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Piedras a los varones

 

 

 

 

S

ueño con niñas atropelladas por camiones de carga. Aplastadas. También sueño con niñas comunes que ven televisión y juegan con sus mascotas. Ellas son mis hermanas menores.

Bajo la acera para cruzar la calle y me gritan —¡Cuidado! Un perro.

Un perro y un camión de carga pueden pesar lo mismo. Un perro se mueve por instinto. Un camión de carga toma el alma de su chofer y rompe el asfalto, mientras avanza. Un perro dentro de una nube de polvo es un enviado del diablo. Puede atropellar lo mismo que un camión de carga.

Sueño con niñas aplastadas.

Mis hermanas menores me dicen —Siempre maneja el mismo chofer: un hombre con tatuajes en los brazos y una medalla de la Virgencita de la Caridad— Soñar contigo me gusta, aunque tiene sus implicaciones médicas: calmantes. Siempre les digo a mis hermanas menores —Todos los choferes son muy religiosos, se tatúan el nombre de sus madres.

También ellas cruzan la calle. Vamos juntas a la bodega. Mis padres se sienten más tranquilos si nos acompañamos las unas a las otras. Dicen —Si un hombre, un negro, intenta tocar a una de mis hijas, las otras pueden defenderla de aquello que les sobra a lo negros: oscuridad.

Entramos a un callejón para cortar camino. Unos niños disfrazados de animales representan otro mundo: La vaca con su ternera muge desorbitadamente. Nos cuenta que en su mundo no hay perros ni camiones de carga. La ternera me muestra fotos suyas donde aparece cruzando la calle, como si anduviese por el prado. Los niños nos invitan a jugar y nos ponemos unos trajes de yeguas. La yegua que represento está triste, porque no hay caballos en el juego. Nos coge la noche jugando. No vamos a la bodega.

De regreso a la casa, somos atacadas por unos hombres al mando de un negro. Mis hermanas menores hacen lo posible por defenderse, pero son desmayadas con pañuelos tóxicos. El negro me arrastra hacia una habitación.

—¡Ay, mi madre! — digo en un murmuro. Él me oye y saca toda su oscuridad. Me da fuerte. Me da calambre. Me da náuseas. Me da tanto, que termina por gustarme. Pasamos la noche sudando el uno sobre el otro. Él no es un negro cualquiera. Sus extremidades son largas y sus encías moradas. Tiene los ojos de un dios. No gime. Solo me oigo yo gritando, gritando, relinchando. En la mañana nos sorprende la policía.

Después del juicio, mis padres permutan para otro pueblo. Yo me pregunto si volveré a verte.

Ahora mi madre nos acompaña a todas partes. Cuando vamos a la bodega, no cortamos camino. Vamos por la calle principal y compramos el pan. El bodeguero acostumbra a darnos unos panes de más. Mi madre le sonríe mientras él canta —Toma chocolate, paga lo que debes— Ella sonríe hasta llegar a la casa. Yo camino con un bombón en la mano. Lo aprieto y me lo como a escondidas en el baño.

A la hora de dormir mis hermanas menores me preguntan —¿No te da asco?— El bodeguero es un gordo sin dientes y sin pelo. Padece úlcera estomacal, hemorroides e hipertensión y sin embargo, no le tengo asco. Me empuja contra los sacos de azúcar de la bodega y me cae encima como un camión de carga. Afuera, mis hermanas menores no hallan cómo distraer a mi madre. A la hora de dormir ella le promete a mi padre defender el honor de la familia.

Yo sueño contigo. Crees que has atropellado a un perro y bajas del camión de carga para sacarlo fuera de la carretera. Pero solo es una niña, una plasta de sexo y de corazón. No tocas el cadáver. Vuelves a subir al camión de carga y te vas hacia el mar. Mis hermanas menores me gritan —¡Cuidado!

Cruzo la calle. Entro a la bodega. El gordo bodeguero está enfermo y la puta bodeguera no me quiere vender dos panes de más. Llamo a mi madre para que los resuelva. Ella confunde a la puta bodeguera con el gordo bodeguero y se le enfrenta.

Las dos mujeres se trancan en la oficina de la bodega. Al término de una hora sale mi madre despeinada, con arañazos en la cara y sonriendo. Regresamos a la casa con nuestros panes de más y una jaba de azúcar blanca que nos salió gratis. Por la noche, la puta bodeguera se aparece en nuestra casa. Se lleva a mi madre a pasear en moto. Se la lleva con todas sus cosas.

Mi padre rápidamente permuta para otro pueblo.

Ahora vivimos en un cuartico. Yo cocino y limpio. Mis hermanas menores van a la bodega. Mi padre se emborracha en la cantina. A veces cuando acabamos las clases nos quedamos un rato en la calle. Mi padre no se da por enterado.

Yo me siento en el contén de una acera para verte pasar en tu camión de carga y que muera atropellada alguna niña. Mientras te espero, sueño que me llevas al mar. Entramos al agua para limpiar las gomas del camión de carga. Luego, con las gomas limpias, me cuentas la historia de cómo te hiciste rastrero.

