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"El río sin nombre" es un viaje que fluye entre los paisajes de la memoria, el amor perdido, y los dilemas que definen nuestras vidas. Cada historia es un reflejo de la condición humana, trazada con la precisión de un cartógrafo que explora emociones profundas y territorios olvidados.

A través de personajes inolvidables y escenarios que se despliegan como postales de lo que fue y lo que pudo ser, estas páginas nos invitan a navegar un río sin destino claro, donde las aguas arrastran tanto los recuerdos como los silencios. Con un estilo evocador y diálogos que resuenan como ecos de un pasado imposible de ignorar, esta obra captura la melancolía y la belleza de la imperfección humana.

Este libro no solo busca contar historias, sino llevar al lector a una reflexión íntima sobre el tiempo, el amor, y las cicatrices que nos moldean. Como un río que nunca deja de fluir, estas páginas permanecen vivas, esperando ser redescubiertas en cada lectura.

Comparto un texto escrito por Abel German sobre El río sin nombre:

 

 

UN RÍO QUE YA HA SIDO NOMBRADO

 

(Sobre “Un río sin nombre”, de Eduardo René Casanova Ealo, Editorial Primigenios, 2025)

 

Eduardo René Casanova Ealo (en adelante ERC), escritor, poeta y editor, acaba de publicar en la editorial Primigenios un libro de relatos de su autoría titulado “El río sin nombre”. Libro que en principio concibió, según él mismo, como “experimento”. ¿Pero acaso un autor que se tome en serio puede concebir algo de otra manera? Esa humildad, que a la vez es responsabilidad, no me sorprendió. Sé que es así como ERC concibe todo lo que hace. Sin embargo, en esta obra hay otros rasgos que sí sorprenden.

Para empezar, el tema o los temas. Si por tratarse de un escritor cubano alguien abre este libro pensando encontrar un producto de la literatura cubana al uso,  se equivoca. Y si porque se trata de un escritor cubano que además vive en el exilio miamense espera que esa condición le salga al paso desde la primera línea, también. 

En la nota de contraportada se dan algunas pistas al respecto: "El río sin nombre" es un río que fluye entre los paisajes de la memoria, el amor perdido, y los dilemas que definen nuestras vidas”. Y añade: “Cada historia es un reflejo de la condición humana”.

Si damos por buenas estas advertencias, y las damos, está claro que ERC persigue algo que es ajeno a cualquier circunscripción, sobre todo identitaria, en el sentido más estricto que puede atribuírsele a esta palabra. Quiere hablar, grosso modo, de la “condición humana”. Una amhición admirable. Algo que, desde luego, puede intentarse por diferentes medios. Uno podría ser, por qué no, moverse en el marco de una tradición nacional determinada, y otro hacerlo en uno más universal, es decir, menos localizable o que pueda uicarse en cualquier punto del mapa humano.  Y este último es por el que indudablemente se decanta el autor.

Quiero decir, habla de nosotros como personas (y no en el sentido griego de prósôpon o máscara que es una elaboración del concepto, sino en el de sujetos o individuos en sí que, por serlo, en el contexto que sea, expresan su verdad), intentando dar una imagen de esa condición a partir de lo único con que cuenta realmente quien escribe: su propio Yo. Aunque también, y quizá, sobre todo, como invención —o interconexión, en tanto en cuanto es parte integrante de un conjunto—, si bien siempre dentro de esa condición que es, sí, la humana., en el sentido de la autoconciencia que nos define en la totalidad.

Esa sola pretensión (¿filosófica?) hace de estos relatos una empresa peculiar. De ahí ese tono soterrado, en entrelíneas y, a veces, expreso, que nos hace “escuchar” de un modo atento, reflexivo… ontológico. Es decir, que al tratar con sus personajes, en los que incluyo también los escenarios y los ambientes , se perciben la generalización y la trascendencia del ser como prototipo.

Algo que ERC logra con gran habilidad al estructurar los textos no como relatos al uso, sino (quizá) como poemas. Es por eso que al entrar en las historias pocas veces nos sentimos atrapados por una búsqueda de algo que sabemos debe hallarse al final, en el así llamado desenlace. Lo que ocurre en realidad (al menos me ocurrió a mí), es que ese hechizo se da en la relación que se establece entre el lector y el lenguaje. Es la palabra (su ruido, su forma de contar, su contenido evocador, sugerente… poético) la que nos ata a cada línea. Dicho de otra manera : es el “ruido” de las palabras lo que nos arrastra en su corriente, como ocurre en el poema. O sea, no vamos en busca del desenlace, no nos interesa tanto esa “sorpresa”  que los hacedores de cuentos reservan para el final, sino que intentamos permanecer en, o ser arrastrados por la corriente de ese río sin nombre que, al terminar (al llegar a la última línea) ya ha sido nombrado.

Lo que no significa, ni mucho menos, que no juegue también según ciertas reglas del género.  Y cito dos ejemplos: el misterio, el dato oculto, que recorre  “El nido”  y la atmósfera, la tensión, casi irrespirables de “El río sin nombre” que recuerda, para bien, al gran Conrad en el “El corazón de las tinieblas”.

Para ilustrar lo dicho tomo al azar un fragmento. Se trata del comienzo del relato “Entre dos costas”, el único que transcurre en un ambiente al parecer específicamente reconocible. Dice:

 

El calor era lo primero que recordaba de esa tarde. El sol golpeaba el malecón como si quisiera marcar cada piedra con su furia, y el aire olía a sal y a gasolina de los viejos carros que iban y venían por la avenida. Ella, de pie junto al muro, se quitó el sombrero de paja y dejó que el viento le desordenara el cabello. A su lado, el hombre encendió un cigarro, sus movimientos lentos y precisos, como si cada acción llevara una intención oculta.

—¿Estás segura? —preguntó él, sin mirarla.”

 

ERC logra, pues, una obra (u ocho, el número de relatos del libro) que sin duda aporta a la historia del cuento un modo interesante de hacer, y al lector una experiencia vital que le enriquece. Doy fe.

 

ABEL GERMAN

En España, a febrero de 2025

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