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https://www.amazon.com/dp/B09PM8RFHS
 

El presente libro recoge mis conocimientos y experiencias como rehabilitador de jóvenes adictos e integrantes de pandillas (maras). Seres expuestos a carencias y grandes sufrimientos con los cuales conviví, traté y capacité durante varios años.

Con un enfoque humanista psiquiátrico se analizan las informaciones aportadas por los protagonistas entrevistados, los aportes de otros investigadores, se brindan estrategias, metodologías preventivas y rehabilitadoras basadas en la evidencia científica y en resultados efectivos.

Historias de vida, basadas en hechos reales, matizadas con ficción, cortas con intensidad extrema, impulsadas por las necesidades materiales, más las afectivas educacionales predominan, la ambición se agolpa apabullando la búsqueda de identidad y la solidaridad ensalzada, donde lo transcultural y las nuevas tecnologías agitan los nuevos tiempos con una mayor expansión, violencia y poder destructivo.

El presente es el segundo libro de una trilogía que integra las temáticas: Mujer, Violencia y Locura, el primero fue Sexualidad Femenina. El Paraíso del Placer (Editorial Primigenios, 2021).

La violencia generalmente está asociada a las adicciones, ambas se potencian y complementan, una conlleva a la otra y viceversa.

Ambas problemáticas (las conductas adictivas y delictivas) se desarrollan fundamentalmente en grupos vulnerables, el más afectado de ellos es el de la adolescencia y temprana juventud (10-24 años). Ocurren cuando existe un disfuncionamiento en la consecución de un estilo de vida saludable, debido a deficiencias del proceso formativo para la mayoría de las víctimas.

Antes de que en el hombre cristalice su posición política e ideológica, debe haber una posición ético-moral más o menos consciente.

Este proceso ha sido denominado por diferentes autores como Educación en Valores (para designar “el proceso mediante el cual el individuo conoce y reconoce el significado social de los valores, se apropia del valor para sí, se implica afectivamente, lo cual le permite realizar evaluaciones que orientan sus actitudes y actuaciones y le da la posibilidad de actuar autónomamente”).

Los valores son un significado social que se constituyen en motivos y guías de la conducta humana, de ahí su alto papel regulador de las relaciones interpersonales y la conducta, tienen una determinación objetiva y subjetiva a la vez en la unidad de lo cognitivo y afectivo expresado en lo conductual. Cada persona asume su propio sistema de valores en dependencia de sus condiciones concretas de vida, necesidades, intereses, puntos de vista desarrollados, experiencias vitales e influencias educativas.

Los valores se enseñan, se inculcan, pero no se imponen, requieren de un largo proceso de interiorización en el que el desarrollo de la capacidad valorativa y crítica desempeña un importante papel como guía para lograr un juicio crítico adecuado, es la única forma de que se conviertan en verdaderas guías de la conducta, de lo contrario pueden conducir a la doble moral quedando la persona a merced de criterios y pautas ajenas, donde se impone la violencia antes referida.

La existencia de un sólido sistema de valores morales permite darle un pleno sentido a la vida, aceptarse y estimarse como es, facilitando una relación madura y equilibrada con los demás y por tanto una convivencia ciudadana armónica; trazarse proyectos de vida objetivos y luchar por ellos; disminuir la conflictividad de las relaciones interpersonales, creando un ambiente propicio para el desarrollo; ayudan a tomar decisiones en consonancia con ellos y a resistir procesos negativos (conductas adictivas, delictivas, etc.); en fin, desarrolla personalidades independientes, responsables e maduras, en correspondencia con los intereses sociales.

“La violencia para vivir” o “la muerte es el alivio” son expresiones propias de adictos y/o pandilleros que reflejan la marginación de vidas consideradas desechables “muertes prematuras”, tanto por “ellos”, los marginados, como por los “otros” la sociedad civil.

Para “ellos” lo que hay es que vivir feliz y aceleradamente y la única manera de acceder a ello es a través del “dinero fácil” que les proporciona “la vida fácil”, para unos fue la única opción, para otros no. La mayor parte de “ellos” no contaron con el apoyo imprescindible tanto de la familia, como de la sociedad mediante el sistema educacional para crear un estilo de vida saludable, solido en valores humanos que le permitieran una sensatez e independencia para formar sus propios criterios, y adoptaron los de los “otros”.

Para muchos: “Cuando creces en un barrio pobre ya sabes que en algún punto te convertirás en drogadicto”. Igualmente, las pandillas, que implican vandalismo y violencia diaria, son construidas como “la única manera de sobrevivir a la violencia en las calles”.

Este sentimiento de marginación, sumado a su problema de adicción a las drogas y la falta de un propósito general de vida hace que valoren poco sus vidas y que “la muerte, en cambio, sea vista como un alivio”.

