El que nunca fue
Efraín N. Riverón Argüelles
No sabía quién era. Se registraba
minuciosamente en el espejo, de frente, de perfil, incluso acudía a otro espejo
diminuto para verse de espaldas. Cuanta manera existía de encontrarse (él) la
usaba (¡Qué extraña formula de la evasiva!) Detrás de su constancia, en la otra
parte de la vertical y azogada luna, abríase la silueta de otro, envuelta en un
raro emerger de humo físico con su propia indumentaria de ciudadano por
hacerse, de quererse nacer como todo ser que irrumpe a la vida y palparse,
dibujarse con sus manos en un solo espacio de propiedad absoluta,
irrenunciable.
La incansable búsqueda de sí se convertía
en chasco de siempre. Ante toda posible eficacia: la respuesta de la nada.
Nunca dejaron de pasar los malditos, los
tramposos de clase, los inoperantes. “los colaboradores” los amantes del alto y
verde uniforme, las marchas, las pancartas, las vallas las consignas, los discursos,
los meses, los años y, el ir a su encuentro y regresar a lo mismo, ni siquiera
con la apariencia de serlo, porque a fuerza de tanto diluvio, perdíase en el
más oscuro pozo de lo incierto, quedándose sin iniciativa, sin rostro, sin
cuerpo, sin luz, sin espejo, sin su YO perdido para siempre en lo que fuera.
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