcano-camionero-mecánico
me ha saludado, con ese gesto que consiste en tocar el ala del sombrero con la
punta de la botella, tan gastado, pero que no pierde el encanto ni deja de
surtir efecto en las mujeres. Le devolví el saludo, con aire distraído, y como tomada
por sorpresa por su acción. Es un hombre guapísimo, definitivamente. Caray,
parece que mi suerte ya está cambiando.
John
Marcos, no te
inquietes. Pronto llegaré a tu posición. Pero ¿qué puñetas le pasa a la
cobertura telefónica en estos condenados parajes? Hice apenas una paradita
rápida en la estación del Km 106, para ir al baño. Sí, sí, tomé una cerveza
también, pero no me regañes. Ya regreso al volante. Oye, hermano, lo que sí
estuvo a punto de hacerme olvidar tu rescate fue una hermosa mujer que encontré
en la cafetería. ¡Si la vieras! Tiene piel de muchacha, aunque se nota que
tiene, más o menos, mi edad. Seria, formal. Parece una intelectual o algo así,
porque estaba escribiendo en uno de esos ordenadores portátiles. Es una mujer…
¡como para casarse, qué caray! Pero, tranquilo, yo jamás dejaría abandonado a
un amigo por ir detrás de unas faldas, ja, ja, ja. Yo creo en el destino, mi brother, si esa hembra es para mí, ya la
volveré a encontrar…
Alicia
Este viaje se me
hace más pesado de lo que preví. Unos cuantos kilómetros atrás el auto comenzó
a calentarse. El ardor del asfalto parece aliento de dragón. He tenido que
detenerme una vez más. Esta vez lo hice en un tramo donde hay un pequeño
poblado. ¡Qué poblado ni qué nada! Es apenas un puñado de casuchas, donde unos
campesinos aprovechan que viven pegados a la autopista para vender frutas y
artesanías a los viajeros. Son personas muy solidarias, por cierto. Me
ofrecieron agua para beber y para refrescar el radiador. He tenido que esperar
un rato, para dar tiempo a que el motor se enfríe. Cuando estaba empezando a
desesperarme ¡apareció el Vulcano con dedos de mecánico habilidoso! Detuvo su
camión y se acercó a mí. Fue muy amable y hasta se ofreció para revisar mi
auto. Su diagnóstico no se hizo esperar: “Este auto no es apto para recorridos
largos, y menos bajo un sol bravo y sobre una carretera a punto de ebullición. Pero,
si la dama se detiene, y le da una pausa después de unos cuantos kilómetros,
nada pasará, y el auto resistirá bien el viaje”, dijo el dios de los
camioneros, con una voz capaz de imprimirse en el hipotálamo de cualquier
mujer. Acto seguido se presentó, me dijo que se llama John, y que va con prisa,
debe rescatar a un compañero cuyo camión se averió. También confirmó que me
reconoció en cuanto me vio (y también a mi auto), después de nuestro encuentro
en la estación del Km 106. Vulcano, o más bien, John, se ha marchado, apenado
por no poder quedarse a hacerme compañía, como dijo, mientras sonreía mostrando
una dentadura que hiere los ojos con su blancura. Yo he ocupado el tiempo en
escribir estas líneas, hasta que el auto termine de enfriarse.
Marcos
John, mi compadre
¿dónde demonios estás? Acabo de captar algo de señal, intermitente y pobretona,
pero suficiente para que entraran dos mensajes tuyos, muy alentadores, por
cierto, con faldas de mujer incluidas (eres un romántico incurable), pero…carnal…
¡hace tres horas ya desde el último mensaje! En ese tiempo, y a la velocidad
que tú conduces, loco de mierda, ¡ya hubieras cruzado hasta la frontera! Estoy
preocupado, camarada. ¿Dónde te metiste?
Alicia
¡Oh Dios mío, qué
cosa espantosa ha sucedido! Estoy escribiendo, ahora mismo, presa de la mayor
agitación que he sufrido en mi vida. Pero me urge hacerlo, porque estoy sola en
medio de la nada y necesito mucho, mucho, desahogarme, contar de algún modo lo
que ha pasado.
