A veces me preguntan si valió la pena tanto esfuerzo para llegar a la Feria de Guadalajara. La pregunta es justa, porque una editorial pequeña e independiente no viaja con comodidades: viaja con contratos en la mochila, con cuentas en la cabeza, con autores en el corazón y con la certeza de que cada paso se paga en sacrificios visibles e invisibles.
En mi caso, la travesía empezó mucho antes del primer día de feria. Llevé más de 150 libras de libros: casi un ejemplar de cada título de Primigenios, aunque algunos no lograron viajar por demoras en la entrega desde Amazon. Para poder estar en una feria con libros físicos, una editorial como la nuestra tiene que comprarlos como ejemplares de autor, a un precio que ronda los tres dólares por unidad, sin contar envío ni impuestos. Y luego viene el factor tiempo: Amazon puede tardar hasta tres semanas en entregar, a veces más, y esa incertidumbre se vuelve parte del equipaje.
Solo en la logística de libros para la feria —entre ejemplares de autor, envíos, impuestos y maletas— el gasto real probablemente rondó entre mil y mil seiscientos dólares. A eso se sumó el pasaje de avión, $634.76, y luego lo inevitable de cualquier feria: hotel, transportación, comidas y pequeños gastos que parecen mínimos hasta que se acumulan. Pero hay un dato que sostiene toda la arquitectura del sueño: el stand costó algo superior a tres mil dólares, y pudimos pagarlo desde septiembre en distintos pagos. Esa es la realidad de una editorial independiente: no se llega a una feria por un golpe de suerte, sino por una disciplina de hormiga y una fe a plazos. Sumando todo, el esfuerzo económico real de esta aventura pudo moverse, de forma muy razonable, en un rango amplio que supera los cinco mil dólares y puede rozar los siete u ocho mil en total, según los inevitables detalles del viaje.
Hasta aquí los números. Pero hay algo que no saben —o si lo saben, prefieren ignorarlo— esos a quienes les gusta hablar excremento de un proyecto como Primigenios. Para poder viajar yo debo internar a mi madre en un centro de atención para personas con demencia senil, algo que por suerte garantiza el seguro de cuidados paliativos. Y justo en los días de la feria, mi madre se descompuso de mala manera. Hubo un momento real en que pensé que no iba a durar y que al regresar me la encontraría muerta. Eso no sale en las fotos del stand. Eso no aparece en las publicaciones bonitas. Pero forma parte del costo humano de cumplir una misión editorial.
Y como si la vida quisiera recordarnos que los proyectos también se miden por lo que uno resiste en silencio, una noche, ya agotado tras una jornada dura, me llegó la noticia del fallecimiento de la madre de mi hijo Ramsé, que vive en Cuba. Son elementos íntimos que casi nunca se cuentan cuando uno emprende la tarea de representar a tantos autores y defender un catálogo construido con paciencia y riesgo.
Sí, vendí pocos libros. Y lo digo sin maquillajes, porque en Primigenios la verdad no se negocia. Regalé muchos, en especial los propios, y José Elizondo también regaló muchos libros. A veces un libro regalado no es una pérdida: es una semilla. También hicimos una donación importante de más de cincuenta títulos a la Biblioteca de la Universidad de Guadalajara. Y para una editorial pequeña eso no es un gesto simbólico: es una declaración de principios.
Pero lo más decisivo ocurrió lejos del ruido del stand. Me entrevisté con tres importantes compañías de distribución de libros en papel y digital para varios países latinoamericanos. Y firmé contrato con una de ellas, que se encargará de vender nuestros libros digitales a universidades de América Latina. Dicho de forma clara: voy a empezar a vender libros digitales a estudiantes de varias universidades latinoamericanas, todo bajo contrato, con estadísticas transparentes y con el acuerdo de aquellos autores que deseen participar de este proyecto. Esto no es una promesa al aire: es una ruta concreta para ampliar lectores y abrir un canal que nos ayude a romper, paso a paso, el cerco de los modelos únicos.
Además, conocí y conversé de estrategia con empresarios chinos del mundo de la impresión, y hablé con editores de Valencia y Madrid en una conversación animada y respetuosa. Les mostré la historia de Primigenios, nuestra ética de trabajo, nuestra forma de cuidar a los autores y de sostener la calidad. Quedaron muy impresionados. Y por modestia no repetiré las palabras de aliento que me expresaron, pero sí puedo decir lo esencial: en esos diálogos confirmé que Primigenios no es un accidente. Es un proyecto con identidad, método y futuro internacional posible.
Así que sí: valió la pena. No por una cuenta rápida de ventas, sino por lo que se sembró, por las puertas que se entreabrieron, por la experiencia real y por la claridad estratégica que una feria de este tamaño te obliga a conquistar.
Ya regresé. Vine cansado y con gripe. Pero mi madre está mucho mejor, y eso me devuelve el aire. El lunes retomamos esta nave para seguir haciendo lo que estamos supuestos a hacer: publicar más libros, cuidar a nuestros autores y promover, con humildad y firmeza, el trabajo de Editorial Primigenios.

Comentarios
Publicar un comentario