Tengo menos de un dólar en mi cuenta de banco
y sigo publicando libros de otros.
A menudo me pregunto si vale la
pena el tiempo que dedico a publicar libros de otros. Son muchas horas a la
semana. Los días se repiten uno tras
otro. A veces, en las madrugadas me despierto a leer correos, mensajes y
comentarios en las redes sociales sobre esos libros, a los que he dedicado
muchas horas. Algunos de esos comentarios me hacen dudar de si estoy haciendo
lo correcto. No por las emociones negativas que generan algunos de esos
comentarios, escritos por supuestos conocedores de la literatura y el mundo de
los libros.
Desde hace mucho tiempo, estoy convencido de que existen dos tipos de personas en el mundo: los compasivos y los egoístas. Los compasivos (y me incluyo en ese grupo) vivimos en el lado de la luz, los egoístas no, por mucho que brillen en sus carreras, en sus vidas, o profesiones, son seres oscuros. Ayudar a otros, no pensar en uno, dedicar tiempo para que otros puedan lograr sus sueños genera felicidad. Pensar en ti, en tu obra, divertirte con tus conquistas, crecer sobre la burla a otros, menospreciar el intelecto de otros, genera una felicidad pasajera, pero en el fondo eres un gilipollas, un tipo sin futuro. Siempre van a ser infelices. Tendrán su pequeña victoria, su momento de gloria. Y es posible que obtengan un reconocimiento importante en sus vidas, pero, no llegarán al final del camino, donde siempre triunfan los compasivos.
Publicar libros es un poder. Los libros generan conocimientos. El conocimiento es democracia que empodera. Publico libros porque considero que es muy útil para muchos. Todo lo que sabemos puede ser encontrado en un libro. Las personas normales pocas veces se cuestionan cómo funciona un país, un televisor, un aparato de rayos x, o de cómo hemos sido capaces, en tan poco tiempo, de desarrollarnos como especie, desde los tiempos del hombre de las cavernas hasta el presente.
Soy un hombre sin credos. Mi esperanza se sienta en la ciencia y la tecnología. Solo las herramientas de la ciencia y la tecnología han propiciado los cambios sociales y económicos más importantes en nuestra historia.
A principios del siglo XIX, ocurrió la primera
revolución científica: la energía térmica, la máquina de vapor, la locomotora.
Fábricas y máquinas comenzaron a surgir. Luego vino la electricidad, el
magnetismo, las ciudades se iluminaron. En poco tiempo tuvimos el invento de la
radio, y de la televisión.
La tercera revolución científica fueron las
computadoras. Gracias al invento de los transistores, del láser, de los
microchips. La era de la internet arribó. La cuarta revolución la estamos
viviendo ahora: la inteligencia artificial y la biotecnología.
La ciencia no se va a detener. Debemos aprender con
cada revolución. Los libros seguirán jugando ese papel de herramientas del
conocimiento, en cualquier formato que se impriman. Esta última revolución va a
afectar a muchos, algunos perderán sus trabajos. Necesitarán reinventarse.
Quizás algunos decidan auto superarse utilizando los libros o los e-books para
adquirir los conocimientos con los cuales ganarse el sustento o mantener sus
estilos de vida y sus lugares en la sociedad.
Hace más de 100 años inventaron el teléfono. Pueden
buscar en las bibliotecas, los periódicos de aquellos tiempos. En casi todos
hablaban mal del teléfono. Que ya no íbamos a hablar con nuestros hijos. Que
las voces eran obra del demonio. El teléfono fue un artefacto bien criticado
por muchos y tenían razón. Ya no hablamos tanto personalmente con nuestros
hijos, amigos y familiares. Pero no podemos vivir sin nuestros teléfonos,
porque expandieron nuestros horizontes. Esa expansión pronto alcanzará otros
planetas del sistema solar. El mundo entero está al alcance de nuestros
teléfonos inteligentes. Lo mismo sucederá con la Inteligencia Artificial, con
los nano robots, con la realidad virtual y otras tecnologías.
Cabe preguntarse si cada nueva herramienta que
inventan nos hace menos humanos. Si. Es cierto. Pero debemos cambiar la
definición de lo que es ser un humano. O establecer nuevos protocolos para
poder mantener nuestra condición de humanos. Los libros pueden ser una de las
herramientas para lograrlo, en especial con los niños.
En última instancia, el compromiso de publicar libros
y difundir conocimiento encierra en sí mismo un poder transformador. Los libros
trascienden el tiempo y el espacio, llevándonos a explorar las profundidades de
la historia, la ciencia y la imaginación. Mientras avanzamos en la era de la
inteligencia artificial y la revolución tecnológica, es vital recordar que
nuestra humanidad no está en riesgo por las herramientas que creamos, sino por
cómo elijamos utilizarlas. Los libros, como guardianes del conocimiento y la
empatía, nos brindan la oportunidad de moldear un futuro en el que la
compasión, el aprendizaje constante y el entendimiento mutuo sigan siendo los
pilares que nos definen. Enseñemos a las generaciones venideras a abrazar el
potencial de las herramientas tecnológicas sin perder de vista nuestra esencia
humana. Así, podremos encarar cualquier revolución con la confianza de que, a
medida que progresamos, también evolucionamos en nuestro sentido más profundo
de humanidad.
De los gilipollas no nos preocupemos. Las actitudes
egoístas y negativas no deberían distraernos de nuestro compromiso con la compasión
y el progreso.
Eduardo René Casanova Ealo
Editorial Primigenios
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