Cuando ya estaba
en marcha nuevamente, después de refrescar el condenado auto, la monótona
visión del parachoques devorando kilómetros y kilómetros de carretera me colocó
en un estado propicio para la reflexión. Repasé los dos encuentros con el
camionero-mecánico-Vulcano, que, aunque después resultó llamarse John, sí es
mecánico como sus manos indicaban, y también camionero. Recordé esas películas
donde la chica es perseguida tenazmente a lo largo de una siniestra e infinita
carretera, hasta que termina despedazada en algún matorral. ¿Acaso los eventos
llevados al cine no son, muchas veces, inspirados en casos de la vida real?
¿Acaso no estoy yo en una situación semejante? ¿Acaso los peores asesinos no
tienen siempre un aspecto agradable, para atraer más fácilmente a sus víctimas?
Y entonces
reconocí las señales que el universo me enviaba, captadas por mi mente aún a
través de la dura coraza del cráneo y de la corteza cerebral. ¡Qué bueno que el
entrenamiento en telequinesia e interpretación de las vibraciones de la energía
cósmica están dando sus frutos! Sin él, no hubiera sido capaz de entender el
mensaje de alerta, la oscilación de las ondas magnéticas al chocar con la
energía maligna. ¡Yo estaba en grave peligro, por supuesto! Aquel despreciable
sujeto, escondiendo sus macabras intenciones detrás de esa máscara de hombre
bueno, apuesto y servicial, me había marcado como su víctima desde que me vio
en la cafetería. ¡Qué obvio resultaba todo! Por eso me reconoció al vuelo,
cuando me vio a orillas de la carretera, mientras mi auto arrojaba humo como
volcán en erupción. ¿Cómo un asesino experimentado como él, acostumbrado a usar
la carretera como su coto privado de caza, iba a pasar de largo y no
detectar a su presa?
Ya estaba yo
pisando a fondo el acelerador, queriendo llegar de una vez a Aguaverde y dejar
atrás la temible autopista, maldiciendo porque todavía faltaban muchos
kilómetros, cuando, al pasar velozmente frente a otra estación de gasolina, vi
el camión-grúa, como negra ave de rapiña que vigila. Aceleré más, para poner
toda la distancia posible entre mi perturbado perseguidor y yo. Calculé cuánto
podría demorarse él en ponerse en marcha, teniendo en cuenta que, según noté al
pasar como una flecha, estaba llenando el tanque. Tendría que acabar el
llenado, pagar, encender el camión. “Vamos, vamos, corre más” le imploraba yo a
mi insensible auto. Pero, alguna alteración de las corrientes energéticas viró
en contra mía el trazado del destino inmediato, que tan bien orientado parecía
últimamente, cuando todavía las fuerzas del universo invisible trabajaban a mi
favor, pues el auto comenzó a lazar una humareda espesa y negra, y el motor se
puso a toser como un tuberculoso, hasta que, con un último estertor agónico, se
detuvo.
Me quedé con las
manos engarfiadas sobre el volante, el espanto inundándome toda, paralizándome.
En pocos minutos, el espejo retrovisor, tan tranquilo el muy rufián, me mostró
al camión grúa perfilándose en la distancia, haciéndose cada vez más nítido a
medida que se acercaba y su imagen se deshacía de la estela ondulada que exhala
la carretera ardiente.
Eché una ojeada al
teléfono móvil, seguía sin señal. Miré en derredor, considerando la posibilidad
de escapar, a todo correr, abandonando la carretera. Pero, a la izquierda, la vía topaba con una
pared rocosa casi vertical, y a la derecha, se desplomaba a pique un profundo
precipicio.
¡No había tiempo
que perder! El camión grúa ya era perfectamente discernible, había pasado el
límite del espejismo asfáltico. Salí del auto a toda prisa y abrí el maletero.
Revolví los objetos amontonados. ¡Oh, cuánta basura acumula uno en la cajuela
del auto, por Dios! Sabía que allí había una herramienta, que alguna vez había
dejado guardada, por precaución. Encontré una llave mecánica, grande y pesada.
Rápidamente la tomé, y la blandí con fuerza, sí, sería un arma efectiva. La
escondí detrás de mi cuerpo, justo a tiempo para no ser vista por el ex
–Vulcano, que ahora sabía que era un psicópata, y que ya estaba a mi lado,
apagando el camión y sonriéndome malignamente desde la ventanilla.
