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Qué fácil sería si sólo se tratase de ser recíproco. Qué sencillo hubiese sido si no tuviese tanto que decir. Cuando el pasado 9 de marzo Héctor Reyes Reyes me envió el poemario "Veinte gritos contra la Revolución y una canción anarkizada", para que le escribiera el prólogo, sentí que de algún modo nuestra amistad corría por los más sinceros senderos, y ¡eso que hacía nueve largos años que no nos veíamos!

No recuerdo bien cómo conocí a Héctor, pero estoy casi seguro que fue al final de algún que otro malogrado concierto de rock o alguna madrugada a la sombra de un noctámbulo trovador, todo esto en nuestra natal ciudad Santa Clara. Lo que sí sé es que para finales de 1993 era ya un asiduo contertulio a mi terraza del barrio Sakenaf. Para ese entonces en nuestras charlas no hablábamos de poesía, y mucho menos de poetas, sino más bien sobre anécdotas y relatos históricos en derredor a mi maltrecho librero.Tendría Héctor unos 14 años y ya era un lector voraz, sentía una devoción tan alta por las lecturas de viajes que devoró mi colección de Thor Heyerdahl en unas pocas semanas, haría lo mismo con la obra de Mark Twain que atesoraba, y con tantos otros autores, eso sí, ninguno le cautivó tanto como Dee Brown contándonos sobre la Larga Marcha de los Navajos y la masacre de los Sioux en Wounded Knee.

Corrían los duros años 90, y entre escuchar rock y sugerencias literarias una intuitiva realidad me decía que estaba en presencia de un "intelectual" en ciernes, sobre todo por el saber, la perspicacia y la madurez de su pensamiento, de más está decir que la década de vida que nos separaba no impidió el surgir de una amistad de la cual hoy suelo ufanarme en este intento de prólogo.

El pasado 16 de marzo se apagó de modo feroz toda aquella llama de luz y sabiduría que habitaba en Héctor, las tinieblas del oscuro México nos arrebató de un tajo al amigo de todos, a un ser que absorto entre el compromiso histórico de su tiempo y la pasión literaria optó por la circunstancia contradictoria de la polémica como su mejor arma, haciendo de su pluma el gentil látigo con que azotaba a un sistema político que, si bien fue parte del mismo algún tiempo, lo desterró para siempre de la esfera intelectual por su comportamiento crítico y la irreverencia propia de su lenguaje.

Que sea yo quien deba expresar con profundidad cada elemento de su azarosa vida no deja de ser antagónico, más que nada porque corresponde a su obra, ya de por si antológica, y a cada manifiesto suyo, abrir con vehemencia y desenfado la ignominia cultural con que algunos evaden una latente realidad por el solo hecho de no perder su "plato de lentejas", como si no fuese suficiente aquel axioma que nos legara José Martí desde el verano neoyorquino cuando advertía: "ganado tengo el pan: hágase ahora el verso".

Hoy Héctor ya no está entre nosotros, pero sí el cuaderno "20 gritos contra la Revolución...", 20 gritos en forma de poesía que él nos dejara casi como despedida y que en cada una de sus 28 páginas se respira la postura política del autor con relación a ciertas peripecias históricas reconocibles, tragedias nacionales que hacen de este manual un verso herido, un verso desangrado, mutilado, punzante y profético, pero más que nada un verso concebido con toda la intensidad de un poeta que siempre fue parte del poema, pues desde "Error de ínsula'', su primer grito, Héctor se desplaza con soberbia al juzgar que él también "...es culpable del regreso a esta Isla...", pero que lo cotidiano no emula con la realidad si juzgamos que "... cada piedra labrada, cada árbol, merece su sentencia...". Y así, sin desligarse de esa historia insular que nos oprime, y sin más ilusión que transformar la realidad que nos rodea, lanza su humilde profecía de que lo mejor de nuestra culpa "...es que la culpa, aún no nos atormenta".

En cada uno de los siguientes 18 cantos de este compendio poético, pues realmente 19 son de su autoría y el "resto" le pertenece a Ibis Martín, Héctor no pretende ausentarse de un presente inhóspito y acultural, sino más bien que nos lleva de la mano, y nos ilustra como ese proceso colectivo llamado Revolución agigantó su peripecia personal sin abandonar la intimidad de su figura poética. Ejemplo de ello es "Canto guevarista", donde la estructura del verso emerge como el antídoto del sujeto que encarna Ernesto Guevara, un ser usura que gira y nos abandona de algo externo que prevalece todavía, todo ello hasta que Reyes Reyes nos recuerda la urgente convicción de que "...no nos pondremos camisetas con tu  nombre...", y mucho menos "...ser como tú fuiste...", pues no existe nada mejor que "... ser nosotros mismos... ".

