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 Brandon Tascon es el ganador del concurso de Antología de Cuento Latinoamericano. Su obra está programada para ser publicada el 15 de marzo por la editorial Komala. Nacido en Cali, Colombia, Tascon estudió filosofía y ha dedicado su vida a la lectura y escritura de cuentos por puro placer. Su primer cuento le fue revelado en un sueño, inspirado tras leer "La Sombra del Viento", el cual considera uno de los mejores libros de su vida. Lamentablemente, su autor falleció hace unos años, pero a él le debe Tascon su capacidad para escribir. Más allá de esto, Tascon afirma que lo que las personas le cuentan, él lo escribe, manteniendo viva la tradición de contar historias a través de sus palabras.


El amor hecho de párkinson

Brandon Tascon

El amor siempre tiembla, siempre.

Helí

 

Una casa con un terremoto adentro

La primera vez que visité a Helí me encontré con una casa llena de materas antiguas y de una humedad combinada con un olor a salitre por la cercanía al mar. Estaba recostado en un sofá café oscuro envuelto por un bálsamo de recuerdos, de imágenes olvidadas, y del movimiento constante de su mano derecha sobre el mundo. Sus ojos centelleaban de un verde tintado de azul aguamarina como si los hubiesen traído de la profundidad del mar; su corazón palpitaba tan lento que parecía que se fuera a parar en cualquier momento. Al verme entrar por la puerta principal se levantó del sofá con la ayuda de Gloria, y se sentó en el comedor principal. Al apoyar su mano sobre la mesa de madera, que tenía un gigantesco vidrio en la superficie, empezaron a temblar las patas generando un sonido estridente, la mesa comenzó a zarandearse suavemente a un ritmo inesperado y constante al igual que toda la casa. Los candelabros empezaron a caer repentinamente hacia el piso sin miedo de desaparecer de la faz de la tierra, los vasos y los cubiertos, que siempre estaban listos para comer en la mesa, empezaron a tambalearse hacia los lados buscando caer precipitadamente hacia el infinito, los portarretratos se fueron resbalando de las repisas con una lentitud asfixiante, pero con contundencia, hasta los recuerdos escondidos detrás de los muebles empezaron a escapar de su lugar. Detrás de las pequeñas bailarinas de porcelana se escuchaban sonidos de un pasado incierto como si la casa empezara a hablar a través de aquellos seres mudos al presente, y detrás de los antiguos relojes que escondían el tiempo, había sombras calladas pero vivientes moviéndose a través de los minutos y las horas como seres existentes en otros tiempos, al igual que el polvo que se escabullía detrás de las cosas para perdurar como las sombras.

De repente, el comedor empezó a temblar tanto que por momentos perdía su imagen en el mundo y tan solo quedaron los colores confundidos en el aire. Las sillas comenzaron a moverse de lado a lado volviendo siempre a su lugar gracias a una cuerda elástica que las atraía hacia la mesa. El televisor, estaba clavado con una puntilla en la pared para no desaparecerse en su recaída hacia el piso, este era el eco de todas las conversaciones, la sombra de los diálogos, embadurnando la casa y la conciencia de ruido para que no se escuchara la soledad inminente. Las lámparas, como todo en esta casa, estaban atadas por una cuerda que serpenteaba entre nudos infinitos colgados de entre las paredes para que no cayeran como todo lo demás; eso sí, se prendían y apagaban vaticinando su precipitación hacia el olvido. Los vidrios de las ventanas resonaban como si se fueran a despedazar en cualquier momento desapareciendo de la existencia y borrando el paisaje y el mar a la distancia, pero nunca lo hacían por completo. Helí tenía la mágica intuición de saber cuándo la casa iba a despedazarse del todo, entonces paraba unos segundos, antes de que la casa se desmoronara a pedazos y entre la cenizas del tiempo, para después retomar su tembladera constante.

En ese preciso momento de pausa, Gloria, con sus labios temblorosos y diminutos, murmuraba palabras incomprensibles para este mundo mientras que se arrastraba por toda la casa recogiendo los platos, las cucharas, las tazas de café despilfarradas en el piso, los vidrios de los muebles que se habían quebrado sobre las baldosas, los portarretratos que descendieron a la muerte absoluta con sus recuerdos vivientes, y las porcelanas de valet que se quebraban con tan solo mirarlas. Una por una recogía las piezas destrozadas y las reponía sacando repuestos del armario infinito que estaba al lado del comedor, repleto de vajillas, relojes, cubiertos, porcelanas, entre otras cosas, para remplazarlos todos cada día hasta el final de sus vidas. Los relojes eran los únicos que se mantenían aferrados a las paredes por el destino, sin movimiento alguno, eran cinco en total, todos diferentes, con gárgolas de metal y madera por los bordes, acomodados a diferente hora, de distinto color y madera.

