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El presente libro
recoge mis conocimientos y experiencias como rehabilitador de jóvenes adictos e
integrantes de pandillas (maras). Seres expuestos a carencias y grandes
sufrimientos con los cuales conviví, traté y capacité durante varios años.
Con un enfoque
humanista psiquiátrico se analizan las informaciones aportadas por los
protagonistas entrevistados, los aportes de otros investigadores, se brindan
estrategias, metodologías preventivas y rehabilitadoras basadas en la evidencia
científica y en resultados efectivos.
Historias de vida,
basadas en hechos reales, matizadas con ficción, cortas con intensidad extrema,
impulsadas por las necesidades materiales, más las afectivas educacionales
predominan, la ambición se agolpa apabullando la búsqueda de identidad y la
solidaridad ensalzada, donde lo transcultural y las nuevas tecnologías agitan
los nuevos tiempos con una mayor expansión, violencia y poder destructivo.
El presente es el
segundo libro de una trilogía que integra las temáticas: Mujer, Violencia y
Locura, el primero fue Sexualidad Femenina. El Paraíso del Placer (Editorial
Primigenios, 2021).
La violencia
generalmente está asociada a las adicciones, ambas se potencian y complementan,
una conlleva a la otra y viceversa.
Ambas
problemáticas (las conductas adictivas y delictivas) se desarrollan fundamentalmente
en grupos vulnerables, el más afectado de ellos es el de la adolescencia y
temprana juventud (10-24 años). Ocurren cuando existe un disfuncionamiento en
la consecución de un estilo de vida saludable, debido a deficiencias del
proceso formativo para la mayoría de las víctimas.
Antes de que
en el hombre cristalice su posición política e ideológica, debe haber una
posición ético-moral más o menos consciente.
Este proceso
ha sido denominado por diferentes autores como Educación en Valores (para
designar “el proceso mediante el cual el individuo conoce y reconoce el
significado social de los valores, se apropia del valor para sí, se implica
afectivamente, lo cual le permite realizar evaluaciones que orientan sus
actitudes y actuaciones y le da la posibilidad de actuar autónomamente”).
Los valores
son un significado social que se constituyen en motivos y guías de la conducta
humana, de ahí su alto papel regulador de las relaciones interpersonales y la
conducta, tienen una determinación objetiva y subjetiva a la vez en la unidad
de lo cognitivo y afectivo expresado en lo conductual. Cada persona asume su
propio sistema de valores en dependencia de sus condiciones concretas de vida,
necesidades, intereses, puntos de vista desarrollados, experiencias vitales e
influencias educativas.
Los valores
se enseñan, se inculcan, pero no se imponen, requieren de un largo proceso de
interiorización en el que el desarrollo de la capacidad valorativa y crítica
desempeña un importante papel como guía para lograr un juicio crítico adecuado,
es la única forma de que se conviertan en verdaderas guías de la conducta, de
lo contrario pueden conducir a la doble moral quedando la persona a merced de
criterios y pautas ajenas, donde se impone la violencia antes referida.
La existencia
de un sólido sistema de valores morales permite darle un pleno sentido a la
vida, aceptarse y estimarse como es, facilitando una relación madura y
equilibrada con los demás y por tanto una convivencia ciudadana armónica;
trazarse proyectos de vida objetivos y luchar por ellos; disminuir la
conflictividad de las relaciones interpersonales, creando un ambiente propicio
para el desarrollo; ayudan a tomar decisiones en consonancia con ellos y a
resistir procesos negativos (conductas adictivas, delictivas, etc.); en fin,
desarrolla personalidades independientes, responsables e maduras, en
correspondencia con los intereses sociales.
“La violencia
para vivir” o “la muerte es el alivio” son expresiones propias de adictos y/o
pandilleros que reflejan la marginación de vidas consideradas desechables “muertes
prematuras”, tanto por “ellos”, los marginados, como por los “otros” la
sociedad civil.
Para “ellos”
lo que hay es que vivir feliz y aceleradamente y la única manera de acceder a
ello es a través del “dinero fácil” que les proporciona “la vida fácil”, para
unos fue la única opción, para otros no. La mayor parte de “ellos” no contaron
con el apoyo imprescindible tanto de la familia, como de la sociedad mediante
el sistema educacional para crear un estilo de vida saludable, solido en
valores humanos que le permitieran una sensatez e independencia para formar sus
propios criterios, y adoptaron los de los “otros”.
Para muchos: “Cuando
creces en un barrio pobre ya sabes que en algún punto te convertirás en
drogadicto”. Igualmente, las pandillas, que implican vandalismo y violencia
diaria, son construidas como “la única manera de sobrevivir a la violencia en
las calles”.