Estas interesantes valoraciones con las cuales concuerdo plenamente y a las que me he referido en mis libros anteriores pertenecen a la excelente tesis de maestría premiada de la Dra. Karina García, la cual enfatiza: “Ellos” no se ven ni como víctimas ni como monstruos. “Ellos” no justifican su incursión en el narco y la violencia como su “única opción” para sobrevivir, como muchos estudios académicos aseguran. Reconocen que entraron al narco porque, aun cuando la economía informal les permitía sobrevivir bien y mantener a sus familias, ellos querían “más”.

“Ellos” tampoco se ven como criminales sanguinarios, como se les representa en las películas, series, etc. Los participantes se autodefinen como agentes libres que decidieron trabajar en una industria ilegal.

Y estas concepciones que guiaron sus vidas, ocuparon el vacío de la ausencia de padres, profesores u otras personas que educaran convenientemente, porque no existieron para la mayoría de “ellos”.

Si no se toman en cuenta estos elementos de “ellos” para trazar las políticas para evitar y tratar adecuadamente estas conductas (delictivas y adictivas), seguirán obteniéndose los fracasos que han resultado hasta ahora en el enfrentamiento que han realizado los “otros”.

Tal vez este es el gran problema, la solución de raíz al problema de la violencia no ofrece grandes recompensas a los “políticos y otros decisores”.

El discurso de los integrantes de pandillas y adictos resalta un aspecto clave de la violencia: es aprendida. Los hombres no nacen violentos, se hacen.

Las experiencias de vida diaria de aquellos que viven en pobreza son el caldo de cultivo para todo tipo de violencia (doméstica, de género, de pandillas). Todo esto enmarcado por un tipo de violencia invisible y pocas veces reconocida, la violencia estructural del Estado.

Igualmente, las masculinidades dominantes en nuestros países no solo justifican, sino que incentivan la violencia.

La clave para atacar la violencia es entenderla: ¿de dónde viene?, ¿quién y cómo se justifica?, ¿cómo se reproduce?, ¿cómo se ha lidiado con ella? Para responder necesitamos un enfoque interdisciplinario y ejecutores diversos, desde la comunidad hasta el más alto nivel, gubernamental y otras organizaciones no gubernamentales, compete a todos y todos debemos actuar.

Termino con el concepto de pandilla o mara ofrecido por la Organización de Estados Americanos (OEA) sustentado en un enfoque de derechos humanos y no criminalizante:

“Las pandillas representan el esfuerzo espontáneo de niños, niñas, adolescentes y jóvenes por crear, donde no lo hay, un espacio en la sociedad (fundamentalmente urbano) que sea adecuado a sus necesidades y en el cual puedan ejercer los Derechos que la familia, el Estado y la comunidad les han vulnerado. Emergiendo como grupos de la pobreza extrema, la exclusión y la falta de oportunidades, las pandillas buscan satisfacer sus derechos a la supervivencia, protección y participación, organizándose sin supervisión y desarrollando sus propias normas y criterios de membresía, afianzando una territorialidad y una simbología que otorgue sentido a la pertenencia grupal. Paradójicamente, esta búsqueda de ejercer ciudadanía es, en muchos casos, violatoria de los derechos propios y ajenos, generando violencia y crimen en un círculo que retroalimenta y perpetúa la exclusión de la que provienen. Por ello, las pandillas no pueden revertir la situación que les dio origen. Siendo un fenómeno predominantemente masculino, las mujeres que se integran a las pandillas sufren con mayor intensidad las brechas de género y las iniquidades propias de la cultura dominante (Departamento de Salud Pública, OEA, en Definición y Categorización de Pandillas, Washington, junio 2007, pág.: 46).

 

Octavio Gárciga Ortega, Doctor en Ciencias Médicas (PhD), Profesor e Investigador Titular, Especialista de 1er. y 2do Grados en Psiquiatría. Cuarenta años de experiencia psiquiátrica. Cuatro Premios Anuales de Salud, Instancia Provincial. Libros publicados: ¿Cómo evitar ser un adicto?, Como tratar al adicto & marero, Estilo de vida saludable y La juventud y sus riesgos, Cuba, 2005 (2), 2007 y 2010. Autor del trabajo “Proyecto Victoria. Una Comunidad Terapéutica Hondureña”, con el cual dicha Institución obtuvo el Premio Reina Sofía contra las Drogas, en la 13 va. Edición Iberoamericana, España, 2013. Premio Anual de la Crítica Científica, La Habana 2019, por ser coautor del libro Prevención y Atención de los Trastornos Adictivos, ECIMED, La Habana, 2018.

 

 

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