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La promesa

Odalys Interián Guerra

                                                                     

Seguía aquel desconocido sin quitarle los ojos de encima, no solo porque no confiaba en él, sino porque llevaba en brazos a mi hijo Luis. Atravesamos una explanada antes de adentrarnos en un bosque de pinos que se alzaba imponente, temerosa y desconfiada trataba de mantenerme cerca, no era un hombre conversador, en todo el tramo y las horas que estuvimos juntos solo había cruzado conmigo unas pocas palabras.

 Habíamos caminado más de una hora y estaba realmente fatigada, me dolían terriblemente los pies, pero no me quejaba. Avanzamos un largo tiempo. Estaba a punto de desmayarme por el calor y el agotamiento.  Hasta que por fin la voz dijo—Descansemos aquí.  El hombre se detuvo poniendo a Luis en el piso, el niño corrió hacia mí. Busqué un lugar donde acomodarme para poder alimentarlo, pero desde mi rincón lo seguía con mis ojos, lo vi tumbarse en el suelo y al poco rato lo sentí roncar, fue entonces que cerré mis ojos y apreté al niño contra mi pecho, estaba tan extenuado que enseguida se durmió, fue entonces que como sucede siempre que estoy sola y hay silencio y que el niño se  duerme, que aparece tu imagen intacta, idéntica, sin que se borre un gesto,  recordaba  cada rasgo de ese rostro amado, esos ojos de mirada profunda aparecías siempre junto a esa sonrisa que me sedujo desde el principio,  y tu boca repitiéndome: “Espérame  amor, aguanta un poco, volveré por ti y por mi hijo” —y yo esperé, tres años de mi vida, esperando como Penélope; pero a diferencia no esperaría mucho, te conocía bien, sabía que eres de los que cumplen sus promesas, siempre fue así y esperé, sí esperé a pesar de todos, a pesar de que mi familia te odió porque para ellos me abandonabas embarazada de cinco meses y no te perdonaban que no esperaras a que naciera el niño, yo jamás me equivoqué, sabía que lo hacías por nosotros, por darnos un mejor futuro y estaba quedándome con tu imagen cuando la voz me sacó del ensimismamiento. “Tenemos que seguir”, el niño dormía plácidamente, él acercándose volvió alzarlo en sus brazos y emprendió la marcha seguido de cerca por mí.  Una sola idea me hacía avanzar por aquellos trillos, un solo pensamiento:  Luís necesitaba a su padre y al fin estaríamos juntos.

Era bella mi tierra, me embebía del paisaje,  definitivamente pensando  con dolor que mis ojos nunca más recorrerían esos sitios,  me  dolía lo que dejaba atrás, avanzaba con la angustia y el remordimiento  de no despedirme de los míos , no tuve valor,  sabía  lo que dirían, sobre todo mi hermano Manuel que había sido un padre para Luis, ellos me habían apoyado siempre  y yo no podía decirles, “me voy y me llevo al niño”, así doliéndome mucho en el corazón pero impulsándome una emoción muy fuerte, la del reencuentro, seguí avanzando tratando de no pensar en nada, porque tú eres el hombre que yo amaba, el único hombre, el padre de mi hijo.

Y era el amor dándome fuerzas, motivándome, el amor siempre estuvo ahí cuando me fallaban todos, cuando estaba a punto de desfallecer, tu imagen y el recuerdo de lo que habían sido estos tres años sin ti.

Seguíamos avanzando, seguíamos internándonos en lo profundo, cada vez que me alejaba más sentía golpear mi corazón bien fuerte, Pasó un tiempo largo en que caminamos sin detenernos. 

“Estamos cerca” había dicho la voz y yo podía sentir el olor del mar, algo estrujándome el pecho y provocando unas ganas terribles de llorar. Y lloré en silencio, me secaba las lágrimas con la manga de la camisa para que el desconocido no lo notara, y para que cuando Luis me mirara con aquella carita de susto y agotamiento, no viera que yo estaba tan asustada como él.

