Acaba de llegar a nuestras manos, en su edición más reciente —revisada, reencontrada, reiluminada— La última adivinanza del mundo, de Froilán Escobar. Este libro no fue escrito para evocar el pasado, sino para habitarlo, palmo a palmo, fibra a fibra. No es solo una novela: es un acto de transmutación, un conjuro narrativo donde se entretejen el mito, la sangre, la infancia y el duelo, con una delicadeza que duele.
¿Puede una adivinanza contener la historia de un país? ¿Puede la voz de una niña salvar del olvido a un combatiente caído en la manigua? ¿Puede la muerte ser desbordada por la poesía? Froilán, como un chamán con sus propios hilos, nos dice que sí.
En este acto de reedición, no solo hemos restaurado su aliento original: hemos añadido ilustraciones creadas con inteligencia artificial, pero no como simple ornamento, sino como pequeñas piezas de orfebrería digital, con estilo, con maestría, con esa reverencia que merece la palabra escrita. Que nadie tema: estas imágenes no vienen a reemplazar al artista humano, sino a entablar con él un diálogo profundo, visual, emotivo.
Este proceso ha sido largo. De esos que solo se logran con paciencia y fe. Meses de trabajo editorial, de pruebas, de miradas atentas. Y hoy nos llena de orgullo anunciar que el libro está disponible tanto en papel como en formato digital, en Amazon. Justo a tiempo para participar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, como parte de esa constelación de voces que Editorial Primigenios ha ido encendiendo en todo el continente.
Y hay algo más que honra este momento: Froilán Escobar, cubano de alma y verbo, vive en Costa Rica. Esta reedición es, también, un puente tendido desde aquella pequeña nación centroamericana hacia la memoria compartida de muchos pueblos.
Como decía Clarice Lispector: "Escribo como quien reza, porque no sé vivir sin invocar lo invisible". Este libro reza, canta, y resiste. Y está vivo. Tan vivo como el abuelo desconocido que lo inspira. Tan vivo como cada lector que, al abrirlo, decide no salir ileso.
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