No le di tiempo
para decir mucho. Cuando estuvo suficientemente cerca, desplegando ya su labia
falsamente solidaria, fui más rápida que los más agudos instintos criminales de
mi atacante, y le asesté un potente golpe con la llave mecánica. El hombre se
tambaleó, pero no cayó al suelo enseguida. Me miraba con ojos perdidos, se
llevó la mano a la sien, de donde brotaba a raudales un manantial de sangre
oscura y espesa, y de sus labios salieron palabras mudas. Dio unos pasos vacilantes,
trastabilló, y cayó, al fin, silenciosamente, por el borde del precipicio.
Entonces me asomé,
con cautela, al filo del abismo, preparada para ver salir del vacío la
repentina mano del asesino buscando agarrarme una pierna, pero eso no ocurrió.
Al cabo de unos buenos metros de caída abrupta, la pared de rocas filosas
terminaba perdiéndose en una apretada vegetación. La fronda se había tragado el
cuerpo del bandido. Regresé al sitio donde le golpeé, y esparcí un poco de
aquella tierra arenosa que cubre todo ese horrible paraje, tapando por completo
el charco de sangre. Borré, así mismo, mis huellas, me subí a mi auto y esperé
a que el motor dejara de humear.
Para ayudar a que
llegue la calma a mi espíritu, he tomado la laptop y me he puesto a escribir.
El ordenamiento de la energía circundante, revuelta a causa de la ocurrencia de
un acto de violencia, toma un tiempo. Probablemente el auto se enfríe antes de
que yo haya recobrado la sintonía con el universo, y mi sistema nervioso
recupere su ritmo vital normal. Pero ya estoy sintiendo la mejoría. Nada como
un rato de meditación en completa paz para que todo eche a andar nuevamente con
el paso debido. El paisaje agreste que me rodea, que tan amenazante me parecía,
ahora colabora para que yo me centre de nuevo. Claro, antes yo estaba en
peligro, y ahora no, es lógico que el entorno haya dejado de enviarme señales
de advertencia.
En cuanto pueda
poner en marcha el auto, proseguiré mi camino. ¿Quién me iba a decir, cuando
salí de la ciudad, tan ilusionada, que mi viaje se iba a ver obstaculizado,
nada más y nada menos que por el ataque de un psicópata de carretera? ¡Ah, solo
yo, solo yo con mi incomparable mala suerte! ¡Tenía que ser yo, para que tamaña
amenaza se interpusiera en el camino hacia Madam Astrid y el descubrimiento, al
fin, del amor de mi vida!
Marcos
Compadre, está
anocheciendo y tú no llegas. Cuando recibas este mensaje, quiero que sepas que
he aprovechado otro chispazo de la señal de telefonía y he avisado a la
policía. Ojalá no haya pasado nada, pero, ni yo puedo quedarme aquí para
siempre, ni tu puedes seguir sin aparecer. Así que ya sabes, la policía está en
camino.
Madam
Astrid
Venerable Maestro:
He vivido la
experiencia clarividente más fuerte de mi vida. Hoy me ha sido concedida la
mayor revelación de todos mis años de ejercicio de la videncia. Tan extraordinario
ha sido este evento, que he sentido la abrumadora necesidad de compartirlo
usted, mi mentor, mi guía de luz en este vasto e incomprendido universo de la
visón oculta.
Hoy, casi al
anochecer, recibí a la persona que había marcado cita ayer. Me sorprendí al ver
llegar a la mujer, pues se había tardado tanto que pensé que ya no vendría.
¡Cuántas personas, aun después de haberse decidido a buscar ayuda espiritual,
se dejan arrastrar por su miedo a aquello que no comprenden, y cejan en su búsqueda
de las verdades vedadas! La mujer se presentó, además de tardíamente, bastante
descompuesta. Se le veía cansada, y lo más sorprendente era su aspecto
desaliñado, pues se notaba que había sido meticulosa en su arreglo personal
antes de emprender el viaje. Pensé, guiada por la lógica mundana, que era
explicable, pues ella venía desde una ciudad bastante lejana. Un viaje largo y
agotador desarregla a cualquiera. Pero la energía que manaba de ella me
indicaba que algo grave le había sucedido. No obstante, estaba de más
preguntar. Ella no parecía dispuesta a hablar de otra cosa que no fuera el
motivo específico que la motivó a fijar la cita: Sus fracasos amorosos.