Volvimos hacer un alto, el niño se había dormido, me alegré porque me sentía fatal, me tumbé en el suelo, me pareció cómodo aquel montoncito de hierbas donde nos tumbamos, en aquella hora me parecía el mejor lugar del mundo para descansar, puse al niño sobre mi pecho, cerré los ojos, pero no conseguía dormir, ni tranquilizarme, tenía muchos sentimientos encontrados. Pensaba en la cara que pondrían todos cuando estuviéramos juntos, en la cara de aquellos cuyos comentarios malintencionados llegaron a oídos de mi familia diciendo “que tenías otra, que llevaban ya un tiempo y que te habías casado”, y tantas otras tonterías, que dirían ahora que cumplías con tu promesa, porque eras un hombre de verdad y venías por mí.  Nunca dejaste de mandarme dinero y de preocuparte, llamándome siempre. Cuando podías claro; trabajabas duro para sacarnos, y yo sabía, sabía que vendrías por mí, y estaba feliz imaginando qué harías cuando tuvieras a tu hijo en los brazos.  Que dirían aquellos que siempre dudaron, que echaban leña al fuego para que te olvidara y rehiciera mi vida.  Nada podía hacer que me olvidara de ti. Y esperé segura, sabiendo que ibas a volver por mí, aunque nadie creyera, yo era tu amor, no importa lo que dijeran, ellos no te conocían, nadie te conocía como yo.

La tarde adquiría un triste color y yo comencé a sentir una opresión intensa en el pecho, hacía un calor insufrible. Miraba entre las ramas de los árboles un cielo que palidecía y comenzó a golpearme una estúpida indecisión, no dejaba de pensar en mi hermano y en el dolor que les daría a todos llevándome al niño, Luis era la locura de la familia, la alegría que nos había unido, todos desviviéndose por él, pensé en papá y en lo que diría, en mamá y lo que iba a sufrir. Empecé a sentir un arrepentimiento, unas ganas de regresar, de llamar a Manuel para que viniera por mí y por mi hijo; pero era demasiado tarde. El desconocido debió notar mi perturbación y nerviosismo porque no dejaba de mirarme, me miraba sin hablar, yo me sentí realmente incómoda con aquellos ojos inquisidores sobre mí.

 Mientras más avanzaba la tarde, más comenzaba a invadirme un sentimiento de desesperación, me empezó cierto nerviosismo, cierto temor que me cogiera la noche sola con el niño y aquel hombre del que solo sabía que se llamaba Juan, lo vi apartarse, lo sequía recelosa con mis ojos, escuché que hablaba con alguien por teléfono, pero no pude escuchar lo que decía.

“Estamos cerca, no falta mucho” me dijo al regresar “ya falta muy poco” —esas palabras trataron de calmarme; pero yo seguía inquieta, no sé por qué no dejaba de preocuparme, imagino que eso ocurre siempre que nos enfrentamos a lo desconocido, y yo le temía al mar, era un miedo de siempre, ni siquiera me había detenido a pensar en ello, eras tú o el mar, eras tú o mis miedos y siempre vencías.

Me hizo un gesto para que le entregara a Luis, yo se lo cedí porque ya no tenía fuerzas, pero siempre que lo hacía me quedaba con una intranquilidad y con un sobresalto, luego caminaba junto a él sin perderle ni pie ni pisada, y sacando fuerzas no sé de dónde para llevar su paso.

Y seguía, seguía por un camino cada vez más cerrado, nos cercaba el verde y una tupida maleza. Andamos un rato. Mi corazón seguía golpeándome, la angustia crecía tanto dentro de mí que me dejaba muda y mucho más extenuada, cuando por fin la voz anunció de golpe: “Es aquí” y sentándose en el suelo me dijo: “Esperaremos aquí hasta que caiga la noche”. Y la palabra noche abriendo una herida, una sombra inmensa que rueda entera sobre mí. Yo trataba de luchar con el ser negativo que llevaba dentro, trataba de callar todas las voces, para solo escuchar tus palabras. El recuerdo de tu voz entre los mosquitos, entre los zumbidos cada vez más insoportables y las picadas. Tu voz y la noche cayendo lentísima, el llanto de Luis y miles de sensaciones y emociones agolpándose, pero tenía que estar contigo, eso me decía el corazón. Tu voz sonaba más alta que el ruido del mar, tu promesa pesando más que todo, empujándome con mucha fuerza, la ilusión haciendo ola, un sonido más alto que el sonido del mar y el de mis miedos, una presencia impulsando mi voluntad. Un último sacrificio y al fin juntos.

Ya había oscurecido y mi desesperación había crecido tanto que ya no me importaba que me viera llorar el desconocido, el niño también lloraba, yo estaba muy angustiada.