De regreso al cuartico, mis hermanas menores y yo les tiramos piedras a los varones. Alguno grita —¡Cuidado!— Todos corren a esconderse en sus casas. Caminamos por el pueblo solitario, aunque yo siento que nos miran a través de las ventanas. Siento que nos ven como a niñas raras.

En el cuartico, me miro frente a un espejo. Mi boca grande parece un mamey colorado. Estoy flaca y larga. Mis hermanas también se miran. Yo las miro a ellas. No estamos enfermas. Pero tenemos un halo sobre la cabeza. ¡Un halo de ángel! ¿De dónde lo habremos sacado? ¿Habremos ido al cielo? Todo es confuso, sin embargo, todo es real.

Sueño. Sueño. Sueño.

Intentamos quitarnos los halos. ¡Hasta nos rapamos la cabeza! Sin embargo, no lo logramos. Ahora somos ángeles. —¡Cuidado!— Me advierte un ángel.

Un camión de carga se acerca. Descarga un polvo amarillento en medio de la carretera. Los perros del pueblo vienen a comérselo. Es un polvo bueno para engordar. Cierras la puerta del camión de carga y entras a una casa. Llevas tu medalla de la Virgencita de la Caridad colgada al cuello y un tatuaje en el brazo.

Me acerco al camión de carga. Mis hermanas menores me acompañan. Los perros nos ladran como a tiñosas. Te asomas al portal de la casa para ver qué sucede, pero no me reconoces. Estoy rapada. También, mis hermanas menores. Te pido un autógrafo. Eres el único rastrero que conozco. Nos conocimos al cruzar la calle, ¿te acuerdas?



Taimi Dieguez Mallo (Cuba, 1990) Dramaturga, narradora, poeta. Licenciada en Arte Teatral, especialidad Dramaturgia, por la Universidad de las Artes, ISA, en 2018. Ha merecido los premios Fundación de la Ciudad de Matanzas, 2018, por Con la ropa de mi madre. Obra para ser dicha por el perro hembra, Premio de Narrativa Hermanos Loynaz, 2018, por su libro de cuentos Piedras a los varones, Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 2019, por la obra Manzanas sobre la nieve. Drama semiepistolar y Premio de Teatro José Jacinto Milanés, por su pieza Demonio sobre césped cortado. Su obra Happy birthday. Una obra de ficción aparece en la antología #dramaturgiaspanorámicas, publicada en 2021 por Ediciones Alarcos, y el pasado 2019 fue llevada a escena por la Compañía Teatral El misterio que dirige Delia Coto. Su texto Los que no despiertan, merecedor de Mención en el Premio de Dramaturgia Virgilio Piñera, 2016, aparece en la Revista Tablas, No 1—2, de 2017. Su pieza Con la ropa de mi madre. Obra para ser dicha por el perro hembra ha sido traducida al francés por Denise Laroutis y aparece en la biblioteca virtual de la Maison Antoine Vitez, Centre International de la Traduction Théâtrale, Francia. Cuenta con publicaciones en revistas nacionales e internacionales.

Ganadora de la Beca de Producción Luis Orlando Suarez Tajonera que otorga la Universidad de las Artes (ISA) para el proyecto de intervención pública La ciudad en mi madre, que dirigió junto a Zulaine Soler y Gabriela Perera, en el contexto del Festival de las Artes, ISA, 2017, en la Cámara Oscura de la Habana Vieja y en 2019 en el Laboratorio Internacional Traspasos Escénicos. Ganadora de la Beca de Creación Reino de este mundo, 2018, que otorga la Asociación Hermanos Loynaz (AHS) para la obra Con la ropa de mi madre. Obra para ser dicha por el perro hembra, que se presentó en la Bienal Colateral de La Habana, abril de 2019, en la Casona Teatral Rita Montaner (actual Centro de Teatro de la Habana).

Ha participado en el Taller de Dramaturgia impartido por el Royal Court Theatre, en 2016, a cargo de los dramaturgos Stephen Jeffreys, Vivianne Franzman, April D̕ Angelis y en Panorama Sur ̶ seminario intensivo para dramaturgos ̶ 2019, en Buenos Aires, dirigido por Alejandro Tantanian y Cynthia Edul. Egresada del Seminario Nacional de Dramaturgia, impartido por el dramaturgo Gerardo Fulleda y los críticos Eberto García y Osvaldo Cano, en 2011. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, en 2010 y merecedora de la Beca de Creación Caballo de Coral, que otorga dicha institución. Ha tomado cursos de escritura teatral y creación escénica con prestigiosos dramaturgos, investigadores, directores y creadores teatrales como Patrice Pavis, Juan Mayorga, Josep María Miró, Luis García Barrientos, Didier Ruiz, Rubén Ortiz, Adriana Urrea, Raúl Valles, Saeed Pezeski, Aristeo Mora de Ándalo, Rocío Galicia, Fabio Rubiano. Ha participado en festivales, jornadas y eventos teatrales y literarios.

Actualmente se desempeña como editora de la Casa Editorial Tablas—Alarcos y como profesora de Historia del Teatro en la Universidad de las Artes, ISA.


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