Después de un silencio profundo y de entre la pausa necesaria para que la casa no desapareciera, Helí me llamó para decirme algo. Me acerqué sigilosamente para no terminar de quebrar los platos que estaban siendo reparados por Gloria con una religiosidad impresionante; “Lleva sujeta a esta rutina durante veinte años”, pensé. Helí hizo un gesto para que me acercara. Entonces me arrimé un poco más para poder escuchar lo que decía, pero las palabras desaparecieron temblando en el aire sin tocar el mundo. Me dirigí de inmediato hacia la puerta intentando descifrar las palabras que todavía rebotaban sobre las paredes escabulléndose de entre el polvo infinito de las cosas.  Al tocar la chapa todo empezó a temblar de nuevo, lo que había recogido, arreglado y reacomodado Gloria, volvía a quebrarse a mis espaldas como si se estuviera despedazando el mundo entero, detrás mío sonaban los candelabros rebotando en el piso, las bailarinas de porcelana rechinaban contra el suelo danzando incompletas sobre las baldosas, hasta los recurados volvían y salía a perturban el mundo con sus ilusiones inconclusas. Le di vuelta a la perilla de la puerta principal que temblaba de un lado para el otro cerrándose y abriéndose constantemente queriéndome dejar atrapado en esta casa. Sin voltearme, a pesar del estruendo abrumador a mis espaldas, parecido al de una orquesta que se prepara para un concierto, me alejé rápidamente anonadado por aquella experiencia.

 

El mundo de Gloria

Siempre que nos quedábamos solos, gracias a que el temblor se iba a dormir, podíamos al fin escucharnos sin el sonido de las cosas temblar en los aires, la mayoría de las veces hablábamos de recetas para mejorar la comida tradicional y el recuerdo de una vida pasada, donde la casa no se zarandeaba de lado a lado por los fuertes movimientos de su marido donde reinaban en un pasado incierto el espacio y el tiempo. Su pasatiempo, me contaba todos los días que llegaba a hacerle la visita, era intentar que los relojes estuvieran alineados a la misma hora, pero era imposible, los acomodaba y se volvían a mover a su lugar inicial como si estuvieran condenados a marcar la misma hora para siempre, “De todas maneras en estos tiempos no hay nada más qué hacer”, me decía Gloria con su voz que parecía un susurro entre amantes, un balbuceo en el espacio, un sonido perdido en la nada. A su voz no le era fácil escapar de los pequeños labios que se movían de un lado para el otro pronunciando palabras que nunca entendería y que nunca llegarían a tocar el mundo. La imposibilidad que sentía Helí de no poder dejar de temblar y de no poder desplazar su cuerpo sin ayuda de nadie, la sentía ella también, porque su cuerpo parecía estar atado al de su marido; al igual que las sillas estaban atadas a la mesa para no salir volando por todo el apartamento, o las lámparas al techo para que no cayeran al precipicio, o los relojes a los muebles de madera antiguos para que no rayaran la pared recién pintada. Todos estaban atados en esta casa por un hilo invisible del destino. Gloria no podía lograr que su marido dejara de moverse, aunque fuera por solo un segundo.

Gloria era para su marido lo que es la conciencia para el hombre, absolutamente todo. Sin ella Helí no se podía mover; levantarse, ir al baño, bañarse, cepillarse los dientes, comer, caminar, recoger la taza de té que estaba esperándolo en la mesa, servirse un jugo, preparar un chocolate caliente. Gloria le ayudaba hasta a pensar terminando las frases que quedaban inconclusas en el aire. Con el tiempo había aprendido a saber qué era lo que estaba pensando su marido, concluyendo las frases contundentemente y con precisión como si las hubiera pensado ella misma. Esto era una virtud que había adquirido porque pocas veces lo lograba escuchar, las palabras temblaban tanto en la boca de Helí que desaparecían en el aire y le tocaba que descifrar el mensaje solo con los gestos, los retazos de letras al garete olvidadas en el espacio, la expresividad tenue de sus ojos, o a través de la fisionomía adoptada por su amado que mediante los años se iban pareciendo mucho a las suyas. Era como descifrar un laberinto cada día o como descifrarse a sí misma.