Apenas me senté
frente a ella y tomé sus manos, y la más electrizante conexión se estableció
entre mi ojo astral y las fuentes del saber del universo. ¡Nunca antes habían
llegado a mí imágenes, sensaciones y certezas tan claras, tan fuertes! Ni
siquiera fue necesario esperar el tiempo que normalmente se toman los caminos
astrales para alinearse. ¡Todo mi ser, entero, pleno, se convirtió en receptor
de las más increíbles revelaciones! Como se lo digo, Maestro, yo estaba
recibiendo con cada célula de mi cuerpo, con cada partícula material e
inmaterial de mí misma.
Vi, con toda
definición, el sufrimiento de aquella mujer, la insondable congoja que la
atormenta desde hace años. Más que vi, sentí. Era como si fuera yo misma la que
padecía aquellos dolores. También me quedó claro que su desesperación era
totalmente vana. Ella se había estado apresurando, negándose a dejar que las
fuerzas universales encauzaran todas las cosas, como debe ser. Ese amor, que
ella tan ofuscadamente quería procurarse, venía en camino. Todo estaba
perfectamente previsto, escrito a fuego en la inviolable línea de la vida. Pero
ella insistía en hallar, por sus propios medios, y totalmente fuera del tiempo
indicado, el amor perfecto que le está predestinado. Así que, debido a su
búsqueda ardua e infructuosa, ella se había llenado de amargura. Lo que ella
siente como fracasos, no son más que las respuestas obvias a preguntas mal
formuladas.
Enseguida, mi
visión se agudizó más aún, justo cuando yo estaba convencida de que no era
posible una conexión más fuerte que la estaba experimentando ya. Y, entonces,
oh Maestro, vi, vi… ¡Vi al hombre en carne y hueso! Usted sabe cuán difícil es
que algo así pueda ocurrir. El ojo de la visión oculta percibe, en la inmensa
mayoría de las ocasiones, sentimientos, rasgos de carácter, emisiones de
vibraciones que vaticinan acontecimientos buenos o malos. Pero, la materia, la
vil materia, es muy difícil de incluir en el panorama de las visiones astrales.
¡Pero lo vi, lo vi, se lo juro! Y estaba segura de que era él, el predestinado
a amar a aquella mujer con todas sus fuerzas. Todavía cierro los ojos y se me
aparece la imagen de aquel hombre: Alto, delgado pero fibroso, con andares y
aires de cowboy, un ejemplar masculino que es testosterona en estado puro.
Pero, a la vez, poseedor de un alma noble. Un hombre hecho y derecho, con
corazón de adolescente enamorado. Qué viril se veía, con aquella coleta que
dejaba escapar mechones sobre la frente, y la mirada de romántico empedernido
asomando por debajo del ala de su sombrero vaquero.
También vi que
aquel hombre avanzaba hacia mi atribulada visitante, ágil y rápidamente. Él
estaba mucho más cerca de lo que ella creía. Pude sentir, con perfecta nitidez,
la dimensión tremenda del amor que ellos iban a vivir.
Así se lo dejé
saber a la mujer. ¡Yo me sentía tan maravillosamente plena! Porque nunca había
podido darle a persona alguna, de las tantas que he consultado en mis años de
experiencia, una respuesta tan precisa. No había en mi visión ni un ápice de
duda, ni de indefinición.
Extrañamente, la
mujer, lejos de estallar en expresiones que denotasen alivio y buenas
expectativas, se quedó inmóvil, de piedra. Le digo, Maestro, que si fue extraño
para mí la forma tan extraordinaria en que la conexión me llegó hoy, más lo fue
la reacción de aquella mujer, o mejor, la falta absoluta de reacción.
Ella no dijo una
sola palabra. Se puso de pie, se tambaleó un poco y se sujetó del borde de la
mesilla. Apenas se estabilizó, dio media vuelta y se perdió en la noche, sin
mirar atrás.
¡Qué cosas tan
sorprendentes ocurren cuando se escudriña en los vericuetos del porvenir,
cuando se traspasan las fronteras del espacio-tiempo! ¿Verdad, Maestro?
Una forma de narrativa diferente fresca que conecta al lector directamente con la mente de cada personaje
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar