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ESO-ESO

Yolanda Felicita Rodríguez Toledo

 

                                       Para Bernabé,

el negro más mentiroso del mundo.

 

 

Tiene que coger las cosas con calma, Consuelo, dijo el mediquito ese recién graduado. Calma, ya quisiera él llamarse como yo y tener esta maldita enfermedad en los huesos. Te mandan cosas y no las hay, te indican líquido, dieta natural, qué graciosos son, si hasta me dan ganas de echarme una carcajada. Líquido, el agua de la pluma únicamente, y comida natural, bueno, últimamente estoy a base de cocimientos y del café que nadie me hablé, si me voy a morir por tomar café, voy a demorar, no creo que un buchito en la mañana le haga daño a nadie, mucho menos ahora que está perdi´o. La carne carísima, los vegetales brillan por su ausencia, yo no puedo gastar tanto dinero en frutas medias podridas que venden en el puesto y tampoco me da la gana de pagar tan caras las ensaladas, qué va.  De los ahorritos que me dejo el difunto Simeón no puedo disponer “eso es para una necesidad”, dijo y se murió. Qué me agarre yo malgastándolo por gusto.

           En cambio, Cristina, la vecina de al lado, está peor, a ella le ha caído una enfermedad rarísima, pero no, no es de los huesos que ella está enferma, debe ser algo más complicado. Yo sin que ella se entere le digo que es de “Eso-Eso” que padece, porque como lo mío es un solo “Eso”, lo de ella debe ser algo más complicado, ¡na, y camina como la mujer de Antonio: “Así”, así, ¡medio chanfliao!  Ayer, cuando venía de la bodega, la salude:” Cristina, qué tal, y las muchachas”. La pobre, no me escuchó. Debe ser triste eso de quedarse sordo tan joven, y tiesa; aunque desde que vino a vivir a este vario ya traía la enfermedad, siempre ha sido igual,  pero yo soy así, y hago como el monje de la leyenda: si el escorpión se está ahogando yo meto la mano al estanque para salvarlo no importa que el me clave el agujón, vuelvo a soltarlo con el dolor de la hincada, pero al verlo otra vez pataletear agonizante meto la mano al agua y lo saco,  es una cuestión de instinto, yo lo agarro y él se defiende; por eso  saludo a mi vecina, y no importa si  ya ni levanta la mano al pasar, lo peor es que tampoco se agacha a recoger las cosas que se le caen, es como si todo hubiese dejado de importarle, qué lástima.

     El marido de ella siempre anda medio espiao, como los carneros cuando se enferman de las patas, ese sí que se contonea al pasar por la calle, no, y todo el mundo lo mira y se ríen de él en su propia cara. Ellos viven tan bien, tienen una casa grandísima, llena de muebles y espejos y qué se yo; aunque últimamente siempre están cerrados y han puesto rejas en todas las ventanas y las puertas. Los del barrio hablan de que ella es una comemierda, pero yo no creo eso.  De qué se va a vanagloriar si el tipo, el marido que tiene, tiene una carita y un caminaito, a mí me parece que ellos tienen problemas.  El mes pasado, cuando ella estaba para no sé qué lugar, él, el comemierdón del marido, no paró en la casa. Yo lo velé, y lo velé, para ver en qué andaba, dicen que al que velan no escapa, hasta que lo pesqué; pero no puedo decir que lo vi entrando en una casa aquí al doblar ni quién vive ahí, porque se lo juré a la virgen, y también porque el otro, que vive donde el entró, es mi nieto y sobre todo porque se lo juré a la virgen. Cuando pregunté a mi nieto sobre el asunto él me respondió “no tires esa bola extraña y déjate de cuento conmigo, porque la lengua se te va a caer, se te va a caer”, después me dio un beso y sonó la campana del santo, y muerto de la risa dijo bajito como para que lo supiera” a consultarse no fue”, y nos reímos los dos, nos dimos par de buches de aguardiente para soplarle al santo, pero tragué un sorbito, qué caray. 

         Cristina es una mujer cuarentona ya, tiene dos hijas, una es contemporánea con el mío, pero las de ella viven en España, hace como cinco años que no vienen. Cada vez que la veo la saludo, pero ella ni ve ni siente, siempre va por la calle con la cabeza al frente como los mulos de carga y así regresa: metida debajo de la sombrilla. “Esa lo que tiene es comemierditis crónica mamá, no la salude más, me dice mi hijo más grande, no ve que se cree la rica, la poderosa, la que vive bien”. “Muchacho de mierda, qué estás diciendo” Es nuestra vecina, y quién es tu hermano, el vecino de al lado. “Sí, mamá, pero si siempre es lo mismo, sale temprano y vira a media tarde, y que yo sepa ella no trabaja”.

           ¡Eh, tú sabes que es verdad! A dónde irá Cristina todos los días emperifollada, tan temprano. Me voy a poner para eso. No se me puede escapar ese detalle.

         Hoy tengo consulta, a ver si puedo hacerme la maldita placa esa de los pulmones. Está enfermedad que tengo ya no es gripe ni es el virus que anda en el ambiente; el medicucho que me atiende le dice “Eso”, como si no supieran todavía de qué se trata, está dando mucha bronquitis y lo más raro es que siendo casi como gripe y virus, lo tratan con antibióticos.

       Allí está el recién graduado que me toca por la cuota. ¡Mira, esa es Cristina! Pero como siempre, ni me vio. Está entrando a la consulta de mí médico. Voy a ver qué tiene ella, pero yo lo sabía: yo sabía que estaba enferma.

               Debe ser que tomé demasiada infusión porque no puede ser posible lo que veo, el medicucho está quitándole la blusa, yo quiero ver, quiero ver qué pasa, seguro que van a hacer relajo, les voy a mirar hueco. Y él, no se va a desvestir. Ahora está de frente a ella y no puedo ver bien lo que pasa, sigue vestido, pero seguro está metiendo manos, y debe estarla toqueteando porque ella se retuerce y luego se remenea.  Una manguera, él tiene una manguera en la mano y se la está poniendo en la barriga, para mí que le hizo un hueco, aunque no está echando sangre, ahora la otra punta de la manguera la conecta a la corriente. Qué es esto. Déjame moverme para el otro lado y ver qué hay con estos dos. Empujo la puerta un poquito, ahora sí, está conectada a una caja de corriente que hay en la pared. El medicucho le sostiene la cabeza y con la llave grande que tiene en la otra mano comienza a apretar una tuerca que está al lado de la manguera que está sobre el ombligo de Cristina que está dándome mareos que estoy temblando. Qué mal me siento, Dios mío, pero sigo mirando, ella tiene los ojos verdes, encendidos, y él también, dentro de la consulta hay una humacera tremenda como si algo se estuviera quemando, y ese ruido, qué es ese ruido tan molesto, mi madre, qué carajo pasa aquí, tengo palpitaciones, no vengo más al médico en ayuna, y nunca más vuelvo a tomar esos cocimientos.

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