Desde su
libreta de apuntes junto a un río - como si tuviera prisa por darle forma a las
cosas para que la corriente no se lleve con ellas, las formas que tuvieron-,
Irina Pino recoge y, a la vez rescata, a través de fragmentos que el tiempo
unifica, aquellas circunstancias convertidas en textos sobre “Lienzos oscuros”
- título de este libro publicado por Editorial Primigenios-, donde pasado y
presente son indistinguibles ya.
Entre los
despojos que da la miseria, la protagonista como si fuera alguna muñeca rusa
que vive vidas diversas al adentrarse una dentro de otra, saca a flote sus
memorias y las de tantas: no tener cama a los veinte años, pero sí una
guitarra, un piano, poemas de Rilke, de Dickinson. Y, junto con los trastos que
todavía deja ver la corriente, entre autores y sonidos que a toda costa
prioriza y que pronto desaparecerán también, alumbrados por un farolito chino
que ella pinta de rojo y que malamente alumbra su escenografía cotidiana, una
fortificación: las palabras.
Porque hay que
resistir a contracorriente: cuando “…todos danzaban, pero con los cuerpos
equivocados…”- dice en un verso-. Así resiste este inventario, distorsionado
también como esos cuerpos por una realidad que los consume y destruye cuando
enfrentan un discurso que trae a galope: a la madre, al hijo, al amigo muerto,
a la muchacha que fue, a la anciana que será. Como si cada cosa dicha fuera a
regresar convirtiéndola en lo que pretendía ser más que en lo que es: solo para
hacer un recorrido inverso que la lleve al lugar incierto de la esperanza y
danzar con otros seres abandonados.
Todo lo que no
hubo, o no habrá es el valor que la autora necesita para sobrevivir, subrayado
con rabia para que aparezcan entre un paisaje de fondo bucólico, e irreal, o
hasta dentro del fango, las vidas paralelas que ha tenido: “…como la matrioshka
guardo otras vidas, dolor en cada una de mis muñecas- dice en un verso-.”
Reina María
Rodríguez
Miami, 6 de
Mayo 2023
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