 

La casa cobró vida

Seguí acudiendo a la casa observando cada vez con más escrutinio cómo las cosas se movían sin parar. Después de pasar horas descifrando los gestos absurdos que los pequeños labios de Gloria lograban conjugar sin sentido; después de ver a Helí ser devorado una infinidad de veces en lo profundo de su sofá, de ver como las cosas se quebraban y se restauraban de una manera mágica, colapsé en la nada de los recuerdos que se esgrimían tan reales, como las lámparas que colgaban del techo ante mis ojos, o como los vidrios que aparecían y reaparecían de la existencia, o los relojes que marcaban diferentes horas. Me pareció en cuestión de segundos como si el mundo se hubiera acabado en la profundo de esta casa. Empecé a sentirme más viejo y cansado de lo normal, sentí como el brazo me empezaba a temblar de a poco como si tuviera voluntad propia, los pensamiento empezaron a confundirse en laberintos incomprensibles como si ya no pudieran tocar las cosas alejándose de la realidad, de repente todo mi cuerpo empezó a temblar agitado por un zarandeo constante que comenzaba a traspasar los objetos que tocaba. Las palabras dormidas no alcanzaban el mundo que estaba desapareciendo ante mis ojos, los pensamientos iban desvaneciendo atolondrados en el aire dirigiéndose al precipicio del olvido. ¿Quién sabe cuánto tiempo había estado atrapado ahí? De un momento a otro el pequeño apartamento empezó a oscurecerse como un recuerdo olvidado, la luz proveniente del exterior ya no traspasaba las ventanas con la misma intensidad, lo poco que quedaba de luz se estancaba tenuemente sobre las gigantescas plantas que lo cubrían todo creciendo sin fin ante la mirada, la oscuridad fue rellenando los espacios en los que alguna vez se había encontrado alguna vez la esperanza de volver a vivir. Daba la impresión de que nos estuviéramos encerrando cada vez más en una caverna llena de relojes, portarretratos, candelabros, sartenes, bailarinas de ballet en porcelana, y paredes, que se extendían infinitamente cerrándose como un laberinto lleno de vida y de olvido.

La casa estaba atrapándome en el ensueño en el que estaban estas dos personas que vivían en el mismo lugar, a la misma hora, en las mismas condiciones, desde hace veinte años. Entonces, decidí escapar sigilosamente. Pronto reaparecieron de la nada en la que se encontraban los dos seres que habitaban esta casa de espanto. La luz entró por los ventanales paulatinamente atravesando las plantas, las cortinas, las lámparas y los portarretratos, llenándolos de vida y de sombras. Helí reapareció en el cojín que se lo había tragado por completo durante veinte años. Gloria surgió de la nada con una sonrisa temblorosa he incierta con sus labios pintados de un rojo de muerte. Seguí dirigiéndome hacia la salida, cauteloso, intentando no pisar ninguna vasija o portarretrato que estaban tirados en el piso, pues para este punto parecían trampas regadas entre las baldosas, con tan solo un tropiezo habría quedado atrapado para siempre en esta casa que se lo devoraba todo.

Al llegar a la puerta y girar la perilla, se produjo un sonido estridente que se escuchó retumbar por toda la casa rebotando por las esquinas temblorosas que se precipitaban hacia la nada. De inmediato Helí volteó su cabeza hacia la puerta y levantó su mano en el aire para despedirse. La mano temblaba casi desaparecida por completo de este mundo. Todo su cuerpo comenzó a temblar fuertemente desapareciéndose como un espejismo, al igual que toda la casa; como la perilla de la puerta que estaba retorciéndose hacia los lados amenazando con desaparecer, como los portarretratos que se caían de nuevo contra el piso, como la existencia que se iba perdiendo en un terremoto infinito. Decidí seguir mi rumbo convencido a salir de aquel ensueño en el que me encontraba. Con mi mano en la perilla, que temblaba cerrándose por sí sola y abriéndose como si tuviera vida propia, recordé aquella frase que había sido incompresible para mí. Esta frase que Helí había susurrado ante mis oídos la primera vez que lo conocí en aquel sofá que se lo tragaba todo hasta la vida. Esa vez me había tocado que acercarme para escucharlo, pero ni aun así habían sido las palabras comprensibles para mis oídos. Decidí entonces guardar silencio y apartar aquel sonido de orquesta que no me dejaba percibir si quiera mis pensamientos, y escuchar así lo que me había dicho. Aquel sonido había quedado grabado de entre las paredes enigmáticas de este extraño lugar, y que, de algún modo, atravesaban todo en esta casa forjando la realidad incomprensible donde nos encontrábamos. Entonces me fueron llegando, saltando una por una temblando siempre de entre las paredes, se fueron conjugando como el amor a primera vista, contundentemente, “El amor siempre tiembla, siempre”.

 

 

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