Este
sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la
falta de un propósito general de vida hace que valoren poco sus vidas y que “la
muerte, en cambio, sea vista como un alivio”.
Estas
interesantes valoraciones con las cuales concuerdo plenamente y a las que me he
referido en mis libros anteriores pertenecen a la excelente tesis de maestría
premiada de la Dra. Karina García, la cual enfatiza: “Ellos” no se ven ni como
víctimas ni como monstruos. “Ellos” no justifican su incursión en el narco y la
violencia como su “única opción” para sobrevivir, como muchos estudios
académicos aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la
economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos
querían “más”.
“Ellos” tampoco
se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas,
series, etc. Los participantes se autodefinen como agentes libres que
decidieron trabajar en una industria ilegal.
Y estas
concepciones que guiaron sus vidas, ocuparon el vacío de la ausencia de padres,
profesores u otras personas que educaran convenientemente, porque no existieron
para la mayoría de “ellos”.
Si no se
toman en cuenta estos elementos de “ellos” para trazar las políticas para
evitar y tratar adecuadamente estas conductas (delictivas y adictivas),
seguirán obteniéndose los fracasos que han resultado hasta ahora en el
enfrentamiento que han realizado los “otros”.
Tal vez este
es el gran problema, la solución de raíz al problema de la violencia no ofrece
grandes recompensas a los “políticos y otros decisores”.
El discurso
de los integrantes de pandillas y adictos resalta un aspecto clave de la
violencia: es aprendida. Los hombres no nacen violentos, se hacen.
Las
experiencias de vida diaria de aquellos que viven en pobreza son el caldo de
cultivo para todo tipo de violencia (doméstica, de género, de pandillas). Todo
esto enmarcado por un tipo de violencia invisible y pocas veces reconocida, la
violencia estructural del Estado.
Igualmente,
las masculinidades dominantes en nuestros países no solo justifican, sino que
incentivan la violencia.
La clave para
atacar la violencia es entenderla: ¿de dónde viene?, ¿quién y cómo se
justifica?, ¿cómo se reproduce?, ¿cómo se ha lidiado con ella? Para responder
necesitamos un enfoque interdisciplinario y ejecutores diversos, desde la
comunidad hasta el más alto nivel, gubernamental y otras organizaciones no
gubernamentales, compete a todos y todos debemos actuar.
Termino con
el concepto de pandilla o mara ofrecido por la Organización de Estados
Americanos (OEA) sustentado en un enfoque de derechos humanos y no
criminalizante:
“Las
pandillas representan el esfuerzo espontáneo de niños, niñas, adolescentes y
jóvenes por crear, donde no lo hay, un espacio en la sociedad (fundamentalmente
urbano) que sea adecuado a sus necesidades y en el cual puedan ejercer los Derechos
que la familia, el Estado y la comunidad les han vulnerado. Emergiendo como
grupos de la pobreza extrema, la exclusión y la falta de oportunidades, las
pandillas buscan satisfacer sus derechos a la supervivencia, protección y
participación, organizándose sin supervisión y desarrollando sus propias normas
y criterios de membresía, afianzando una territorialidad y una simbología que
otorgue sentido a la pertenencia grupal. Paradójicamente, esta búsqueda de
ejercer ciudadanía es, en muchos casos, violatoria de los derechos propios y
ajenos, generando violencia y crimen en un círculo que retroalimenta y perpetúa
la exclusión de la que provienen. Por ello, las pandillas no pueden revertir la
situación que les dio origen. Siendo un fenómeno predominantemente masculino,
las mujeres que se integran a las pandillas sufren con mayor intensidad las
brechas de género y las iniquidades propias de la cultura dominante
(Departamento de Salud Pública, OEA, en Definición y Categorización de
Pandillas, Washington, junio 2007, pág.: 46).
Octavio Gárciga Ortega, Doctor en
Ciencias Médicas (PhD), Profesor e Investigador Titular, Especialista de 1er. y
2do Grados en Psiquiatría. Cuarenta años de experiencia psiquiátrica. Cuatro
Premios Anuales de Salud, Instancia Provincial. Libros publicados: ¿Cómo
evitar ser un adicto?, Como tratar al adicto & marero, Estilo de vida
saludable y La juventud y sus riesgos, Cuba, 2005 (2), 2007 y 2010. Autor
del trabajo “Proyecto Victoria. Una Comunidad Terapéutica Hondureña”, con el
cual dicha Institución obtuvo el Premio Reina Sofía contra las Drogas, en la 13
va. Edición Iberoamericana, España, 2013. Premio Anual de la Crítica
Científica, La Habana 2019, por ser coautor del libro Prevención y Atención
de los Trastornos Adictivos, ECIMED, La Habana, 2018.
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