Los inquietos caminos del sur son objetos de remembranza a toda hora en este libro, por ello, cuando leemos "Interrogante" notamos con sobrada euforia la alegría de saber que al sur siempre habrá una interrogante que complete los demás puntos cardinales. Da igual hacia donde converge la idea, si con "...los dólares del norte compran panes y peces..., o si las perlas oceánicas provienen del oeste y del este los viñedos europeos, nada impedirá que el sol siga "...durmiendo por poniente y el mar destartalado seguirá siendo un misterio hacia la izquierda ". En mí opinión, con "Interrogante" estamos ante la adultez poética de Héctor, pues la responsabilidad de su lírica, sin ser explícita, da lugar a que ese periplo suyo tan ajeno a modas e hipotecas, haga que hoy sea casi imposible convencernos que existen tan pocas latitudes como dicen.

La inquietud pasajera y la memoria sucesiva apresuran una alerta en la travesía errante del poeta por disímiles contextos y parajes de la verde y perfumada geografía sudamericana. Cuando nos sumergimos en la lectura de "Suramericano Way of Life" una constante de sensibilidad y motivación emerge sobre el resto de los sinsabores existentes. Desde la Venezuela que abrió sus puertas a nuevos cambios sociales, pasando después un convicto a la presidencia de Brasil y un indígena en Bolivia que no pudo devolver el mar a sus fronteras, después de todo esto, asoma la incertidumbre postura populista que espanta el asado argentino, la cerveza mexicana, el auténtico aroma del cacao centroamericano o el inigualable sabor del café colombiano.

Resulta imposible imaginar hasta dónde llegará el legado poético que tan prematuramente Héctor nos regaló. Quizá debamos seguir lo propuesto por él en el último grito de este poemario, pues precisamente "Un paso más" nos alienta de un modo coloquial a que siempre debemos seguir en nuestro empeño libertario, aún cuando "los versos no sean suficiente...", tal vez entonces la solución sea "... disparar porque las palabras suenen huecas...", puede incluso "... que perdamos esta lucha nuestra...", pero por sobre todas las cosas nunca dejemos de creer, da igual si creemos "...en la guitarra, en la palabra, en los disparos y en la propia muerte...", al final siempre la poesía nos aliviará en nuestro sueño.

No quiero terminar este intento de prólogo sin explicar un par de aspectos que pueden herir algún que otro entusiasmo. Primero, el grupo de amigos que llevamos a cabo este homenaje a Héctor hemos decidido respetar íntegramente la manera, el orden y la ortografía con que fue concebido este manuscrito, más que nada porque desconocemos bajo qué condiciones él tuvo que lidiar para concebirlo, decisión que de modo apacible le hicimos llegar a la casa editora. El otro asunto es la inclusión de Ibis Martín en este libro. Esto último parte de una solicitud propia del autor, de la cual existen pruebas orales y escritas, y como tal lo hemos hecho.

Hoy Héctor Reyes Reyes nos guía al sitio que siempre soñó, y si en ese afán trastoca, y su destino se hace errante, buscará otro sendero hacia el país que él considera el más necesario: La república participativa del amor.

Héctor sigue su constante deambular en busca de un nuevo paraje donde sentar su mochila y sus recuerdos. Esperemos que "20 gritos contra la Revolución y una canción anarkizada" sea pronto un coro desesperado por un país y una patria que ya no existen bajo sus pies, pero que sin duda él siempre llevaba consigo en cada paso, bien desde aquellos tiernos días de su inquieta mocedad en que le conocí hasta ese largo periplo que desembocó en la lejanía de su exilio.

 

 

 

Feliberto Pérez del Sol

Sábado 23 de abril, 2023

Cloverleaf, Houston, TX.

Error de ínsula

 

 

 

También yo soy culpable del regreso a esta Isla

Soy culpable incluso, de ella misma.

Tierra de maneras inauditas,

insólitas, inéditas que nos culpa

de retornos, huidas y otras tantas migraciones.

No importa el prohibido sobre los senderos

si el mar libre es un suceso eterno.

Cada piedra labrada, cada árbol, merece su

sentencia.

Redunda el pasado que incrimina el presente

nuestro.

Ya no importa quien sea dueño de los ríos y el

viento de las tardes y las noches soberanas;

cada ola es un sendero, cada madero un barco

del gusto degustado bajo el tedio.

Todos somos culpables del regreso a esta Isla.

Culpables incluso de ella misma.

Una quimera de razones insensatas

con el ánimo baldío de la espera.

Un redoble de cueros tras la verja y la reja

emitiendo arrullos de protestas.

Y lo peor incluso es que la culpa,

aún no nos atormenta.

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