Sentí entonces la opresión fuerte de su mano sobre mí, me volví, la mano señaló hacia el mar,  yo solo vi una sombra en la negrura de la noche, una sombra que aceleraba mi corazón de un modo impredecible, me incorporé para ver mejor, apreté al niño contra mi pecho y avancé, entré en el agua y seguí avanzando, el niño asustado comenzó a llorar fuerte, lo apreté  duro contra mi pecho y lo calmé, —es papi…, es papi—,   en vano trataba de tranquilizarlo,  lloraba más al sentir el ruido del mar y mientras más seguía internándome en el agua oscura,  mientras avanzaba el agua iba subiendo y mi paso se hacía cada vez más lento, tanto que me costaba caminar, no avanzaba,  me parecía que seguía parada en el mismo lugar, el peso del niño y del agua que casi llegaba ya hasta mi pecho me dificultaban la marcha.  Y yo queriendo subir a Luis mucho más alto y mis fuerzas que se acababan y yo hundiéndome, y entonces algo, algo tiraba de mí con fuerza… y eras tú, y eran tus brazos, tú alzando por fin a Luis, abrasándolo contra tu pecho, besándolo mucho. Y eras tú tan diferente, sin mirarme, sin hablarme, sin sacarme del agua, y yo helándome, ya sin fuerzas, esperando por ti que sigues sin mirarme, y yo sigo temblando, esperando a que reacciones y te acuerdes de mí, pensando que era la alegría de tener a tu hijo en brazos lo que hacía que me olvidaras. Y sigues sin decir una palabra mientras la lancha comienza a alejarse. Y no puedo pensar, no puedo creer que me dejes, porque me dejas en el agua, sin que te importen mis gritos, ni mis súplicas, sin importarte que enloquezca, sin importarte el peor dolor que estoy sintiendo, las ganas de hundirme en ese mar por la terrible decepción y la impotencia.

Y trato de calmarme, me calmo pensando que vas a virar por mí, que fue quizás la emoción, la alegría de conocer a tu hijo, y estoy segura de que cuando te des cuenta vas a regresar. Y me engaño pensando que vas a volver, creyendo conocerte.  Y no, no te conozco, no te creía capaz de hacerme eso, de fallarme, nunca pensé que tuvieras corazón para quitarme a mi hijo.  Y sigo esperando, una hora, dos, tres, no sé cuántas, no apareces, el agua se vuelve cada vez más fría y pesada. En vano grito y me agoto, en vano sigo gritando tu nombre, llamándote mucho, desesperándome hasta quedar sin voz, hasta que todo se vuelve silencio, un silencio pastoso y apretado sobre mí.

Hasta que por fin de la noche surge un ruido de motor que se acerca, y se revuelven mis entrañas, y una ligera esperanza me engaña aún más, y rio en mi locura, y junto las pocas fuerzas que me quedan, y grito y grito su nombre… —Luis, hijo mío, Luis…

Y me confunden las voces, la luz de un reflector que ahora apunta directo hasta cegarme y sigo confundida, entre tanto extravío y debilidad, buscando un rostro que no encuentro en esa otra embarcación que se acerca despacio, que llega hasta donde estoy.

Y no puedo luchar contra esos brazos que intentan sacarme, que me sacan, mientras les imploro, mientras les ruego que no, que tengo que quedarme. Y en vano me resisto, en vano grito y pataleo, en vano me agoto insistiendo, hasta quedar vencida, hasta quedar sin voz, sin nada, tendida en el piso frío de esa embarcación, donde sigo con la mirada perdida en el infinito, en ese infinito que se dispersa y va colapsando lento, lentísimo como mi corazón.    

Comentarios

  1. La esperanza permaneces hasta que la van desvaneciendo esos grises que se atan al cuello en el final del cuento... conmueve sin duda...

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  2. Odalis interian me encanta , su poesia,

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  3. Un relato muy conmovedor. Y muy bien estructurado.

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  4. Indiscutiblemente una de las mentes mas prolíferas de la literatura cubana. La transparencia con que transmite sus sentimientos es digna de encomio. Total extasis y conmoción envuelven al lector en este cuento. Altamente recomendable para todo aquel que desee disfrutar de una excelente lectura donde se trata con mucho respeto un drama de la vida real.

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  5. Increíble, cruel, oscuro. Me encanta tu estilo, Odalys.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. Me encanta, te embriaga de emocion la espera,la ansiedad a lo desconocido y luego cae como un relampago la decepcion y el engaño, muy trite e impactante tu relato Odalys, que Dios bendiga esa mente y esas manos prodigiosas, saludos.

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  8. Impresionante; el final es devastador. No importa cuántas veces se lea.

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